lunes, 24 de noviembre de 2014

Elipsis Narrativa (II)


La semana pasada estuvimos hablando de agilidad de la narración, elipsis y bucles temporales en las películas; hoy dejaré de lado el Cine y os hablaré un poco más de mí mismo. Es de sobra conocido que nuestra percepción del Tiempo es subjetiva: los minutos se nos hacen más largos cuando nos aburrimos y se nos pasan volando cuando hacemos algo interesante. Al cabo del día realizamos muchas actividades que no parecen relevantes pero son necesarias por motivos de salud, higiene, imagen, operatividad… Estas aburridas rutinas que se repiten constantemente y que nos distraen de nuestras verdaderas pasiones y objetivos vitales hacen que a veces tengamos la sensación de que hemos entrado en un bucle temporal, viviendo el mismo día una y otra vez, como si fuéramos Phil Connors atrapado en Punxsutawney para retransmitir el día de la marmota hasta el fin de los tiempos.

A veces, al iniciar una de estas tareas, tomo consciencia de lo tedioso que es tener que llevarla a cabo y, para entretenerme, empiezo a imaginar un montaje rápido con todas mis rutinas diarias o semanales, hecho a base de primeros planos de las actividades repetidas compulsivamente, al estilo de las películas de Darren Aronofsky: despertarse y apagar la alarma, hacer la cama y ahuecar la almohada, ir al lavabo, lavarme las manos, cocinar, poner la mesa, comer, fregar la vajilla, lavarme los dientes, elegir la ropa y ponérmela, peinarme, afeitarme, ir y volver del trabajo, abrir el portal, mirar en el buzón, abrir la puerta de casa, ducharme, abrir y cerrar las cortinas, encender y apagar el portátil, recargar el móvil, girar la tele hacia el sofá o hacia la mesa, poner el despertador en hora, cortarme las uñas, ir al supermercado, bajar la basura, reciclar el plástico o el papel, poner la lavadora, tender y recoger la ropa, pasar la aspiradora, limpiar la cocina y los baños, cortarme el pelo…




Aunque normalmente no seamos conscientes de ello, todos estos pequeños momentos sumados pueden suponer al cabo de toda la Vida un total de dos meses seguidos lavándose los dientes de forma ininterrumpida, dos meses y medio afeitándose, casi cinco meses masticando y medio año bajo la ducha (¡Vaya tela, nos quedaríamos como una pasa!). Incluso algo aparentemente tan rápido como teclear la contraseña en el ordenador puede suponer en un lapso de setenta u ochenta años la pérdida de diez días enteros con sus correspondientes noches. Sin duda sería estupendo poder hacer una elipsis narrativa, como en el Cine, cada vez que llega el momento de estas tareas intrascendentes.

Algunos conoceréis la teoría del 888, según la cual el equilibrio perfecto para llevar una Vida saludable consiste en dedicar cada día ocho horas al trabajo, ocho al ocio y al hogar y otras ocho al sueño. En lo tocante a dormir no tengo queja alguna porque, salvo las raras ocasiones en que un resfriado me tapona la nariz, suelo hacerlo de un tirón (ventajas de tener la conciencia tranquila), y por tanto en este caso mi cerebro realmente hace una elipsis hasta la mañana siguiente, cosa sin duda muy de agradecer. En cuanto a mi trabajo, aunque es intenso y a veces supone una gran carga en número de horas, con los años he conseguido que no supere mucho las ocho diarias y por lo general me gusta, así que no lo considero una pérdida de Tiempo; además, tengo la suerte de vivir muy cerca de mi lugar de trabajo, con lo que las idas y venidas no me suponen un gran sacrificio.




Hablemos de las otras ocho horas diarias, que incluyen el Tiempo de ocio (dedicado a mis pasiones y aficiones y por lo general bien aprovechado) y el necesario para las tareas del hogar (que son en su mayoría aburridas y por tanto susceptibles de elipsis, o en su defecto de una realización lo más rápida posible para quitárselas de encima). Empecemos por la comida: a pesar de vivir cerca, a mediodía prefiero comer en mi lugar de trabajo, y así no sólo gano una hora sino que además me simplifico la tarea de tener que escoger el menú de cada día; si a esto le sumamos que los sábados voy a comer a casa de mis padres (normalmente Paella), al final sólo tengo que preocuparme por las cenas y desayunos y por la comida del domingo, que suele ser spaghetti. Mis desayunos son fáciles de preparar y bastante repetitivos, y en cuanto a las noches, aunque voy variando lo que me cocino cada día, mis cenas suelen ser “sota, caballo y rey”, y acabo escogiendo siempre de entre una lista de cinco o seis opciones… Esto no quiere decir que coma mal, siempre intento que mi dieta sea saludable y equilibrada; pero no soy ni mucho menos un gourmet o un sibarita de la gastronomía, y en cuanto a cocinar, no me saques de mis diez platos habituales…

Soy bastante lento para comer, lo cual es bueno para la digestión pero también aburrido, así que mientras desayuno o ceno suelo ponerme algo interesante en la tele. Y, para ir terminando con este tema, creo recordar haberos hablado ya de la mesa de mi comedor, que utilizo también como mesa de trabajo, de forma que, para no perder Tiempo quitando y poniendo las cosas a la hora de las comidas, dejo siempre una mitad casi libre de trastos y con el mantel cuidadosamente plegado en una esquina, de manera que sea fácil desplegarlo y usar esa mitad para comer sin tener que tocar la otra… Vamos, que más que una mesa es un transformer. En resumen (y esta conclusión se puede aplicar también a otros campos), intento no malgastar mucho Tiempo realizando acciones o tomando decisiones irrelevantes o frívolas que desvíen mi atención y mis energías de otras cosas más importantes: se trata al fin y al cabo de simplificar, de vivir de forma más sencilla para poder pensar en temas más complicados y más dignos de consideración.




Algo parecido me ocurre con la ropa: no compro prendas nuevas a no ser que se haga necesario, y en ese caso voy a lo seguro, a lo que sé que me resulta cómodo, para no perder varias horas eligiendo. Tampoco me obsesiono demasiado escogiendo mi vestuario cada mañana, y no me importa repetir camisa o camiseta varios días si no hace calor y todavía está limpia… Que conste que no soy el único, recordad que ya os hablé de Christopher Nolan, que se pone todos los días lo mismo para no tener que pensar; también tenemos a Mark Zuckerberg, con su eterna camiseta gris; o, en el campo de la ficción, al Señor Monk y su armario con siete trajes exactamente iguales, uno para cada día de la semana. ¿…que se les podría considerar a todos como “algo raritos”? Pues sí, pero recordad lo que os dije una vez: nadie es del todo normal. Y además su falta de entusiasmo en este aspecto la compensan de sobra con su genialidad a otros niveles: basta con pensar en las películas de Nolan, maravillosamente complicadas a pesar del sencillo vestuario de su director; o en el hecho de que Zuckerberg sea el multimillonario más joven del planeta; o en la gran cantidad de asesinatos aparentemente irresolubles y sin embargo resueltos por Monk en la serie… Me gustaría pensar que ése es también mi caso, salvando las distancias, y que mi falta de interés por detalles como la ropa se compensa con otras muchas cualidades positivas que he ido desarrollando y perfeccionando en el Tiempo que he podido ahorrar, recortando de aquí y de allá.

Pasando de la ropa a la limpieza de la casa, no pongo una lavadora hasta que está lleno el cesto de la ropa sucia, y he de reconocer que no uso la aspiradora tan a menudo como debería (para evitar dedicar demasiado Tiempo a las tareas de limpieza utilizo un conjunto de técnicas de lo que yo he dado en llamar “limpieza preventiva”… pero de eso hablaremos con más calma otro día). En cuanto a mí mismo, aunque cuido mi higiene personal a veces descuido un poco la parte estética y voy por ahí con la barba mal afeitada; dicen que esto es típico de los poetas, los filósofos y los científicos despistados, y me parece que yo tengo un poco de las tres cosas… Y lo mismo con el pelo: desde que me planteo ir a cortármelo hasta que realmente voy, entre pitos y flautas suelen pasar siempre un par de semanas o más.




Al hecho de que estas tareas rutinarias me parezcan aburridas se añade mi dificultad para recordar los detalles acerca de ellas: me resulta muy difícil decir qué cené exactamente anteayer, cuándo pasé la aspiradora o cuándo me corté el pelo por última vez… Me remito a mi entrada acerca de las memorias episódica y semántica, es decir, la memoria de lo accesorio y la de lo realmente importante, respectivamente. Ser metódico y organizado (apuntando recordatorios en mi agenda de vez en cuando) y usar los truquitos de los que os hablé me ayuda a aumentar mi eficiencia y a llevar las distintas tareas al día sin necesidad de perder Tiempo tratando de recordar cuándo toca hacer cada cosa la próxima vez.

Aunque ambos tipos de memoria son excelentes en él, Sheldon Cooper (podríamos incluirlo perfectamente en la lista de “raritos geniales” de arriba) también sigue muchas rutinas a rajatabla y tiene una agenda bastante cuadriculada incluso con las actividades de ocio, no sólo para aprovechar bien el Tiempo sino para tener cierta sensación de seguridad, al vivir una Vida ordenada lo máximo posible. También en otra ocasión hablaremos más detenidamente del Doctor Cooper; por ahora baste decir que, si bien creo que en algunas cosas exagera bastante, a mí personalmente tampoco me gusta que me cambien los planes en el último momento, porque suelo hacer los preparativos con antelación y por tanto los cambios hacen que haya malgastado esas horas o minutos.




Aparte de organizar bien nuestra agenda desde el punto de vista objetivo, otro consejo importante a la hora de conseguir una buena gestión del Tiempo es el de cambiar la percepción subjetiva de la importancia de estas tareas necesarias y repetitivas que no nos gustan demasiado; hay que aprender a valorar su utilidad e intentar entenderlas como parte integrante de nuestros proyectos relevantes, intentar comprender que si no las lleváramos a cabo esto acabaría afectando a largo plazo (ya sea, como decíamos al principio, por salud, higiene, imagen, operatividad u otras razones) a las actividades que realmente nos motivan, las realmente importantes… En resumen, la clave está en alcanzar el justo punto de equilibrio entre lo trivial y lo elevado, y una vez hecho esto entender que lo primero, aunque menos importante, es la base en la que se sustenta lo segundo, que la rutina diaria es como el caballete que soporta el lienzo en el que pintamos el cuadro de nuestra Vida… De esta forma daremos sentido a nuestro Tiempo, sea lo que sea lo que estemos haciendo.

La próxima semana, en la última entrega, no me centraré tanto en mí mismo e intentaré sacar algunas conclusiones a un nivel más general; seguiremos hablando de elipsis narrativas y retomaremos el concepto de “estado de flujo”, lo cual nos llevará a un terreno realmente filosófico al que ni siquiera yo esperaba que llegáramos… ¿Quién iba a pensar que empezaríamos lavándonos los dientes o cortándonos las uñas y acabaríamos debatiendo acerca de la Muerte? Pues eso: nos vemos dentro de siete desayunos, siete comidas y siete cenas.

lunes, 17 de noviembre de 2014

Elipsis Narrativa (I)


El primer acto de 2001: Una Odisea del Espacio, titulado El Amanecer del Hombre, nos traslada un millón de años hacia el pasado mostrándonos cómo una civilización extraterrestre inicia un fascinante experimento con la raza humana. El agente de la primera fase del experimento es un monolito que acelera el proceso evolutivo de nuestros ancestros primates, estimulando su inteligencia y haciendo que aprendan a utilizar huesos, palos y piedras como herramientas. A continuación Stanley Kubrick y Arthur C. Clarke pasan de golpe a un futuro cercano, saltándose toda la Historia conocida y la fabulosa aventura que ha supuesto el desarrollo de la Ciencia y la Tecnología hasta el día de hoy… En este segundo acto la llegada del Hombre a la Luna activa a un Centinela, una alarma también en forma de monolito enterrada allí por la civilización extraterrestre, que se dispara al recibir por primera vez la luz del sol e inicia una secuencia de acontecimientos de la que no hablaremos aquí…

Es famoso el cambio de plano que marca el inicio del segundo acto: uno de los primates lanza un hueso al aire y la cámara sigue su trayectoria ascendente y descendente, cortando sin previo aviso y de forma aparentemente descuidada a una nave espacial que flota en el espacio no muy lejos de la Tierra. Una vez leí en alguna parte que esta nave podría contener misiles nucleares, lo cual refuerza aún más el paralelismo con el hueso, que el primate había usado para matar a golpes a un rival en defensa de su comida y su territorio… Pero el mal o buen uso de la Ciencia y la Tecnología nos llevaría a una reflexión completamente distinta de la que nos ocupa hoy; ahora mismo me interesa más centrarme en el corte entre hueso y nave, que es un fantástico ejemplo de elipsis narrativa.




Es curioso que la semana pasada os hablase de metáforas y hoy me detenga a analizar otro recurso literario; en principio ambas entradas no tienen relación entre sí, el hecho de que estén juntas es una mera casualidad… pero vayamos al meollo del asunto. A nivel gramatical se produce una elipsis cuando faltan (se omiten, se eliden) algunas palabras en una frase sin que se pierda el significado de la misma, pero aquí nos vamos a centrar en las elipsis del lenguaje cinematográfico, que son saltos que se realizan en el Tiempo (y también probablemente en el Espacio) sin que por ello el espectador pierda la continuidad de la historia; consisten pues en dedicar poco o nada de Tiempo de narración en aquellas partes que tengan menos interés para el relato, acelerando así el ritmo narrativo.

Una elipsis puede incorporar en ocasiones una voz en off del estilo de “Decidí pasarme por el lugar del crimen”, mostrándose el inicio de este trayecto y haciendo un fundido con el final del mismo, y dándose por supuesto que en medio no ha ocurrido nada fuera de lo normal. Otras veces se utiliza un rótulo sobreimpresionado con una aclaración como “Al día siguiente” o “Dos años más tarde”. Incluso en películas, series, reportajes o entrevistas con un montaje más trepidante se usan simpáticas cortinillas con efectos de sonido para pasar de una escena a otra, o para editar los tiempos muertos y reducir la duración final… De todos modos, muchas veces no se necesita nada de esto para hacer una elipsis narrativa; basta con usar un corte sencillo entre dos planos distintos y suponer que el espectador es suficientemente inteligente para entender que ha habido un salto temporal, introduciéndose alguna sutil pista visual en el segundo plano en caso de que no resulte trivial llegar a esa conclusión. Elipsis como la de 2001, por ejemplo, exigen una participación activa del espectador en el proceso de construcción y comprensión de la historia, y eso supone una mayor satisfacción cuando se consigue captar la asociación de conceptos implícita en la yuxtaposición de ambas imágenes… Hoy en día, de todos modos, el público está acostumbrado a este tipo de recursos y algunas pelis usan las elipsis casi de forma vertiginosa.




Dando un paso más allá, encontramos films como Atrapado en el Tiempo, Código Fuente o Al Filo del Mañana, en los que el protagonista entra en un bucle temporal y tiene una continua sensación de déjà vu, aunque es libre para cambiar cada vez pequeños detalles de la situación que se repite. Para el espectador se haría muy pesado ver enteras todas las iteraciones de este bucle, incluso con esas pequeñas variaciones, así que se hace necesario en este caso usar doble ración de elipsis para dar agilidad a la narración: la solución consiste en repetir exactamente igual un pequeño fragmento de la escena que ya hemos visto entera antes, para que sepamos que estamos en una nueva iteración, y después saltar a la parte que será distinta respecto a los intentos previos. Con toda seguridad volveremos a hablar más adelante en el blog de Atrapado en el Tiempo, y posiblemente también de las otras dos películas.




No quiero terminar esta entrega sin hacer una confesión… Aunque quedaría muy bonito que dijese que fue la elipsis de 2001 la que lo inspiró, el verdadero germen de lo que estáis leyendo hoy fue algo mucho más mundano pero igualmente ingenioso: un sketch de José Mota en el que el Capitán Fanegas, para poder moverle los hitos de las lindes al Tío la Vara, hace uso de sus poderes manchegos profundos y se convierte en alcalde del pueblo por elipsis narrativa (como el propio Fanegas clarifica: yendo al asunto p’a que el público no se aburra)… Magistral, de puro surrealista. Aquí os pongo el vídeo; es largo, así que los que quieran hacer una elipsis hasta la elipsis pueden ir directamente al 4:40.

En la segunda parte de la entrada hablaremos de esas cosas que hacemos continuamente en la vida real pero que casi siempre se omiten en las películas; cosas como afeitarse, comer, ducharse o usar el lavabo… En resumen, esas necesarias pero aburridas rutinas que se repiten y se repiten hasta el punto de hacernos pensar que también nosotros hemos entrado en un bucle temporal, viviendo el día de la marmota una y otra vez. Los que estéis leyendo estas líneas la misma semana de su publicación tendréis que esperar al lunes que viene, pero los que hayáis entrado aquí después podéis hacer elipsis hasta la continuación.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Dar Cera, Pulir Cera


Durante meses he tenido entre mis notas para el blog una bonita historia acerca de la etimología del adjetivo “sincero, sincera”… Según este relato, los antiguos griegos eran auténticos expertos en hacer figuras en mármol. A menudo, si no se trabajaba con cuidado la escultura, se producían imperfecciones en su superficie, lo cual naturalmente le quitaba valor a la obra. Algunos artesanos cubrían entonces estas grietas con una cera especial, después la pulían y la figura aparentaba estar perfecta; pero cuando era expuesta al calor del sol la cera se derretía poco a poco y quedaban al descubierto las cicatrices de la piedra, con lo que se veía el engaño. Por eso era frecuente encontrar en los puntos de venta de estas piezas inscripciones que decían: “Se venden figuras en mármol puro, sin cera”… Y de ahí derivó el adjetivo “sincero, sincera”.




Imaginaos cuál sería mi desilusión cuando hace un par de días hice una búsqueda más exhaustiva en Internet, para recabar información adicional, y descubrí que esta etimología popular no tiene ningún fundamento… De hecho, existen varias versiones distintas de la historia que cambian diferentes detalles, siendo a veces bronce en lugar de mármol, y romanos o renacentistas en lugar de griegos; incluso otra de las explicaciones presuntamente inventadas tiene que ver con las máscaras de cera de los actores del teatro griego, máscaras que al parecer ni siquiera estaban hechas de cera.

La etimología más razonable, con la que están de acuerdo la mayoría de especialistas, indica que la palabra “sincero” contiene la raíz indoeuropea “sem”, que significa “uno” y que aparece también en “simple”, “sencillo” o “singular”. Procede pues de la palabra latina “sincerus”, cuyo principal significado era “puro, libre de mezcla”, y que se podía utilizar por ejemplo para el aceite virgen y para otras sustancias como la leche o la miel… Aparte de la conexión anecdótica en este último ejemplo, no hay ninguna relación con la cera. Extendiendo el significado original a una persona, alguien sincero es el que dice las cosas sin dobleces, sin mezclar verdades con mentiras.

Resulta irónico: ni siquiera con el origen de la palabra “sincero” podemos fiarnos de que lo que cuentan por ahí sea Verdad; vamos, que hasta la propia explicación de la cera tiene grietas cuando la inspeccionas con más cuidado. Esto me recuerda aquel refrán que daba título al tercer disco del grupo Extreme: “Cada historia tiene tres versiones: la tuya, la mía y la Verdad”. En este Mundo caótico e infoxicado en que vivimos casi debería ser obligatorio contrastar las informaciones con varias fuentes fiables distintas, pero parece que hay por ahí suelta mucha gente que se rige por otra máxima distinta: “Nunca dejes que la Verdad te estropee un buen relato”.




Habiendo quedado claro que la historia de las figuras de mármol y la cera es falsa desde el punto de vista etimológico, ¿deberíamos descartarla totalmente y olvidarnos de ella? El símil es tan apropiado que da lástima hacerlo… Al fin y al cabo, eso es lo que sugieren los conceptos de sinceridad, honestidad o integridad: una personalidad sin fisuras. La Verdad aguanta el paso del Tiempo como las estatuas sin imperfecciones aguantan la sucesión de incontables veranos e inviernos; y del mismo modo que una grieta acaba haciéndose más grande con el paso de los años y parte la pieza en dos, la mentira acaba descubriéndose también tarde o temprano (Ya sabéis, antes se coge a un mentiroso que a un cojo)… Así que no desechemos esta historia, ya que nos ayuda a recordar el auténtico significado de la palabra “sinceridad”; pero seamos en todo momento conscientes de que es sólo un bonito cuento, no el verdadero origen de la palabra.

Llegados a este punto, es necesario dejar bien claras las diferencias entre la poesía y la mentira. La metáfora es una figura retórica que consiste en identificar algo real con algo imaginario o evocado a lo que se asemeja en ciertos aspectos, siendo la finalidad de esta comparación el poner más énfasis en la cualidad que comparten y conseguir así un efecto descriptivo de mayor intensidad y fuerza poética. Una metáfora pura es aquella en la que sólo aparece citado el elemento imaginario, y el elemento real se omite aunque se sobreentiende; su uso es lícito, y de hecho las nuevas palabras de las lenguas en la antigüedad se fueron generando en gran medida a través de metáforas puras… pero lo importante es no olvidar el elemento real de la comparación, aunque no aparezca explícitamente.

Los poetas, por tanto, utilizan metáforas para dejar bien clara su fascinación ante las maravillas de este Mundo; sus versos no son mentiras porque ayudan a la gente que los lee a valorar la Belleza que les rodea. Cuando un poeta se refiere a su amada hablando de las perlas de su boca o los zafiros de sus ojos, todos sabemos que lo de las perlas y los zafiros no hay que tomárselo al pie de la letra, pero entendemos que debe ser una mujer muy hermosa… Todo esto se aplica no sólo a poemas cortos, sino también a relatos más largos en prosa y a determinadas explicaciones de carácter mítico venidas a menos: Por ejemplo, cuando en la mañana del seis de enero un papá o una mamá les dicen a sus niños que han venido los Reyes Magos y han dejado regalos, ¿les están mintiendo? No; sólo les están explicando la realidad de otra forma, para que vean el Mundo con los ojos de un poeta… Pero a medida que pasen los años el cariñoso guiño de complicidad implícito en sus palabras se irá haciendo más y más explícito; ellos saben que tarde o temprano los niños tendrán claro que los Reyes no son más que un bonito cuento para explicar el amor de unos padres por sus hijos, lo cual es algo igualmente bonito…




Un amplio abanico de temas muy interesantes, todos ellos relacionados con la Verdad y las mentiras, se abre a partir de este punto… Ya os he prometido varias veces contaros algo sobre la relación entre Verdad y realidad, y sobre cómo las grandes historias, por la poesía que hay en ellas, tienen el poder de transmitir verdades como puños a pesar de no haber ocurrido en el Mundo real; lo dejamos pendiente una vez más, aunque algo hemos esbozado ya aquí. Por otra parte, más adelante hablaremos de la homeopatía, la astrología y otras pseudociencias, y veremos que todo aquel que miente a sabiendas y que confunde y perjudica a otros con sus mentiras no es un poeta sino un agente del caos. También escribiré, y esto sí será dentro de muy pocas semanas, una entrada (o dos) acerca del Método Científico como herramienta infalible en la búsqueda de la Verdad en determinados campos del Conocimiento… En cuanto a la historia de las estatuas, tiene gracia la cosa: al principio creía que no iba a poder usarla, y ya veis que al final me las he arreglado bastante bien… Nunca dejes que una mentira te estropee una entrada del blog.