martes, 5 de enero de 2016

Once Generaciones (V)


Llegamos por fin a la conclusión de esta entrada múltiple, mitad introducción a la Genealogía y mitad colección de relatos sobre mis antepasados. Dejadme comenzar aportando un dato bastante curioso: en cualquier tabla genealógica hay personas que aparecen varias veces, en distintas ramas de la familia. Esto suele pasar más a menudo en lugares mal comunicados como valles cerrados o islas, o en familias que por espíritu de casta (realeza, nobleza, altas finanzas) practican una cierta endogamia, aunque gracias a las cada vez mejores comunicaciones y al mayor conocimiento de los inconvenientes genéticos sucede cada vez menos. Este mismo fenómeno ocurrió también por fuerza, y muy frecuentemente, en los inicios de nuestra especie, en que había pocos miembros: si pudiéramos retroceder muchas generaciones (estamos hablando de cientos de milenios) veríamos que nuestro árbol genealógico tiene en realidad forma de abeto o de ciprés, estrechándose más y más a partir de un punto determinado. Algunos estudiosos han demostrado que todos los seres humanos estamos emparentados al menos en un grado de primos quincuagésimos, es decir, que siempre vamos a encontrar un antepasado común entre dos personas cualesquiera de la Tierra en las primeras cincuenta generaciones.

De todos modos, para el orden de magnitud temporal en que nos movemos en Genealogía, olvidándonos de los estudios genéticos y basándonos únicamente en fuentes documentales escritas (es decir, como mucho mil o dos mil años), estamos aún muy lejos de la copa del ciprés, y las ramas del árbol familiar se expanden más y más con cada nueva generación. Pensándolo detenidamente, se da uno cuenta de que nuestros dos primeros apellidos representan en realidad una parte muy pequeña de nuestro pasado familiar, ya que corresponden sólo a las líneas paternas que desembocan en nuestro padre y en nuestra madre. Más allá de la familia que normalmente conocemos en vida tenemos ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, treinta y dos trastatarabuelos, y así sucesivamente… Siguiendo esta progresión geométrica, llega un momento en que el número de ascendientes es enorme, difícil de imaginar.




Ya os dije que al acabar mi investigación había conseguido la foto de todos mis bisabuelos, cinco tatarabuelos y un trastatarabuelo… ¿Y hasta dónde llegué en lo que respecta a los nombres? Pues bien, conozco el nombre de diez de mis dieciséis trastatarabuelos por la rama paterna y quince de dieciséis por la rama materna. Aunque no tenga todos sus nombres de pila, conozco la gran mayoría de sus primeros apellidos gracias a los nombres completos de sus hijos; esto me ha permitido ordenar mis primeros treinta y dos apellidos de modo que sólo me faltan dos de ellos. La secuencia es la siguiente: después del primer apellido de tu padre y el de tu madre, que son los habituales, va el de tu abuela paterna y el de tu abuela materna. A continuación van los de las madres de tu abuelo paterno, abuelo materno, abuela paterna y abuela materna… y así sucesivamente, siguiendo con los tatarabuelos y trastatarabuelos. En definitiva, ahora ya sé que después de mis dos primeros apellidos vienen, por este orden, Lloret Rodríguez Mateo Galea Pelegrí Martín López Ribes Melo Figueroa Lázaro Ríos Nácher Luiz Ruescas Pachés ¿? Padrón Junquero Monzó Ballester Zamora Mateo Ortola ¿? Morales Escribano Valero Igual Díaz-Llanos… ¿Qué os parece? Para hacerme las tarjetas de visita necesitaría casi un tamaño A4.

Un breve inciso: tal vez os preguntaréis por qué suelto aquí toda esta ristra de apellidos y sin embargo no menciono los dos primeros… Estoy seguro de que con la mayoría de mis lectores no habría ningún problema en hablar de mi identidad, y de hecho casi toda la gente que comenta en el blog sabe perfectamente quién soy, a qué me dedico y cómo me llamo… Es sólo que prefiero mantener separados hasta cierto punto mi trabajo y mi vida personal (incluida La Belleza y el Tiempo), y por tanto evito dar referencias fácilmente localizables con una simple búsqueda en Google: antes he dicho que los dos primeros apellidos son en realidad una parte muy pequeña de nuestro Pasado, pero también son los que nos identifican claramente en Internet en el Presente… Los lectores y lectoras curiosos que queráis saber algo más sobre mí tenéis una forma muy sencilla de superar este cortafuegos: enviad un e-mail a la dirección de contacto y preguntadme lo que queráis, que yo estaré encantado de responderos en privado. Otro día, si os apetece, podemos seguir hablando de este tema del anonimato con más calma.




Con la lista de apellidos hemos llegado hasta mis trastatarabuelos, es decir, hasta la sexta generación de mi árbol genealógico, contándome a mí mismo como la primera; ahora os relataré la historia de cómo en un solo segundo pasé a tener de golpe información sobre cinco generaciones más, hasta un total de once. Muchos familiares de la rama de mi abuela materna siguen viviendo en Santa Cruz de Tenerife y en el Puerto de la Cruz hoy en día, entre ellos una tía mía en tercer grado que se llama Elia. Su abuelo Carlos era hermano de mi bisabuela Micaela Martín Luiz, de la que os hablé la semana pasada (eran un total de diez hermanos). Durante los dos años que duró mi investigación mi abuela y yo estuvimos bastante en contacto con Elia, y nos mandó por correo electrónico bastante información interesante acerca de la familia.

Entre los adjuntos que mandó había seis esquemas con unos árboles genealógicos antiquísimos, que por más que lo intenté no pude conectar con el mío. Estos datos tan antiguos, que habían sido más recientemente pasados a limpio y que pertenecían a la estirpe de los Díaz-Llanos, habían sido recopilados hacía mucho tiempo por otro miembro de su familia en un trabajo de investigación similar al mío. Los papeles originales estuvieron décadas guardados en un desván (menos mal que a nadie se le ocurrió tirarlos), y finalmente la información le llegó a Elia y después a mí; pero yo no tenía claro si los Díaz-Llanos serían antepasados de Elia únicamente, o si pertenecerían a las ramas comunes de nuestros árboles genealógicos.

Tuve que hacer muchas indagaciones hasta que todo encajó en su sitio, y fueron varias las fuentes de confusión que hubo que clarificar. En primer lugar, descubrí que en mi árbol había dos Micaelas (a mi bisabuela seguramente le pusieron el nombre por mi trastatarabuela Micaela Díaz-Llanos Fuentes, la mujer de Wenceslao, al que también conocéis). Por otra parte, el apellido Luiz aparecía escrito en algunos documentos como Luis, con lo que tuve que confirmar que ambos eran el mismo. Y por último el apellido Díaz aparecía a veces solo y otras en su forma compuesta, Díaz-Llanos. Recuerdo perfectamente cuál fue el documento que me permitió alcanzar ese momento de revelación en el que de pronto lo ves todo claro: fue una tabla genealógica de Felipe Luiz Díaz-Llanos, un tío de mi bisabuela Micaela, en la que había un par de anotaciones sobre casas heredadas y sobre el libro y folio del registro en el que constaban las partidas de bautismo correspondientes… No hace falta que os diga lo emocionante que fue encontrar por fin el eslabón perdido entre mi base de datos y los seis esquemas que me envió Elia; ahora entiendo por qué Arquímedes salió corriendo, desnudo y empapado, por las calles de Siracusa después de su momento Eureka.




¿Cómo se amplió mi árbol genealógico con este descubrimiento? En primer lugar conseguí los nombres de todos los bisabuelos de mi bisabuela Micaela, que serían pentabuelos míos; y también obtuve casi todos los nombres de los bisabuelos de su madre, Dolores Luiz Díaz-Llanos, a la que todo el mundo llamaba Mamá Lola (éstos serían algunos de mis hexabuelos). Tenemos así las generaciones séptima y octava, pero esto no es todo: algunos de los esquemas se remontaban (aunque con una mayor escasez de datos) tres generaciones atrás por la rama de los Díaz-Llanos, hasta llegar a Juan y Ángela, mis nonabuelos.

Juan Díaz-Llanos y Ángela María Andrade Hernández se casaron en Los Silos, un precioso lugar al noroeste de Tenerife, el 17 de agosto de 1671. De Juan sé además que nació en el Valle de Santiago, en la ladera oeste del Teide, aunque ignoro en qué fecha: éste es el dato más antiguo de mi árbol genealógico, y es curioso que su protagonista se llame Juan, como yo… También es curiosa la relación que nos une a ambos Juanes: empezando por mí, subes cinco generaciones siempre por parte de madre, y después subes cinco más siempre por parte de padre, y llegarás a Juan Díaz-Llanos. Él y su mujer son sólo dos de entre mis 1024 antepasados directos de esta generación, lo cual visto así puede saber a poco, pero de todos modos no está nada mal poseer datos concretos que te conectan directamente con el S.XVII, una época en la que Tenerife había pertenecido a la Corona de Castilla durante apenas doscientos años.




Para que os hagáis una idea, en 1671 nace Rob Roy MacGregor, legendario héroe escocés, Isaac Newton investiga la naturaleza de la luz y a Charles de Batz-Castelmore, conde de Artagnan, en cuya biografía se basó Alejandro Dumas mucho después para sus novelas de mosqueteros, aún le quedan un par de años de vida. Vivaldi, Bach y Haendel todavía no han llegado a este Mundo, y Luis XIV de Francia, el Rey Sol, todavía no ha trasladado su corte al palacio de Versalles. Suponiendo que Juan y Ángela tenían al menos veinte años cuando se casaron, y que tal vez Juan tuviese unos treinta, eso significa que fueron coetáneos de las contrapartidas históricas de Cyrano de Bergerac y de Diego Alatriste y Tenorio, así como del Cardenal Richelieu, Quevedo o Velázquez, y que durante su infancia y juventud se produjo el descubrimiento europeo de Nueva Zelanda, la extinción del dodo, la independencia portuguesa de la Corona Española y la captura de la pequeña colonia holandesa de Nueva Ámsterdam por parte de los ingleses, pasando a llamarse Nueva York… Al leer esto te empieza a entrar ese vértigo del que ya hemos hablado otras veces, el que da cuando eres consciente de que empiezas a entrar en otro orden de magnitud en la escala temporal en tu viaje hacia el Pasado.




Y hasta aquí he llegado por ahora en mi investigación, que no es moco de pavo… Por supuesto, me quedaron varios hilos de los que seguir tirando, y no descarto continuar indagando y ampliando la base de datos más adelante, pero ahora mismo no tengo tiempo. Dejad que os comente en este último bloque algunas de las conclusiones a las que he llegado a la luz de los datos del árbol genealógico. La primera sería que las familias desestructuradas no son un invento de hoy: no entraré en detalles, pero en varias ocasiones la investigación resultó más complicada de lo previsto debido a matrimonios en segundas y terceras nupcias, hijos adoptados, hijos ilegítimos de padre desconocido, niños huérfanos o abandonados… En las historias que me contaron acerca de mis tíos bisabuelos y tíos tatarabuelos había muchas luces pero también alguna sombra, en forma de infidelidades, rencillas, enfermedades, locura e incluso suicidio… vamos, que en todas partes cuecen habas.

La segunda conclusión es que a medida que vas subiendo generación tras generación te das cuenta de que tus genes en realidad proceden de muchos lugares distintos; en mi caso, a saber: de Gandía, Pobla Llarga, Massanassa, Carcaixent, Benisa, Xátiva, Campillo de Altobuey, Puerto de la Cruz… En definitiva, genéticamente hablando no somos de ningún sitio en concreto. El hecho de que mi abuela materna fuera de Canarias y mi abuelo paterno de Cuenca explica por qué nunca se ha hablado valenciano en mi casa, a pesar de tener aproximadamente el 50% de genes de aquí… Personalmente nunca me he sentido miembro de esta o aquella nación, centrándose mi afecto sobre todo en la ciudad en que vivo… pero de nacionalismos podemos hablar otro día, que ahora mismo no quiero meterme en un jardín.




Otra reflexión que me viene a la cabeza: por supuesto que os animo a que investiguéis vuestro propio árbol genealógico, ya que es una bonita manera de recordar las cosas importantes que hicieron vuestros antepasados… pero tengamos en cuenta que muchas veces lo que nos convierte en buenas personas y nos hace dignos de respeto y admiración no se refleja en los documentos oficiales y es difícil de expresar en pocas palabras, y por tanto no acaba plasmado en nuestra ficha genealógica. Que quede claro que, aunque las historias emocionantes siempre son de agradecer, no es necesario haber hecho algo sumamente importante para haber tenido una buena vida.

Decía al empezar la primera entrega que para saber hacia dónde debemos ir es bueno conocer primero de dónde venimos, lo que tal vez os haga plantearos la siguiente pregunta: si tanto interés tengo por las generaciones pasadas, ¿significa eso que pretendo continuar la estirpe familiar con una nueva generación? Está claro que para eso tendría que encontrar primero una pareja adecuada, lo cual está resultando bastante difícil, pero incluso suponiendo que se diese el caso, ¿vale la pena traer hijos a este Mundo tal y como está ahora? La cuestión es compleja y requiere una entrada aparte, así que sopesaremos los pros y los contras en otra ocasión.




Revisando la base de datos para escribir estas entregas me he dado cuenta de que hay que ponerla al día: lamentablemente, en los últimos años se han ido algunos de los miembros mayores de la familia. Pero no todo va a ser negativo, también tendré que actualizarla con los sobrinitos y sobrinitas que van naciendo… Es una sensación extraña, la de ver fotos de tus abuelos y bisabuelos, que tú conociste ya de ancianos, cuando eran niños o bebés. Te hace reflexionar y pensar que los que ahora son tus sobrinos y sobrinas pequeños serán algún día ancianos también… Teniendo en cuenta que tú estás justo en medio, es algo que te hace sentirte muy pequeño y ver tu propia vida con algo más de perspectiva.

Quizá de aquí a cien años algún descendiente mío (o de algún primo o hermano) encontrará casualmente mi carpeta o mis archivos de ordenador con los datos del árbol genealógico, igual que mis familiares de Tenerife encontraron la información sobre los Díaz-Llanos en aquel desván… Puede que esta persona continúe el trabajo en equipo a través de los siglos, y del mismo modo en que yo me subí a hombros de gigantes para remontarme once generaciones atrás, él o ella se aupará a mis hombros para seguir recopilando los relatos familiares, intentando así vencer al Tiempo y al olvido. Si se incorporaran nuevos datos, incluyendo los referentes a mí mismo, me haría ilusión que en la ficha constara un hipervínculo a La Belleza y el Tiempo, si es que aún existe por entonces; creo que sería una digna carta de presentación ante las futuras generaciones, y me encantaría que mis tataranietos o mis sobrinos tataranietos pudiesen sacar algo útil de su lectura.




Cada generación es como el siguiente relevo en una larga carrera hacia el Futuro para perpetuar la semilla del Homo Sapiens. Al tener descendencia transmitimos nuestra información genética, igual que otras especies, pero lo que nos hace distintos del resto es nuestra capacidad para registrar otros tipos de información por escrito, preservando y transmitiendo lo que hemos aprendido para ponérselo más fácil a la siguiente generación. Y esto se aplica también a la información genealógica: conocer las historias de tus antepasados te ayuda a no repetir sus errores y a intentar igualar o superar sus logros. Estar a la altura de tus padres y de los padres de tus padres puede ser lo que te espolee a escribir bellos poemas, diseñar fabulosos ingenios mecánicos, arriesgar tu vida en el mar o bajo las ruedas de un tren para salvar la de otro, o luchar mientras te queden fuerzas contra la tiranía y a favor de un Mundo más justo para todos, ya que al fin y al cabo, aunque mucha gente lo olvide a menudo, todos somos hermanos, todos formamos parte de una misma Gran Familia.



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