martes, 26 de abril de 2016

Los Viejos Románticos Nunca Mueren (II)


Seguimos hablando de música orquestal en la tradición culta europea que, a pesar de pertenecer al ámbito de la “academia”, es tan fresca y actual como cualquier banda sonora de blockbuster… De hecho, hoy hablaremos de temas que se compusieron sin pensar en el Cine y acabaron utilizándose en alguna película; su capacidad de despertar emociones intensas sigue intacta a pesar del paso de los años o incluso los siglos. ¿Qué sería de Apocalypse Now de Coppola sin La Cabalgata de las Valquirias de Richard Wagner? ¿O de Excalibur de John Boorman sin el O Fortuna de Carl Orff? Y el final de Ocean’s Eleven gana varios enteros gracias al Claro de Luna de Claude Debussy… Incluso ha habido casos en los que la melodía era la protagonista y no un mero acompañamiento, como Fantasía, película animada (de acabado fabuloso para el año 1940 en que se estrenó) que hizo un esfuerzo por aproximar la música de orquesta al gran público, con piezas como El Aprendiz de Brujo de Paul Dukas o Una Noche en el Monte Pelado de Modest Mussorgsky.




Igual que Fantasía, 2001: Una Odisea del Espacio es también una película adelantada a su tiempo que utiliza música de un tiempo anterior. No es la primera vez que hablamos de esta impecable obra de Stanley Kubrick en el blog, y más adelante dedicaremos una entrada entera (probablemente múltiple, voy avisando) a explicar con calma cómo el cineasta se aproximó a varios géneros muy distintos siempre con excelentes resultados; pero hoy nos centraremos sólo en la música que utilizó para acompañar las imágenes.

Es bien conocida la historia de la banda sonora de 2001. Kubrick había seleccionado una serie de piezas orquestales ya existentes para ayudarse durante el montaje de las escenas, y había encargado la composición de música original a Alex North, que ya colaboró con él en Espartaco… Sin embargo, cuando North le enseñó su trabajo, a Kubrick le pareció que las piezas musicales que había utilizado de manera provisional encajaban mucho mejor, así que decidió dejarlas tal cual (para cabreo del compositor, lógicamente). A partir de ese momento el director se acostumbró a utilizar para sus películas piezas preexistentes que en la mayoría de casos ni siquiera llegaba a regrabar, como había sido costumbre hasta entonces. De este modo Kubrick supuso un cambio radical en la manera de entender la Música en el Cine.




En la versión definitiva de 2001: Una Odisea del Espacio sonaron por tanto el Danubio Azul de Johann Strauss o el Así Habló Zaratustra de Richard Strauss, junto con música de Aram Khachaturian o fragmentos del modernista Réquiem de György Ligeti. Éste último compositor, por cierto, se querelló con Kubrick por utilizar su música sin hacerse antes con los correspondientes derechos (Alex North le dijo que se pusiera a la cola de las demandas); ambos llegaron a un acuerdo en virtud del cual el director pudo utilizar otros temas de Ligeti en algunas de sus siguientes películas. La Naranja Mecánica, siguiente obra del director, incluye temas de Purcell, Rossini y Elgar, aunque cabe destacar la curiosa reinterpretación con sintetizadores que se hace de la Novena Sinfonía de Ludwig van Beethoven.

En Barry Lyndon aparece la música de un gran número de compositores clásicos, entre ellos Georg Friedrich Händel y Franz Schubert. En El Resplandor Kubrick repite con Ligeti y usa también la inquietante música de Krzysztof Penderecki o de Bela Bartók. La Chaqueta Metálica es una excepción a la regla, ya que no incluye obras orquestales ya existentes: la banda sonora incorpora varias canciones pop de los años 60 y la música incidental fue compuesta para la película por Vivian Kubrick, hija del director, bajo el seudónimo de Abigail Mead. Eyes Wide Shut, última película de Stanley Kubrick, incluye una vez más música de Ligeti, además de obras de Mozart, Liszt y Shostakovich.




Paso a continuación a relataros algo que me ocurrió hace unos años y que está muy relacionado con este tema; el otro protagonista de la anécdota es Jan Harlan, hermano de la que se convertiría en Christiane Kubrick, esposa del director. Además de cuñado de Stanley Kubrick, Harlan fue asistente de producción en La Naranja Mecánica y productor ejecutivo de las cuatro siguientes películas, las últimas de su filmografía. También fue productor ejecutivo de Inteligencia Artificial, colaboración de Kubrick con Steven Spielberg, y ha realizado un extenso documental sobre la vida y obra del director que se estrenó (cómo no) en 2001, un par de años después de su muerte. Harlan vino a Valencia en 2011 para recibir un premio en el festival Cinema Jove, y aprovechó para dar en el salón de actos del MuVIM una interesante charla, a la que yo asistí, sobre las ventajas de usar música ya existente para las bandas sonoras de películas. Explicó que en los casos en que ha pasado un cierto número de años desde su composición las obras quedan libres de derechos y por tanto se pueden utilizar sin necesidad de pagar nada, lo cual es una ventaja añadida, sobre todo para directores jóvenes que andan escasos de recursos monetarios.

Al acabar la charla se abrió un turno de preguntas y yo fui el primero en intervenir, interrogando a Harlan sobre la escena inicial de El Resplandor y su similitud con las imágenes aéreas finales de Blade Runner, película de la misma época. Después de su respuesta, y a la espera de más intervenciones, se hizo un silencio incómodo de unos cuantos segundos y, en vista de que nadie más parecía querer participar, pedí de nuevo el micrófono y le hice al alemán una segunda pregunta (ya no recuerdo sobre qué, tal vez sobre Inteligencia Artificial) a la que también me contestó amablemente… Y de nuevo reinaba entre los asistentes un silencio sepulcral; yo estaba totalmente alucinado ante la falta de iniciativa de la gente. ¿Tenéis aquí delante al mismísimo productor de las películas de Stanley Kubrick y no se os ocurre nada que preguntarle…? Así que, ni corto ni perezoso, me dispuse a intervenir de nuevo. La mera visión de mi mano alzada por tercera vez despertó espontáneamente una tímida oleada de aplausos entre parte del público, que sonreía asombrado ante mi entusiasmo y mi completa falta de vergüenza.




La tercera pregunta fue acerca de El Discurso del Rey, película que se había estrenado meses antes y que a mí me había gustado mucho. La escena clave, hacia el final de la peli, nos muestra a un Jorge VI aterrado ante la perspectiva de tener que dar en directo un mensaje por radio a toda la nación, al entrar Inglaterra en guerra con Alemania en 1939. Para superar su problema de tartamudez, el Rey recurre a la ayuda de un peculiar logopeda australiano llamado Lionel Logue, que entre otros medios recurre al uso de Música para facilitar que las palabras vayan saliendo con fluidez. La pieza que Jorge VI escuchará mientras da su discurso es un fragmento del segundo movimiento de la Séptima Sinfonía de Beethoven, el Allegretto. La escena está llena de tensión, y a mí me había parecido un ejemplo estupendo de cómo utilizar una pieza musical clásica para aportar mayor resonancia emocional a un relato, así que le pregunté a Harlan si a él también le había gustado.

Esta vez me salió el tiro por la culata, y el productor me respondió de manera bastante seca y cortante; casi me echa la bronca a mí porque no habían incluido el nombre de Beethoven en los títulos de crédito ni siquiera a modo de agradecimiento, cosa que le parecía totalmente inaceptable. Después de esto se me quitaron las ganas de preguntar nada más y nos fuimos todos a casa, habiendo sido yo el único que conversó con Jan Harlan. Para los demás, una oportunidad perdida, una verdadera lástima… pero para mí, una manera de ponerme a muy pocos grados de separación de Stanley Kubrick.

En cuanto al tema de los agradecimientos, estoy de acuerdo con Harlan y aprovecho para enmendar aquí mismo ese error y conceder a Beethoven, uno de los primeros románticos, el mérito que se merece. Hay que tener en cuenta que fue el principal exponente de la transición entre el clasicismo del S.XVIII y el romanticismo del XIX, y sus últimos cuartetos de cuerda o la Gran Fuga, totalmente incomprendidos en su tiempo, van incluso más allá, anticipándose en cuanto a complejidad melódica, armónica y de ejecución a lo que harían Shostakóvich o Bartók ya en el S.XX. Por lo tanto, desde aquí te doy las gracias por haber innovado y por haber contribuido a que (igual que hizo Kubrick con el Cine) la Música fuese un poco más interesante a partir de ese momento, divino divino Ludwig Van… Y con esto concluimos por hoy. En otra ocasión, más adelante, hablaremos de bandas sonoras originales, es decir, compuestas a propósito para el Cine.



lunes, 18 de abril de 2016

Los Viejos Románticos Nunca Mueren (I)


La primera vez que hablé de Música en el blog os conté que, a pesar de que hay bastantes piezas de música clásica que me gustan, creo que en lo que respecta a música orquestal la etapa más interesante se inicia con el romanticismo, cuyo apogeo va más o menos del año 1820 al 1910. En mi opinión las obras de esta época son más originales y arriesgadas, con una mayor complejidad tanto en las armonías como en los ritmos; y mientras que la música del clasicismo me deja un tanto frío, la de los siglos XIX y XX en general conecta más conmigo y, por razones que no puedo explicar bien con palabras, me produce una reacción emocional más intensa al escucharla. A lo largo de la primera mitad del S.XX el romanticismo fue dando paso a otros estilos como el modernismo musical, pero sobrevivió, y con muy buena salud, en el ámbito de las bandas sonoras para películas. De hecho, los primeros compositores de bandas sonoras originales aprendieron directamente de los maestros románticos, hasta el punto de que la frontera entre unos y otros es a veces bastante difusa.

Entre los cassettes y CDs de mi juventud hay una cantidad considerable de bandas sonoras, a lo que hay que añadir que de vez en cuando hacía una incursión en la colección de cintas de música orquestal de mis padres, de manera que las que más me gustaban acababan quedándose en mi cuarto, y me las ponía a menudo para hacer los deberes o simplemente para disfrutar de ellas. Ojeando hace poco estos cassettes de mis padres he conseguido confeccionar una selección de quince piezas musicales que, a pesar de tener en su mayoría uno o dos siglos de antigüedad, siguen tan vigentes y actuales como cualquier banda sonora de película. La selección no pretende en absoluto ser exhaustiva ni representativa del romanticismo musical en su totalidad; es simplemente una lista de obras que me parecen especialmente hermosas, una serie de sugerencias que a lo mejor hacen que más de uno se reconcilie con la música de orquesta (o al menos eso me gustaría).




Gustav Holst – Los Planetas, Neptuno
Giacomo PucciniTurandot, Nessun Dorma
Gustav Mahler – Sinfonía nº5, Adagietto
Jean Sibelius – Finlandia
Maurice Ravel – Bolero
Claude Debussy – El Mar, Juegos de Olas
Joaquín Rodrigo – Concierto de Aranjuez, Adagio
Henryk Górecki – Sinfonía nº3, Lento e Largo
Gustav Holst – Los Planetas, Júpiter
George Gershwin – Porgy and Bess, Summertime

Y como demasiada Música, por bonita que sea, puede saturar un poco, dejo el resto de la entrada para la semana que viene: os hablaré de piezas que no fueron compuestas para el Cine pero que han acabado formando parte de algunos momentos memorables del séptimo arte, y haré especial hincapié en la Música de las películas de Stanley Kubrick.



lunes, 11 de abril de 2016

El Murmullo de las Paredes (VI)


Por no desentonar con la anterior entrada, seguimos con Arte pictórico, pero en este caso al aire libre: aquí tenéis una nueva selección de las fotos de graffiti sacadas en mis paseos por Valencia. Que las disfrutéis.












lunes, 4 de abril de 2016

Por Amor al Arte (II)


Seguimos hablando de preservación del Arte en tiempos de guerra, pero esta vez avanzamos unos pocos años, hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. En su día os comenté en el blog que los nazis no sólo se dedicaron a realizar una limpieza étnica, sino también una limpieza de las bibliotecas para eliminar cualquier posible recuerdo de las personas a las que mataban o querían matar… A la quema de cadáveres y de libros se añadía además la de cuadros, de la que hablaremos hoy. Tenemos constancia de que Adolf Hitler y sus lugartenientes eran ávidos coleccionistas de obras de arte, y de que allá donde llegaban en su conquista de Europa se dedicaban a buscarlas y recopilarlas. Por ejemplo, en París, el Museo del Jeu de Paume, en el Jardín de las Tullerías, se utilizó para almacenar y catalogar todas las obras de las colecciones privadas saqueadas (las de los museos importantes se habían puesto a salvo a tiempo), y Hermann Goering hacía frecuentes visitas para elegir las que se trasladarían a Alemania. También conocemos el proyecto (que no se llegó a realizar) del Museo del Führer en Linz, muy cerca del pueblo natal de Hitler en Austria, con cincuenta kilómetros de galerías que estarían repletas del mejor Arte…

La primera impresión que podemos tener al leer esto es la de que Hitler sí amaba el Arte, pero su apreciación del mismo era bastante obtusa y estrecha de miras. En primer lugar, se consideraba como buenas las piezas representativas del arte germánico europeo, y se seleccionaban según este criterio, eliminándose las obras de las razas “inferiores” como la judía o la eslava, indignas de la cultura aria. A los pintores abstractos, cubistas o modernistas como Picasso también los consideraban degenerados, destruyendo sus cuadros. En segundo lugar, las obras se requisaban por la fuerza a sus legítimos dueños sin importar quiénes fuesen, con especial saña en el caso de coleccionistas judíos como la familia Rothschild. Y en tercer lugar, como veremos luego, llegó un punto en el que Hitler decidió que incluso las obras seleccionadas no serían de nadie si no podía conservarlas en su poder… Pero no adelantemos acontecimientos.




En julio de 1944 se crea en el bando aliado el grupo de los Monuments Men, compuesto inicialmente por unas diez personas, principalmente historiadores, directores de museos y especialistas en Arte. Entraron por Normandía y se separaron, viajando a distintos puntos de Europa que iban siendo recuperados por los ejércitos aliados, algunos de ellos peligrosamente cerca del frente. Sus objetivos eran evitar en la medida de lo posible que se bombardearan o destruyeran lugares de interés histórico o artístico, e impedir el expolio cultural nazi averiguando el paradero de las obras robadas para restituirlas a sus legítimos dueños, ya fueran museos, iglesias o particulares. Su participación en la Guerra fue el germen de libros como el de Robert M. Edsel, escrito hace pocos años, en el cual se basó a su vez George Clooney para dirigir una película.

Con el tiempo llegarían a colaborar con los Monuments Men un total de trescientas cincuenta personas de trece nacionalidades diferentes: estadounidenses, ingleses, franceses, judíos alemanes… Gracias a una ardua labor de investigación y también a algún que otro golpe de suerte, fueron encontrando una gran cantidad de las obras requisadas, que habían sido escondidas por los nazis en minas de sal o de cobre, en castillos, o en lugares más insospechados, como una simple granja… Al acabar la Guerra dos de los Monuments Men del equipo original habían muerto en acto de servicio, pero a cambio miles de cuadros y esculturas habían sido recuperadas. Aunque la mayoría de piezas volvieron a su lugar de origen, otras muchas aún no han sido devueltas a los legítimos herederos hoy en día, a pesar de conocerse perfectamente su paradero, y han sido causa de procesos judiciales… Otras doscientas mil obras siguen desaparecidas, sin saberse a ciencia cierta si están ocultas o si fueron destruidas en la Guerra.




Que los Monuments Men hicieran su trabajo bien y sobre todo deprisa empezó a ser realmente importante a partir del 19 de marzo de 1945. Ese día, y consciente de que la derrota alemana era cada vez más probable, Hitler firmó la Orden sobre Demoliciones, posteriormente conocida como Orden Nerón, según la cual, en caso de retirada, debía destruirse todo recurso aprovechable antes que dejar que cayera en manos de los aliados, lo que incluía los edificios estratégicos y por tanto, de forma implícita, los monumentos y museos y las obras de arte que contuvieran. Esta política de tierra quemada ponía claramente de manifiesto la locura de Hitler: si Europa no podía ser suya, entonces no sería de nadie. De todos modos, para muchas ciudades del continente ya era tarde, porque habían sido sometidas a intensos bombardeos durante el conflicto.

El caso de París es bien distinto: se había rendido relativamente pronto, en 1940, por lo que sus bellos edificios y museos seguían intactos cuando Dietrich von Choltitz fue nombrado gobernador militar de la ciudad el 20 de julio de 1944. Faltaban varios meses para la firma de la Orden Nerón, pero ya el día de su nombramiento Hitler le dio personalmente a Choltitz instrucciones de no entregar París sin arrasarla primero, volando los puentes sobre el río Sena y otros palacios y monumentos como la Ópera, los Inválidos, la Torre Eiffel, Notre-Dame… A finales de agosto de 1944, el avance de la Segunda División Blindada Francesa sobre la ciudad forzó a Choltitz a aceptar la rendición, siendo detenido por los exiliados republicanos españoles de la Compañía Nueve y llevado ante el general Philippe Leclerc el día 25. En el momento de su detención ya se habían colocado explosivos en varios de los puntos acordados, pero la cuestión es que al final no se hicieron detonar, a pesar de que hubo tiempo de sobra para ello en la noche del 24 al 25.

No están claras las razones por las que Choltitz desobedeció las órdenes de Hitler; hay quien piensa que, viéndose perdido de todas formas, decidió no activar los explosivos para poder atribuirse el mérito y así evitar posibles represalias por parte de la Resistencia Francesa… Pero también es posible que sencillamente se diese cuenta de que Hitler no estaba en sus cabales, y de que era absurdo obedecer y destruir sin motivo (más allá del puro odio irracional) una de las ciudades más bellas de la Historia. Cuenta la leyenda que Hitler, al conocer la entrada de las tropas aliadas, preguntó: ¿Arde París? No quiero ni pensar cuál fue su reacción al enterarse de que Choltitz había ignorado sus instrucciones.




La destrucción de patrimonio en conflictos bélicos no acabó con el fin de la Segunda Guerra Mundial, y se sigue produciendo incluso hoy en día… También se habían dado muchos otros casos con anterioridad, y de hecho durante la guerra contra las tropas de Napoleón sucedió en Valencia algo que recuerda bastante a la Orden Nerón (otro día os cuento con calma la historia del Palacio Real)… Pero al menos podemos alegrarnos de que el destino de París no fuera el mismo que el de otras muchas ciudades a lo largo de la Historia. Desenlaces felices como el del 25 de agosto de 1944 ocurren de vez en cuando gracias a individuos con sentido común que, más allá de bandos y de obediencias ciegas, saben reconocer la auténtica Belleza cuando la ven, y además saben que es auténtica porque nos pertenece a todos, no sólo a unos pocos.

La Belleza con mayúsculas se percibe de verdad cuando se llega a la convicción de que la idea que representa es mucho más grande e importante que uno mismo, y de que vale la pena arriesgarse por ella aunque uno mismo no pueda llegar a disfrutarla; esto lo entendieron muy bien Timoteo Pérez Rubio y los demás republicanos que escoltaron el tesoro artístico español hasta Ginebra en 1939… Defender la Belleza es un acto desinteresado y altruista, incompatible con obsesiones enfermizas como la de Hitler por poseerlo todo. Este mismo razonamiento podría trasladarse al terreno de los afectos personales: si realmente amas a una persona, lo único que quieres es que sea feliz incluso aunque tú no lo seas, aun estando ella con otro que le convenga más; el bienestar de la otra persona compensa tu sacrificio personal porque tus sentimientos hacia ella son auténticos… Y luego en el otro extremo está la gente egoísta, celosa y posesiva, capaz hasta de matar a su pareja para que no pueda estar con nadie más; esa gente no ha aprendido nada en absoluto sobre la Belleza, y nunca han amado a nadie que no fuesen ellos mismos.




Respondamos una última pregunta: ¿Hay una verdadera distinción entre arte degenerado y verdadero Arte? Desde luego, no tal y como la comprendían los nazis. El Arte refleja la esencia de lo mejor que hay dentro de nosotros en cada grupo humano, en cada lugar y en cada época, de una punta a otra del Mundo, desde las pinturas rupestres de hace treinta mil años hasta las obras más recientes… Es un reflejo de nuestra Historia como especie, y la Belleza de nuestra especie radica precisamente en su complejidad, así que debemos aceptar y valorar la maravillosa diversidad de nuestro Arte aunque no coincida con los gustos personales de cada uno. La herencia artística recibida de las generaciones anteriores nos ayuda a elevar nuestros espíritus todavía más alto y es, en su gran complejidad, patrimonio de todos. Tenemos que darnos cuenta de que somos todos hermanos, y de que nuestra diversidad cultural no debería ser motivo de luchas entre nosotros, sino algo de lo que sentirnos todos muy orgullosos.