lunes, 8 de septiembre de 2014

Indeleble (III)


Cuando la vi por primera vez hace años, me llamaron mucho la atención los minutos finales de Regreso al Futuro II, en los que Marty McFly está quemando el Almanaque Deportivo mientras Doc Brown lo sobrevuela con el DeLorean, rodeado de la famosa tormenta eléctrica del 12 de noviembre de 1955. De pronto, un segundo rayo (segundo narrativamente hablando, pero cronológicamente anterior) alcanza la Máquina del Tiempo por accidente y Doc se desvanece, dejando a Marty atrapado en el pasado… Casi a continuación, un misterioso coche aparece entre la lluvia y de él sale un hombre con un paraguas que le entrega a Marty una carta. Ésta resulta ser un mensaje escrito por Doc en la época del Salvaje Oeste (a la que le mandó el rayo) y depositado en la compañía de telégrafos Western Union el 1 de septiembre de 1885 con instrucciones precisas para su entrega setenta años después. El empleado responsable del encargo había apostado con sus compañeros de oficina a que el tal Marty no se presentaría y, para su sorpresa, perdió la apuesta.

Siempre me ha fascinado de esta escena la facilidad con la que Emmett Brown, pensando en cuatro dimensiones y encontrando un puente sin brechas que una ambos puntos a través del Tiempo, consigue comunicarse con Marty de manera instantánea para explicarle lo que ha pasado y lo que tiene que hacer. La Western Union se fundó en 1851 y sigue funcionando hoy en día como compañía de servicios financieros y de comunicación, de modo que nos permitiría mandar desde esa fecha un mensaje por lo menos siglo y medio hacia el futuro… Pero ¿qué haces cuando eres un viajero del Tiempo atrapado en la Europa del S.V y quieres mandar cierta información hacia el futuro remoto, digamos por ejemplo milenio y medio hasta nuestro presente?





Como dijo en su día Cayo Tito en un discurso ante el senado romano: “Verba volant, scripta manent”, es decir, las palabras se las lleva el viento pero lo escrito permanece. El problema es que a largo plazo un amplio abanico de causas tales como incendios, inundaciones, erupciones volcánicas, terremotos, guerras, rivalidades políticas y religiosas o simple codicia pueden hacer que incluso a las palabras escritas se las lleve el viento. Durante los siglos de la Edad Media se añaden a esta lista la ignorancia y la negligencia en la conservación de las bibliotecas, lo que supone no sólo un frenazo sino un paso hacia atrás en el progreso de la Civilización Occidental. Y aunque la institución de la Iglesia Cristiana ha sido a veces responsable, en su fanatismo, de destruir el legado de las generaciones pasadas, hay que reconocer que en otros casos, sobre todo durante la Edad Media, favoreció la preservación de la Ciencia y la Literatura clásicas y en general del Conocimiento. De esto se encargaron los Archivos Vaticanos y otros Archivos Catedralicios como los de Verona, York o Durham, pero también, y sobre todo, los monasterios.

De igual forma que con la entrada en la era cristiana hace dos mil años el formato del códice había empezado a sustituir al del rollo, a partir del S.VII deja de usarse el papiro y la gran mayoría de los libros se escriben sobre pergamino. Un siglo antes se había fundado la orden de San Benito de Nursia con el monasterio de Montecasino, en Italia, que llegó a albergar un gran número de obras; los benedictinos tenían prescritas tres horas de lectura diarias y la de un libro completo en Cuaresma. El Escritorio era la habitación del monasterio donde se copiaban o traducían las obras, y los copistas, también llamados amanuenses, aprovechaban para ello las horas de más sol (lo de escribir a la luz de las velas es un invento de las películas, ya que había que tener cuidado con los incendios). Por lo general podían escribir unas tres o cuatro páginas al día, con lo que copiar una obra entera suponía meses de trabajo; y había una especialización en las tareas, de manera que además del copista estaba el rubricator, encargado de las letras de inicio de capítulo, o el ligator, responsable de la encuadernación. Muchos de los libros contenían bellas ilustraciones, llamadas también miniaturas porque a menudo se hacían con minio, una tinta de color rojo.





La biblioteca de un monasterio podía llegar a tener unos pocos centenares de volúmenes, que normalmente se guardaban en un armario. Algunos monjes llegaban a hacer largos viajes sólo para poder comprar o copiar determinados libros. La mayoría de estas obras eran religiosas, pero también se transcribían de vez en cuando textos de autores latinos y griegos para preservar las lenguas clásicas… De todos modos, hubo muchas obras de la época helenística que, por considerarse paganas, no se copiaron al nuevo formato de códice, y al no haber pasado esta especie de Plan Renove se perdieron con los años de una u otra forma.

Volvamos con ese viajero del Tiempo que quiere mandar un mensaje desde el S.V hasta el presente: Aunque la verdad es que lo tiene bastante difícil, yo diría que la mejor opción es entregarlo a la Iglesia de Roma. La Biblioteca Vaticana ha cambiado de sede varias veces (pasando una temporada por Aviñón) antes de su última etapa estable, que empieza con su fundación oficial como institución en 1475, y en este trasiego se han perdido gran cantidad de obras que sin duda harían las delicias de muchos estudiosos hoy en día… Aun así, alberga una gran cantidad de códices antiguos, sobre todo religiosos pero también paganos, que se remontan al S.I. Su colección de obras griegas y latinas fue determinante para la recuperación de la cultura clásica en el Renacimiento italiano. Si no nos hace falta que sea exactamente milenio y medio, tal vez otra buena opción para enviar un mensaje a través del océano del Tiempo sería el Monasterio de Santa Catalina del Monte Sinaí, en Egipto, construido en el S.VI y aún en uso. Su antigua biblioteca contiene una colección de valiosos manuscritos con unos tres mil quinientos volúmenes, sobre todo de literatura religiosa.




Aparte de la Iglesia de Roma, ha habido otros responsables de la custodia del Saber a lo largo de la Edad Media: el Imperio Bizantino, surgido a partir del Imperio Romano de Oriente y con un marcado carácter helénico a partir del S.VII, actuó de nexo de unión con la cultura clásica de la antigüedad, transmitiéndola a la atrasada Europa occidental después de los años oscuros. El Islam también cultivó e hizo avanzar ciencias olvidadas en otros lugares, como las matemáticas, la astronomía, la química o la medicina, y tuvo grandes bibliotecas en ciudades como Bagdad o Córdoba. Ya en la Baja Edad Media, en los siglos XII y XIII, aparecieron las primeras Universidades, muchas de las cuales se desarrollaron a partir de las Escuelas Catedralicias y Monásticas existentes desde el S.VI; de este modo surgen nuevas bibliotecas en Bolonia, Oxford, La Sorbona, Toulouse, Padua…

En España destaca la Universidad de Salamanca, cuya biblioteca se crea en torno al 1250, durante el reinado de Alfonso X el Sabio, poseedor a su vez de la biblioteca privada más importante de Europa en su tiempo. El Rey Alfonso tuvo fama de ser muy culto y un erudito en múltiples disciplinas, rodeándose de estudiosos, promoviendo su labor investigadora y siendo autor o coordinador de libros de poesía, música, leyes, astronomía, historia… Formó la llamada Escuela de Traductores de Toledo, en la que cristianos, judíos y musulmanes en colaboración desarrollaron una importante labor de preservación del Conocimiento rescatando textos de la antigüedad y traduciendo obras del árabe y el hebreo al latín o al castellano. Toda su labor contribuirá a la normalización del castellano como lengua culta en los ámbitos científico y literario, sustituyendo a partir de su reinado al latín como lengua oficial de la cancillería real de Castilla.




En una línea paralela de acontecimientos, tenemos noticias de la invención en China, hacia el año 960, de una prensa con planchas de madera talladas, de una sola pieza, que permite hacer muchas copias a base de la plancha original, tinta y papel. Del 1150 es la referencia al primer molino de papel de Europa, en Xàtiva: lo introdujeron en la península los musulmanes, que a su vez lo habían aprendido de los chinos en el S.VIII (¡Los chinos! ¡Qué haríamos nosotros sin ellos!). Todo esto conducirá al próximo gran salto cualitativo en nuestro relato, a un invento que podrá copiar libros cien veces más rápido que cualquier amanuense y que hará mucho más difícil que una obra concreta se pierda en los abismos del olvido, garantizando su supervivencia incluso en las épocas más oscuras. Lo veremos la semana que viene en la cuarta entrega (cuarta y supongo que última, aunque nunca se sabe).

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