lunes, 31 de agosto de 2015

Sueños en Technicolor (II)


Es curioso: por lo general nunca recuerdas cómo empezó un sueño ni tampoco cómo acaba. Cuando recuerdas el final suele ser porque te has despertado a mitad de fase REM, con lo que no has dejado que el sueño concluya del todo y por tanto ése no es el final propiamente dicho. Y tampoco te acuerdas del comienzo porque tu principal asidero para recordar son las últimas imágenes que han pasado por tu mente, y desde ellas puedes intentar retroceder escena por escena hasta donde tu memoria alcance, pero el hilo de la memoria en los sueños es fino y quebradizo como el hilo de una araña, por lo que acabamos entrando en una zona brumosa y no sabemos seguir hacia atrás.

Lo mejor es despertarse sin recordar tus sueños en absoluto, porque significa que has completado el ciclo y por tanto has descansado bien, pero de todos modos es interesante asomarse a este mundo aunque sea sólo de cuando en cuando… Algunas veces a lo largo de mi vida, por mera curiosidad, me he dedicado a apuntar lo que recordaba de lo soñado durante varios días seguidos. Dicen que es bueno beber mucha agua antes de acostarse para que te entren ganas de ir al lavabo y así te despiertes más fácilmente, pero yo no lo he puesto en práctica; suele ser más bien algún ruido de la calle, a primera hora de la mañana, el que me hace despertar a mitad de la ensoñación. Conviene tener papel y boli en la mesita de noche para que no te distraiga ningún estímulo externo entre el momento de incorporarte y el de tomar notas; los sueños son escurridizos como un gorrión, y si no lo escribes todo en cuanto te despiertes, su frágil recuerdo se hundirá de nuevo en la oscuridad a la que pertenece.




Hace un mes volví a tomar de vez en cuando algunas notas telegráficas nada más despertarme, para tener material con el que poder escribir esta entrada. Os resumo a continuación algunos fragmentos seleccionados, empezando por los sueños más recientes, los de esta última semana. En uno de ellos un boston terrier pequeño y de pelo negro, y con muy mala leche, había mordido mi mano de forma que todos los dedos menos el gordo se habían quedado dentro de su boca, y a pesar de que lo sacudía a un lado y al otro se negaba a abrir las mandíbulas y soltar su presa… El caso es que no me dolía, pero yo estaba preocupado por la posibilidad de perder alguna falange si no hacía algo rápidamente. Y lo más gracioso del asunto es que el dueño del perro estaba junto a mí y no parecía estar preocupado en absoluto, repitiéndome una y otra vez: “Tranquilo, que no hace nada…” También recientemente recuerdo haber soñado que estaba en mi antiguo colegio. Es de noche, las luces están apagadas y yo espero en la oscuridad, muy callado y atento, a que llegue el ascensor para subir a robar algo (no me acuerdo de qué), cuando de pronto me encuentro bajando por la escalera a mi profesor de lengua, que (para mi sorpresa) me dice que puedo hacer lo que quiera por arriba, pero que por favor no le borre la pizarra.

En otro sueño recuerdo ir vagando por la calle, también de noche, con una almohada cervical en una mano y arrastrando con la otra un carrito de la compra, de los de bolsa cuadrada de tela y dos ruedecitas. Había mucha actividad y ocurrían bastantes cosas a mi alrededor, y en medio del caos una señora mayor se llevaba por error el carrito porque lo había confundido con el suyo. Más adelante en el mismo sueño, si no me equivoco, me encontraba en un pabellón cubierto de un polideportivo, con mucha más gente, tumbados todos en el suelo intentando dormir; pero mirando hacia arriba veíamos que el techo estaba plagado de peces viscosos y de aspecto muy desagradable, similar al de una anguila, que se arrastraban boca abajo usando sus aletas como si fueran patas, sin que la fuerza de gravedad pareciera afectarles. Lo peor de todo fue cuando uno de ellos se percató de nuestra presencia y se dejó caer justo a mi lado… No recuerdo lo que pasó después, o si los bichos atacaban o mordían, pero la explicación para esta escena podría tener que ver con las picaduras de mosquito que me he detectado últimamente en tobillos y pantorrillas.




Remontémonos un poco más hacia el pasado, hace dos semanas. Durante mi viaje más reciente, durmiendo una noche en mi habitación del hotel, estalló una tormenta de verano sobre la ciudad y me despertaron a mitad de sueño varios truenos bastante fuertes, de manera que aproveché para tomar algunas notas rápidas de lo soñado en el bloc que te dejan normalmente sobre la mesa… Tiene gracia que dos de los fragmentos recordados transcurriesen precisamente dentro de un hotel. En uno de ellos el dueño, que además era mago y hacía algún truco de prestidigitación de vez en cuando, entraba en mi habitación y me decía que corría peligro y que tenía que irme de allí cuanto antes, conduciéndome hacia fuera a través de estancias de aspecto algo tétrico, más parecidas a las salas de un extraño y viejo museo que a los pasillos y vestíbulos de un hotel. Salíamos a la calle y seguíamos huyendo por entre callejones y pasajes subterráneos, junto con un ruso corpulento y malcarado y una rusa bastante guapa y medio borracha que hablaba continuamente de su hijo pequeño, ausente en ese momento por razones que ignoro…

En otro de los fragmentos que recuerdo tengo reservadas dos habitaciones para mí solo en un hotel distinto, mucho más lujoso; es la hora del desayuno y brilla el sol. Salgo de una habitación y me dirijo hacia la otra, con la mala suerte de que se me cierra la puerta de la primera y me doy cuenta de que no he cogido las llaves… Sin embargo, vuelvo sobre mis pasos y la abro de nuevo sin dificultad (y en el sueño no me planteo que sea nada extraño, lo veo como algo normal). En el último fragmento seleccionado de aquella noche estoy desnudo en la calle en pleno día y tengo que trepar dos o tres pisos por la fachada de un edificio para hacer algo (ya no recuerdo qué era, o si lo conseguí). Después bajo por una farola y a mitad de camino ésta empieza a doblarse como si fuera de goma, con lo que caigo hacia el asfalto; pero lo hago como a cámara lenta y aterrizo sin hacerme daño (aunque no de manera muy elegante, todo hay que decirlo).




También tengo notas de hace un mes, cuando empecé a tomarlas, pero ocurre algo muy interesante… Los apuntes recientes me ha sido fácil traducirlos en párrafos mínimamente coherentes que podáis entender, porque los sueños aún están relativamente frescos en mi memoria; pero si dejas pasar tres o cuatro semanas las notas que habías tomado de forma muy esquemática, y que en su momento parecían un buen resumen de lo ocurrido, ya no tienen ningún sentido, porque al tratarse de situaciones absurdas es francamente complicado describir telegráficamente lo que va pasando en un sueño… Leo las palabras que yo mismo escogí para poder acordarme y es como si las hubiera escrito otra persona, no me viene ninguna imagen a la cabeza.

Sólo uno de los sueños menos recientes se me ha quedado grabado a fuego hasta el punto de poder describirlo un mes después. Más que un sueño se trata de una sola escena, visualmente muy elaborada. Se corresponde con el plano final de una historia en clave de thriller, y en él se muestran simultáneamente dos realidades alternativas en el día en que se frustró un ataque terrorista en unas oficinas. Consiste en un plano-secuencia con un elegante travelling a cámara lenta, estéticamente muy trabajado. En blanco y negro (o con el color muy desaturado) vemos a los trabajadores de las oficinas yendo tranquilamente de aquí para allá en sus quehaceres diarios; pero superpuestos, visibles sólo a ojos del espectador (es decir, los míos) y en colores muy saturados, vemos el rojo de los salpicones de sangre en brazos y piernas y el azul de los agujeros de bala en los cristales que separan los cubículos de los oficinistas: tan sólo un mero eco residual de las personas heridas y los cristales rotos por unas balas que no producen ningún sonido, las balas que habrían volado si no se hubiera evitado la masacre… ¡Peliculero total! Y además, cosa rara, con un toquecito de color.



martes, 25 de agosto de 2015

Sueños en Technicolor (I)


Para la entrada de hoy he pensado que puede resultar interesante compartir con vosotros detalles acerca de mis sueños y mi forma de experimentarlos, pero antes que nada expliquemos algunas generalidades al respecto. Aunque todavía desconocemos muchas cosas acerca del tema, sí sabemos que los sueños consisten en una reelaboración de experiencias e informaciones almacenadas en la memoria, algunas veces con más sentido y otras de manera totalmente surrealista. Soñar ayuda a poner las ideas en orden, como la defragmentación del disco de un ordenador; forma parte de las tareas de mantenimiento del cerebro durante la noche.

Los sueños son más elaborados y más fáciles de recordar cuando se dan en la fase cinco de cada ciclo de descanso, la llamada fase REM, en la que (además de otros signos tal vez no tan conocidos entre el público femenino) los ojos bailan rápidamente bajo los párpados (de ahí el nombre de esta fase: Rapid Eye Movement) y la actividad cerebral es bastante alta, similar a cuando estamos despiertos. Aunque la cosa varía con la edad, en promedio la fase REM dura unos veinte minutos y se repite en intervalos de hora y media, con lo que cada noche tenemos cuatro o cinco de estos ciclos, siendo mayor la duración de los sueños a medida que avanzan las horas.




Pasemos a hablar de cómo recuerdo yo mis propios sueños. Una de las cosas que más me llama la atención es que, en la mayoría de casos, no sabría decir si sueño en blanco y negro o en color, porque de lo que me acuerdo más intensamente es de las imágenes y del movimiento, pero no de la parte cromática del asunto. Por otro lado, el recuerdo de las palabras del sueño es también bastante vago; me queda claro lo que ha ocurrido, pero no sabría decir si he oído en mi mente el diálogo tal cual o la voz de un narrador que va contando lo que pasa. Curiosamente, sí me consta haber escuchado en sueños, en ocasiones, algunas de mis canciones favoritas, y además recuerdo que suelen ir asociadas a momentos particularmente emotivos del relato imaginado.

En cuanto a los escenarios, son muy variados, y las historias pueden transcurrir tanto de día como de noche, y tanto en exteriores como en interiores: las calles de la ciudad, un apartamento, el campo, una mansión, unos túneles subterráneos, un edificio público… Muchas veces son lugares conocidos como mi piso, el de mis padres, mi trabajo, el campus universitario o incluso las aulas de mi antiguo colegio, que no he pisado en el mundo real desde hace muchos, muchos años. En otras ocasiones me invento un lugar completamente nuevo tomando piezas de aquí y de allá… Esto no tiene nada de raro, pero sí es más sorprendente que vuelva a visitar, otro día y en otro sueño distinto, uno de estos lugares creados por mi imaginación: hace poco me sorprendí al recordar que el centro comercial inexistente en el que acababa de correr aventuras ya había sido escenario de otro de mis sueños, hacía varias semanas.

A veces se produce una mezcla curiosa entre los elementos reales y los imaginarios, y puede pasar que mi piso tenga el mobiliario distribuido de otra forma, o incluso habitaciones nuevas que el piso real no tiene. Otras veces (y esto sí que es verdaderamente extraño) tengo la impresión, o más bien la certeza, de que estoy en un lugar real conocido, a pesar de que lo que veo a mi alrededor no se parece en nada a ese lugar; es como si el aspecto físico de lo que me rodea fuese irrelevante y lo que importase fuera un letrero pintado en el suelo con el nombre del sitio que sólo yo puedo ver… Y lo mismo me pasa en ocasiones con la gente: aparecen en el sueño personas cuya cara no se corresponde con su identidad, y puede ocurrir que a alguien con los rasgos de un desconocido yo le hable en todo momento como si fuera mi primo, porque de alguna forma sé que es mi primo, cual si llevara en la solapa una tarjeta con su nombre escrito. Igual que ocurría con los decorados, los actores y actrices de mis sueños pueden ser familiares, amigos, compañeros del trabajo, universidad o colegio, o perfectos desconocidos, interpretando unas veces sus propios roles y otras papeles que no les corresponden en la vida real.




He intentado hacer memoria de los sueños que he tenido de manera recurrente a lo largo de mi vida, y los hay tanto desagradables como gratificantes. En mi juventud soñaba a menudo que tenía que llegar a algún sitio lo más rápido posible, o que trataba de huir de alguien o algo que me perseguía, pero me pesaban mucho las piernas, como si las tuviera metidas en agua o barro hasta las rodillas, y avanzaba muy despacio. La sensación de impotencia era terrible… Afortunadamente hoy en día me pasa mucho menos, aunque sigue habiendo algún día suelto, muy de vez en cuando, que vuelvo a soñar con ello. En el extremo opuesto, aunque casi nunca sueño que vuelo, sí puedo correr a menudo a toda velocidad, tanto que el impulso me permite saltar muy alto y muy lejos, como el increíble Hulk. En uno de los sueños que se me han quedado grabados de mi adolescencia me ponía a correr en el patio de mi colegio y lo hacía tan rápido que tenía que inclinarme en las curvas como si fuera una moto de carreras, con uno de mis codos rozando el suelo… Esta sensación de velocidad (que dentro del sueño parece completamente real) es muy emocionante, de las más agradables que recuerdo en los últimos años.

Y hablando de cosas agradables… Las mujeres que me gustan también aparecen en mis sueños, pero (al menos que yo recuerde) no lo hacen en tórridas escenas de sexo. Las muestras de afecto que me dan (cuando me las dan, que no siempre) suelen ser bastante inocentes, como por ejemplo un fuerte abrazo o un recatado beso en los labios… No sé por qué ocurrirá esto; tal vez porque las respeto demasiado en la vida real como para obligarlas a hacer algo más fuerte que eso, ni aunque sea en mi subconsciente. A pesar de su carácter ingenuo y pudoroso, me gustan mucho estos detallitos románticos de mis sueños, y suelen estar entre los fragmentos que recuerdo con más fuerza al despertarme por la mañana.




A veces se supone que en el sueño tengo que desempeñar un cometido para el que no estoy preparado, como despachar un tipo de comercio del que no tengo ni idea, y lo paso bastante mal. Otras veces conduzco un coche; en la vida real no tengo ni carnet, y en el sueño eso se nota, porque voy chocando constantemente con los semáforos y con otros coches… Tampoco es una experiencia muy agradable. Esto me lleva a los trenes, autobuses y tranvías que aparecen muy a menudo en mis ensoñaciones nocturnas. Normalmente estoy en una estación o en una parada y tengo que localizar mi número, llegar a mi andén o hacer un transbordo, con lo que me pego bastantes carreras, y dependiendo del día consigo hacerlo a tiempo o no. No sé si tengo estos sueños porque uso el transporte público en la vida real o porque representan simbólicamente ciertas metas que quiero alcanzar… Tal vez se trate de las dos cosas.

Los anteriores son ejemplos de malos sueños, pero yo no llegaría a llamarlos pesadillas; hace muchísimos años que no me despierto gritando en mitad de la noche con la frente perlada de sudor, tantos que ni siquiera me acuerdo de si me ha pasado alguna vez… Sí tuve, cuando era muy pequeñito, algunos episodios de terrores nocturnos, pero se trata de una alteración del sueño totalmente distinta: las pesadillas se producen en la fase REM y sobre todo en las últimas horas de descanso, casi por la mañana, mientras que los terrores nocturnos se dan al principio de la noche y fuera de la fase REM, no llevan asociada ninguna imagen mental y consisten en intervalos de unos diez minutos en los que se experimenta un miedo irracional e incontrolable que poco a poco se te va pasando. A pesar de que tenía muy pocos años, todavía recuerdo vívidamente la angustiosa experiencia de gemir y temblar sin saber por qué, mientras mi madre intentaba consolarme y averiguar qué me pasaba… Pero no nos vayamos del tema que nos ocupa, que son los sueños.




No hay mal que por bien no venga, y un mal sueño siempre tiene una parte positiva: que cuando te despiertas eres consciente de que sólo era un sueño. Recuerdo que de joven soñaba a veces que tenía que hacer un examen y no había estudiado, y es estupendo ese momento en el que te despiertas y te das cuenta de que en realidad todavía quedan tres o cuatro días para el examen de verdad. En otros casos no esperas a que el mal sueño acabe por sí solo sino que, al tomar consciencia de que estás durmiendo, eres capaz de detenerlo despertándote de forma voluntaria, lo cual tampoco está mal… Y aunque me gusta cómo está quedando esta entrega y seguiría con ella un buen rato más, voy a detenerme aquí por ahora y continuaré la próxima semana. En la segunda parte de esta entrada doble os resumiré algunos fragmentos concretos de sueños que he tenido últimamente, para que veáis lo relocos que pueden llegar a ser, y os describiré de forma más detallada uno en particular en el que recuerdo inequívocamente haber soñado en color.

jueves, 20 de agosto de 2015

Cerraduras


Esta semana publico la entrada con un poco de retraso porque he estado algunos días desaparecido en combate… Aquí tenéis otra selección de mis fotos, en esta ocasión de cerraduras y puertas antiguas. Todas están tomadas en la ciudad de Valencia menos la primera, que saqué en el Aventino, en Roma, y que encierra tras de sí una hermosa historia… También se sale un poco del patrón la última imagen, que (igual que la primera) corresponde a una cerradura que no necesita llave.












lunes, 10 de agosto de 2015

La Evasión del Prisionero (II)


La semana pasada hablamos de la sub-creación, la creación de mundos posibles en los que enmarcar una historia o conjunto de historias, como tarea principal del autor de fantasía, y dejamos pendiente para hoy seguir hablando del lector o espectador, es decir, el receptor del relato. En pocas palabras, el objetivo de esta entrada doble es el de reivindicar el derecho a leer buenos libros y ver buenas películas de fantasía sin que por ello la gente te mire como a un bicho raro… Tengo la impresión de que hace veinte años este tipo de relatos estaba peor considerado socialmente, pero de un tiempo a esta parte la cosa se ha normalizado un poco; sin duda películas como las de El Señor de los Anillos han contribuido a dignificar el género. De todos modos, vuelvo a repetir que no es oro todo lo que reluce, que también hay mala fantasía, y que es necesario hacer una serie de matizaciones… y en eso estoy ahora mismo.




J.R.R. Tolkien reflexionó a fondo sobre estos temas y escribió varios ensayos al respecto que se han ido publicando con el paso de los años. Uno de ellos se titula Sobre los Cuentos de Hadas, y en él se explican los conceptos de evasión, recuperación y consuelo, de crucial importancia para poder entender todo esto. Los críticos del S.XX consideraban la literatura de fantasía como algo exclusivamente para niños, y cuando un público joven o adulto se acercaba a este género empleaban de forma despectiva la expresión “literatura de evasión”. ¿Son los relatos fantásticos una forma de escapismo, un medio de evadirse de un Mundo que nos parece gris, agresivo e indeseable? ¿Hay algún tipo de evasión que sea deseable? Tolkien, en una de sus brillantes reflexiones, decía que no hay que confundir la huida del desertor con la fuga del prisionero: la segunda es totalmente lícita, mientras que la primera no lo es.

A veces, sin que nos demos cuenta, la rutina del día a día hace que todo se vuelva gris y que perdamos la ilusión por las cosas. Nos hemos acostumbrado a vivir aturdidos y entumecidos, y pensamos que no se puede hacer nada para cambiar aquello que no nos gusta; estamos tan resignados que a veces ni siquiera lo identificamos ya como un problema, creemos que hay que aceptarlo como parte indisoluble de nuestra vida. Como ya comentamos hacia el final de la anterior entrega, la ficción nos ayuda a desvelar aspectos subyacentes de la realidad que pasamos por alto y que serían más difíciles de detectar por otros medios; nos aporta nuevos códigos y nos ayuda a ver las cosas con la mirada limpia, desde otro punto de vista. Parafraseando el final de Big Fish: a veces has oído un chiste tantas veces que para ti ha perdido la gracia, pero si te lo cuentan de otra manera de pronto recuerdas por qué te gustaba tanto. Se trata, pues, de hacer algunos cambios en lo accesorio para poder centrarnos en lo importante, de cambiar la forma para que no nos distraiga del auténtico mensaje y centrarnos en el fondo de la cuestión. Por consiguiente, la clave radica en evadirnos no de la realidad, sino de la rutina, la apatía y la resignación.




La huida del desertor es sólo en una dirección, un viaje sin retorno al mundo de fantasía, mientras que la fuga del prisionero es un viaje de ida y vuelta. El desertor abandona a sus compañeros en el frente, huye del peligro y se esconde en algún profundo agujero, muerto de miedo; su contrapartida en esta comparación sería aquel lector o espectador que no ha comprendido la función de las buenas historias y se queda sólo en su superficie, analizando detalles irrelevantes del relato (como el vestuario, los poderes mágicos o el armamento de los personajes) pero sin extraerle ninguna moraleja, con la cabeza en las nubes, alejado en todo momento del Mundo primario. El prisionero de guerra que se fuga lo hace precisamente para volver a la línea del frente y ayudar de nuevo a sus amigos en la lucha; sería aquél que ha asimilado correctamente el mensaje del relato y lo pone en práctica en su vida diaria. En la comparación el enemigo a combatir serían las injusticias, el odio y la ignorancia del Mundo primario, el frente sería el quehacer diario, y la prisión en territorio enemigo sería, como decíamos antes, la rutina y la resignación. La fantasía podría compararse, aunque no quede muy estiloso, con el agujero; los desertores no saben usarla, porque en este caso el agujero no lleva a ninguna parte, pero los que se fugan de la cárcel le sacan buen provecho, porque el túnel, excavado con esfuerzo, les lleva a la Libertad, una Libertad que puede ser dura (nadie dijo que fuese fácil luchar contra las injusticias del Mundo), pero Libertad al fin y al cabo.

De hecho, siempre me ha dado la impresión de que uno de los últimos episodios de El Señor de los Anillos, El Saneamiento de la Comarca, que no aparece en las películas, está relacionado con esto. En él los cuatro hobbits protagonistas, después de haber vivido aventuras tan extraordinarias que para ellos han sido casi fantásticas, regresan a su hogar, que ha caído en poder de Saruman, y ponen en práctica todo lo que han aprendido en las remotas tierras de Gondor y Mordor para restablecer el orden y la paz. A nivel narrativo es un fragmento anticlimático del relato, ya que es mucho menos espectacular que lo que ha ocurrido previamente en Minas Tirith o en el Monte del Destino, pero a nivel de aplicabilidad es muy importante: el propio John Ronald Tolkien está tratando de decirnos que no debemos perder de vista el regreso al Mundo real cuando leamos novelas de fantasía.




Es ya la segunda vez que nombro la aplicabilidad, así que creo necesario explicar lo que es, y qué la diferencia de la alegoría. Ya sabemos que el relato de ficción nos enseña cosas acerca de la realidad mediante una comparación de elementos del mundo secundario con otros del Mundo primario, pero sin aparecer estos últimos de forma explícita en el cuento… Son las famosas metáforas puras, de las que ya hemos hablado. En una alegoría sólo hay una posible comparación con el Mundo real, que es la que el autor tenía en mente cuando escribió la historia y por tanto la interpretación que se da como correcta, mientras que la aplicabilidad es algo mucho más abierto porque está basada en la Libertad del lector para sacar su propio mensaje, sea éste el que sea.

Tolkien detestaba las alegorías, y defendía que El Señor de los Anillos podía tener muchas posibles interpretaciones, invitando a cada cual a encontrar la suya propia. Por ejemplo, al salir publicada en los 50 muchos vieron en el Anillo Único la representación de la Bomba Atómica, cosa que por supuesto Tolkien no tenía en mente cuando empezó a escribir la novela a finales de la década de los 30… Este carácter abierto de la obra, junto a su riqueza de detalles, su gran coherencia interna y la maestría con la que están entrelazados los distintos elementos, la convierte en un clásico universal y atemporal, independiente de las modas y que aguanta muy bien el paso del tiempo, y que se puede revisitar no sólo en distintas épocas históricas sino también a distintas edades por una misma persona, extrayéndose cada vez lecturas diferentes pero todas ellas igualmente válidas.




Parémonos un segundo a responder esta pregunta: ¿Son los cuentos de hadas cosas de niños? No exclusivamente. Las buenas historias pueden ser apreciadas tanto por niños como por adultos, siempre y cuando ambos sean lo suficientemente inteligentes para extraer de ellas algún mensaje. Algunos utilizan el adjetivo “infantil” como algo peyorativo porque no saben valorar una de las mayores virtudes de la infancia, que es la inocencia, el acercamiento a la Verdad y al Conocimiento sin prejuicios. Es fácil ver que muchos niños tienen un intenso deseo de Conocimiento, y por eso están constantemente haciendo preguntas a sus padres y en general a los mayores; también son los niños los críticos más implacables a la hora de detectar las incoherencias de un relato, y si no, pensemos en esos cuentos contados en la cama antes de dormir. En este sentido, los adultos deberíamos abordar las narraciones de ficción con el corazón de un niño, sin dejarnos influir por ideas preconcebidas de ningún tipo… Esto entronca directamente con el concepto de recuperación: si el relato es realmente bueno, nos permitirá recobrar la mirada pura del niño y el placer de los pequeños detalles, que habíamos perdido en el caos acelerado de la vida moderna. También nos permitirá recuperar la inocencia y la ilusión de un niño, la creencia en que todos los problemas pueden solucionarse, y esto enlaza a su vez con el concepto de consuelo.

Antes de seguir hablando de consuelo, de recuperación y de la evasión del prisionero, dejadme hacer una última puntualización sobre la huida del desertor. Al principio de la entrega he comentado que no todo el monte es orégano, y que hay que distinguir la buena fantasía de la mala, que también la hay (como en el realismo, vamos)… Pero además de relatos que son malos de partida también hay gente que no usa correctamente los buenos relatos. Yo he visto en la Sociedad Tolkien Española a muchos que metían El Señor de los Anillos en el mismo saco que la literatura, el cine o la televisión fantásticos más baratos y casposos, y que utilizaban la fantasía como excusa para desertar de las responsabilidades del Mundo real… De hecho, el aumento en el número de socios que se centraban sólo en lo secundario y se olvidaban del mensaje, de lo importante, fue una de las razones que me hicieron desconectarme poco a poco de la asociación. Podría exponer más detenidamente por qué no me sentía cómodo en actividades como los juegos de rol en vivo o las cenas de gala con disfraces, y de hecho ya he hablado un poco de ello en los comentarios del blog, pero no quiero extenderme porque la cosa se alargaría demasiado.




Recapitulando lo visto hasta ahora: La narración fantástica proporciona cierto alejamiento de la cotidianidad que nos permite vernos reflejados en ella como realmente deberíamos ser. Al alejarse de lo inmediato, el lector o espectador recupera la dimensión más auténtica de su propio ser, del lugar que ocupa en el Universo. Por tanto, el que no lee ni ve películas es analfabeto desde el punto de vista existencial, ya que ambas actividades nos permiten comunicarnos con los que pasaron por el Mundo antes que nosotros, y expanden el sentido de nuestra Vida al aumentar la cantidad y calidad de las experiencias que la conforman (os repito una vez más que leemos para saber que no estamos solos). Los mitos, los cuentos, los relatos fantásticos, pueden aportar verdadero Conocimiento en la medida en que sean aplicables a nuestra propia experiencia. Las buenas obras de fantasía merecen ser llamadas Literatura con mayúsculas porque nos acercan a la Verdad.

En palabras de Eduardo Segura, y cito textualmente, “El Arte con mayúsculas es una aspiración a lo infinito, a la belleza, a conocer el ser de las cosas: a la epistéme socrática. El arte revela la aspiración que mueve a cada ser humano a plasmar un ideal quizá inalcanzable. Cada persona es un artista en busca del sentido de su mundo interior, de la verdad sobre sí mismo y sobre el cosmos; sobre el sentido de su historia y de la Historia. La vida necesita ser manifestación de una vivencia estética, pues sólo el vivir bello es un vivir bueno y, por tanto, sólo la vida buena es verdad. Felicidad, belleza y bondad se dan la mano de modo análogo a como tristeza, fealdad y mentira se nos presentan como una tríada indisociable”. Ahí queda eso.




Eduardo dice que sólo la Vida buena es Verdad, y por tanto la Fantasía con mayúsculas debería suponer un consuelo frente a las injusticias del Mundo y darnos fuerzas para intentar mejorar nuestra Vida y la de los demás. Los buenos relatos, sean o no fantásticos, intentan dar salida a las más profundas aspiraciones del ser humano y nos proporcionan este consuelo, como un eco de lo que no es pero llegará a ser, ayudándonos a superar las limitaciones que experimentamos en nuestra vida cotidiana. En los mundos secundarios siempre hay una posibilidad, por pequeña que sea, de derrotar al Mal; siempre hay una oportunidad de vencer las adversidades y hacer que las cosas vuelvan a ser como antes. Las historias sirven para darnos esperanza, para hacernos creer que los problemas, por graves que sean, pueden resolverse si nos esforzamos en ello. Y sólo haremos honor a las grandes historias si ponemos en práctica en la vida diaria las enseñanzas que de ellas hemos obtenido.

Hay en La Historia Interminable (otra estupenda novela, que además mezcla en las mismas páginas fantasía y realidad) un diálogo entre Atreyu y el gigantesco y malvado Gmork en el que el lobo le explica que el Reino de Fantasía representa las esperanzas y los sueños de los humanos, y que la Nada lo está devorando porque estamos perdiendo toda esperanza. Gmork colabora con la Nada porque sabe que la gente sin esperanza es fácil de controlar, y el control proporciona poder… Pero el Reino de Fantasía nunca estará perdido del todo si seguimos imaginando historias. Tenemos el derecho a soñar, y el deber de soñar, con un Mundo mejor que aquél en que vivimos. Y este viaje de ida y vuelta del que hemos hablado (como el de Bilbo Bolsón en busca de la Montaña Solitaria) nos ayuda a conseguir nuestro objetivo: ida primero al mundo fantástico para recuperar la esperanza, y vuelta después al Mundo real, con fuerzas renovadas, para poner en práctica lo aprendido. Como ya os dije en una ocasión, tener a la vez la cabeza en las nubes y los pies en la tierra es lo que nos hace verdaderamente grandes.