lunes, 29 de septiembre de 2014

Mejor Fuera que Dentro


Creo que es un buen momento para enseñaros más ejemplos de las fotos de arte urbano que he ido sacando en Valencia en estos últimos años, pero lo dejaremos para la próxima semana; antes me gustaría hablaros un poco de la contradicción inherente a intentar ganarse la vida con el graffiti. Dado que pintar en los muros está penado por la ley en la mayoría de casos, muchos de los artistas (o “escritores”, como se les llama en inglés) trabajan con un seudónimo e intentan mantenerse en el anonimato para evitar problemas como multas y detenciones. Para aquellos que tienen la suerte de adquirir una cierta notoriedad y empezar a hacer algo de negocio con ello resulta cada vez más difícil mantener oculta su identidad. E incluso algunos de éstos (un porcentaje muy pequeño, eso sí) han conseguido sacar su arte urbano de las calles, meterlo en los museos, galerías de arte y casas de subastas y ganar verdaderas fortunas sin renunciar al anonimato, algo que debe resultar endiabladamente difícil y con toda seguridad bastante estresante.

Uno de los ejemplos más representativos de este caso es el de Banksy, graffitero nacido en 1974 en los alrededores de Bristol, cuyo nombre real se desconoce y que lleva más de veinticinco años decorando los muros de todo el mundo con su obra cargada de crítica social y política y una buena dosis de humor negro. Su técnica predominante es la del estarcido con plantilla (lo que en inglés se conoce como stencils), pero a lo largo de todo este tiempo ha tocado muy distintos palos, y algunas de sus piezas son realmente complicadas de realizar. Su relación con el mainstream artístico empezó de forma bastante subversiva: se dedicó a colgar disimuladamente obras suyas en algunos de los museos más importantes y esperar a ver cuánto tardaba en darse cuenta el público y el personal de seguridad. Sin embargo, la gran expectación levantada y el éxito conseguido con su exposición Barely Legal, en septiembre de 2006, coinciden con un cambio de tendencia en el que los artistas de graffiti más reconocidos empiezan a entrar en los circuitos convencionales de galerías de arte y a ganar cada vez más dinero con sus obras. Para que os hagáis una idea, en la casa de subastas Sotheby’s algunas obras de Banksy han llegado a superar el millón de euros… Lo que no tengo claro todavía es si todas estas ventas son de obras hechas sobre lienzo o si alguna vez se habrá subastado alguna con trozo de muro incluido (no me extrañaría nada).


Y llegamos a 2010 con Exit Through the Gift Shop (Salida por la Tienda de Regalos), un documental realizado por el propio Banksy cuyo visionado os recomiendo encarecidamente. Está centrado en la figura de Thierry Guetta, un inmigrante francés en Los Ángeles obsesionado con grabar todo lo que le rodea, obsesión que en un momento dado volcará en el tema del arte urbano. La primera parte del documental nos da una idea bastante buena de cómo es el mundo del post-graffiti, con la aparición, entre otros, de artistas como Space Invader (con el rostro pixelado), Shepard Fairey (a cara descubierta) y el propio Banksy (encapuchado). La segunda parte, en la que Guetta acaba convirtiéndose en el artista (¿?) llamado Mr. Brainwash y monta su propia exposición, ha dado mucho que hablar desde el momento del estreno: ¿es verídica o se trata de un engaño muy bien elaborado? Yo tengo bastante claro que se trata de una broma pesada de Banksy, que no contento con llenarse los bolsillos se dedica a poner a los que pagan por sus obras de tontos para arriba.

Hay bastante tela que cortar en este asunto, y muchos interrogantes a los que no responderé aquí porque no tengo muy claras las respuestas: ¿Por qué lo que antes se consideraba vandalismo de repente es una ocasión de negocio? ¿Cuando cobras una pasta por tus piezas casi sin esfuerzo acaso no has pasado a formar parte de ese sistema podrido que tú mismo criticas en tus obras? ¿El hecho de entrar en el juego de la especulación y sacarle el dinero a los ricos es justicia poética o forma parte del Gran Engaño contra el que intentamos luchar? ¿Cuando el arte urbano pasa de fuera (de los muros) a dentro (a las casas de subastas) se convierte en Arte con mayúsculas, al haber sido aceptado por la Academia, o por el contrario deja de ser verdadero Arte, al haber traicionado su función inicial de denuncia? En fin… yo me consuelo pensando que, pase lo que pase, siempre nos quedarán las paredes.


Volviendo al caso particular de Banksy, en los últimos tiempos ha manifestado su intención de alejarse del mundo de las subastas y volver un poco a sus orígenes. Una muestra de esto la tenemos en la residencia de un mes que hizo en Nueva York en octubre de 2013, desvelando una pieza o acción nueva cada día… Una de las acciones consistió en poner a la venta, en un tenderete de Central Park atendido por un viejecito, originales de sus obras a sesenta dólares la unidad, aunque por lo visto es verdad que la puesta en escena hace mucho: al cabo del día se habían vendido sólo ocho lienzos. Historias como ésta del tenderete o declaraciones recientes suyas como la de que “el éxito comercial es un fracaso para un graffitero” están muy bien, pero hay que cogerlas con pinzas teniendo en cuenta que a estas alturas ya tiene una cuenta corriente de muchos dígitos en el banco… De todos modos, démosle un voto de confianza y esperemos que en el futuro siga agitando las conciencias, y no tanto las carteras de los mejores postores. Como el propio artista decía hace un año en Nueva York, y en esto al menos estoy de acuerdo con él, el arte urbano está mejor fuera que dentro.

lunes, 22 de septiembre de 2014

Indeleble (V)


Pensando en un párrafo introductorio que resumiera las entregas anteriores me he dado cuenta de que casualmente cada una de las cinco partes se corresponde con uno de los periodos principales en que se divide la línea temporal de Occidente… La primera habla del final de la Prehistoria y el comienzo de la Historia con la aparición de la escritura. La segunda trata sobre la Edad Antigua, en la que el avance de la Civilización se produce de forma lenta pero inexorable. Después llega la Edad Media, que empieza con la caída del Imperio Romano de Occidente a finales del S.V y se caracteriza por un cierto estancamiento científico y cultural. Y la de la semana pasada se centra en la Edad Moderna, en la que se vuelve a avanzar, y cuyas posibles fechas de inicio son, según autores, la aparición de la imprenta hacia 1440, la caída del Imperio Romano de Oriente en 1453 (con la toma de Constantinopla por los turcos) o el descubrimiento de América en 1492. Hoy hablaremos un poco de la Edad Contemporánea, que podría considerarse inaugurada con la Revolución Industrial o bien con la Revolución Francesa de 1789, y en la que el progreso se acelera de forma vertiginosa (en algunos aspectos tal vez demasiado vertiginosa).

En la Europa Occidental del S.XIX surge la figura del editor, y a finales de siglo y principios del XX, con el abaratamiento del papel y la reducción de la jornada laboral, se generaliza el hábito de lectura. Ya hacia 1830 había aparecido el telégrafo, pero desde 1890 los libros convivirán con una multitud de nuevos medios de comunicación que van surgiendo: el teléfono, la radio, el cine, la televisión… Tras el bache de las guerras mundiales se produce una nueva revolución con la aparición de las computadoras, y años después, con Internet y la Red 2.0. Los nuevos dispositivos electrónicos conviven ahora con el formato de códice que apareció hace dos milenios, y la capacidad de almacenamiento aumenta más y más. ¿Será posible algún día tener todo el Conocimiento de la Humanidad (algo así como nuestra memoria colectiva, la memoria de nuestra especie) guardado en un solo dispositivo que podamos sostener con una mano?


Cambiando de tema… Si bien yo soy partidario de una cierta autocensura (es decir, de usar el sentido común) a la hora de comunicar las propias ideas, estoy totalmente en contra de una censura impuesta desde fuera de uno mismo. Aunque algunas veces he aconsejado en el blog que no se haga, diga o publique cualquier chorrada que se le pase a uno por la cabeza sin haber pensado bien en ello antes, jamás se me ocurriría prohibir a nadie expresar sus opiniones. Prohibiciones ha habido muchas a lo largo de la Historia, aunque como ya dijimos en la entrega anterior la tecnología ha ayudado a veces a inclinar la balanza del lado de la Libertad de expresión: ni la censura ni las distintas listas de libros prohibidos emitidas por la Iglesia Católica o por la Inquisición Española pudieron detener el proceso de expansión de las ideas y del pensamiento que había comenzado con el descubrimiento de la imprenta.

Este florecer del Conocimiento, en todas sus facetas desde la Ciencia hasta la Poesía, ha encontrado sin embargo (y sigue encontrando) múltiples obstáculos en su camino. Durante siglos hemos visto una y otra vez cómo, con excusas de tipo moral, religioso o político, los poderes establecidos han intentado afianzarse fomentando la intolerancia, el fanatismo y la intransigencia a costa de la periódica represión de la Cultura, la Sabiduría y la Libertad de expresión. Y de todos los recursos que estos poderes emplean para ello, ¿qué puede haber más horrible que una quema deliberada de libros? Pudiera parecernos algo propio tan sólo de los años bárbaros de la Edad Media, pero también tenemos ejemplos posteriores… Retrocediendo por un momento al inicio de la Edad Moderna, es famosa la Hoguera de las Vanidades promovida por Girolamo Savonarola en Florencia el 7 de febrero de 1497; el fraile culpó de la derrota frente a los franceses a la vida disipada de los italianos y propuso sustituir el Carnaval por una fiesta de la Penitencia en la que ardió una pira hecha de libros, cuadros y objetos considerados pecaminosos, frívolos o muestra de vanidad.


Se supone que en la Edad Contemporánea, en plena Era de la Razón, no deberían suceder cosas como éstas, y sin embargo han ocurrido también. El 10 de mayo de 1933, a poco de iniciarse el Tercer Reich de Adolf Hitler, los miembros de la Unión Estudiantil Nacionalsocialista de la Universidad Friedrich Wilhelm encabezaron una siniestra quema de libros de autores “peligrosos” y “antialemanes” en la actual Bebelplatz, en pleno centro de Berlín. Al acto, que contó con un discurso de Joseph Goebbels y que coincidió con acciones similares ese mismo día en otras veintidós ciudades universitarias alemanas, asistieron unas setenta mil personas, y en la pira ardieron unos veinte mil libros de autores judíos, o pacifistas, o defensores del socialismo y el comunismo.

Parece ser que Sigmund Freud, al enterarse de que habían sido quemados algunos libros suyos, exclamó: “¡Cuánto ha avanzado el Mundo, en la Edad Media me habrían quemado a mí!”. Esta frase tendría su gracia si no fuera porque al llamado Bibliocausto Nazi le siguió pocos años después el Holocausto, y se hizo realidad lo que el poeta alemán de origen judío Heinrich Heine profetizó en 1821: donde se empieza quemando libros se acaba quemando también personas. Hoy en día hay en la Bebelplatz un monumento conmemorativo del Bibliocausto: consiste en un hueco bajo el nivel del suelo, cubierto por una lámina transparente, en el que se pueden contemplar unas estanterías vacías, del tamaño que sería necesario para albergar todos los libros que desaparecieron en ese mismo punto aquella noche.


Incluso después de dos Guerras Mundiales, no escarmentamos y la intolerancia sigue campando a sus anchas: es bien conocida la historia de las declaraciones hechas por John Lennon en una entrevista para el London Evening Standard, en marzo de 1966, en las que afirmaba que los Beatles eran por entonces “más populares que Jesucristo” entre la juventud. Cinco meses después, coincidiendo con la gira estadounidense del grupo en agosto, esta entrevista fue publicada de nuevo allí y la frase en cuestión causó un gran revuelo en el sur y sudeste del país, el llamado Cinturón Bíblico, en el que hay una mayoría de protestantes evangélicos muy conservadores. En muchas emisoras de radio dejaron de ponerse sus canciones y se convocaron concentraciones para quemar públicamente discos y libros de los Beatles en señal de protesta; incluso recibieron amenazas de muerte, y en algún concierto hubo incidentes con piquetes del Ku Klux Klan.

En esta ocasión no llegó la sangre al río, pero los múltiples problemas sufridos y su incapacidad para asimilar tanta ignorancia y tanto odio generado por unas meras palabras fueron, junto con la creciente complejidad de sus canciones, las razones por las que los Beatles decidieron que ésa sería su última gira y que a partir de entonces se dedicarían exclusivamente a grabar sus discos en el estudio. A pesar de que en 1966 el asunto quedó en mera anécdota, podemos decir, como epílogo a la historia, que también en este caso el autor de las declaraciones acabó corriendo años más tarde la misma suerte que sus vinilos, aunque Lennon murió tiroteado no a manos de un detractor o un fundamentalista religioso, sino de un fan desequilibrado.

Avanzando poco a poco hacia el presente, comprobamos que también hubo quemas de libros durante las no tan lejanas dictaduras de Chile y Argentina, en los años 70. A esto hay que añadir la destrucción de bibliotecas de la que ya hemos hablado en anteriores entregas, que continúa hasta el día de hoy, siendo los más recientes los casos de la antigua Yugoslavia en los 90 y, ya en el nuevo milenio, Irak o Egipto. En resumen, podemos concluir que nadie tiene el monopolio de la estupidez humana: ésta ha existido y existe en todos los países y en todas las épocas. Por fortuna, también existe en todas partes gente que hace cada día nuevos descubrimientos para que nuestra vida sea más cómoda, o que escribe historias que nos dan esperanza y nos hacen desear una vida mejor; gente que está deseosa de plasmar el fruto de su trabajo y de su reflexión en negro sobre blanco y compartirlo con los demás para que todos podamos estar un poco más cerca de la Verdad y de la Belleza, para que podamos ser todos un poco más felices.


Sirva pues esta entrada múltiple como sincero homenaje a todas las herramientas y tecnologías que a lo largo de los milenios han permitido la comunicación de ideas, la conexión entre personas y la divulgación de la Ciencia y el Conocimiento en general. Avances como el lenguaje, la escritura, los libros y bibliotecas, la imprenta e Internet han conseguido que las mentes más brillantes de nuestra Civilización puedan dejar una huella indeleble en el Tiempo y han favorecido el trabajo en equipo incluso más allá de la muerte del individuo, aumentando así nuestro potencial para tratar de responder juntos a las preguntas que como especie (o incluso, desde un punto de vista más amplio, como conjunto de especies a nivel planetario) nos preocupan: ¿Qué somos? ¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde deberíamos (o no deberíamos) dirigirnos?

Quiero terminar con una cita de Miguel de Unamuno que siempre me ha gustado mucho: “Sólo el que sabe es libre, y más libre el que más sabe... Sólo la Cultura da Libertad... No proclaméis la Libertad de volar, sino dad alas; no la de pensar, sino dad pensamiento. La Libertad que hay que dar al pueblo es la Cultura”. En otras palabras: el Conocimiento adquirido nos acerca poco a poco a la Verdad, y por tanto nos permite tomar las decisiones adecuadas en la vida, de manera razonada y sin dejarnos influir por las opiniones de los demás. De ahí que el señor Unamuno diga que el Conocimiento te proporciona Libertad; y no sólo eso: tanto del primero como de la segunda se puede afirmar que cuanto más tienes, más quieres (igual que con las cosas materiales) y mejor te sientes (al contrario que con las cosas materiales). Con esto terminamos por hoy; espero haber ampliado vuestros Conocimientos durante estas cinco semanas y aguardo impaciente a que también ampliéis los míos a través de los comentarios… En cualquier caso, nos vemos aquí mismo la próxima semana con algo completamente distinto.

lunes, 15 de septiembre de 2014

Indeleble (IV)

Continuamos nuestro viaje por el Tiempo en el S.XV. De esta época datan los últimos códices de pergamino, mientras que el papel se va haciendo más barato en Europa por el uso generalizado de camisas de lino, pudiéndose usar los retales y trapos como materia prima para su fabricación. Ya hemos mencionado que el uso de herramientas y el aprendizaje de la escritura fueron dos hitos que impulsaron hacia delante a la especie humana; hoy hablaremos de otro gran avance que está relacionado con los dos anteriores. Así como hasta entonces piedra, arcilla, papiro, pergamino y por último papel habían servido como soportes para la preservación del Conocimiento (y de la Belleza) en el Tiempo, la aparición de la imprenta de tipos móviles permitirá un mayor acceso de todos a este Conocimiento (y a esta Belleza).


Como dijimos la semana pasada, a mediados del S.X se había inventado en China una imprenta que requería una sola plancha de madera para cada lámina. En torno a 1440 aparece una versión mejorada que utiliza tipos móviles fundidos, ideada por Johannes Gutenberg en Mainz (nuestra hermana Maguncia), en Alemania, tras un largo proceso de investigación de aleaciones para los tipos y de composición de las tintas. Se trata de una prensa con caracteres metálicos individuales que se pueden colocar en cualquier disposición y por tanto se pueden reutilizar muy rápidamente sin necesidad de grabar planchas enteras, ahorrando bastante tiempo a la hora de confeccionar una determinada obra. ¿Apareció este ingenio en varios sitios a la vez? Se habían usado tímidamente tipos móviles en China y Corea doscientos años atrás, cosa que Gutenberg desconocía, pero fue en Europa en particular donde esta tecnología dio lugar a un gran avance social y cultural. Extendiéndose en menos de treinta años a cientos de ciudades, la imprenta aceleró la producción de libros y facilitó la estandarización de las lenguas europeas.

A medio camino entre los manuscritos antiguos y los libros modernos, los especialistas han creado la denominación de “incunable” para todos los libros impresos durante el S.XV; más concretamente, antes del día de pascua de 1501, ya que por aquel entonces ésa era la fecha del comienzo del año. En aquella primera etapa, en la que la imprenta todavía estaba en pañales (de ahí el origen latino del nombre: “en la cuna”), el impresor era dueño y manipulador de la prensa, fundidor de los tipos, fabricante del papel, encuadernador, editor y librero; es decir, era artesano, artista y erudito, todo al mismo tiempo.


El 31 de octubre de 1517 es la fecha en la que Martín Lutero, teólogo y fraile agustino preocupado por el tráfico de indulgencias y la avaricia de la Iglesia Católica, clavó sus noventa y cinco tesis al respecto en la puerta de la iglesia del Palacio de Wittenberg, pidiendo que se iniciase un debate sobre ellas para intentar una vuelta de la Iglesia a sus orígenes. Estas tesis fueron rápidamente copiadas e impresas: al cabo de dos semanas se habían difundido por toda Alemania, y dos meses después por todo el continente. Claro precedente de los trending topics, éste fue uno de los primeros casos de la Historia en los que la imprenta jugó un papel determinante a la hora de dar visibilidad a un determinado problema.

Frente al Concilio de Trento, que en 1546 afirmó que la Biblia Vulgata traducida al latín por San Jerónimo era la única versión auténtica de las escrituras, Lutero soñaba con un Mundo en el que cualquiera pudiese consultar la palabra de Dios por sí mismo, sin necesidad de orientación ni de interpretación (ni por tanto posibilidad de manipulación) por parte de los clérigos; el mensaje de la Biblia debía ser accesible a todos los cristianos en su propia lengua. La Reforma Protestante instó pues a la propagación de las lenguas vernáculas de cada nación a través de la imprenta, y de hecho la versión alemana de la Biblia confeccionada por Lutero se convirtió en un modelo a seguir en el arte de la traducción… El protestantismo tuvo por lo tanto en Gutenberg a un gran aliado.


Pero la importancia de la imprenta no se restringe sólo al terreno religioso: impresores como el veneciano Aldo Manucio facilitaron también la popularización de textos laicos de la antigüedad clásica, ya fueran sobre política, como en el caso de Cicerón, de filosofía con Platón y Aristóteles, o de poesía con Ovidio, Virgilio y Horacio. La invención de Gutenberg permitió además la propagación de la Ciencia y el acceso de los científicos a obras escritas anteriormente sobre su tema de investigación, lo que facilitó el trabajo en equipo a través del Tiempo (ya en otra ocasión lo denominamos “auparse a hombros de gigantes”), la comparación de datos experimentales y por tanto la consecución de nuevos descubrimientos.

Por ejemplo, el aristócrata y astrónomo danés Tycho Brahe seguramente pudo comprar en el S.XVI copias impresas de los textos escritos por su colega Claudio Ptolomeo catorce siglos antes y por su compatriota Copérnico décadas atrás… A su vez, los precisos datos experimentales astronómicos obtenidos por Brahe sirvieron a Johannes Kepler para perfeccionar a principios del S.XVII la teoría de Copérnico, llegando a la conclusión de que los planetas (incluida la Tierra) seguían órbitas elípticas en su movimiento alrededor del Sol. La difusión de las ideas de Copérnico y Kepler puso patas arriba la concepción que teníamos hasta entonces de nosotros mismos, llegando al punto que el título de la obra fundamental del primero, “Sobre la Revolución de las Esferas Celestes”, de 1543, fue el que dio lugar al uso de la palabra “revolución” con el significado de “cambio brusco en el ámbito social, económico o moral de una sociedad”.


También gracias a la imprenta aparecen a partir de 1600 los primeros periódicos de carácter semanal o diario (precisamente por eso se les llama “la prensa”). Teniendo en cuenta que empiezan a ser habituales además los servicios postales modernos, podemos decir que desde entonces el planeta entero estará razonablemente bien comunicado. El número de ejemplares en bibliotecas tanto públicas como privadas aumenta exponencialmente y el acceso a cualquier información empieza a ser más y más fácil, haciéndose verdad ese dicho de que todo está en los libros. Como ya comenté en la primera entrega, a partir de este momento, y ante las nuevas comodidades, la gente se lo piensa cada vez menos antes de publicar sus obras y las chorradas también lo tienen más fácil para extenderse por todo el globo, aunque tendrá que llegar Internet para que la tontería se esparza realmente de lo lindo… Pero venga, no nos centremos en lo negativo.

Los siguientes capítulos de esta historia que llega hasta nosotros (y que todavía se está escribiendo) serán, durante los siglos XVII y XVIII, la Revolución Industrial en Inglaterra, la Ilustración y la redacción de la Enciclopedia en Francia, y el inicio de una nueva Edad de la Razón que por sí sola da para una entrada aparte en el blog, así que lo dejaremos para más adelante. En conclusión, queda claro que los grandes hitos de la Historia reciente de Occidente, como el Renacimiento, la Reforma Protestante, las Revoluciones Científica e Industrial o la Ilustración, habrían sido imposibles sin los utensilios de escritura, el formato del códice o la imprenta de tipos móviles… A lo mejor es cierto que en realidad el Mundo no lo cambian las ideologías sino las tecnologías. La próxima semana, en la última entrega de esta entrada, llegaremos en nuestro recorrido al S.XXI y hablaremos un poco de censura y de por qué desde que han existido libros también ha existido gente a la que le gustaba quemarlos.