martes, 6 de febrero de 2018

Una Ciudad en la Mochila


Antes de empezar a contaros mis experiencias en las calles de Manhattan quiero dedicar una entrada a detallaros cómo planifico mis vacaciones. Desde 2011 he hecho un solo viaje cada año, en agosto, visitando las grandes capitales culturales de Europa, ciudades con una historia rica y apasionante y con gran cantidad de monumentos y museos para ver (Nueva York es la excepción en cuanto a continente, pero estaréis de acuerdo conmigo en que es una ciudad bastante “europea” comparada con la mayoría de los USA). Trato de reservar los vuelos y el alojamiento con al menos cuatro meses de antelación, y mi estancia suele durar entre cinco y siete días, dependiendo del tiempo que haya que dedicar a los trayectos en avión.

Casi siempre me concentro exclusivamente en la ciudad elegida y no suelo hacer escapadas a otras localidades cercanas, a no ser que se trate de una visita excepcionalmente recomendable. Intento buscar un alojamiento lo más céntrico posible para llegar rápido a la zona turística, a ser posible caminando. No hace falta que sea un hotel muy lujoso porque solo paro allí para dormir; me basta con una habitación individual con ducha en cualquier bed and breakfast modestito que esté limpio y que sea tranquilo por las noches.




Mi forma de disfrutar una ciudad consiste sobre todo en recorrer sus calles a pie y empaparme del ambiente. Cada día lo dedico a una zona distinta: a primera hora de la mañana me traslado al punto más lejano en transporte público y después vuelvo andando poco a poco hacia el hotel, visitando todos los puntos interesantes de esa zona. Me puedo pasar hasta catorce horas seguidas caminando, entre las ocho de la mañana y las diez de la noche, desayunando fuerte en el hotel y parando tal vez solo media hora a mediodía para comer algo ligero (no soy de los que viajan para hacer turismo gastronómico).

Al cabo de la jornada saco muchísimas fotos, ya sea de los monumentos que visito o de los detalles más imperceptibles a mi alrededor que me llaman la atención. Los primeros años de este proyecto me perdí algunas buenas fotos hacia el final del día, al dejar de funcionar mi pequeña cámara digital, así que ahora llevo dos baterías conmigo. A la hora de cenar o justo después, cuando ya todos los lugares de interés están cerrados, no queda luz para hacer fotos y mis piernas no dan más de sí, intento disfrutar lo que queda del día sentado en algún lugar cercano a mi hotel que tenga unas vistas bonitas, contemplando a la gente pasar.




A la hora de seleccionar lo que meto en mi pequeña mochila para salir a caminar intento ir ligero de equipaje, que no es agradable cargar peso durante tantas horas: llevo una botella de agua, una camisa de manga larga por si refresca, una gorra por si hace mucho calor y hay poca sombra, un paraguas plegable solo si sé que va a llover, la cámara digital y la batería de recambio, y tal vez alguna manzana o alguna pieza de bollería que he cogido del hotel por si me entra hambre. Por experiencia sé que una vez organizados mis itinerarios de cada día ya no voy a necesitar la guía turística. Las últimas semanas antes de partir dedico bastante tiempo a organizar el viaje con detalle… tal vez con demasiado detalle. Me gusta dejar todos los cabos sueltos atados y bien atados, lo cual cuesta bastante trabajo, y tal vez por ello hago un solo viaje al año; eso sí, el esfuerzo me vale la pena porque nunca he tenido ningún percance importante y siempre he sacado el máximo rendimiento a esos días que paso fuera.

Por tanto, no llevo la guía en la mochila (a no ser que sea muy finita) pero sí un mapa plegable de las calles de la ciudad y un plano del metro, y sobre todo tres folios doblados y listos para consultar rápidamente, metidos en mi bolsillo. El primero es un mapa personalizado que me confecciono yo mismo, seleccionando con ayuda de Google Maps la zona que abarcaré en mi viaje y marcando con puntos rojos todos los rincones que me interesan, independientemente de que salgan en las guías turísticas o de que correspondan a aficiones mías más peculiares. El segundo papel es un planning de todo lo que pretendo hacer ordenado cronológicamente, incluyendo los lugares a visitar pero también los trayectos en metro, tren o autobús, y las indicaciones de los vuelos para los viajes de ida y vuelta. En este planning apunto después los cambios que tuve que hacer sobre la marcha o las cosas que más me llamaron la atención, convirtiéndolo en una especie de crónica (si bien algo telegráfica) del viaje… En tercer lugar llevo una tablita-resumen con toda la información acerca de direcciones, horarios, precios, consejos y rincones de interés de cada lugar, museo o monumento que voy a visitar.




Teniendo esto encima ya no necesito nada más: ligero de equipaje y ¡a disfrutar! Es una sensación de libertad incomparable la que experimento esos días paseando por la ciudad, rodeado de Belleza y descubriendo cosas nuevas a cada instante, sin tener que responder ante nadie y dueño de elegir hacia dónde se encaminan mis pasos… Si habéis estado atentos a las “postales” que os he ido colgando en La Belleza y el Tiempo sabréis cuáles fueron mis primeros cinco destinos en este proyecto de las capitales culturales. El pasado agosto estuve muy liado con mi mudanza y no me fui a ningún sitio, así que se puede decir que el viaje de 2017 lo hice de un piso a otro, que ya es bastante. Solo os queda por averiguar cuál fue mi elección en 2016. Algunos de los lectores del blog me conocéis personalmente y ya lo sabéis; los demás tendréis que esperar a que os lleguen las correspondientes postales, más adelante, aunque mientras tanto se admiten apuestas en los comentarios… Bueno, creo que con esta introducción lo dejamos ya todo listo para la semana que viene: en unos siete días os cuento algunas cosas de mi viaje de 2015 y mis paseos al otro lado del charco.



2 comentarios:

Noe dijo...

No voy a apostar, porque me contaste la planificación, sólo decir que es una estupenda entrada-consejo para organizarse un viaje provechoso. Aunque hace tiempo que no hago un viaje de los "irrepetibles", también creo que la organización previa es imprescindible para tener la sensación de que ha valido la pena.
Un abrazo!

Kalonauta dijo...


¡Hola, Noe!

En general siempre me ha gustado organizarme las cosas con antelación y con bastante detalle. En la Universidad teníamos época de exámenes dos veces al año y yo me ponía a estudiar en serio entre cuatro y seis semanas antes. Lo primero que hacía era confeccionarme un calendario de estudio con los temas que tenía que repasar cada día, y solo prepararme este calendario me podía llegar a costar hasta dos días enteros, pero luego me salía a cuenta porque no estaba nervioso y rendía mejor... Sabía que si me ajustaba al calendario me daría tiempo a repasarlo todo, así que no tenía que pensar en las siguentes seis semanas de estudio, sino solo en lo que tocaba hoy, lo cual era menos agobiante una vez le pillabas el truco a la cosa.

En cuanto a la preparación de las vacaciones hoy en día, decidir los vuelos y el alojamiento, unos meses antes, me puede llevar una semana pero dedicándole ratos sueltos, no a full time. Suelo mirar las críticas de los hoteles en TripAdvisor y luego la reserva la hago por Hotels.com. Después está lo de leerse toda la información de la guía y la preparación de lo que voy a hacer cada día, etc. Tengo como regla general intentar no perder en esto más tiempo del que voy a estar de viaje, así que suelo dedicarme a ello la última semana antes de salir, pero esta vez casi a tiempo completo. Sé que puede parecer demasiado, pero no me disgusta hacerlo y, como ya he dicho, luego se le saca mucho más partido a la visita.

Otra cosa que no he comentado en la entrada es que a la vuelta del viaje me paso otros dos o tres días más organizando todas las fotos que he sacado, eliminando las peores o las repetidas, agrupándolas por lugares o temas, poniéndoles un nombre que sea informativo y haciendo selecciones de las mejores. En una semana de viaje puedo haber llegado a sacar entre mil y dos mil fotos decentes, de las cuales elijo por ejemplo las cien mejores, para enseñar a la familia o a los amigos que estén interesados; y de esas cien a su vez, haciendo un gran esfuerzo, selecciono unas diez o veinte, que son las que luego utilizo para las postales del blog... Esta parte de las fotos me gusta mucho porque es una forma de dejar un recuerdo realmente imborrable (copias de seguridad mediante) del viaje, y asegurarme de que no se me olvida ningún detalle de todo lo que experimenté allí.

¡Un abrazo, Noe, y gracias de nuevo por comentar! ¡Nos vemos! :-)