lunes, 30 de octubre de 2017

Visitando la Biblioteca


Hoy toca hablar un poco de San Miguel de los Reyes. Situado a la salida de la ciudad, junto a la Ronda Norte de Valencia, este monasterio cuyo aspecto recuerda un poco al del Escorial se levantó en el S.XVI sobre los restos de una abadía más antigua. Pasada la Desamortización de Mendizábal, se utilizó como cárcel desde mediados del S.XIX hasta mediados del XX, y después sufrió una época de abandono. Ya rehabilitado, actualmente es la sede de la Biblioteca Valenciana, con salas de consulta, zonas dedicadas a la restauración y depósitos para los libros antiguos con los últimos adelantos en lo referente a preservación y prevención contra incendios. También destaca su extensa colección de máquinas de imprenta antiguas. Ya os conté en el blog que hace años pasé una temporada en su hemeroteca, buscando en periódicos antiguos las esquelas de mis antepasados.

Además de servir como biblioteca y archivo, el edificio alberga en sus salas un par de exposiciones que van cambiando cada cierto tiempo, y el claustro sur es de vez en cuando escenario de conciertos al aire libre. Hay visitas guiadas gratuitas todas las semanas, y actividades especiales todos los años el 29 de septiembre, día de San Miguel. Es en esta fecha, en torno a las nueve y media de la mañana, cuando un rayo de luz entra por una ventana de la fachada este, baja por la escalera, atraviesa un pequeño ventanuco al otro lado del pasillo y llega hasta una cripta subterránea, donde ilumina durante un rato el punto exacto donde supuestamente están enterrados bajo unas baldosas los restos mortales de Germana de Foix y su tercer marido, el Duque de Calabria… En resumen, un lugar muy interesante en todos los sentidos; si vivís en Valencia y no os habéis acercado os recomiendo que lo hagáis algún día. Para ir haciendo boca, aquí tenéis quince de las fotos que he sacado en mis visitas al monasterio.

















lunes, 23 de octubre de 2017

Variaciones Sobre el Mismo Tema


Esta semana he estado muy liado y no he tenido mucho tiempo para generar contenidos nuevos en el blog (y, para qué engañarnos, la ausencia de comentarios tampoco ayuda mucho a motivarse). También me he dado cuenta de que hace meses que no publico una entrada sobre Música, así que he decidido recuperar un trabajo, hecho por un gran aficionado a Tolkien al que conozco de toda la vida, en el que se analizan los distintos temas musicales en la banda sonora de El Señor de los Anillos. Se llama tema o motivo musical a una melodía que se repite varias veces a lo largo de una obra y que se asocia a un determinado personaje, lugar, objeto o idea, haciéndose variaciones de ella (cambios de instrumentación, tempo o melodía) o combinaciones con otros temas para comunicar distintas emociones según la situación. En la banda sonora de la trilogía cinematográfica hay multitud de temas enlazados entre sí que la convierten en una obra musical complejísima e increíblemente elaborada, en la que podemos apreciar nuevos matices cada vez que la escuchamos.

Este análisis sobre la fantástica labor del compositor, el canadiense Howard Shore, empezó a gestarse antes del estreno de la conclusión de la trilogía en 2003, y lleva colgado en Internet en su formato más actualizado alrededor de una década. El texto incluye enlaces a breves archivos de audio (que se pueden abrir en una nueva pestaña) para cada interpretación de los temas a la que se hace referencia. Desde que se colgó han aparecido en formato libro, en distintas páginas web o en YouTube otros muchos análisis visualmente más atractivos y muy bien documentados, pero os animo a que le echéis un vistazo a este, que también es muy interesante… Estoy seguro de que al autor no le importará en absoluto que le enlace.



lunes, 16 de octubre de 2017

Afilar la Mirada


Hay cosas que nos hacen felices que son sencillas y otras que no lo son. Centrémonos en las primeras, lo que muchas veces hemos dado en llamar “placeres sencillos”. A medida que crecemos, por pura repetición, estos placeres van perdiendo su componente de novedad y producen menos satisfacción, con lo que se hace necesario un esfuerzo consciente, un cierto grado de concentración, para volver a valorarlos en su justa medida. Me da la impresión de que volver a ver las cosas con los ojos de un niño no consiste en repetir exactamente las mismas experiencias sensoriales que tenías cuando eras pequeño… Creo que es algo distinto, y además mejor; a ver si me explico. Cuando eras niño, rascar la superficie de las cosas ya suponía una novedad, así que no necesitabas profundizar mucho para experimentar el placer de descubrir algo nuevo. Cuando creces, no te basta con volver a arañar la superficie, necesitas percibir más capas de la misma experiencia, disfrutarla a varios niveles de complejidad cada vez mayor




Por ejemplo, yo ahora mismo miro a la Luna y no solo veo la Luna y punto: pienso en la decena larga de hombres que estuvieron allí a finales de los 60 y principios de los 70, en cómo se formó hace miles de millones de años a partir de la colisión de la Tierra con Tea, en cuánto tiempo tarda la luz en recorrer la distancia entre ella y mis ojos… Aprender todas estas cosas desde luego no es fácil, cuesta mucho trabajo; pero una vez las has interiorizado, las asociaciones salen casi solas, y resulta muy sencillo experimentar felicidad a partir de estímulos bastante simples. Es cuestión de saber ver la complejidad que subyace detrás de esos estímulos, de “entrenar la mirada”, de afilarla, en el sentido de aguzar no solo la vista sino también el entendimiento…

Por tanto, al menos en mi caso, además de la atención a los pequeños detalles también el Conocimiento de cómo funciona el Universo y de cómo todo está relacionado entre sí es muy importante a la hora de ser feliz. Por eso uno de mis objetivos vitales es intentar aprender algo nuevo cada día para ser capaz de detectar toda la Belleza que hay a mi alrededor. La Ciencia nos abre las puertas a nuevos estratos de Belleza de la Existencia, a muy distintas escalas en el Espacio y en el Tiempo, más allá de lo que perciben nuestros sentidos. Nuestro cerebro, nuestra inteligencia, nos permite “ver”, en el sentido de comprender, las cosas más pequeñas y las más grandes, las muy rápidas o muy lentas, las invisibles, o muy lejanas, o del futuro, o del pasado remoto.




Os pongo otro ejemplo. Imaginad una comida con amigos en el restaurante Racó del Mar, en la plaza de San Vicente Ferrer de Valencia. Puede ser que la camarera no esté muy simpática ese día o que el café sepa un poco a quemado; detalles como estos bastarían para amargarle la experiencia a alguien que no sepa ver más allá, pero hay que intentar considerar la parte positiva del asunto. Si uno conoce los detalles sobre la situación del restaurante y elige la mesa apropiada, estará sentado junto a los restos arqueológicos de la pared este o encima de la lámina de metacrilato que protege otros importantes hallazgos… Donde la mayoría de gente vería solo unas piedras yo, como buen entendido en la(s) materia(s), soy capaz de intuir una serie de apasionantes conexiones con el pasado reciente y lejano.

Mi mente retrocede primero hasta 1990, año en que se realizaron las excavaciones arqueológicas que dieron lugar a estos descubrimientos, y me contagio de la emoción que debieron sentir los técnicos del Ayuntamiento al ser conscientes del hallazgo que tenían entre manos… Porque estas piedras corresponden en parte a la muralla árabe del S.XII, pero también a las gradas orientales del circo romano, que habían actuado hasta entonces como línea defensiva de la ciudad y después, ligeramente modificadas, sirvieron como cimientos y base para la muralla. Mi mente retrocede más allá de la época visigoda, llegando a la etapa de mayor esplendor de la ciudad romana imperial: hasta el S.V se celebraron aquí las carreras de cuadrigas, con los equipos rojo, azul, blanco y verde compitiendo por la victoria y levantando pasiones y rivalidades entre los seguidores que dejan en pañales al fútbol de hoy en día.




Pero mi imaginación no se detiene donde acaban los registros escritos de nuestra Historia… Los bloques de piedra caliza usados por los romanos proceden seguramente de las canteras de Godella y se formaron por la sedimentación y compactación durante millones de años de las conchas de pequeños animales marinos, cuando los terrenos en los que vivimos ahora estaban sumergidos en aguas poco profundas… Y yendo aún más allá, los átomos de carbono, oxígeno o calcio que forman los cristales de estos minerales se generaron por fusión nuclear en el interior de una supernova distante, antes de la formación de nuestro sistema estelar hace cuatro mil quinientos millones de años. En resumen, lo que a ojos de un profano parecería tan solo una piedra decorativa en un restaurante encierra, para el que sabe leer entre líneas, infinidad de historias maravillosas que le conectan con el Cosmos a muy distintos niveles… Pensándolo detenidamente uno se pregunta: ¿No es maravilloso el mero hecho de estar vivo en un Mundo tan complejo y a la vez tan comprensible tras realizar un mínimo esfuerzo intelectual? Por supuesto, se trata de una pregunta retórica: la respuesta es obviamente afirmativa.



lunes, 9 de octubre de 2017