lunes, 27 de noviembre de 2017

Los Ojos de la Bestia (IV)


La semana pasada enumeré una serie de grandes títulos del Cine de terror, pero me he dejado para la última entrega los mejores films, los que me siguen dando miedo incluso hoy en día, después de varios visionados… Y, cosa curiosa, todos ellos tienen un aspecto en común en el que no había reparado hasta redactar esta entrada: una parte importante del recuerdo que dejan está ligada a los efectos de sonido y la banda sonora. M. Night Shyamalan ya sabía esto cuando estrenó El Sexto Sentido, y por eso añadió en algunas escenas sonidos imperceptibles de respiración y gruñidos de animales a velocidad más lenta de lo normal, para generar inquietud en el espectador a nivel subconsciente; pero yo me centraré en casos en los que el papel que juega el sonido es bastante más obvio (aunque no tan obvio como cuando te pegan un bocinazo de la orquesta a traición y sin venir a cuento, cosa que considero, salvo honrosas excepciones, un truco sucio, vil y rastrero).




La primera de las películas de esta selección final es Alien, el Octavo Pasajero. Es verdad que ahora, tras haberla visto muchas veces, me sigue encantando pero ya no me da tanto miedo; sin embargo, jamás olvidaré mi primer acercamiento a ella y la impresión que me causó. La estaban pasando por la tele, de noche, y yo aún era muy niño y a esas horas me tocaba ya estar en la cama, pero (no sé si por los anuncios o por boca de algún amigo) me había llamado la atención y me asomé a escondidas al comedor, aprovechando que mi madre estaba en la cocina y mi padre lavándose los dientes… Durante los primeros minutos los sonidos de las computadoras y máquinas de la Nostromo me resultaron extraños e inquietantes, pero lo peor vino poco después, cuando algunos de los tripulantes bajan a la superficie del planeta, con el retumbar de la tormenta y el aullido del viento, y con una música misteriosa a base de ataques de una  flauta dulce que hacía preveer la amenaza que se aproximaba… Ya no quise ver (ni oír) más, me volví corriendo a la cama sin que nadie tuviera que decírmelo y no ví la película entera hasta mucho tiempo después.

También hablamos hace poco de El Exorcista y de por qué la mezcla de elementos realistas y fantásticos funciona muy bien en este tipo de películas a la hora de causar desazón… A esta ecuación hay que añadir los fugaces planos de la cara del Demonio que se intercalan aquí y allá en el metraje (al menos en la versión actualizada) y el fantástico maquillaje, pero también lo bien hechos que están los efectos de la respiración, los sonidos guturales y la voz de Regan cuando está poseída… Magnífico film, en resumen, que además consigue emocionarme, cada vez que lo veo, con su escena final, en la que el padre Karras se sacrifica para salvar el alma de la niña.




Algo que todavía no he comentado es que las condiciones en las cuales se ve la película también influyen mucho en la sensación de inquietud que te genera; no es lo mismo verla solo que acompañado, o de día que de noche, o después de una jornada agradable que de una para olvidar, o con las luces encendidas o apagadas… En estos últimos párrafos os hablaré de un par de películas con las que, aun siendo adulto, no he podido evitar mirar de reojo hacia la puerta del cuarto mientras las veía, o que me han hecho encender más luces de lo normal o recorrer el pasillo de mi casa bastante más rápido de lo habitual esa noche.

Recuerdo como si fuese ayer el visionado de Ringu, película de 1998 dirigida por Hideo Nakata. Fue con varios amigos una noche de invierno, en una casa de campo relativamente aislada, y la configuración de los muebles no invitaba mucho a la tranquilidad; el sofá en el que nos sentábamos no estaba situado contra la pared sino en el centro de la habitación: delante, el televisor, y detrás, una puerta corredera de cristal que daba directamente a la oscuridad del exterior. Recuerdo que al ser una película japonesa, con códigos visuales y narrativos distintos a los del Cine occidental, nos parecía todavía más extraña y misteriosa, lo que ayudaba a entrar en situación; el mantener oculto el rostro de Sadako, el espíritu maligno, la hacía todavía más terrorífica que si lo hubieran mostrado; y el detalle de que la maldición se transmitiese contemplando un vídeo (un vídeo que por cierto te enseñaban íntegro también a ti, como parte de la película) hacía bastante incómodo el momento de apagar después la televisión, por miedo a encontrarse al hacerlo a Sadako reflejada en el espejo negro de la pantalla, o a que el aparato volviera a encenderse y saliera de él a rastras el espíritu para devorar tu alma.

También en este film el sonido jugaba un papel importante: durante la reproducción del vídeo maldito se oían unos desagradables chirridos que aumentaban la tensión del momento. Recuerdo que en la época en que vi Ringu estaba en la Universidad, y algunos días me quedaba hasta tarde y salía de la Facultad cuando ya era de noche y había poca gente en el Campus… y recuerdo que las puertas de salida estaban mal engrasadas y emitían un chirrido exactamente igual al de la película, con lo que más de una vez me cagué un poco de miedo, de camino al autobús.




La última peli de la que quiero hablaros es El Resplandor, de Stanley Kubrick. Está, junto con El Exorcista, en muchos Top 5 de los mejores films de terror, y la verdad es que no me extraña. El guion, la localización en que se rodó y la planificación de las tomas hacen que el ambiente, ya inquietante desde el principio, se vaya enrareciendo cada vez más. La sensación de aislamiento se vuelve cada vez más opresora, y Jack Nicholson borda su papel de psicópata… Pero el sonido y la música es lo que marca una vez más la diferencia. Corramos un tupido velo sobre la elección personal de Kubrick para los actores de doblaje al español, que fue pésima: a Nicholson lo dobla un tal Joaquín Hinojosa, que resulta soso e inexpresivo a más no poder, y a Shelley Duvall nada menos que Verónica Forqué… así que de aquí en adelante supongamos que hablamos de la versión original.

El sonido de la peli es genial: por resaltar un detalle, pensad en las ruedas del coche a pedales del niño mientras atraviesa los distintos salones y pasillos, pasando por tramos de moqueta y alfombras en los que el sonido queda más amortiguado que en el parqué. También me viene a la mente el eco del sonido de la pelota de béisbol rebotando contra las paredes del salón… En cuanto a la actuación de Nicholson, me acuerdo de los gruñidos infrahumanos que profiere hacia el final del relato, en el laberinto del jardín… escalofriantes. Si bien la música de Mike Oldfield para El Exorcista no da mucho miedo, en este caso en particular sí podemos afirmar que la banda sonora contribuye a aumentar la inquietud del espectador. Ya comentamos en el blog en otra ocasión que Kubrick solía utilizar piezas ya existentes en lugar de grabar una banda sonora a propósito para las películas; en este caso recurrió a la música de György Ligeti, Krzysztof Penderecki y Bela Bartók, que es realmente terrorífica y hace que el todo sea más que la suma de las partes.




Tan buena es la película generando malestar en el espectador que a mí me hizo efecto incluso bien cumplida la treintena, y habiéndola visto ya antes varias veces… Era una noche de agosto y yo estaba en el apartamento de El Perelló del que os hablé la semana pasada; no recuerdo bien por qué razón, mis padres se habían ido con mi abuela a una cena y yo me había quedado solo, y pasaban El Resplandor por la tele, así que me puse a verla. A medida que avanzaba la noche el cielo se fue nublando, el viento soplaba más fuerte y empezaron a oírse truenos en la distancia. La combinación de todos los factores hizo efecto y os juro que estuve a punto de cambiar de canal un par de veces. Sé que es solo una película, y que un hombre hecho y derecho no debería mirar por encima de su hombro cada dos minutos mientras la ve, como un imbécil; pero hay ocasiones en las que un cineasta lo suficientemente hábil puede sortear la parte racional de tu cerebro y acceder directamente a tu amígdala, manipulando tus emociones y haciéndote creer que realmente estás en peligro… Espero haber dejado clara mi teoría de que el sonido juega un papel importante entre las técnicas subliminales empleadas para esto. En otras palabras: el miedo no solo entra por los ojos también por los oídos.



martes, 21 de noviembre de 2017

Los Ojos de la Bestia (III)


En esta tercera entrega sobre el miedo hablaré de las películas que más inquietud me han producido a lo largo de mi vida. La mayoría de los títulos que mencionaré los ordenaré más o menos por orden cronológico de estreno. Quiero dejar bien claro que se trata de una selección personal mía, y que por tanto pueden quedar fuera grandes clásicos de terror de la historia por la simple razón de que no los he visto… Mis primeros recuerdos de haberlo pasado mal con una película se remontan a mi más tierna infancia: no sé cuántos años tendría, pero todavía guardo la imagen de estar volviendo con mis padres al parking que había junto al pasaje de la Plaza de Toros (donde está ahora la placita con el tíovivo) después de haber visto Blancanieves de reestreno en alguno de los cines de la zona, seguramente en el Paseo de Ruzafa. Recuerdo que me impactó mucho la malvada madrastra de Blancanieves, que se convertía en una anciana vieja y arrugada para ofrecerle una manzana envenenada, y que al final de la peli moría despeñada, atrayendo a los buitres para su macabro festín.

Otro recuerdo precoz de los que guardo es de la película de imagen real de Flash Gordon: el momento en el que se lo tragan unas arenas movedizas. Vista hoy en día la escena me parece bastante inofensiva, pero por aquel entonces yo era muy pequeño y me asustó bastante. También me acuerdo de otro mal rato que pasé un verano en el cine de El Perelló, donde mi abuela tenía el apartamento: la semana siguiente hacían una maratón especial de películas de miedo, y antes de la proyección prevista para ese día pasaron varios de los trailers, algunos de los cuales me dieron verdadero pánico. Si la memoria no me falla, una de las pelis era sobre un recién nacido mutante asesino y otra sobre un ascensor también con tendencias criminales. ¡Qué mal lo pasé!




Dejando de lado mis recuerdos de infancia y pasando a la lista cronológica propiamente dicha, empiezo con algunos films que a pesar de ser antiguos tenían su aquel, como Nosferatu, de 1922, o La Noche del Cazador, de 1955, dirigida por Charles Laughton. A principios de los 60 tenemos películas de Hitchcock como Psicosis o Los Pájaros, con sus momentos de angustia, aunque vistos hoy en día ya no son tan impactantes… Pero lo realmente bueno empieza a finales de esa década, con la innovadora La Noche de los Muertos Vivientes del recientemente fallecido George A. Romero, estrenada en 1968, o La Residencia de Chicho Ibáñez Serrador, del año siguiente.

También de Chicho, pero ya en los setenta, es la fantástica ¿Quién Puede Matar a un Niño? En los ochenta destacamos entre otras Poltergeist (terrorífica sobre todo la escena de la piscina), Un Hombre-Lobo Americano en Londres (buenísimo el maquillaje y los efectos de la transformación) o El Cementerio Viviente. Ya en los noventa tenemos la ópera prima de Amenábar, Tesis, y dos películas protagonizadas por Sam Neill: En la Boca del Miedo y Horizonte Final (especialmente impactante en esta el momento del visionado del vídeo). Por razones que ignoro, tal vez por la influencia del fin del milenio, la cosecha de terror es especialmente buena entre 1999 y 2001, con películas como El Proyecto de la Bruja de Blair (recuerdo haber visto, en mi época universitaria, la innovadora publicidad viral que utilizaron en la por entonces primitiva Internet), El Sexto Sentido de Shyamalan, Lo que la Verdad Esconde de Zemeckis, Los Otros de Amenábar, El Espinazo del Diablo de Guillermo del Toro o la algo más desconocida pero muy inquietante Sesión 9.




Ya más entrados en el nuevo milenio tenemos los zombis acelerados de 28 Días Después, el impactante aspecto visual de Silent Hill o el demoledor final de La Niebla. El Cine español sigue generando éxitos que traspasan nuestras fronteras, como el de [Rec], de Jaume Balagueró y Paco Plaza, y desde Suecia nos llega la versión original de Déjame Entrar, con una atípica historia de vampiros. De la segunda década del siglo podemos destacar La Trampa del Mal (otra sobre ascensores), La Mujer de Negro o Mamá de Andy Muschietti, de la que ya hemos hablado en el blog (no hay nada que me ponga más nervioso que un fantasma lento que de pronto se pone a andar rápido). Todavía no puedo hablar de otras como La Visita, La Bruja, Está Detrás de Ti o Déjame Salir porque aún no las he visto.




He de reconocer que me ha costado establecer unos criterios sólidos para clasificar lo que es Cine de terror y lo que no… Por de pronto, queda claro que existen distintos tipos de terror: por ejemplo, películas como La Cosa de Carpenter o La Mosca de Cronenberg dan más asco que miedo, y la austriaca Funny Games de Haneke, un auténtico mazazo contra la trivialización de la violencia en el Cine, genera impotencia, angustia e incluso malestar físico, en lugar de ese gustito agradable que da saber que lo que se está contando en la pantalla es mentira. En muchas ocasiones las fronteras entre géneros son bastante borrosas: Tu Madre se ha Comido a mi Perro o las pelis de Posesión Infernal son supuestamente de miedo, pero de puro exageradas que resultan al final dan risa. ¿Y el Drácula de Coppola? ¿Es de terror, de fantasía, romántica? No sé lo que es, solo sé que me encanta. ¿Es Shutter Island de Scorsese una película de detectives y policías? ¿Y las de Guillermo del Toro, como El Espinazo del Diablo o El Laberinto del Fauno, son terror o fantasía gótica? ¿Y Tiburón, es una película de terror o de aventuras?

Hay filmes como El Silencio de los Corderos o Seven que, a pesar de no incluir elementos fantásticos, recurren a una ambientación y un argumento barrocamente siniestros que los llevan muy cerca de la frontera entre el thriller convencional y el terror. Siendo bastante más realistas que las dos anteriores, películas como El Cabo del Miedo, Training Day, Un Paseo entre las Tumbas o Prisioneros también incluyen muchos momentos en los que se nos ponen los pelos de punta… En estos casos está algo más claro que se trata de thrillers, pero yo también veo terror en ellas. Y luego están las películas inclasificables como Apocalypse Now, en las que el ambiente se va enrareciendo a medida que avanza el metraje, introduciéndonos en un mundo cada vez más irreal, como sacado de un sueño, pero Coppola te lo cuenta tan bien que tienes la impresión de que, por raro que sea lo que está pasando, bien podría haber sucedido en realidad… Para mí el tramo final de esta película (el tramo final del río) es horror en estado puro.




Sé que os dije que esta sería la última entrega, pero como el tema da para bastante más he decidido dividirla en dos. Me dejo para la próxima semana la selección de las mejores pelis, las que me siguen asustando a pesar de haberlas visto ya varias veces. Acabo de darme cuenta de que todas ellas tienen un aspecto en común que las hace especialmente terroríficas, y en el que no solemos reparar a menudo… No os lo digo todavía; hasta poder leer la conclusión tendréis que aguantar el suspense.

lunes, 13 de noviembre de 2017

Los Ojos de la Bestia (II)


En una fría noche que duró tres días, a partir del 16 de junio de 1816, llegaron hasta la Villa Diodati, una casa a orillas del lago Lemán de Ginebra, dos mujeres y tres hombres jóvenes que, sin conocerse todos entre sí, fraguaron alrededor de la chimenea dos de los mitos más perturbadores de la modernidad. El clima estaba siendo frío y siniestro en toda Europa debido a la oscuridad creada por una nube de ceniza, emitida meses atrás por la terrible erupción del volcán Tambora, en Indonesia. Quedaron recluidos en el caserón por el mal tiempo tres nuevos amigos, Lord Byron, su médico John Polidori y el poeta Percy Shelley, y dos hermanastras, Claire Clairmont (amante de Byron) y Mary Wollstonecraft (luego Mary Shelley). En un auténtico rompecabezas de pasiones, adicción y desencuentros sentimentales, Byron había dejado a su esposa y abandonado Londres para ir con Polidori (que tenía con él una extraña relación de sumisión) a Ginebra, donde el Lord se había citado con su amante Claire. Pero ella no llegó sola, lo hizo con su hermanastra Mary y el amante de esta, el poeta Shelley, de quien Claire a su vez había estado enamorada.




Aquel domingo el Lord anfitrión propuso ahuyentar el miedo con más miedo y leer en voz alta relatos de fantasmas junto a la chimenea. Byron propuso a cada uno de los presentes escribir un cuento de terror, y las ideas que surgieron se fueron exponiendo a lo largo de los días siguientes. Los dos famosos poetas no estuvieron a la altura del reto, pero los relatos de dos de los escritores aficionados (Claire estaba demasiado ocupada emborrachándose y fumando opio) pasarían a la Historia. Por un lado Mary, iluminada por los relámpagos que caían sin cesar fuera de la casa, mezcló algunos de sus miedos personales relacionados con la Muerte y una historia que había oído sobre un médico alemán para dar vida a lo que acabaría siendo Frankenstein, obra rompedora que plantearía interesantes preguntas sobre la Ciencia, la Existencia y el Alma. Por otra parte, Polidori mezcló una antigua idea de su “amo” Byron con su secreta pasión por él y la transmutó en El Vampiro, obra clave que con su metáfora de Amor y Muerte, de posesión y liberación en el secuestro, reencarnaría después en el Drácula literario de Bram Stoker y más tarde en el Nosferatu cinematográfico de Murnau. De esta noche de tres días surgió una nueva idea de la Belleza, de la Libertad y de la pasión; gran parte del arte moderno deriva de esta tensión, de esta rebelión que encontró Belleza donde otros decían que no la había, de la fascinación por el abismo, del hechizo de lo monstruoso.




Después de haber hecho la semana pasada una breve reflexión acerca del miedo, su base fisiológica, cuándo está o no justificado y cómo el Conocimiento sirve para combatirlo, en esta segunda entrega empezaremos a hablar precisamente de la Belleza inherente al miedo, de por qué las novelas y películas de terror nos asustan pero también nos divierten. Un elemento determinante en la manera en que experimentamos el miedo es el contexto. La amígdala, responsable de la respuesta inicial de lucha o huída de la que ya hemos hablado, está estrechamente conectada con otra parte del cerebro llamada hipocampo, que junto con el córtex prefrontal participa en el procesamiento del contexto a un nivel superior, ayudando al cerebro a evaluar si la amenaza percibida es real. Si no lo es, las vías inhibitorias reducen la respuesta de miedo de la amígdala y sus consecuencias en los procesos posteriores. Básicamente, nuestras áreas pensantes del cerebro tranquilizan a nuestras áreas emocionales y las convencen de que estamos en un entorno seguro.

Esa sensación de control es fundamental en la manera en que experimentamos el estímulo del miedo y respondemos ante él. Cuando racionalizamos la situación y superamos el impulso inicial de huída, ese estado de excitación puede convertirse rápidamente no solo en tranquilidad sino incluso en una emoción positiva, en satisfacción y alegría. Además el miedo crea distracción, lo que puede ser también positivo: mientras algo nos causa miedo, aunque sea en un entorno seguro, estamos muy pendientes de ello y no nos preocupamos por otros asuntos que de lo contrario podrían monopolizar nuestro pensamiento (tener problemas en el trabajo o un examen importante a la vista), lo que hace que estemos concentrados en el presente y podamos desconectar un poco… En otras palabras, disfrutamos de las novelas y películas de terror porque sabemos que son mentira y que nos ayudan a evadirnos por un rato de los auténticos problemas, para poder hacerles frente después con fuerzas renovadas y mayor confianza en nosotros mismos.




Como ya sabéis, yo soy más de películas que de novelas, así que a partir de aquí me centraré sobre todo en el Cine de terror. Aunque los relatos nos sirvan para evadirnos de los problemas reales, también podría afirmarse que los subgéneros de terror más de moda en cada momento tienen sus raíces en las correspondientes inquietudes de la gente en esa época. Así, por ejemplo, las películas de monstruos gigantes de los años 50 están claramente relacionadas con el temor a la bomba atómica. A lo largo de la historia del Cine los distintos estilos han ido reflejando los cambios en la sociedad, siendo bien larga la lista de temas: tenemos el miedo al mal uso de la Ciencia, al que es diferente, a las catástrofes naturales, a los rincones oscuros de nuestra propia psique o al mismísimo demonio encarnado, pasando por las películas de terror adolescente de los 70 y los 80 hasta llegar al “torture porn” de los últimos años, que muestra la violencia de la forma más gráfica y desagradable posible. Hay incluso quien defiende la teoría de que la mayor preocupación por el terrorismo desde el atentado de las Torres Gemelas está relacionada con el auge de las películas sobre apocalipsis zombies.

Una de las mayores necesidades de la especie humana es la creación de mitos que, como Drácula o el monstruo del Doctor Frankenstein, nos plantean a través de un relato fantástico preguntas enraizadas en la realidad de nuestro propio tiempo. Estos mitos no son fruto de la voluntad de nadie en particular sino que los va moldeando la sociedad en su conjunto, y en este mismo momento se tiene que estar forjando alguno que todavía desconocemos… La Humanidad actual se encuentra controlada por el ojo electrónico, atrofiada por el exceso de consumo y amenazada por el cambio climático: es muy probable que alguno de estos temas acabe generando mitos nuevos, pero es impredecible saber cuál de ellos, ni cómo serán esos mitos… y la gracia está precisamente en no saberlo. La semana que viene, como conclusión de esta entrada, os haré un resumen de las películas que más miedo me han dado a lo largo de los años, desde que era un niño hasta hace bien poco.