Llegamos por
fin a la conclusión de esta entrada múltiple, mitad introducción a la Genealogía
y mitad colección de relatos sobre mis antepasados. Dejadme comenzar aportando
un dato bastante curioso: en cualquier tabla
genealógica hay personas que aparecen varias veces, en distintas ramas de la
familia. Esto suele pasar más a menudo en lugares mal comunicados como valles
cerrados o islas, o en familias que por espíritu de casta (realeza, nobleza,
altas finanzas) practican una cierta endogamia, aunque gracias a las cada vez mejores
comunicaciones y al mayor conocimiento de los inconvenientes genéticos
sucede cada vez menos. Este mismo fenómeno ocurrió también por fuerza, y muy
frecuentemente, en los inicios de nuestra especie, en que había pocos miembros:
si pudiéramos retroceder muchas generaciones (estamos hablando de cientos de milenios)
veríamos que nuestro árbol genealógico tiene en realidad forma de abeto o de
ciprés, estrechándose más y más
a partir de un punto determinado. Algunos estudiosos han demostrado que todos
los seres humanos estamos emparentados al menos en un grado de primos
quincuagésimos, es decir, que siempre vamos a encontrar un antepasado común
entre dos personas cualesquiera de la Tierra en las primeras cincuenta
generaciones.
De todos
modos, para el orden de magnitud temporal en que nos movemos en Genealogía,
olvidándonos de los estudios genéticos
y basándonos únicamente en fuentes documentales escritas (es decir, como mucho
mil o dos mil años), estamos aún muy lejos de la copa del ciprés, y las ramas
del árbol familiar se expanden más y más con cada nueva generación. Pensándolo
detenidamente, se da uno cuenta de que nuestros dos primeros apellidos representan
en realidad una parte muy pequeña de nuestro pasado familiar, ya que
corresponden sólo a las líneas paternas que desembocan en nuestro padre y en
nuestra madre. Más allá de la familia que normalmente conocemos en vida tenemos
ocho bisabuelos, dieciséis tatarabuelos, treinta y dos trastatarabuelos, y así
sucesivamente… Siguiendo esta progresión geométrica,
llega un momento en que el número de ascendientes es enorme, difícil de
imaginar.
Ya os dije que
al acabar mi investigación había conseguido la foto de todos mis bisabuelos,
cinco tatarabuelos y un trastatarabuelo… ¿Y hasta dónde llegué en lo que
respecta a los nombres? Pues bien, conozco el nombre de diez de mis dieciséis trastatarabuelos por la rama paterna y quince
de dieciséis por la rama materna. Aunque no tenga todos sus nombres de pila, conozco
la gran mayoría de sus primeros apellidos gracias a los nombres completos de sus
hijos; esto me ha permitido ordenar mis primeros treinta y dos apellidos
de modo que sólo me faltan dos de ellos. La secuencia es la siguiente: después
del primer apellido de tu padre y el de tu madre, que son los habituales, va el
de tu abuela paterna y el de tu abuela materna. A continuación van los de las
madres de tu abuelo paterno, abuelo materno, abuela paterna y abuela materna… y
así sucesivamente, siguiendo con los tatarabuelos y trastatarabuelos. En
definitiva, ahora ya sé que después de mis dos
primeros apellidos vienen, por este orden, Lloret Rodríguez Mateo Galea Pelegrí
Martín López Ribes Melo Figueroa Lázaro Ríos Nácher Luiz Ruescas Pachés ¿?
Padrón Junquero Monzó Ballester Zamora Mateo Ortola ¿? Morales Escribano Valero
Igual Díaz-Llanos… ¿Qué os parece? Para hacerme las tarjetas de visita necesitaría
casi un tamaño A4.
Un breve
inciso: tal vez os preguntaréis por qué suelto aquí toda esta ristra de
apellidos y sin embargo no menciono los
dos primeros… Estoy seguro de que con la mayoría de mis lectores no habría
ningún problema en hablar de mi identidad, y de hecho casi toda la gente que
comenta en el blog sabe perfectamente quién soy, a qué me dedico y cómo me
llamo… Es sólo que prefiero mantener separados hasta cierto punto mi trabajo y
mi vida personal (incluida La Belleza y el Tiempo), y por tanto evito dar
referencias fácilmente localizables con una simple búsqueda en Google:
antes he dicho que los dos primeros apellidos son en
realidad una parte muy pequeña de nuestro Pasado, pero también son los que nos
identifican claramente en Internet en el Presente… Los lectores y lectoras
curiosos que queráis saber algo más sobre mí tenéis una forma muy sencilla de superar
este cortafuegos: enviad un e-mail a la dirección de contacto y preguntadme lo
que queráis, que yo estaré encantado de responderos en privado. Otro día, si os apetece, podemos seguir hablando
de este tema del anonimato con más calma.
Con la lista
de apellidos hemos llegado hasta mis
trastatarabuelos, es decir, hasta la sexta generación de mi árbol genealógico,
contándome a mí mismo como la primera; ahora os relataré
la historia de cómo en un solo segundo
pasé a tener de golpe información sobre cinco generaciones más, hasta un total
de once. Muchos familiares de la rama de mi abuela materna siguen viviendo en
Santa Cruz de Tenerife y en el Puerto de la Cruz
hoy en día, entre ellos una tía mía en tercer grado que se llama Elia. Su abuelo Carlos era hermano de mi bisabuela
Micaela Martín Luiz, de la que os hablé la semana pasada (eran un total de diez
hermanos). Durante los dos años que duró mi investigación mi abuela y yo
estuvimos bastante en contacto con Elia, y nos mandó por correo electrónico
bastante información interesante acerca de la familia.
Entre los
adjuntos que mandó había seis esquemas con unos árboles genealógicos antiquísimos,
que por más que lo intenté no pude conectar con el mío. Estos datos tan
antiguos, que habían sido más recientemente pasados a limpio y que pertenecían
a la estirpe de los Díaz-Llanos, habían sido recopilados hacía mucho tiempo por
otro miembro de su familia en un trabajo de investigación similar al mío. Los
papeles originales estuvieron décadas guardados en un desván (menos mal que a
nadie se le ocurrió tirarlos), y finalmente la información le llegó a Elia y
después a mí; pero yo no tenía claro si los Díaz-Llanos serían antepasados de
Elia únicamente, o si pertenecerían a las ramas comunes de nuestros árboles
genealógicos.
Tuve que hacer
muchas indagaciones hasta que todo encajó en su sitio, y fueron varias las
fuentes de confusión que hubo que clarificar. En primer lugar, descubrí que en
mi árbol había dos Micaelas (a mi bisabuela seguramente le pusieron el nombre por
mi trastatarabuela Micaela Díaz-Llanos Fuentes, la mujer de Wenceslao, al que también conocéis).
Por otra parte, el apellido Luiz aparecía escrito en algunos documentos como Luis,
con lo que tuve que confirmar que ambos eran el mismo. Y por último el apellido
Díaz aparecía a veces solo y otras en su forma compuesta, Díaz-Llanos. Recuerdo
perfectamente cuál fue el documento que me permitió alcanzar ese momento de
revelación en el que de pronto lo ves todo claro: fue una tabla genealógica de
Felipe Luiz Díaz-Llanos, un tío de mi bisabuela Micaela, en la que había un par
de anotaciones sobre casas heredadas y sobre el libro y folio del registro en
el que constaban las partidas de bautismo correspondientes… No hace falta que
os diga lo emocionante que fue encontrar por fin el eslabón perdido entre mi
base de datos y los seis esquemas que me envió Elia; ahora entiendo por qué Arquímedes
salió corriendo, desnudo y empapado, por las calles de
Siracusa después de su momento Eureka.
¿Cómo se amplió mi árbol genealógico con este descubrimiento? En primer
lugar conseguí los nombres de todos los bisabuelos de
mi bisabuela Micaela, que serían pentabuelos míos; y también obtuve casi todos
los nombres de los bisabuelos de su madre, Dolores Luiz Díaz-Llanos, a la que
todo el mundo llamaba Mamá Lola (éstos serían algunos de mis hexabuelos).
Tenemos así las generaciones séptima y octava, pero esto no es todo: algunos de
los esquemas se remontaban (aunque con una mayor escasez de datos) tres
generaciones atrás por la rama de los Díaz-Llanos, hasta llegar a Juan y Ángela,
mis nonabuelos.
Juan
Díaz-Llanos y Ángela María Andrade Hernández se casaron en Los Silos,
un precioso lugar al noroeste de Tenerife, el 17 de agosto de 1671. De Juan sé además
que nació en el Valle de Santiago, en la ladera oeste del Teide, aunque ignoro
en qué fecha: éste es el dato más antiguo de mi árbol genealógico, y es curioso
que su protagonista se llame Juan,
como yo… También es curiosa la relación que nos une a
ambos Juanes: empezando por mí, subes cinco generaciones siempre por parte de
madre, y después subes cinco más siempre por parte de padre,
y llegarás a Juan Díaz-Llanos. Él y su mujer son sólo dos de entre mis 1024
antepasados directos de esta generación, lo cual visto así puede saber a poco, pero
de todos modos no está nada mal poseer datos concretos que te conectan
directamente con el S.XVII, una época en la que Tenerife había pertenecido a la
Corona de Castilla durante apenas doscientos años.
Para que os
hagáis una idea, en 1671 nace Rob Roy MacGregor, legendario héroe
escocés, Isaac Newton investiga la naturaleza de la luz y a Charles de
Batz-Castelmore, conde de Artagnan,
en cuya biografía se basó Alejandro Dumas mucho
después para sus novelas de mosqueteros, aún le quedan un par de años de vida.
Vivaldi, Bach y Haendel todavía no han llegado a este Mundo, y Luis XIV de Francia,
el Rey Sol, todavía no ha trasladado su corte al palacio de Versalles. Suponiendo que Juan y
Ángela tenían al menos veinte años cuando se casaron, y que tal vez Juan
tuviese unos treinta, eso significa que fueron coetáneos de las contrapartidas
históricas de Cyrano de Bergerac
y de Diego Alatriste y Tenorio,
así como del Cardenal Richelieu, Quevedo o Velázquez, y que durante su infancia
y juventud se produjo el descubrimiento europeo de Nueva Zelanda, la extinción
del dodo, la independencia portuguesa de la Corona Española y la captura de la pequeña
colonia holandesa de Nueva Ámsterdam por parte de los ingleses, pasando a
llamarse Nueva York… Al leer esto te empieza a entrar ese vértigo del que ya
hemos hablado otras veces, el que da cuando eres consciente de que empiezas a
entrar en otro orden de magnitud en la escala temporal
en tu viaje hacia el Pasado.
Y hasta aquí he llegado por ahora en mi investigación, que no es moco de
pavo… Por supuesto, me quedaron varios hilos de los que seguir tirando, y no
descarto continuar indagando y ampliando la base de datos más adelante, pero
ahora mismo no tengo tiempo. Dejad que os comente en este último bloque algunas
de las conclusiones a las que he llegado a la luz de los datos del árbol genealógico.
La primera sería que las familias desestructuradas no son un invento de hoy: no
entraré en detalles, pero en varias ocasiones la investigación resultó más complicada de lo previsto debido a matrimonios en segundas y
terceras nupcias, hijos adoptados, hijos ilegítimos de padre desconocido, niños huérfanos o abandonados…
En las historias que me contaron acerca de mis tíos bisabuelos y tíos
tatarabuelos había muchas luces pero también alguna sombra, en forma de infidelidades,
rencillas, enfermedades, locura e incluso suicidio… vamos, que en todas partes cuecen habas.
La segunda
conclusión es que a medida que vas subiendo generación tras
generación te das cuenta de que tus genes en realidad proceden de muchos
lugares distintos; en mi caso, a saber: de Gandía, Pobla Llarga, Massanassa,
Carcaixent, Benisa, Xátiva, Campillo de Altobuey, Puerto de la Cruz… En
definitiva, genéticamente hablando no somos de ningún
sitio en concreto. El hecho de que mi
abuela materna fuera de Canarias y mi abuelo paterno de Cuenca explica por qué
nunca se ha hablado valenciano en mi casa, a pesar de tener aproximadamente el
50% de genes de aquí… Personalmente nunca me he
sentido miembro de esta o aquella nación, centrándose mi afecto sobre todo en la ciudad en que vivo…
pero de nacionalismos podemos hablar otro día, que ahora mismo no quiero meterme en un jardín.
Otra reflexión que me viene a la cabeza: por supuesto que os animo a que investiguéis
vuestro propio árbol genealógico, ya que es una bonita manera de recordar las
cosas importantes que hicieron vuestros antepasados… pero tengamos en cuenta
que muchas veces lo que nos convierte en buenas personas y nos hace dignos de
respeto y admiración no se refleja en los documentos oficiales y es difícil de
expresar en pocas palabras, y por tanto no acaba plasmado en nuestra ficha genealógica.
Que quede claro que, aunque las historias emocionantes siempre son de agradecer,
no es necesario haber hecho algo sumamente importante para haber tenido una
buena vida.
Decía al empezar la primera entrega que para saber hacia dónde debemos ir
es bueno conocer primero de dónde venimos, lo que tal vez os haga plantearos la
siguiente pregunta: si tanto interés tengo por las generaciones pasadas, ¿significa
eso que pretendo continuar la estirpe familiar con una nueva generación? Está
claro que para eso tendría que encontrar primero una pareja adecuada, lo cual
está resultando bastante difícil,
pero incluso suponiendo que se diese el caso, ¿vale la pena traer hijos a este Mundo tal y como está
ahora? La cuestión es compleja y requiere una entrada aparte, así que sopesaremos
los pros y los contras en otra ocasión.
Revisando la base de datos para escribir estas entregas me he dado cuenta
de que hay que ponerla al día: lamentablemente, en los últimos años se han ido
algunos de los miembros mayores de la familia. Pero no todo va a ser negativo,
también tendré que actualizarla con los sobrinitos y sobrinitas que van naciendo…
Es una sensación extraña, la de ver fotos de tus abuelos y bisabuelos, que tú conociste
ya de ancianos, cuando eran niños o bebés. Te hace reflexionar y pensar que los
que ahora son tus sobrinos y sobrinas pequeños serán algún día ancianos también… Teniendo en cuenta que tú estás
justo en medio, es algo que te hace sentirte muy pequeño y ver tu propia vida
con algo más de perspectiva.
Quizá de aquí a cien años algún descendiente mío (o de algún primo o
hermano) encontrará casualmente mi carpeta o mis archivos de ordenador con los
datos del árbol genealógico, igual que mis familiares de Tenerife encontraron
la información sobre los Díaz-Llanos en aquel desván… Puede que esta persona continúe
el trabajo en equipo a través de los siglos, y del
mismo modo en que yo me subí a hombros de gigantes
para remontarme once generaciones atrás, él o ella se aupará a mis hombros para seguir recopilando los
relatos familiares, intentando así vencer al Tiempo y al olvido. Si se
incorporaran nuevos datos, incluyendo los referentes a mí mismo, me haría
ilusión que en la ficha constara un hipervínculo a La Belleza y el Tiempo, si
es que aún existe por entonces; creo que sería una digna carta de presentación
ante las futuras generaciones, y me encantaría que mis tataranietos o mis
sobrinos tataranietos pudiesen sacar algo útil de su lectura.
Cada generación es como el siguiente relevo en una larga carrera
hacia el Futuro para perpetuar la semilla del Homo Sapiens. Al tener
descendencia transmitimos nuestra información genética, igual que otras
especies, pero lo que nos hace distintos del resto es nuestra capacidad para
registrar otros tipos de información por escrito, preservando y transmitiendo lo que hemos aprendido
para ponérselo más fácil a la siguiente generación. Y esto se aplica también a
la información genealógica: conocer las historias de tus antepasados te ayuda a
no repetir sus errores y a intentar igualar o superar sus logros. Estar a la altura de tus padres y de los
padres de tus padres puede ser lo que te espolee a escribir bellos poemas, diseñar
fabulosos ingenios mecánicos, arriesgar tu vida en el mar o bajo las ruedas de
un tren para salvar la de otro, o luchar mientras te queden fuerzas contra la tiranía y a favor
de un Mundo más justo para todos, ya que al fin y al cabo, aunque mucha gente
lo olvide a menudo, todos somos hermanos, todos formamos parte de una misma Gran Familia.
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