lunes, 4 de abril de 2016

Por Amor al Arte (II)


Seguimos hablando de preservación del Arte en tiempos de guerra, pero esta vez avanzamos unos pocos años, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En su día os comenté en el blog que los nazis no sólo se dedicaron a realizar una limpieza étnica, sino también una limpieza de las bibliotecas para eliminar cualquier posible recuerdo de las personas a las que mataban o querían matar… A la quema de cadáveres y de libros se añadía además la de cuadros, de la que hablaremos hoy. Tenemos constancia de que Adolf Hitler y sus lugartenientes eran ávidos coleccionistas de obras de arte, y de que allá donde llegaban en su conquista de Europa se dedicaban a buscarlas y recopilarlas. Por ejemplo, en París, el Museo del Jeu de Paume, en el Jardín de las Tullerías, se utilizó para almacenar y catalogar todas las obras de las colecciones privadas saqueadas (las de los museos importantes se habían puesto a salvo a tiempo), y Hermann Goering hacía frecuentes visitas para elegir las que se trasladarían a Alemania. También conocemos el proyecto (que no se llegó a realizar) del Museo del Führer en Linz, muy cerca del pueblo natal de Hitler en Austria, con cincuenta kilómetros de galerías que estarían repletas del mejor Arte…

La primera impresión que podemos tener al leer esto es la de que Hitler sí amaba el Arte, pero su apreciación del mismo era bastante obtusa y estrecha de miras. En primer lugar, se consideraba como buenas las piezas representativas del arte germánico europeo, y se seleccionaban según este criterio, eliminándose las obras de las razas “inferiores” como la judía o la eslava, indignas de la cultura aria. A los pintores abstractos, cubistas o modernistas como Picasso también los consideraban degenerados, destruyendo sus cuadros. En segundo lugar, las obras se requisaban por la fuerza a sus legítimos dueños sin importar quiénes fuesen, con especial saña en el caso de coleccionistas judíos como la familia Rothschild. Y en tercer lugar, como veremos luego, llegó un punto en el que Hitler decidió que incluso las obras seleccionadas no serían de nadie si no podía conservarlas en su poder… Pero no adelantemos acontecimientos.




En julio de 1944 se crea en el bando aliado el grupo de los Monuments Men, compuesto inicialmente por unas diez personas, principalmente historiadores, directores de museos y especialistas en Arte. Entraron por Normandía y se separaron, viajando a distintos puntos de Europa que iban siendo recuperados por los ejércitos aliados, algunos de ellos peligrosamente cerca del frente. Sus objetivos eran evitar en la medida de lo posible que se bombardearan o destruyeran lugares de interés histórico o artístico, e impedir el expolio cultural nazi averiguando el paradero de las obras robadas para restituirlas a sus legítimos dueños, ya fueran museos, iglesias o particulares. Su participación en la Guerra fue el germen de libros como el de Robert M. Edsel, escrito hace pocos años, en el cual se basó a su vez George Clooney para dirigir una película.

Con el tiempo llegarían a colaborar con los Monuments Men un total de trescientas cincuenta personas de trece nacionalidades diferentes: estadounidenses, ingleses, franceses, judíos alemanes… Gracias a una ardua labor de investigación y también a algún que otro golpe de suerte, fueron encontrando una gran cantidad de las obras requisadas, que habían sido escondidas por los nazis en minas de sal o de cobre, en castillos, o en lugares más insospechados, como una simple granja… Al acabar la Guerra dos de los Monuments Men del equipo original habían muerto en acto de servicio, pero a cambio miles de cuadros y esculturas habían sido recuperadas. Aunque la mayoría de piezas volvieron a su lugar de origen, otras muchas aún no han sido devueltas a los legítimos herederos hoy en día, a pesar de conocerse perfectamente su paradero, y han sido causa de procesos judiciales… Otras doscientas mil obras siguen desaparecidas, sin saberse a ciencia cierta si están ocultas o si fueron destruidas en la Guerra.




Que los Monuments Men hicieran su trabajo bien y sobre todo deprisa empezó a ser realmente importante a partir del 19 de marzo de 1945. Ese día, y consciente de que la derrota alemana era cada vez más probable, Hitler firmó la Orden sobre Demoliciones, posteriormente conocida como Orden Nerón, según la cual, en caso de retirada, debía destruirse todo recurso aprovechable antes que dejar que cayera en manos de los aliados, lo que incluía los edificios estratégicos y por tanto, de forma implícita, los monumentos y museos y las obras de arte que contuvieran. Esta política de tierra quemada ponía claramente de manifiesto la locura de Hitler: si Europa no podía ser suya, entonces no sería de nadie. De todos modos, para muchas ciudades del continente ya era tarde, porque habían sido sometidas a intensos bombardeos durante el conflicto.

El caso de París es bien distinto: se había rendido relativamente pronto, en 1940, por lo que sus bellos edificios y museos seguían intactos cuando Dietrich von Choltitz fue nombrado gobernador militar de la ciudad el 20 de julio de 1944. Faltaban varios meses para la firma de la Orden Nerón, pero ya el día de su nombramiento Hitler le dio personalmente a Choltitz instrucciones de no entregar París sin arrasarla primero, volando los puentes sobre el río Sena y otros palacios y monumentos como la Ópera, los Inválidos, la Torre Eiffel, Notre-Dame… A finales de agosto de 1944, el avance de la Segunda División Blindada Francesa sobre la ciudad forzó a Choltitz a aceptar la rendición, siendo detenido por los exiliados republicanos españoles de la Compañía Nueve y llevado ante el general Philippe Leclerc el día 25. En el momento de su detención ya se habían colocado explosivos en varios de los puntos acordados, pero la cuestión es que al final no se hicieron detonar, a pesar de que hubo tiempo de sobra para ello en la noche del 24 al 25.

No están claras las razones por las que Choltitz desobedeció las órdenes de Hitler; hay quien piensa que, viéndose perdido de todas formas, decidió no activar los explosivos para poder atribuirse el mérito y así evitar posibles represalias por parte de la Resistencia Francesa… Pero también es posible que sencillamente se diese cuenta de que Hitler no estaba en sus cabales, y de que era absurdo obedecer y destruir sin motivo (más allá del puro odio irracional) una de las ciudades más bellas de la Historia. Cuenta la leyenda que Hitler, al conocer la entrada de las tropas aliadas, preguntó: ¿Arde París? No quiero ni pensar cuál fue su reacción al enterarse de que Choltitz había ignorado sus instrucciones.




La destrucción de patrimonio en conflictos bélicos no acabó con el fin de la Segunda Guerra Mundial, y se sigue produciendo incluso hoy en día… También se habían dado muchos otros casos con anterioridad, y de hecho durante la guerra contra las tropas de Napoleón sucedió en Valencia algo que recuerda bastante a la Orden Nerón (otro día os cuento con calma la historia del Palacio Real)… Pero al menos podemos alegrarnos de que el destino de París no fuera el mismo que el de otras muchas ciudades a lo largo de la Historia. Desenlaces felices como el del 25 de agosto de 1944 ocurren de vez en cuando gracias a individuos con sentido común que, más allá de bandos y de obediencias ciegas, saben reconocer la auténtica Belleza cuando la ven, y además saben que es auténtica porque nos pertenece a todos, no sólo a unos pocos.

La Belleza con mayúsculas se percibe de verdad cuando se llega a la convicción de que la idea que representa es mucho más grande e importante que uno mismo, y de que vale la pena arriesgarse por ella aunque uno mismo no pueda llegar a disfrutarla; esto lo entendieron muy bien Timoteo Pérez Rubio y los demás republicanos que escoltaron el tesoro artístico español hasta Ginebra en 1939… Defender la Belleza es un acto desinteresado y altruista, incompatible con obsesiones enfermizas como la de Hitler por poseerlo todo. Este mismo razonamiento podría trasladarse al terreno de los afectos personales: si realmente amas a una persona, lo único que quieres es que sea feliz incluso aunque tú no lo seas, aun estando ella con otro que le convenga más; el bienestar de la otra persona compensa tu sacrificio personal porque tus sentimientos hacia ella son auténticos… Y luego en el otro extremo está la gente egoísta, celosa y posesiva, capaz hasta de matar a su pareja para que no pueda estar con nadie más; esa gente no ha aprendido nada en absoluto sobre la Belleza, y nunca han amado a nadie que no fuesen ellos mismos.




Respondamos una última pregunta: ¿Hay una verdadera distinción entre arte degenerado y verdadero Arte? Desde luego, no tal y como la comprendían los nazis. El Arte refleja la esencia de lo mejor que hay dentro de nosotros en cada grupo humano, en cada lugar y en cada época, de una punta a otra del Mundo, desde las pinturas rupestres de hace treinta mil años hasta las obras más recientes… Es un reflejo de nuestra Historia como especie, y la Belleza de nuestra especie radica precisamente en su complejidad, así que debemos aceptar y valorar la maravillosa diversidad de nuestro Arte aunque no coincida con los gustos personales de cada uno. La herencia artística recibida de las generaciones anteriores nos ayuda a elevar nuestros espíritus todavía más alto y es, en su gran complejidad, patrimonio de todos. Tenemos que darnos cuenta de que somos todos hermanos, y de que nuestra diversidad cultural no debería ser motivo de luchas entre nosotros, sino algo de lo que sentirnos todos muy orgullosos.



3 comentarios:

Ernesto dijo...

No conocía esa historia Kalonauta.
La verdad hubiese sido terrible que destruyeran París cumpliendo la dichosa "orden Nerón",efectivamente demuestra el poco aprecio que tenía por la belleza el imbécil de Hitler . Me apunto también a ver la película del Clooney (tampoco conocía la historia de los Monuments Men). Y con respecto al arte, ya hablaremos e intercambiaremos puntos de vista cuando nos veamos. UN abrazo amigo

Kalonauta dijo...


Hola, Ernesto :-)

Yo vi la película de los Monuments Men justo antes de escribir esta entrada, para documentarme... Cinematográficamente hablando tampoco es nada del otro mundo, pero para enterarse de lo que pasó está bien... Entretenidilla, vamos. En el guión cambiaron un par de detalles de la historia real, pero en general es bastante fidedigna respecto a la información disponible.

En los propios enlaces de estas dos entradas puedes acceder a dos documentales que están colgados completos en YouTube: el de las Cajas Españolas y el de los Monuments Men. Y además hay al menos otras dos películas relacionadas con este tema, que no he visto todavía: "¿Arde París?", de René Clément, de 1966, y "Diplomacia", de Volker Schlöndorff, de hace un par de años... Las dos tienen buena pinta, no me importaría verlas en cuanto tenga algún rato libre.

¡Un abrazo, Ernesto, gracias por comentar! ¡Nos vemos por las calles!

Kalonauta dijo...


¡Se me olvidaba! El comentario de Ernesto le da derecho a la penúltima de las pistas sobre mis comentarios ocultos... Éste podéis buscarlo en diciembre de 2013. ¡Qué despiste! :-)