martes, 27 de febrero de 2018

Odiseas (I)


Si buscamos en el diccionario el significado de la palabra “odisea” veremos que es un viaje de larga duración lleno de aventuras tanto adversas como favorables, o una serie de incidentes y penalidades que retrasan o dificultan la consecución de un fin. El origen de esta palabra está en La Odisea, un poema épico compuesto de veinticuatro cantos atribuido al autor griego Homero. Se cree que los textos homéricos fueron recopilados y fijados de manera escrita entre los siglos VIII y VI antes de nuestra era, aunque previamente pudieron haber sido trasmitidos de forma oral por poetas que iban de pueblo en pueblo. La versión escrita más antigua que nos ha llegado es la de Aristarco de Samotracia, del S.II a.C.

La Odisea es uno de los primeros textos de la épica grecolatina, y por tanto de la literatura occidental, junto a La Ilíada, también atribuida a Homero. Mientras la Ilíada narra la historia de Aquiles y otros héroes en el último de los diez años de asedio de la cuidad amurallada de Troya (también conocida como Ilión), la Odisea narra las peripecias de Odiseo (de nombre Ulises en la versión latina), rey de la isla de Ítaca y otro de los combatientes en la guerra, para volver a su hogar, donde le esperan su esposa Penélope y su hijo Telémaco. En este viaje de retorno, que duró otros diez años, Odiseo hubo de enfrentarse a continuos retos por designio de los dioses, saliendo airoso gracias a su gran astucia y a la ayuda de Atenea, hija de Zeus. Durante este tiempo Penélope tuvo que soportar en palacio a los pretendientes que, creyendo muerto a Odiseo, querían desposarla y disponer de sus riquezas… aunque al final de la historia el viajero, de vuelta a casa y disfrazado de mendigo, conseguirá su venganza.




Inspirada en la obra de Homero está la novela Ulises, publicada en 1922 por el autor irlandés James Joyce, ambientada en Dublín y considerada por algunos como la mejor del S.XX escrita en lengua inglesa. Tengo que reconocer con algo de vergüenza que no he leído ni el poema de Homero ni la obra de Joyce; mi conocimiento de La Odisea me viene sobre todo a través de las películas de los años 50, de la translación de los hermanos Coen a la época presente y de la adaptación futurista de dibujos animados Ulises 31, una de las series que veía cuando era pequeño… Pero el objetivo de esta entrada no es detenerme con más detalle en la épica homérica, sino haceros partícipes de un curioso hecho que he ido notando a lo largo de los últimos años: la gran cantidad de películas o documentales de entre mis favoritos que incluyen la palabra “Odisea” en el título… Procedamos a enumerarlos y a dar una breve explicación.




Empezamos por 2001: Una Odisea del Espacio, una película de culto de ciencia ficción dirigida por Stanley Kubrick y estrenada en 1968 que marcó un hito por su estilo de comunicación visual, sus revolucionarios efectos especiales, su verosimilitud a nivel científico y las lisérgicas y surrealistas imágenes del final de la película. El guión fue escrito por el propio Kubrick y por el novelista Arthur C. Clarke, basándose en un cuento de este último titulado El Centinela, publicado en 1951. Su trama se centra en un equipo de astronautas que trata de averiguar el origen de las señales de radio emitidas por un extraño monolito hallado en la Luna y que parece ser obra de una civilización extraterrestre. Es un planteamiento muy ambicioso que aborda temas como la evolución humana, la tecnología, la inteligencia artificial y la vida extraterrestre. La banda sonora incluye música de Richard Strauss, Johann Strauss Jr. y György Ligeti.

No recuerdo exactamente dónde la vi por primera vez, pero seguro que fue hace muchísimos años, y me encantó. Casi toda la obra de Kubrick en general me parece fantástica; a pesar de haber tocado muy distintos palos a lo largo de su carrera, ha sabido dominar magistralmente los distintos géneros, dándoles su propio sello personal. Creo que ya os he contado la anécdota de la colección completa de películas de Kubrick que salió a la venta en los albores del DVD, y que yo compré en VHS por si acaso el nuevo formato no llegaba a cuajar… ¡Grave error! Ya hemos hablado alguna vez de 2001 en el blog, y en la Red hay multitud de páginas que se dedican a comentarla explicando hasta los más pequeños detalles, así que no me extenderé mucho aquí.




La Odisea de la Especie es una serie de tres documentales dirigidos por el francés Jacques Malaterre. El primero fue realizado en 2003 y relata la aparición y evolución de la Humanidad a partir de los primeros homínidos, hace 10 millones de años, hasta llegar al Homo Sapiens, deteniéndose a hablar también del Australopithecus, Homo Habilis, Ergaster o Neanderthal. El holgado presupuesto de tres millones de euros permitió incluir recreaciones de las distintas especies hechas por ordenador o con actores muy bien caracterizados, aunque es verdad que desde entonces ambas técnicas han mejorado bastante. La versión corta es de tres cuartos de hora, aunque la extendida, que se comercializó posteriormente, llega a la hora y media.

El segundo documental, de título Homo Sapiens (aunque también se conoce como La Odisea de la Especie II) y duración de una hora y media, se estrenó en 2005 y se centra en nuestra especie, los humanos modernos, remontándose 300.000 años en el Pasado y narrando a partir de ahí… Este es el único que no estoy seguro de haber visto entero en La 2, aunque están disponibles todos en Internet. El tercero, titulado El Amanecer del Hombre (o La Odisea de la Especie III), fue realizado en 2007 y en una hora y tres cuartos abarca el recorrido de la Humanidad empezando la narración hace 12.000 años. Estas dos entregas describen el paso del nomadismo al sedentarismo, el cultivo de plantas y la ganadería y domesticación de animales, pasando por la Edad del Cobre y la Edad del Bronce hasta llegar al Imperio Sumerio y la aparición de la Escritura.




Los documentales contaron con la dirección científica del paleontólogo francés Yves Coppens, co-descubridor del fósil conocido como Lucy, y en la edición española la coordinación científica del experto paleoantropólogo Juan Luis Arsuaga, con escenas suplementarias rodadas ex profeso para nuestro país. En ellos se nos muestra cómo la Naturaleza desafía constantemente a la Humanidad con cataclismos y cambios climáticos y geológicos; en numerosas ocasiones nuestra especie lo pierde casi todo, pero siempre encuentra la manera de sobrevivir, de comprender mejor su entorno e ir más allá de sus propios límites (de ahí lo de considerar este relato una odisea). Al margen de estos tres, más recientemente han aparecido otros documentales que hablan sobre el mismo tema y que incluyen también (¡oh, sorpresa!) la palabra “odisea” en el títuloMás adelante hablaremos con detalle en el blog de la historia de los homínidos y la aparición del Homo Sapiens.




Cosmos: Una Odisea en el Espacio-Tiempo es otra serie de documentales (en este caso trece episodios de unos cuarenta minutos) de la que ya hemos hablado en el blog. Es heredera directa de Cosmos: Un Viaje Personal, presentada por Carl Sagan, emitida por la PBS en 1980 y considerada un hito en la historia de la divulgación científica. La nueva tanda de episodios tuvo como productores ejecutivos a Seth MacFarlane, creador de Padre de Familia y fan de la serie original, y a Ann Druyan, viuda de Sagan y co-creadora de A Personal Voyage. La banda sonora estuvo esta vez a cargo de Alan Silvestri y el presentador fue el célebre astrofísico Neil deGrasse Tyson, que como ya hemos contado antes conoció a Sagan cuando aún era un joven estudiante. La nueva Cosmos empezó a gestarse en 2012 y se estrenó en National Geographic en marzo de 2014, siendo la serie documental de mayor audiencia de la historia de la cadena, viéndose en 171 países y traduciéndose a 73 idiomas. Sigue el formato narrativo tan poético de su predecesora, mezclando la Ciencia con la Historia o las Humanidades, pero esta vez con unas alucinantes imágenes por ordenador y segmentos hechos con una esmerada animación tradicional, y con la información científica actualizada a día de hoy, claro está.

Yo disfruté como un enano viendo los episodios en Mega cada semana, y después me compré el pack de cuatro DVDs con la serie completa. Por eso me alegré mucho (como otros tantos amantes del Conocimiento con mayúsculas) cuando el pasado 13 de enero se anunció oficialmente que la segunda temporada de esta nueva iteración (¿se le podría llamar entonces la tercera temporada?) se estrenará en National Geographic en primavera de 2019, con el nombre de Cosmos: Mundos Posibles. Neil deGrasse Tyson volverá como presentador y Seth MacFarlane y Ann Druyan también siguen a bordo de la Nave de la Imaginación. El lapso de cinco años con respecto a la anterior se debe a que Druyan quería tomarse su tiempo para escribir unos guiones que estuvieran a la altura de lo ya visto. Esta nueva temporada seguirá caracterizándose por un enfoque optimista y esperanzador de cara al Futuro, y vendrá acompañada de la publicación de un libro, al igual que ocurrió con la serie original en los años 80.




Precisamente basada en un libro de 2004 escrito por el crítico norirlandés Mark Cousins está la serie documental La Historia del Cine: Una Odisea. Estrenada en 2011 y con quince episodios de una hora de duración, se trata de un estudio crítico de la historia del Cine, desde su creación hasta nuestros días, a través de decenas de entrevistas con los principales maestros del celuloide y sobre todo de cientos de magníficos fragmentos de películas comentados. Comparada en ocasiones con Histoire(s) du Cinema de Jean Luc Godard, es la serie de este tipo más ambiciosa realizada hasta el momento, con una producción que se prolongó durante seis años. Narrada por el propio Cousins en la versión original, pretende hacer hincapié en las películas más innovadoras, aquellas que han creado un estilo o una nueva corriente, sin ánimo de mencionar únicamente las producciones más premiadas o más conocidas, e intentando acercarse a cinematografías no occidentales.

En este recorrido se lleva a los espectadores por un viaje a través de los más grandes hitos del Cine: el nacimiento de Hollywood y los grandes géneros, la evolución del star system, el advenimiento de la nouvelle vague francesa, el nacimiento del blockbuster, la revolución del cine digital… Pero además se va mucho más allá, analizando por ejemplo las películas de Shanghai de los años 30, el melodrama hindú de los 50 o el triunfo de los cineastas africanos en los 70. También se profundiza en diversos temas sociales del siglo XX, incluyendo las fuerzas propulsoras detrás de la industria y el papel de la mujer en el Cine. Se incluyen fragmentos de entrevistas a cineastas y actores legendarios como Stanley Donen, Kagawa Kyoko, Gus van Sant, Lars Von Trier, Wim Wenders, Kiarostami Abbas, Claire Denis, Bernardo Bertolucci, Paul Schrader, Robert Towne, Jane Campion o Claudia Cardinale. Algunos de los clips utilizados corresponden a películas poco conocidas aunque muy influyentes para el Cine posterior, y la manera en que se comentan es muy didáctica e ilustrativa. En cuanto a la presentación a nivel estético, es impecable, muy elegante.




Como apasionado que soy no solo del Cine sino de la teoría del Cine, empecé a ver trozos sueltos de distintos episodios de forma desordenada en Paramount Channel, por las mañanas, mientras desayunaba, y más de una vez estuve a punto de llegar tarde al trabajo por su culpa. El pasado verano, por fin, me vi los quince episodios completos y en orden en Internet, en dos semanas, a razón de uno por día. La serie me pareció excepcional e interesantísima, y con la adecuada dosificación no se hace larga para nada; yo la vería igualmente si durase quince horas más. Además de explicarse la evolución del medio a nivel formal (formatos, puesta en escena, montaje…) hay un viaje paralelo a nivel del contenido, de lo que se cuenta: en este caso se trata de una odisea no tanto a través del Tiempo o del Espacio, sino en busca de la esencia del ser humano, de lo que nos hace ser como somos, algo muy difícil de explicar y que requiere para ello más que meras palabras.

Pues esta es la información que he recopilado. Una vez escritos los párrafos acerca del poema, la película y las tres series documentales, me he alejado unos pasos y los he contemplado en su conjunto, tratando de averiguar qué es lo que tienen en común todos ellos y qué nexos los relacionan entre sí, y he descubierto que las conexiones van mucho más allá de la mera coincidencia de una determinada palabra en el título… Seguiremos hablando de ello la semana que viene.



martes, 13 de febrero de 2018

Solo en América


Hace dos semanas os dije que escribiría una entrada sobre lo que sentí paseando por las calles de Nueva York, la primera vez que salí de Europa, así que vamos a ello. Aprovecho para comentaros que todas las fotos que voy a utilizar hoy aquí también las saqué yo, aunque estas tienen un valor más documental que estético. Hice el viaje en agosto de 2015, y la verdad es que me alegro de haber ido antes de que Trump se convirtiera en presidente, no fuera a ser que los de aduanas me tratasen como a los mejicanos y me impidieran cruzar la frontera…

Me centré sobre todo en el distrito de Manhattan, que me recorrí prácticamente de arriba abajo: el primer día exploré Midtown y Times Square, el segundo la zona de Central Park, el tercero el Upper West Side, el cuarto el SoHo, Chinatown y el East Village, el quinto el Lower Manhattan y el World Trade Center, y el día de la vuelta Chelsea y el Greenwich Village. Solo salí de Manhattan para una visita rápida a Williamsburg, al este, en busca de arte urbano, y para un viaje de ida y vuelta en el ferry gratuito a Staten Island, al sur, para ver de cerca la Estatua de la Libertad. Me gustaría haber paseado también por las calles de Brooklyn, pero el día que lo tenía planeado se me echó la noche encima y no me dio tiempo.




Se dice que los neoyorquinos detectan enseguida a los que no son de la ciudad porque van siempre mirando hacia arriba… La verdad es que la concentración de rascacielos en ciertas zonas del distrito es impresionante, hasta el punto que al final te entra dolor de cuello, y a veces las moles de los edificios son tan grandes que cuesta meterlas enteras en el encuadre de la foto. Uno de los días me subí al Top of the Rock, en el Rockefeller Center, que tiene menos cola y desde donde hay unas fantásticas vistas del Empire State Building (con el One World Trade Center al fondo) si miras hacia el sur, y de Central Park si te giras hacia el norte. Otro de los detalles que me pareció simpático es que la parte de arriba del Empire State es iluminada con combinaciones de colores distintas cada noche, de acuerdo con las festividades o conmemoraciones propias de ese día, y cuando menos te lo esperas, al girar una esquina, te lo encuentras de golpe…

Los típicos taxis amarillos, los autobuses escolares del mismo color y los camiones de bomberos, el vapor saliendo de las tapas de las alcantarillas o los vagones del metro (hacía falta usarlo porque las distancias eran muy grandes, no como en Roma, por ejemplo) resultan todos familiares aunque no hayas estado nunca allí; es una sensación bastante extraña. Pasear por Manhattan es como estar dentro de una película; de hecho, hay tantos filmes rodados o ambientados en esta ciudad que me resultó muy fácil encontrar veinte fragmentos de buenas películas, relacionados con los rincones o detalles más dispares, para las fotos de hace un par de entradas.




Da gusto la gran cantidad de espacios verdes que tienen; y no solo en Central Park, también en otros muchos parques más pequeños o plazas ajardinadas. Es curiosa la High Line, un paseo elevado lleno de plantitas que transcurre por donde antes lo hacía una línea de tren, al oeste de la ciudad. También es muy agradable pasear por Broadway, una larga avenida de trece millas de longitud con un gran tramo central en diagonal a la cuadrícula proyectada por los urbanistas de principios del S.XIX; muchos de sus tramos son peatonales, parcialmente ocupados por las mesas de cafeterías y otros negocios de restauración, y con mucha animación a todas horas del día. También es constante en la ciudad la presencia del agua: las bocas de riego, las fuentes (algunas de ellas a nivel del suelo para que jueguen los niños), el gran lago de Central Park y por supuesto los muelles y los paseos a orillas del río Hudson y del East River, que fueron sin duda mis lugares favoritos para disfrutar del merecido descanso al final de la jornada.

Los museos que me dio tiempo a visitar fueron el Museum of NYC (sobre historia de la ciudad), el Metropolitan y el Museum of Natural History, todos ellos a orillas del Central Park. El MoMA tenía mucha cola, así que no pude entrar, pero en cambio sí fui al MoMath, el museo de matemáticas, que a pesar de estar más enfocado a niños y jóvenes me pareció muy interesante y entretenido. En cuanto a arte urbano, exceptuando tal vez Chinatown, encontré mucho menos del que me esperaba, sobre todo en comparación con algunas de las zonas que visité en Londres o Berlín… A lo mejor dio la casualidad de que no pasé por los rincones adecuados, o seguramente estos estaban fuera de la zona más turística, lejos de mi radio de acción.




También hay que poner en la balanza algunos puntos negativos, no todo fue estupendo y maravilloso… Por ejemplo, es comprensible que la gestión de residuos sea difícil en una ciudad que crece en vertical; en algunas calles se respiraba a veces un cierto olor a repollo podrido por la basura acumulada. Por otro lado, la zona de Times Square era más caótica y desagradable para pasear, llena de cegadoras luces de neón y siempre con un montón de gente armando escándalo (especialmente de noche, cuando algunos iban ya medio contentillos). Y en ciertos puntos, como por ejemplo en los alrededores de Tompkins Square Park, en el East Village, vi signos de pobreza y gente desarrapada y sin hogar. Aun así, ni siquiera en estos lugares llegué a temer realmente por mi seguridad; estos últimos años he viajado siempre solo y no he tenido miedo en ningún momento, aunque antes de emprender el viaje, claro está, me informo sobre las posibles zonas y horas conflictivas para poder evitarlas.

En el lado positivo, me pareció muy interesante y animado el Union Square Park de noche, con una extraña mezcolanza de gente joven y vieja, pobre y acomodada, local y visitante, dedicada a las actividades más variopintas: jugando partidas de ajedrez con mesas y sillas de camping, pegando toques a un balón de fútbol, escuchando hip-hop o bailando break dance… y todo ello con un par de coches de policía aparcados a diez o veinte metros, por si acaso se liaba parda.




La pregunta que suele hacer la gente al volver uno de Nueva York es: ¿Viste a algún famoso? Pues por un lado me encontré a un amigo de mi hermano en el Museo de Historia Natural, que ya es casualidad, pero que no cuenta como famoso. Y por otra parte sí vi a una celebridad, aunque no puede decirse que me la encontrara de forma casual, al menos no del todo… Justo un día antes de salir hacia Nueva York me enteré de que Alice Cooper, la leyenda del rock de los años setenta (y que se mantiene en muy buena forma, a pesar de que ahora es él el que tiene setenta años), iba a dar un concierto gratuito en pleno Manhattan como parte del programa matinal Fox & Friends, de seis a nueve, justo la mañana después de llegar yo a la ciudad, así que me pasé por allí a eso de las ocho y media y pude asistir a la parte final del espectáculo.

Se trataba de un pequeño espacio al aire libre, en una esquina del cruce de la calle 48 con la 6ª avenida, justo al lado de los estudios de la Fox, y a pesar de sus reducidas dimensiones no estaba atestado de gente, y era relativamente fácil acercarse hasta la primera fila, a tres metros escasos de Alice y su banda. Pasé un rato estupendo, escuchando temazos como Poison, School’s Out y Elected, y disfrutando del espectáculo, que incluía efectos pirotécnicos y globos gigantes llenos de confeti y billetes de dólar falsos que arrojados al público pasaban de mano en mano, y que después Alice reventaba sobre nuestras cabezas con la punta de una katana… Y al acabar, para colmo, nos dieron a todos los asistentes carne a la barbacoa en unos puestos que habían instalado junto al escenario… ¿Qué mejor manera podría haber habido de empezar mi visita? Estas cosas solo pasan en América.