martes, 10 de abril de 2018

Limpieza Preventiva (I)


Hablábamos al final de la entrada anterior de quitarle el polvo al espíritu de vez en cuando, y de polvo seguimos hablando hoy, pero esta vez en sentido literal. Hace ya casi cuatro años escribí en el blog acerca de cómo intento aprovechar al máximo mi tiempo libre del día a día para hacer cosas realmente interesantes, y cómo me fastidia tener que dedicarme a las tareas del hogar, y os dije que más adelante os describiría lo que entiendo por “limpieza preventiva”, posible nombre para mi filosofía a la hora de evitar dedicar demasiado tiempo a la limpieza. Se trata de aplicar la siguiente máxima: No es más limpio el que limpia más sino el que ensucia menos… Sencillo, ¿verdad? Si tengo cuidado e intento ensuciar lo mínimo posible habré resuelto el problema antes de que aparezca; de ahí lo de prevenir… El hecho de vivir yo solo en el piso y no ensuciar mucho es una de las razones por las que no tengo una persona que me venga a limpiar cada semana; otros motivos para ello serían el ahorro de dinero y la tranquilidad de saber que no hay nadie removiendo mis cosas o fisgando en ellas.




Hablemos del polvo. Hace años, en mi antiguo piso, empecé barriendo con escoba pero acabé dándome cuenta de que al hacerlo movía (y respiraba) mucho polvo, lo que hacía que después me sintiese un par de horas molesto por mi leve alergia, con moqueos, estornudos y sensación de ligera opresión en el pecho, así que me cambié a la aspiradora. Ni en aquel piso ni en este la paso tan a menudo como debería, sobre todo teniendo en cuenta lo de la alergia, y en más de una ocasión no he sido consciente de que tenía que hacerlo hasta que he visto las pelusas rodar por mi pasillo cual matojo en una peli del Salvaje Oeste. Tras años de observación me he dado cuenta de algo bastante curioso: las habitaciones que más usas (comedor, dormitorio, cuarto de baño…) son las que más polvo generan, pero los lugares concretos en los que te mueves, te sientas o coges y dejas objetos de manera rutinaria (yo soy bastante organizado y por tanto bastante rutinario en este sentido) están muy limpios comparados con los alrededores, bordeados por una tenue frontera de polvo que va marcando tus rutas habituales de un sitio a otro. Hay un par de cuartos por los que apenas me muevo y en ellos, lógicamente, se forman muchas menos pelusas.

También he llegado a la conclusión de que a mí lo que me molesta son los contrastes visuales, de que a veces una superficie lisa cubierta por una finísima capa uniforme de polvo llama menos la atención que otra limpia pero con una sola huella de dedo que resalte sobre el resto. A veces noto diferencias de este tipo, como por ejemplo en un estante de un mueble oscuro que tiene una pequeña parte sin polvo, y limpio todo el resto de ese estante solo para que el contraste no me distraiga visualmente… Lo sé, lo sé, es un poco obsesivo-compulsivo, lo reconozco, pero forma parte de esas rarezas inofensivas que he aprendido a aceptar en mí mismo… Algo parecido pasa con los cristales de mis gafas. Tengo mucho cuidado de no ensuciarlos, pero poco a poco, lógicamente, van acumulando polvillo (Dato curioso: más por la parte de dentro que por la de fuera). Puedo tirarme bastantes días sin pasarles la gamuza, y solo cuando me salpica una gotita de agua y limpio ese trozo de la lente me doy cuenta, por el contraste, que hay que limpiarlo todo a conciencia… Después me pongo las gafas y a veces es como si volviera a ver de nuevo, de tan nítido que se nota todo… ¡Milagro! ¡Aleluya!




En ocasiones me paro a pensar de dónde viene ese polvo, cuál es la explicación de que aparezca a nivel microscópico… Una vez oí en una escena escalofriante de un thriller de ciencia ficción (no recuerdo si era Sunshine o Misión a Marte) que procede de las escamas de piel muerta de la gente, y estoy seguro de que así es, pero no exclusivamente… Me pregunto qué porcentaje del polvo que limpio y aspiro en casa procederá de mi cuerpo, cuánto de mi ropa, manteles y sábanas, y cuánto de la tierra que entra desde la calle por las ventanas. Y en el caso de la ropa, ¿se nota con el paso de los meses y los años esa cantidad de material que se va perdiendo por el roce? Os aseguro que sí: fijaos en cualquier pijama, camisa o camiseta que ya tengáis de hace tiempo y veréis que en los puños, codos y otras zonas determinadas la tela se va volviendo poco a poco más finita…

Para terminar con este tema, solo comentar que mi anterior piso, donde vivía mi abuela materna antes que yo, tenía suelos de mosaico antiguo y las tuberías por fuera de las paredes, con lo que había un montón de rendijas y recovecos difíciles de limpiar rápidamente, que yo había dado ya por imposibles. Por eso nunca he tenido la costumbre de pasar el mocho; aparte de que se me quedaría negro con el polvo de las grietas, yo soy muy cuidadoso y nunca se me ha caído nada pringoso o de comida al suelo… En mi nuevo piso, más moderno, ya no sufro estos problemas, y además he intentado tener la menor cantidad posible de objetos superfluos al aire, para que sea más fácil pasar el trapo del polvo. La decoración (o ausencia de ella) es de estilo minimalista, sin cuadros, sin adornos… sin chorradas, en resumen. Y funciona, porque desde que estoy aquí noto menos síntomas de alergia y creo que hasta duermo algo mejor.




Pasemos a hablar de la lavadora. Tengo la costumbre de reutilizar la ropa, no la tiro a lavar tras usarla tres días. Nunca me ha importado repetir prenda si no hace calor y todavía está relativamente limpia; aunque mi trabajo es duro no supone un esfuerzo físico importante, y además soy bastante delgado, con lo que apenas sudo. En la lavadora utilizo el programa de lavado básico, sin chuminadas, y la uso siempre con carga completa, no pongo una hasta que está lleno el cesto de la ropa sucia. Esto supone no solo ahorrar tiempo sino también energía y recursos; me sacan de mis casillas esas vecinas que ponen una (o hasta dos) cada día sin necesidad, de manera compulsiva, sin pensar en el gasto de electricidad ni en el medio ambiente… Por supuesto, mi estrategia de poner una lavadora cada equis semanas requiere disponer de varias piezas de ropa interior y sobre todo de muchos pares de calcetines, que son lo que más recambio requiere.

Siguiendo mi política de limpieza preventiva, intento no mancharme cuando como, y por ejemplo me inclino bastante sobre el plato cuando tomo sopa; si me cae alguna gota en la camisa o el pantalón, intento frotarla cuanto antes con un paño húmedo para que no agarre la mancha, incluyendo una pizca de jabón si es de grasa. En la mitad de mis comidas, las que hago en casa, no tengo que preocuparme mucho, porque mis menús manchan poco (por ejemplo no suelen incluir salsas) y no comportan demasiado riesgo. Por la misma razón que intento no mancharme con la comida, evito también acercarme demasiado a perros excesivamente cariñosos, a barbacoas o a gente que esté fumando, para prevenir las babas o el olor a humo.

Intento comprar prendas que no se arruguen mucho, porque nunca plancho (tengo una tabla que heredé del piso de mi abuela, pero no la he usado nunca). Para prevenir tener que planchar, después de lavar las estiro bien antes de tenderlas, y también las doblo cuidadosamente antes de apilarlas en el armario para que se planchen solas por su propio peso. Mi cama también la hago todos los días, para que no se arruguen la colcha ni las sábanas y para poder dejar cosas encima… Que quede claro que, aunque tenga alguna que otra pelusa por el suelo, la casa la tengo siempre muy ordenada; ya os dije una vez que los recordatorios de las distintas tareas y recados me los dejo a mí mismo poniendo algunos objetos fuera de su lugar habitual, lo cual requiere una buena organización, con cada cosa en su sitio.




Cuando pienso en mi gestión del lavado de la vajilla después de las comidas, me viene a la cabeza una breve anécdota de mi bisabuela Micaela acerca de su juventud en Canarias, en concreto sobre una de sus primas, creo: cuando en su casa le preguntaban desde la otra habitación “Hija, ¿lavaste?” ella contestaba alto y claro “¡Madre, enjuagué!”… Como ya he dicho antes, muy pocos de los platos que cocino en casa son grasientos, así que la mayoría de las veces enjuago bien la vajilla con agua pero sin usar jabón. Vivo yo solo en el piso, con lo que no hay problema de posibles contagios de gripes o resfriados; a este respecto puede que sea incluso mejor hacerlo así, ya que en los estropajos se suelen acumular muchas bacterias… De hecho, llevo años enjuagando y sigo fuerte como un toro, con una salud de hierro.

El menaje que uso está reducido a la mínima expresión: un juego de cubiertos, cuatro platos, un vaso y una taza de desayuno. Para cocinar utilizo solo una olla grande, un cazo y una pequeña sartén, y estos sí cogen algo de mugre con el paso del tiempo, con lo que cada equis semanas les paso un poco de jabón con el estropajo y aprovecho para fregar también todo lo demás. No hace falta decir que no uso el lavavajillas; dicen que con el electrodoméstico se ahorra agua, pero supongo que será cuando viven varios en la casa, y además yo enjuago siempre con el flujo adecuado, sin pasarme, y no dejo abierto el grifo cuando no lo estoy usando, así que seguro que ahorro…




Estaba haciendo memoria, y resulta irónico pensar que la única pieza de vajilla que se ha roto en mis pisos en estos últimos diez años fue un vaso que se le cayó a mi ex, que estuvo viviendo conmigo solo dos meses… La cantidad de tiempo que ella quería dedicar a limpiar durante nuestra breve convivencia juntos fue una de las fuentes de tensión que llevó posteriormente a la ruptura de la relación; pero mejor no entrar en detalles, lo pasado pasado está… Al respecto de este tema solo traeré a colación esa máxima que reza: “Una casa debería estar lo suficientemente limpia como para estar sano y lo suficientemente sucia como para ser feliz”. Sabias palabras, sin duda… Me quedan todavía muchas cosas por comentar, así que lo dejamos aquí por hoy. La próxima semana hablaremos de la limpieza del baño, de bajar la basura y de la higiene personal, y nos pondremos algo más filosóficos para tratar de extraerle al asunto algunas conclusiones de provecho.



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