Hace unos meses dediqué una mañana a pasear por el Campus de Vera
de la Universidad Politécnica, y sacar unas cuantas fotografías. Era un día
soleado, y me pareció un lugar muy agradable para dar
una vuelta o sentarse en un banco a ver pasar el Tiempo. Le he pegado un
vistazo a las fotos y he hecho una selección que dividiré en dos partes: hoy os
adjunto las mejores instantáneas de los edificios, jardines y esculturas,
y la semana que viene me centraré en el arte mural o más efímero que abunda en
la zona. Espero que os gusten.
lunes, 29 de mayo de 2017
lunes, 22 de mayo de 2017
A Fuego (III)
Mi pareja más duradera (de entre todas mis relaciones es a ella a la que
podríamos llamar “mi ex”) tenía bastantes aficiones y rasgos en común conmigo,
a pesar de ser varios años más joven que yo. Empecé a salir con ella tras una
larga y agridulce conversación, sentados en un banco en el Jardín Botánico,
en la que me habló de sus traumas de adolescencia y sus problemas de autoestima.
Además de este recuerdo de su valiente confesión, de aquel día me ha quedado
otra imagen: la de los dos esperando en el paso de cebra de la Gran Vía
Fernando el Católico, de vuelta hacia su casa, cogidos de la mano, como
sellando sin palabras el contrato de nuestra relación, incluso después de haber
leído yo la letra pequeña… Me recuerda a aquel semáforo y aquel banco de la
Plaza del Ayuntamiento, años atrás, con mi compañera de la Universidad, aunque
en este caso el banco vino antes que el semáforo.
También nos recuerdo, algunos días o semanas más tarde, besándonos en el
sofá, aprovechando la ausencia de mis padres. Poco a poco habíamos ido pasando
a una posición horizontal y yo estaba recostado encima de ella cuando de pronto
me preguntó: “¿Te importa que me desabroche el sujetador?” Lo dijo de una
manera tan dulce, tan inocente, tan adorable, que esa frase forma también parte
del recuerdo… ¡Por supuesto que no me importaba, era justamente lo que estaba
deseando! Cuando se abrió la blusa y se soltó el sujetador a mí se me abrieron
las puertas del Paraíso, casi me entraron ganas de echarme a cantar de alegría: no llevaba relleno ni le hacía
ninguna falta, tenía unos pechos (y supongo que los sigue teniendo) prácticamente perfectos.
Esta fue, como digo, una relación mucho más larga: duró varios años donde
las dos anteriores habían sido tan solo de semanas y de meses. De ella tengo por
tanto bastantes recuerdos intensos, y muchos de ellos son de índole sensual o
directamente sexual: en mi sofá, en el suyo, en mi cama y en la suya, en algunos
rincones de la ciudad discretos y apartados de miradas curiosas, o incluso entre las aguas del Mediterráneo… Pero
un caballero no debería dar demasiados detalles en lo tocante a este tema, así
que no entraré en descripciones más pormenorizadas; es algo que me reservo para
mí, y que espero que ella recuerde también con cariño.
Por supuesto, me acuerdo de la discusión que supuso el fin de nuestra relación,
originada por nuestras diferencias a la hora de entender la vida en pareja bajo
el mismo techo, y por ciertos roces que tuve con su familia sin encontrar nada
de apoyo por su parte. Fue una discusión que empezó en la calle, en la zona del
Centro Deportivo de Abastos, y que terminó en este piso en el que escribo
ahora, en el que vivieron mis abuelos maternos y del que me mudaré pronto…
Son dos escenas las que se me han quedado en la memoria. En una de ellas estoy
yo sentado en el sillón del dormitorio, solo, tembloroso, angustiado, con la
cabeza entre las manos, como inmerso en una pesadilla, tratando de decidir si
le doy o no otra oportunidad a la relación, mientras ella piensa por su lado en
el comedor, tan cerca de mí y a la vez tan lejos. En la otra, de pie junto a la
cama antes de acostarnos esa misma noche, ella me pide que la abrace y yo lo
hago, pero ya sin besarla en los labios, igual que aquella chica francesa había
hecho conmigo unos años antes… Creo que fue una decisión acertada, pero aun después
de todos estos años sigue habiendo ocasiones, de vez en cuando, en que la echo de menos.
A la vista está que la mayoría de mis recuerdos esenciales están
relacionados con mi vida sentimental, y varios de ellos directamente con el
sexo… A medida que escribía la entrada me han ido surgiendo imágenes
relacionadas con otros ámbitos de la vida, pero he decidido no hacer trampa y
mantener mi selección inicial: las más intensas, las que han salido primero,
casi sin pensar. ¿Debo preocuparme por que sean estas y no otras? ¿Soy acaso un obseso sexual? ¿Sería mi
selección distinta si no me hubiera pasado estos últimos años buscando sin
éxito una nueva pareja? Creo que no, pero… ¿quién sabe?
Otra cosa que he notado haciendo memoria es que las mujeres que más me han
impactado siempre me han dado calabazas o han escogido a otros antes de poder decidirme,
mientras que las que sí aceptaron salir conmigo, aun siendo cada una mejor que
la anterior, me generaron una primera impresión algo más tibia, lo que se
traducía más tarde o más temprano en una ruptura… ¿Significa eso que realmente
eran mejores las mujeres que no quisieron salir conmigo, o simplemente que las
tenía idealizadas en mi cabeza y no les habría ido sacando los defectos hasta
que no las hubiera conocido mejor? ¿Debería haber sido realista, rebajado mis expectativas
y continuado con mi ex? En tal caso, posiblemente (solo posiblemente) ahora no estaría
tan feliz conmigo mismo, y con toda seguridad este blog no habría existido
nunca. ¿Forma parte este juego de ilusiones de un complot de mi cerebro para
seguir gozando de total libertad e independencia, pagando para ello con mi soledad?
¿Se trata acaso de un plan que me he montado sin darme cuenta para no llegar a conocer del todo a nadie nunca más, y de
ese modo no arriesgar en la vida?
Algo anterior al de la ruptura con mi ex, el penúltimo recuerdo intenso que
tengo, cronológicamente hablando, está relacionado con mi abuela materna. Como
ya os comenté antes en el blog, había estado muy bien de salud hasta los
noventa y pocos, pero tuvo un ictus
y perdió algo de movilidad en una pierna y un brazo, con lo que hubo de
trasladarse a casa de mis padres. Por aquel entonces yo aún vivía con ellos, así
que los tres nos turnábamos para cuidarla. Yo además la ayudaba diariamente con
los ejercicios de rehabilitación, para fortalecer los músculos de la pierna y el
brazo; era un momento agradable para mí porque me sentía útil, y también para
ella porque aprovechábamos para compartir historias de la familia y charlar de esto
o de aquello, lo cual hacía que se sintiera más acompañada.
Al cabo de unos meses sufrió otro episodio repentino y empezó a tener una
gran sensación de agobio, con lo que pedimos ayuda médica por teléfono. La
imagen que recuerdo muy bien es la de ella, sentada, susurrando algo sofocada:
“¡No van a llegar a tiempo!” Yo estaba a su lado y con una mano le tocaba la
frente, para controlar la temperatura, mientras que le pedía que me apretara la
otra con su mano floja, para evaluar el alcance del nuevo ictus. Le pedí además
que respirase hondo, profundamente, para relajarse, y la animé diciéndole que
lo estaba haciendo todo muy bien… Minutos después, ya algo más tranquila, la
pobre se fue apagando poco a poco hasta que se nos fue. Me pregunto si en aquel
instante le estaban pasando por la cabeza, a modo de resumen final, los
recuerdos más intensos de su propia vida, incluyendo algunos de cierto tipo que
yo no he tenido y tal vez nunca tendré, como los asociados a los hijos, nietos
y biznietos, o los de la época de la Guerra Civil. Y me pregunto también si
algunas de las vivencias que os estoy describiendo en el blog estas semanas me
pasarán a mí por la cabeza en mis últimos momentos…
Sigue pendiente la largamente prometida entrada acerca de la Muerte.
Repasando más despacio la lista completa y recapitulando un poco he llegado
a la conclusión de que, al menos en mi caso, las imágenes grabadas a fuego
en mi memoria están relacionadas con el aprendizaje y las primeras veces, con la
vida en pareja y el sexo o con la cercanía de la Muerte, ya sea la mía propia o
la de mis seres queridos. Estas tres categorías pueden asociarse a tres de las
etiquetas más importantes del blog: Conocimiento, Belleza y Tiempo. La
contraposición de Amor y Muerte me ha traído a la cabeza los conceptos de Eros y Thanatos,
acuñados en su día por Sigmund Freud, pero documentándome un poco he visto que
Thanatos hace referencia sobre todo a las pulsiones autodestructivas
y de agresividad, que no tienen mucho que ver con mis recuerdos esenciales…
Sí se puede decir, en cualquier caso, que estos recuerdos son de
experiencias asociadas a emociones muy primarias e instintos muy básicos,
arraigados en el sistema límbico más que en el córtex; y que cuanto más intensa es la emoción, más vívido es el recuerdo.
Hasta tal punto están asociados con la parte más primitiva de mi cerebro que
muchos de ellos, como el episodio del Errol Flynn o la noche que pasé abrazado
a la francesa, ni siquiera constan de palabras. Y supongo que no seré el único
al que le pase esto… Tal vez seamos humanos, pero seguimos siendo animales.
Últimamente he tenido muchas satisfacciones y algunas cosas por las que
lamentarme, pero no recuerdo ninguna imagen mental potente de estos últimos
años, ni en lo bueno ni en lo malo… Tal vez es simplemente porque hay que dejar
pasar un poco más de Tiempo para saber si los momentos en cuestión van a dejar
una huella indeleble… En lo que respecta a mi vida sentimental, a veces me
pregunto si tomé las decisiones adecuadas con estas mujeres, si podría haber
hecho o dejado de hacer algo para poder estar ahora mismo con alguna de ellas,
y si eso me hubiera hecho más feliz o no… Me pregunto si me surgirán más
oportunidades como las que he tenido hasta ahora en lo que me queda de vida.
Espero que así sea; espero poder tener pronto alguno de estos momentos
especiales, un momento intenso y bonito, en el que el Tiempo parezca detenerse,
para añadir a mi colección… Y ojalá pueda compartir ese momento selecto con
alguien que sea también especial. Se diría que ahora mismo estoy en la acera,
frente al paso de cebra, esperando a que el semáforo de mi suerte se ponga
verde…
Y con esto acabo ya, siendo la entrega de hoy la que casualmente hace un
cuarto de millar. El tema de esta entrada múltiple entronca sin duda con los
recuerdos esenciales de los que se habla en Inside Out,
la fantástica película de animación de Pixar; más adelante dedicaremos otra
entrada a analizarla y a seguir explicando cómo funciona ese maravilloso
mecanismo, tal vez el más complejo del Universo, que es nuestro cerebro.
lunes, 15 de mayo de 2017
A Fuego (II)
La semana pasada empecé a relataros la lista de los recuerdos más intensos
de mi infancia y juventud, y os comenté que la mayoría de las imágenes que se
me han quedado grabadas en la memoria corresponden a mi vida sentimental. Os
estuve contando que en los primeros años de carrera salí con una compañera de
clase durante unas semanas e hice algún tímido avance con otra amiga, con la que
al final no llegó a concretarse nada… También durante mi época universitaria, aunque
algo más tarde, hubo una chica que me impactó de veras. Había sido antes pareja
de un colega mío, pero hacía ya mucho que lo habían dejado. Era muy inteligente y muy ingeniosa, y tenía un
sentido del humor muy agudo (algo que considero importante en una mujer) aunque
también a veces algo retorcido (recuerdo que me llevó al cine a ver Funny Games y pasé un mal rato horroroso, me
hubiera salido a mitad de no haber estado con ella). Estudiábamos en el mismo
campus universitario y coincidíamos a mediodía en el césped de la explanada,
con un par de amigos más, para charlar un rato sentados al sol (yo tengo una
ligera alergia a las gramíneas, pero me sacrificaba de nuevo y me la aguantaba
para poder estar cerca de ella).
Fue la primera mujer que me dio calabazas, y ese es el momento que se me ha
quedado grabado: no estoy seguro de si fue durante la fiesta anual del campus, pero
sí recuerdo que fue en la parada del autobús número 63, y que había mucha gente
alrededor. Yo me había decidido a dar el gran paso ese día y la estuve buscando
un buen rato, hasta que la vi yendo hacia la parada y me pegué una carrera para
alcanzarla. Cuando le dije, todavía jadeando, que me parecía la mujer más
maravillosa del mundo le entró una risita nerviosa y como respuesta me repetía
una y otra vez, con una sonrisa angustiada: “Lo siento, no te convengo, de
verdad, soy muy mala…”. Yo me quedé hecho polvo, pero acepté mi fracaso con
deportividad y seguimos viéndonos de vez en cuando,
siempre con otros amigos, hasta que una noche de fin de semana, unos meses
después, me demostró que efectivamente no era lo que más me convenía… Fue otro
de esos recuerdos que se te quedan grabados a fuego pero por desagradables,
y no voy a dar detalles aquí; simplemente diré que su comportamiento de aquella
noche fue desconsiderado, caprichoso, egocéntrico y retorcido (lo último tiene
un pase cuando se trata de ficción, pero esto era la cruda realidad).
Desde entonces fuimos perdiendo poco a poco el contacto y solo la he visto unas
pocas veces en los últimos años.
Mi siguiente recuerdo importante transcurre otra noche de fin de semana, en
un banco de los jardines del Palau de la Música, frente al antiguo cauce del
río. Casi terminando en la Universidad fui a pasar unos días con un compañero
de la carrera al apartamento de su nueva novia, y allí conocí a la hermana de
ella, que me cayó bastante bien, con lo que poco después estábamos saliendo
todos juntos, en plan “dobles parejas” (quizá más adelante hable con más
detalle en el blog de este formato de relación social, que tiene su miga…). Mi
recuerdo es del momento en el que, como suelen decir los americanos, “llegué a la segunda base”, introduciendo
mi mano por debajo de su blusa para desabrocharle el sujetador…
Sentí cierta desilusión cuando descubrí que la mayor parte de lo que se adivinaba
desde fuera no eran más que aros de metal y piezas de relleno, pero aun así fue
un momento muy agradable. Si mi anterior relación seria había durado semanas,
esta duró meses, pero tampoco en este caso hubo esa chispa, esa magia, esa
conexión a distintos niveles que hace falta para que la relación dure: también
guardo en mi colección de flashes el recuerdo agridulce de su carita confusa,
triste y resignada el día de la ruptura, entre los macizos de flores de la
Plaza de la Reina.
La última fotografía mental que os voy a relatar hoy vuelve a estar
relacionada con una mujer que me gustaba. Se trataba de una chica francesa
inteligente, simpática y adorable, con una belleza desgarbada pero muy natural
y muy sexy, con una gran sensibilidad artística y musical, y que tocaba el
piano y la guitarra como los propios ángeles. Creo que ya os hablé de ella
fugazmente una vez, hace tiempo: la de las cosquillas en las axilas.
Como es natural, éramos varios los chicos que revoloteábamos a su alrededor
como moscas sobre la miel, intentando conseguir su atención y tratando de salir
con ella. El momento en cuestión que recuerdo como si hubiese ocurrido ayer
empezó bien pero se convirtió en algo bastante extraño… Era fin de semana y el
resto de amigos se habían ido a pasar la noche fuera de la ciudad, con lo que
nos quedamos ella y yo solos en su piso, hablando, riendo, tocando la guitarra, compartiendo confidencias y
pasando un rato muy agradable. No recuerdo exactamente cómo, pero una cosa
llevó a la otra y de repente me estaba pidiendo que pasara la noche con ella.
Al principio fue algo precioso: los dos tumbados en su cama, haciendo la cucharita, con nuestros cuerpos
muy pegados… En su cadena sonaba el primer CD del Sketches for My Sweetheart the Drunk, de Jeff Buckley, y yo
la abrazaba muy fuerte y le acariciaba la cabeza, con mi nariz metida entre su
pelo. La melancólica Belleza de la música, el calor de su cuerpo y la fragancia
a flores de su champú y de su ropa me embriagaban, y el Tiempo pareció
detenerse. El resto del Universo había desaparecido y solo existía aquella
habitación, el Aquí y el Ahora, un instante perfecto que no me habría importado
vivir eternamente… Todavía hoy, sin esforzarme mucho, cierro los ojos y es como
si estuviera de nuevo allí.
Es entonces cuando empieza la parte más extraña del recuerdo: al cabo de un
buen rato intenté besarla pero, aunque seguía abrazada a mí, mis besos no
encontraban respuesta; sus labios estaban quietos y cerrados, tan inofensivos
como los de aquella niña con la que jugué a papás y mamás a los siete u ocho
años… era como si estuviera muerta.
No podía ver la expresión de su cara porque las luces estaban apagadas, y toda
la escena transcurrió en silencio, porque ella no hablaba y yo estaba tan
confuso que no se me ocurría qué decir. Así que, después de intentar sin éxito
durante un rato conseguir una respuesta por su parte, simplemente seguimos
abrazados el resto de la noche, mientras sonaba en bucle una y otra vez (puede
que hasta seis o siete) el segundo CD del álbum de Jeff Buckley,
que en comparación con el primero era bastante más áspero, crudo e inacabado,
como la situación en aquel momento. Fue una experiencia extraña y agridulce, y
no sé si ella llegó a dormir algo, pero yo desde luego no pegué ojo, en parte
abrumado por la proximidad de su cuerpo y en parte intentando interpretar lo
que había pasado.
A la mañana siguiente nos levantamos y desayunamos, y volvíamos a hablar y
a sonreírnos, pero solo como buenos amigos. Está claro que el significado de
aquello fue muy distinto para ambos: yo quería pasar el resto de mi vida con
ella y ella simplemente no quería dormir sola esa noche. El poso agridulce de
aquel fin de semana se tornó amargo poco después, cuando empezó a salir con otro de los chicos del grupo de
amigos… Yo lo pasé bastante mal durante un tiempo, pero aun así no renuncio a
este recuerdo, ni renunciaría a aquella noche incluso si tuviera el poder de
borrar a voluntad partes de mi pasado; seguro que una sola noche abrazado a
ella valió más que toda una relación con muchas de las petardas que hay por ahí
sueltas… Hace ya años que la francesa dejó a este otro chico y se fue de
España; he perdido el contacto con ella y no sé por qué continente andará viajando
ahora mismo, o si le estará dando a algún otro esos besos que yo no pude conseguir… Lo dejo aquí por hoy y continuaré la semana que viene: os hablaré de los recuerdos (bonitos y no tan
bonitos) que me han quedado de mi relación sentimental más prolongada (con la
que yo llamo siempre “mi ex”, la más importante) y a la vista de la colección
completa de recuerdos sacaré algunas conclusiones acerca del tema.
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