lunes, 24 de junio de 2013

Remember Sammy Jankis (III)

En septiembre de 1999, durante el rodaje de Memento en el calor sofocante del Valle de San Fernando, en California, el reparto y el equipo técnico de la película quedaron asombrados por el hecho de que Christopher Nolan llevara la chaqueta puesta en todo momento. Un día la productora Jennifer Todd no pudo reprimirse más y le preguntó por qué no se la quitaba nunca, a lo que él respondió que lo hacía por respeto al resto del equipo. Tiempo después, al formulársele de nuevo la misma pregunta, Nolan admitió que cuando iba al colegio tenía que llevar uniforme, y que fue entonces cuando se acostumbró a utilizar todos los bolsillos de la chaqueta, de modo que a partir de aquel momento se sentía más cómodo con ella puesta. ¿Os recuerda a alguien el detalle de los bolsillos? Se suele decir que escribimos acerca de lo que conocemos, así que no me extrañaría nada que Nolan hubiera utilizado alguna otra vivencia personal, llevándola al extremo, para crear el personaje de Leonard Shelby. En otras ocasiones el director, productor y guionista ha declarado que no le gusta perder tiempo pensando qué prendas tiene que ponerse, así que casi siempre lleva la misma ropa; y que nunca le ha interesado mucho la tecnología, con lo que prescinde de cosas tan indispensables para la mayoría como un teléfono móvil y una dirección de e-mail… Todo esto junto con el descubrimiento de que es zurdo me ha llevado a pensar que Nolan y yo tenemos más cosas en común de lo que creía; será por eso que me gustan tanto sus películas.
 
 
Los años y la experiencia me han confirmado eso que se suele decir de que, en lo que respecta al cerebro, a la personalidad, a la forma de ser, nadie es del todo normal; que en mayor o menor grado todos venimos con un defecto de fabricación o dos; que no hay blancos ni negros sino múltiples tonos de gris a medio camino entre la cordura y la locura, entre la perfección y la patología… y yo, por supuesto, no soy una excepción. Aunque la semana que viene seguiremos desentrañando los misterios de Memento, hoy haré un paréntesis para hablaros de mi caso (¿clínico?) particular en lo que se refiere a la memoria. Aunque me costó bastante llegar a ser capaz de verbalizarlo, ya hace tiempo que soy consciente de mis pros y mis contras en este aspecto. Sé que en el terreno de lo sensorial, y en particular de lo espacial, visual y simbólico, mi memoria es bastante buena: tengo facilidad para recordar olores concretos y a veces puedo reconocer una canción con sólo oírla durante una fracción de segundo; poseo un buen sentido de la orientación y una muy buena memoria para las caras, pudiendo reconocer a una persona mirando una foto suya de niño, o incluso viéndola sólo de espaldas (vamos, que yo no necesitaría una Polaroid 690, como Leonard Shelby). Sin embargo, en el terreno de lo verbal, de lo conceptual, de lo abstracto, para algunas cosas mi memoria es buena y para otras un auténtico desastre (Esto sin duda tiene que ver con el hecho de que soy zurdo y por tanto mi hemisferio cerebral dominante es el derecho, pero ya nos centraremos en ese tema otro día).
Por ejemplo, a pesar de que soy bueno para reconocer caras, me cuesta mucho recordar los nombres de las personas con las que aún no he establecido un mínimo vínculo social o afectivo. Y retengo en la memoria una gran cantidad de datos de cultura general, pero sin embargo no sabría deciros qué comí hace tres días. Otra cosa que se me da fatal recordar es todo lo referente a gestiones administrativas, burocracia y papeleos. Aunque en el Colegio podía memorizar listas, datos o largas parrafadas “al estilo papagayo” sin ningún problema, noté que a medida que avanzaba en la Universidad era cada vez menos capaz de hacerlo; sin embargo, mi carrera no se basaba tanto en memorizar como en entender los conceptos y relacionarlos entre sí, poniéndolos en su contexto, así que no tuve ningún problema para sacar buenas notas. Me pasa algo muy curioso con las asignaturas de la Universidad: a pesar de que sigo reteniendo las nociones básicas de cada una de ellas, y de que recuerdo las caras de todos mis profesores y profesoras, me cuesta mucho a estas alturas asociar a cada profesor con la asignatura que me impartió. En general, podría decirse que recuerdo los conceptos, pero no dónde aprendí cada cosa. Y si descubro que alguna información de mi cabeza resulta ser incorrecta, la reemplazo por la correcta y la olvido inmediatamente: así no malgasto espacio de memoria. Hasta hace un par de semanas yo racionalizaba todo esto pensando que tengo buena memoria para lo que me interesa y mala para lo que me aburre, pero documentándome para la redacción de estas entradas me he dado cuenta (¡incluso a estas alturas, nunca deja uno de aprender cosas nuevas!) de que tengo una buena memoria semántica, pero mi memoria episódica es terrible. He sabido por fin ponerle un nombre a mi problema, lo cual es estupendo, porque, como ya hemos comentado otras veces, ser capaz de asignar una etiqueta a algo te permite conocerlo mejor y por tanto manejarlo mejor. Sienta muy bien, esto de aumentar un poco tu nivel de autoconocimiento.
 
 
De todas formas, en este Mundo hay que bregar de vez en cuando con tareas que nos aburren soberanamente, hay datos que necesitamos recordar aunque no entendamos del todo cómo encajan en su contexto. Yo he aprendido poco a poco una serie de trucos para compensar mi mala memoria episódica: el equivalente a los seis bolsillos, las fotos y los tatuajes de Leonard Shelby. Como decía Leonard, todo es cuestión de disciplina y organización, hay que utilizar los hábitos y la rutina para no olvidar nada importante: mis problemas de memoria son con toda seguridad una de las razones por las que soy una persona muy ordenada y meticulosa. Se dice que dos buenos métodos para acordarnos de si tenemos pendientes o no, y cuándo, las tareas que repetimos con cierta periodicidad (diaria, semanal, trimestralmente, etc.) son dejar objetos en un lugar determinado y usar listas; yo hago uso de ambos. El cambiar objetos de sitio, tanto en el trabajo como en casa, me resulta muy útil para acordarme de los recados, porque soy una persona muy visual y por tanto la asociación de ideas me viene a la cabeza muy rápidamente.
Puedo daros muchos ejemplos de cómo uso en mi piso este sistema visual de recordatorios: tengo una mesita reservada para las cosas que he de coger cuando voy a ver a mis padres, y un sillón en el que dejo los trastos para la próxima vez que baje a la calle (¿Que parece que va a llover? Dejo el paraguas. ¿Que hace un poco de fresco? Algo de manga larga. Y así sucesivamente…) Cuando tengo que cambiar la hora del despertador lo dejo sobre la almohada, y cuando me toca afeitarme pongo la maquinilla junto al grifo del lavabo. Donde más utilizo este método es en la mesa del comedor, que como ya os dije uso a modo de despacho: tengo en ella una zona dedicada a las tareas en curso o pendientes de realizar, en la que coloco la lista de la compra, la cámara de fotos, los distintos cargadores o cualquier otro objeto que me sirva de recordatorio; incluso en los meses de frío coloco un pequeño termómetro de pared, pero no para mirar la temperatura, sino para acordarme de apagar la calefacción antes de irme a la calle o a dormir: cuando la enciendo lo dejo torcido y cuando la apago lo pongo recto de nuevo. Teniendo en cuenta que mi mesa del comedor y la cómoda de al lado son como una prolongación de mi cerebro, de mi memoria, una especie de cuadro de mandos, podréis entender que cuando mi ex pareja me sugirió que quitara todos los trastos de en medio para mí fue como plantearme una pequeña operación de lobotomía… Antes de salir de una habitación, para asegurarme de que no se me olvida nada, doy un repaso con la vista, empezando desde el marco derecho de la puerta y en la dirección de las agujas del reloj hasta llegar al marco izquierdo… Sí, sí, vosotros reíos, pero a mí el sistema me funciona.
En cuanto a las listas de tareas, las hago tanto en mi agenda como en papelitos sueltos… pero no adelantemos acontecimientos, hablemos primero de la agenda. Es del tipo tradicional, no electrónica, y de tamaño manejable pero no lo suficientemente pequeña como para caber en un bolsillo. Le doy simultáneamente varios usos distintos; de hecho, es una mezcla entre agenda, diario y lista de tareas. Aparte de las festividades, los cumpleaños o las fechas de los eventos culturales, también anoto en ella de forma telegráfica los acontecimientos destacables del día a día: con qué amigos quedo, a dónde acabo yendo cada día o qué películas veo en el cine o en la tele (si resultan ser malas, a veces las tacho o no las apunto, para olvidarlas). A todo esto se añade un montón de anotaciones con los quehaceres diarios, las tareas de la casa y otras actividades, menos placenteras pero necesarias, que voy tachando conforme las hago. La verdad es que soy una persona con una agenda apretada, tanto metafóricamente como literalmente: tengo que utilizar una letra pequeña para que me quepan todas las notas, y la parte de los días que ya han pasado se va quedando tan caótica y llena de tachones que parece el diario de Kevin Spacey en Seven o un informe censurado de la CIA. Me pasa una cosa curiosa: cuando leo las anotaciones que hice unos meses antes, ya no recuerdo haberlas hecho, así que es como recibir una nota de otra persona que escribe con tu misma letra (“Para cuando leas esto, ya me habré marchado…”). Leo las notas de mi Yo Pasado y a la vez dejo notas para mi Yo Futuro, como hacía Leonard en la película, aunque este desdoblamiento entre el que escribe y el que lee queda aún más patente en el personaje de Earl, el equivalente de Leonard en el relato corto de Jonathan Nolan.
 
 
En cuanto a los papelitos sueltos para anotar recados, aproximadamente del tamaño de un post-it pequeño, los llevo en mi cartera o en la solapa de la agenda, y junto con otras listas escritas en la propia agenda a intervalos de uno o dos meses me sirven para ayudarme a recordar tareas sin un plazo definido, es decir, todo lo que no es urgente. En los papelitos de la cartera anoto ideas para el blog, fotos pendientes de hacer, direcciones de las casas de mis amigos, direcciones de e-mail, números de teléfono, recados que se me ocurren por la calle y que debo apuntar después en la agenda… Cómo no, dentro de la misma cartera llevo siempre un Boli Bic pequeño para anotar; no salgo de casa sin él. En las listas de la agenda incluyo películas para ver, reparaciones o tareas de la casa, compras pendientes, revisiones médicas que se van posponiendo, proyectos para el futuro… Antes me hacía montones de notitas como éstas, con listas de tareas que iba arrastrando durante años y que repasaba a menudo, pero igual que le pasaba a Sammy Jankis (o sea, igual que le pasaba a Leonard antes de recurrir a los tatuajes), este sistema no me funcionaba y sólo me hacía perder el tiempo. Cada vez las uso menos, y muchas de ellas las he guardado en una cajita en casa para que no me abulten en la cartera. Además, aunque sigo haciendo muchas anotaciones en mi agenda, son menos que antes, y ya no me preocupo tanto por los olvidos: estoy empezando a entender cómo funciona esto.
A la hora de decidir si vale o no la pena recordar algo, hay que plantearse si es o no urgente y si es o no importante. Las tareas urgentes, con fecha fija o un plazo determinado, suelen tener que ver con otras personas: tus compañeros y tus jefes del trabajo, tus amigos, los responsables de las actividades artísticas y culturales a las que asistes… Si tienes la suerte de encontrar un trabajo que te guste, si sabes rodearte de amigos que valgan la pena y si sabes elegir sabiamente las actividades de tu tiempo de ocio, podrás conseguir que la mayoría de esas tareas urgentes sean además importantes… y eso es bueno, porque aunque tengas que apuntarlas de todos modos, te resultará más fácil recordarlas. En cuanto a lo que no es urgente, recordemos una vez más que es imposible saberlo Todo acerca de Todo: en caso de tener que elegir, hay que recordar lo importante olvidando lo accesorio, hay que dar preferencia a lo semántico por encima de lo episódico, y eso es precisamente lo que ha hecho mi cerebro a la hora de distribuir los recursos disponibles. Estoy empezando a darme cuenta de que aunque mi memoria no es perfecta, el problema no es tan grave como pensaba; lo que ocurre es que antes trataba de memorizar cosas que a la larga he visto que no eran realmente tan imprescindibles como para recordarlas. Recuerdo lo que me interesa y olvido lo que me aburre, sí, pero por suerte tengo la impresión de que lo que me interesa es lo que importa y lo que me aburre no lo es… Por tanto, no hace falta que siga escribiendo listas de tareas: debo confiar en que las cosas que sean realmente importantes las recordaré por mí mismo sin necesidad de repasar las listas una y otra vez… Me parece que empiezo a comprender cuáles son esas cosas importantes; son como palabras que he ido tatuando poco a poco en mi mente: palabras como Libertad, Verdad, Conocimiento, Coherencia, Sencillez o Justicia.

3 comentarios:

HOPE dijo...

Como prometido me pongo al día, ¡y llego con fuerzas!
¡Lo tuyo no es un caso clínico!, yo no recuerdo nombres, ni caras, ni lo que comí ayer, ni datos de Cultura general, ni siquiera los que más me interesan. Mi memoria sólo es efectiva para lo repetitivo, o para las cosas que pongo en práctica yo directamente.
Tus estrategias son buenas, pero yo necesito un remedio más fuerte.
He intentado cambiarme las cosas de sitio, y lo único que he consigo es ,al ver el objeto, saber que me tengo que acordar de algo, pero... ¡NO SÉ DE QUÉ! jeje
Lo de tener un sitio para cuando vas a visitar a alguien, o salir a la calle, también lo uso, lo que pasa es que yo lo preparo en bolsas: La bolsa de Marina, La bolsa de mis padres, otra diferente cuando voy a la academia... Y así antes de ir al sitio correspondiente miro dentro de la bolsa para que no se me olvide llevarme nada ;)
Yo también creo que mi obsesión por la organización viene por esta carencia.
Lo más fuerte de todo es que a veces cuando algo es muy, muy importante, para que no se me olvide, lo pongo en un sitio especial para acordarme, y después resulta que si que me acuerdo, pero no dónde he dejado el objeto, y me tiro una hora buscándolo, y además nerviosa, porque es importante y no lo encuentro.. ¡ qué desastre! Ya ves que si se te ocurren más estrategias de este tipo, acuérdate de mí :)

Kalonauta dijo...


¡Hola, Guapa!

Este tipo de cosas les pasan a más personas de las que nos imaginamos; lo que ocurre es que no es algo de lo que la gente esté orgullosa como para pregonarlo a los cuatro vientos, y por tanto no nos enteramos.

Espero que alguna de mis técnicas te pueda resultar útil, ya me contarás. Y, desde luego, puedo dar fe de que realmente eres MUY organizada, ya lo creo... y me parece estupendo que lo seas, eso siempre ayuda mucho.

Un par de consejillos sobre lo que me comentas: cuando cambies objetos de sitio para acordarte de una tarea pendiente, escoge siempre un objeto que tenga que ver con la tarea en cuestión; y si no, escríbete un par de palabras clave en un post-it y así seguro que no te olvidas.

En lo que respecta a los objetos importantes que sacas de sitio y luego no encuentras, ¿por qué no escoges un lugar concreto de tu casa que sea "el lugar de las cosas importantes" y usas siempre ese lugar? Así ya sabrás dónde tienes que mirar.

Y en cuanto a otras estrategias que puedas utilizar, aparte de todo lo que he contado aquí, pues no sé... ¿Has probado a comer rabos de pasa? Dicen que van muy bien para la memoria.

¡Un abrazo, nos vemos! :-)

Hope dijo...

El de tener el sitio especial para las cosas importantes me parece muy buena idea. Tomo nota. ¡Gracias!