martes, 13 de febrero de 2018

Solo en América


Hace dos semanas os dije que escribiría una entrada sobre lo que sentí paseando por las calles de Nueva York, la primera vez que salí de Europa, así que vamos a ello. Aprovecho para comentaros que todas las fotos que voy a utilizar hoy aquí también las saqué yo, aunque estas tienen un valor más documental que estético. Hice el viaje en agosto de 2015, y la verdad es que me alegro de haber ido antes de que Trump se convirtiera en presidente, no fuera a ser que los de aduanas me tratasen como a los mejicanos y me impidieran cruzar la frontera…

Me centré sobre todo en el distrito de Manhattan, que me recorrí prácticamente de arriba abajo: el primer día exploré Midtown y Times Square, el segundo la zona de Central Park, el tercero el Upper West Side, el cuarto el SoHo, Chinatown y el East Village, el quinto el Lower Manhattan y el World Trade Center, y el día de la vuelta Chelsea y el Greenwich Village. Solo salí de Manhattan para una visita rápida a Williamsburg, al este, en busca de arte urbano, y para un viaje de ida y vuelta en el ferry gratuito a Staten Island, al sur, para ver de cerca la Estatua de la Libertad. Me gustaría haber paseado también por las calles de Brooklyn, pero el día que lo tenía planeado se me echó la noche encima y no me dio tiempo.




Se dice que los neoyorquinos detectan enseguida a los que no son de la ciudad porque van siempre mirando hacia arriba… La verdad es que la concentración de rascacielos en ciertas zonas del distrito es impresionante, hasta el punto que al final te entra dolor de cuello, y a veces las moles de los edificios son tan grandes que cuesta meterlas enteras en el encuadre de la foto. Uno de los días me subí al Top of the Rock, en el Rockefeller Center, que tiene menos cola y desde donde hay unas fantásticas vistas del Empire State Building (con el One World Trade Center al fondo) si miras hacia el sur, y de Central Park si te giras hacia el norte. Otro de los detalles que me pareció simpático es que la parte de arriba del Empire State es iluminada con combinaciones de colores distintas cada noche, de acuerdo con las festividades o conmemoraciones propias de ese día, y cuando menos te lo esperas, al girar una esquina, te lo encuentras de golpe…

Los típicos taxis amarillos, los autobuses escolares del mismo color y los camiones de bomberos, el vapor saliendo de las tapas de las alcantarillas o los vagones del metro (hacía falta usarlo porque las distancias eran muy grandes, no como en Roma, por ejemplo) resultan todos familiares aunque no hayas estado nunca allí; es una sensación bastante extraña. Pasear por Manhattan es como estar dentro de una película; de hecho, hay tantos filmes rodados o ambientados en esta ciudad que me resultó muy fácil encontrar veinte fragmentos de buenas películas, relacionados con los rincones o detalles más dispares, para las fotos de hace un par de entradas.




Da gusto la gran cantidad de espacios verdes que tienen; y no solo en Central Park, también en otros muchos parques más pequeños o plazas ajardinadas. Es curiosa la High Line, un paseo elevado lleno de plantitas que transcurre por donde antes lo hacía una línea de tren, al oeste de la ciudad. También es muy agradable pasear por Broadway, una larga avenida de trece millas de longitud con un gran tramo central en diagonal a la cuadrícula proyectada por los urbanistas de principios del S.XIX; muchos de sus tramos son peatonales, parcialmente ocupados por las mesas de cafeterías y otros negocios de restauración, y con mucha animación a todas horas del día. También es constante en la ciudad la presencia del agua: las bocas de riego, las fuentes (algunas de ellas a nivel del suelo para que jueguen los niños), el gran lago de Central Park y por supuesto los muelles y los paseos a orillas del río Hudson y del East River, que fueron sin duda mis lugares favoritos para disfrutar del merecido descanso al final de la jornada.

Los museos que me dio tiempo a visitar fueron el Museum of NYC (sobre historia de la ciudad), el Metropolitan y el Museum of Natural History, todos ellos a orillas del Central Park. El MoMA tenía mucha cola, así que no pude entrar, pero en cambio sí fui al MoMath, el museo de matemáticas, que a pesar de estar más enfocado a niños y jóvenes me pareció muy interesante y entretenido. En cuanto a arte urbano, exceptuando tal vez Chinatown, encontré mucho menos del que me esperaba, sobre todo en comparación con algunas de las zonas que visité en Londres o Berlín… A lo mejor dio la casualidad de que no pasé por los rincones adecuados, o seguramente estos estaban fuera de la zona más turística, lejos de mi radio de acción.




También hay que poner en la balanza algunos puntos negativos, no todo fue estupendo y maravilloso… Por ejemplo, es comprensible que la gestión de residuos sea difícil en una ciudad que crece en vertical; en algunas calles se respiraba a veces un cierto olor a repollo podrido por la basura acumulada. Por otro lado, la zona de Times Square era más caótica y desagradable para pasear, llena de cegadoras luces de neón y siempre con un montón de gente armando escándalo (especialmente de noche, cuando algunos iban ya medio contentillos). Y en ciertos puntos, como por ejemplo en los alrededores de Tompkins Square Park, en el East Village, vi signos de pobreza y gente desarrapada y sin hogar. Aun así, ni siquiera en estos lugares llegué a temer realmente por mi seguridad; estos últimos años he viajado siempre solo y no he tenido miedo en ningún momento, aunque antes de emprender el viaje, claro está, me informo sobre las posibles zonas y horas conflictivas para poder evitarlas.

En el lado positivo, me pareció muy interesante y animado el Union Square Park de noche, con una extraña mezcolanza de gente joven y vieja, pobre y acomodada, local y visitante, dedicada a las actividades más variopintas: jugando partidas de ajedrez con mesas y sillas de camping, pegando toques a un balón de fútbol, escuchando hip-hop o bailando break dance… y todo ello con un par de coches de policía aparcados a diez o veinte metros, por si acaso se liaba parda.




La pregunta que suele hacer la gente al volver uno de Nueva York es: ¿Viste a algún famoso? Pues por un lado me encontré a un amigo de mi hermano en el Museo de Historia Natural, que ya es casualidad, pero que no cuenta como famoso. Y por otra parte sí vi a una celebridad, aunque no puede decirse que me la encontrara de forma casual, al menos no del todo… Justo un día antes de salir hacia Nueva York me enteré de que Alice Cooper, la leyenda del rock de los años setenta (y que se mantiene en muy buena forma, a pesar de que ahora es él el que tiene setenta años), iba a dar un concierto gratuito en pleno Manhattan como parte del programa matinal Fox & Friends, de seis a nueve, justo la mañana después de llegar yo a la ciudad, así que me pasé por allí a eso de las ocho y media y pude asistir a la parte final del espectáculo.

Se trataba de un pequeño espacio al aire libre, en una esquina del cruce de la calle 48 con la 6ª avenida, justo al lado de los estudios de la Fox, y a pesar de sus reducidas dimensiones no estaba atestado de gente, y era relativamente fácil acercarse hasta la primera fila, a tres metros escasos de Alice y su banda. Pasé un rato estupendo, escuchando temazos como Poison, School’s Out y Elected, y disfrutando del espectáculo, que incluía efectos pirotécnicos y globos gigantes llenos de confeti y billetes de dólar falsos que arrojados al público pasaban de mano en mano, y que después Alice reventaba sobre nuestras cabezas con la punta de una katana… Y al acabar, para colmo, nos dieron a todos los asistentes carne a la barbacoa en unos puestos que habían instalado junto al escenario… ¿Qué mejor manera podría haber habido de empezar mi visita? Estas cosas solo pasan en América.



2 comentarios:

Susana Mar dijo...

Gracias por hacernos viajar cómodamente desde nuestro sillón de casa. Yo no he estado nunca en Nueva York y me has acercado a sus calles. Me gustan mucho tus imágenes!!!. Tienes un don para colocar los elementos armoniosa y elegantemente

Kalonauta dijo...


Como ya he dicho muchas veces, me alegro de que os gusten mis fotos pero me alegro todavía más cuando te gustan a ti, que de este tema sabes un rato largo. Es verdad que tengo facilidad para encontrar los encuadres más interesantes, pero hay que tener en cuenta que los lugares que visito son ya muy fotogénicos en sí, lo que facilita la tarea. También ayuda el hecho de que saco un montón de fotos, como decía en mi comentario de la entrada anterior, y que las selecciones que cuelgo en el blog son eso, selecciones; por cada imagen espectacular que me sale hay por tanto otras diez o veinte normalitas... De todos modos gracias por tus halagos; de veras que significan mucho para mí. ¡Y muchísimas gracias por comentar, como siempre!

¡Un fuerte abrazo, nos vemos!