lunes, 22 de mayo de 2017

A Fuego (III)


Mi pareja más duradera (de entre todas mis relaciones es a ella a la que podríamos llamar “mi ex”) tenía bastantes aficiones y rasgos en común conmigo, a pesar de ser varios años más joven que yo. Empecé a salir con ella tras una larga y agridulce conversación, sentados en un banco en el Jardín Botánico, en la que me habló de sus traumas de adolescencia y sus problemas de autoestima. Además de este recuerdo de su valiente confesión, de aquel día me ha quedado otra imagen: la de los dos esperando en el paso de cebra de la Gran Vía Fernando el Católico, de vuelta hacia su casa, cogidos de la mano, como sellando sin palabras el contrato de nuestra relación, incluso después de haber leído yo la letra pequeña… Me recuerda a aquel semáforo y aquel banco de la Plaza del Ayuntamiento, años atrás, con mi compañera de la Universidad, aunque en este caso el banco vino antes que el semáforo.

También nos recuerdo, algunos días o semanas más tarde, besándonos en el sofá, aprovechando la ausencia de mis padres. Poco a poco habíamos ido pasando a una posición horizontal y yo estaba recostado encima de ella cuando de pronto me preguntó: “¿Te importa que me desabroche el sujetador?” Lo dijo de una manera tan dulce, tan inocente, tan adorable, que esa frase forma también parte del recuerdo… ¡Por supuesto que no me importaba, era justamente lo que estaba deseando! Cuando se abrió la blusa y se soltó el sujetador a mí se me abrieron las puertas del Paraíso, casi me entraron ganas de echarme a cantar de alegría: no llevaba relleno ni le hacía ninguna falta, tenía unos pechos (y supongo que los sigue teniendo) prácticamente perfectos.




Esta fue, como digo, una relación mucho más larga: duró varios años donde las dos anteriores habían sido tan solo de semanas y de meses. De ella tengo por tanto bastantes recuerdos intensos, y muchos de ellos son de índole sensual o directamente sexual: en mi sofá, en el suyo, en mi cama y en la suya, en algunos rincones de la ciudad discretos y apartados de miradas curiosas, o incluso entre las aguas del Mediterráneo… Pero un caballero no debería dar demasiados detalles en lo tocante a este tema, así que no entraré en descripciones más pormenorizadas; es algo que me reservo para mí, y que espero que ella recuerde también con cariño.

Por supuesto, me acuerdo de la discusión que supuso el fin de nuestra relación, originada por nuestras diferencias a la hora de entender la vida en pareja bajo el mismo techo, y por ciertos roces que tuve con su familia sin encontrar nada de apoyo por su parte. Fue una discusión que empezó en la calle, en la zona del Centro Deportivo de Abastos, y que terminó en este piso en el que escribo ahora, en el que vivieron mis abuelos maternos y del que me mudaré pronto… Son dos escenas las que se me han quedado en la memoria. En una de ellas estoy yo sentado en el sillón del dormitorio, solo, tembloroso, angustiado, con la cabeza entre las manos, como inmerso en una pesadilla, tratando de decidir si le doy o no otra oportunidad a la relación, mientras ella piensa por su lado en el comedor, tan cerca de mí y a la vez tan lejos. En la otra, de pie junto a la cama antes de acostarnos esa misma noche, ella me pide que la abrace y yo lo hago, pero ya sin besarla en los labios, igual que aquella chica francesa había hecho conmigo unos años antes… Creo que fue una decisión acertada, pero aun después de todos estos años sigue habiendo ocasiones, de vez en cuando, en que la echo de menos.




A la vista está que la mayoría de mis recuerdos esenciales están relacionados con mi vida sentimental, y varios de ellos directamente con el sexo… A medida que escribía la entrada me han ido surgiendo imágenes relacionadas con otros ámbitos de la vida, pero he decidido no hacer trampa y mantener mi selección inicial: las más intensas, las que han salido primero, casi sin pensar. ¿Debo preocuparme por que sean estas y no otras? ¿Soy acaso un obseso sexual? ¿Sería mi selección distinta si no me hubiera pasado estos últimos años buscando sin éxito una nueva pareja? Creo que no, pero… ¿quién sabe?

Otra cosa que he notado haciendo memoria es que las mujeres que más me han impactado siempre me han dado calabazas o han escogido a otros antes de poder decidirme, mientras que las que sí aceptaron salir conmigo, aun siendo cada una mejor que la anterior, me generaron una primera impresión algo más tibia, lo que se traducía más tarde o más temprano en una ruptura… ¿Significa eso que realmente eran mejores las mujeres que no quisieron salir conmigo, o simplemente que las tenía idealizadas en mi cabeza y no les habría ido sacando los defectos hasta que no las hubiera conocido mejor? ¿Debería haber sido realista, rebajado mis expectativas y continuado con mi ex? En tal caso, posiblemente (solo posiblemente) ahora no estaría tan feliz conmigo mismo, y con toda seguridad este blog no habría existido nunca. ¿Forma parte este juego de ilusiones de un complot de mi cerebro para seguir gozando de total libertad e independencia, pagando para ello con mi soledad? ¿Se trata acaso de un plan que me he montado sin darme cuenta para no llegar a conocer del todo a nadie nunca más, y de ese modo no arriesgar en la vida?




Algo anterior al de la ruptura con mi ex, el penúltimo recuerdo intenso que tengo, cronológicamente hablando, está relacionado con mi abuela materna. Como ya os comenté antes en el blog, había estado muy bien de salud hasta los noventa y pocos, pero tuvo un ictus y perdió algo de movilidad en una pierna y un brazo, con lo que hubo de trasladarse a casa de mis padres. Por aquel entonces yo aún vivía con ellos, así que los tres nos turnábamos para cuidarla. Yo además la ayudaba diariamente con los ejercicios de rehabilitación, para fortalecer los músculos de la pierna y el brazo; era un momento agradable para mí porque me sentía útil, y también para ella porque aprovechábamos para compartir historias de la familia y charlar de esto o de aquello, lo cual hacía que se sintiera más acompañada.

Al cabo de unos meses sufrió otro episodio repentino y empezó a tener una gran sensación de agobio, con lo que pedimos ayuda médica por teléfono. La imagen que recuerdo muy bien es la de ella, sentada, susurrando algo sofocada: “¡No van a llegar a tiempo!” Yo estaba a su lado y con una mano le tocaba la frente, para controlar la temperatura, mientras que le pedía que me apretara la otra con su mano floja, para evaluar el alcance del nuevo ictus. Le pedí además que respirase hondo, profundamente, para relajarse, y la animé diciéndole que lo estaba haciendo todo muy bien… Minutos después, ya algo más tranquila, la pobre se fue apagando poco a poco hasta que se nos fue. Me pregunto si en aquel instante le estaban pasando por la cabeza, a modo de resumen final, los recuerdos más intensos de su propia vida, incluyendo algunos de cierto tipo que yo no he tenido y tal vez nunca tendré, como los asociados a los hijos, nietos y biznietos, o los de la época de la Guerra Civil. Y me pregunto también si algunas de las vivencias que os estoy describiendo en el blog estas semanas me pasarán a mí por la cabeza en mis últimos momentos… Sigue pendiente la largamente prometida entrada acerca de la Muerte.




Repasando más despacio la lista completa y recapitulando un poco he llegado a la conclusión de que, al menos en mi caso, las imágenes grabadas a fuego en mi memoria están relacionadas con el aprendizaje y las primeras veces, con la vida en pareja y el sexo o con la cercanía de la Muerte, ya sea la mía propia o la de mis seres queridos. Estas tres categorías pueden asociarse a tres de las etiquetas más importantes del blog: Conocimiento, Belleza y Tiempo. La contraposición de Amor y Muerte me ha traído a la cabeza los conceptos de Eros y Thanatos, acuñados en su día por Sigmund Freud, pero documentándome un poco he visto que Thanatos hace referencia sobre todo a las pulsiones autodestructivas y de agresividad, que no tienen mucho que ver con mis recuerdos esenciales…

Sí se puede decir, en cualquier caso, que estos recuerdos son de experiencias asociadas a emociones muy primarias e instintos muy básicos, arraigados en el sistema límbico más que en el córtex; y que cuanto más intensa es la emoción, más vívido es el recuerdo. Hasta tal punto están asociados con la parte más primitiva de mi cerebro que muchos de ellos, como el episodio del Errol Flynn o la noche que pasé abrazado a la francesa, ni siquiera constan de palabras. Y supongo que no seré el único al que le pase esto… Tal vez seamos humanos, pero seguimos siendo animales.




Últimamente he tenido muchas satisfacciones y algunas cosas por las que lamentarme, pero no recuerdo ninguna imagen mental potente de estos últimos años, ni en lo bueno ni en lo malo… Tal vez es simplemente porque hay que dejar pasar un poco más de Tiempo para saber si los momentos en cuestión van a dejar una huella indeleble… En lo que respecta a mi vida sentimental, a veces me pregunto si tomé las decisiones adecuadas con estas mujeres, si podría haber hecho o dejado de hacer algo para poder estar ahora mismo con alguna de ellas, y si eso me hubiera hecho más feliz o no… Me pregunto si me surgirán más oportunidades como las que he tenido hasta ahora en lo que me queda de vida. Espero que así sea; espero poder tener pronto alguno de estos momentos especiales, un momento intenso y bonito, en el que el Tiempo parezca detenerse, para añadir a mi colección… Y ojalá pueda compartir ese momento selecto con alguien que sea también especial. Se diría que ahora mismo estoy en la acera, frente al paso de cebra, esperando a que el semáforo de mi suerte se ponga verde…

Y con esto acabo ya, siendo la entrega de hoy la que casualmente hace un cuarto de millar. El tema de esta entrada múltiple entronca sin duda con los recuerdos esenciales de los que se habla en Inside Out, la fantástica película de animación de Pixar; más adelante dedicaremos otra entrada a analizarla y a seguir explicando cómo funciona ese maravilloso mecanismo, tal vez el más complejo del Universo, que es nuestro cerebro.



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