lunes, 28 de julio de 2014

Economía de Medios (I)

Hace unos días me encargué de la presentación y el coloquio en una de las proyecciones de Nits de Cinema, la actividad que lleva a cabo todos los años el Aula de Cine de la Universitat de València en el claustro del edificio de La Nau. La película en cuestión era Moon, film británico independiente de 2009 dirigido por Duncan Jones, protagonizado por Sam Rockwell, producido por Stuart Fenegan y con guión de Nathan Parker sobre una idea de Duncan Jones. La que fue la ópera prima de Jones tuvo en su día muy buenas críticas, ganando el BAFTA al mejor director novel, dos premios en los British Independent Film Awards y un Premio Hugo, aparte de cuatro galardones en el Festival de Sitges: película, actor, guión y diseño de producción. En consonancia con su palmarés, todo marchó estupendamente también en la proyección en La Nau: se completó el aforo y el coloquio fue variado, agradable y sin problemas. Poco después se me ocurrió aprovechar el trabajo realizado en la preparación de la presentación y reconvertir mis notas en entradas del blog, como ya he hecho anteriormente. Cuando escasea el tiempo, es aconsejable sacarle el máximo rendimiento a los recursos de los que dispones, y a mí siempre me ha gustado seguir la máxima de “Reducir, Reutilizar y Reciclar”.
La acción de la película transcurre en el año 2035 en una pequeña estación en la cara oculta de la Luna, donde la empresa Lunar Industries Ltd. se encarga de la recolección de helio-3 por medio de cosechadoras automatizadas. El mantenimiento de la estación y la gestión de los envíos del helio-3 a la Tierra para ser utilizado como combustible de fusión son realizados por un solo trabajador, Sam Bell, con la única ayuda de GERTY, una unidad robótica dotada de inteligencia artificial. Sólo faltan dos semanas para la finalización de su contrato de tres años, y Sam está deseando volver a la Tierra para reunirse con su mujer Tess y su hija Eve, a la que sólo conoce a través de comunicaciones de vídeo, pero en ese momento empieza a tener visiones de una misteriosa joven… y aquí es más o menos donde arranca la acción. Me las he arreglado para que la entrega de hoy y la de la próxima semana no desvelen demasiado acerca del argumento de la película, pero os advierto de que en la tercera parte de esta entrada sí habrá spoilers a mansalva.
 
 
La idea en la que quiero basar esta primera entrega queda muy bien ilustrada por un sencillo detalle que también comenté en mi presentación… Fijaos en el poster de la película. Representa al protagonista, con su traje de astronauta, rodeado de anillos concéntricos blancos y negros muy finos. Si observáis la imagen en el monitor de vuestro ordenador seguramente apreciaréis que aparecen sobre los anillos una especie de aguas, de patrones de interferencia, que además cambian de forma cuando se mueve la imagen arriba y abajo o cuando varía el tamaño con el que se muestra. Este fenómeno se conoce como efecto Moiré y se produce porque las altas frecuencias del detalle de los anillos no quedan bien representadas, debido a que la resolución de la pantalla (el número de pixels, vamos) no es infinita. Pero esto, que en otros casos podría resultar un problema, aquí supone una ventaja porque le añade al poster un efecto estéticamente muy bonito, y además sin sobrecoste alguno. El que lo diseñó simplemente utilizó su ingenio y su conocimiento acerca de los medios por los que se iba a publicitar la película. Este detalle, como os decía, es un buen indicador de cuál fue la filosofía del equipo técnico del film en todas las etapas de su realización: a base de inteligencia y trabajo duro, y sobre todo partiendo de una buena historia, se le puede sacar mucho partido al presupuesto más modesto.
 
 
Moon se rodó en los Shepperton Studios de Inglaterra, en el mismo set donde Ridley Scott había dirigido Alien treinta años antes, y costó cinco millones de dólares, lo cual nos puede sonar a mucho dinero pero en realidad no es nada comparado con los trescientos o cuatrocientos millones que puede suponer hoy en día cualquier superproducción de los grandes estudios. Duncan Jones y los productores tuvieron mucho cuidado en aprovechar hasta el último penique y no malgastar nada, por la cuenta que les traía si querían conseguir una distribuidora y recuperar su inversión. Uno de los métodos para minimizar gastos fue el de usar un reparto muy reducido, aunque de eso ya hablaremos más adelante… Si no habéis visto la peli, os puedo asegurar que visualmente es impecable y que no se nota en absoluto lo ajustado del presupuesto; no tiene nada que envidiarle a los blockbusters más caros, y de hecho, a pesar de que no se proyectó en un gran número de salas, acabó recaudando el doble del dinero que había costado.
El lapso de tiempo entre el inicio de la escritura del guión (mayo de 2007) y el final de la postproducción (mayo de 2008) fue increíblemente corto: la película estuvo totalmente acabada en apenas un año. También fue corta la fase de rodaje: treinta y tres días más ocho días de rodaje con las maquetas y las miniaturas. La realización coincidió con la huelga de guionistas, de modo que había muy buenos profesionales que en ese momento estaban disponibles porque los proyectos de los grandes estudios estaban parados: fue así como consiguieron por ejemplo que Bill Pearson, responsable en parte del aspecto visual de Alien, participase en el diseño de las maquetas de los distintos vehículos espaciales.
 
 
La mayor parte de la acción transcurre en el interior de la base lunar, un decorado completo y cerrado de 27 metros de largo por 21 de ancho en el que las cámaras podían hacer giros de 360 grados y rodar hasta en el último rincón. El diseño de producción está cuidado hasta el más mínimo detalle para dar impresión de verosimilitud y hacer la historia más creíble. La consigna a la hora de ambientar los decorados era que antes de colocar cualquier objeto había que asegurarse de que servía para algo, de que cumplía una función determinada dentro del mundo en que se desarrolla la historia, aunque no se fuese a ver en el film. Como os decía antes cuando hablaba del Moiré, el equipo artístico aguzó el ingenio para tunear objetos de la vida cotidiana y reutilizarlos en la peli, abaratando así la producción. Por poner algunos ejemplos: los monitores de la base no son más que pantallas planas normales colocadas en sentido vertical, la silla en la que Sam recibe las comunicaciones es la del departamento de peluquería y maquillaje, y las bandejas de comida preparada que aparecen apiladas en la zona de la cocina eran bandejas reales de Mexicali, un local de comida mejicana-californiana para llevar de la zona de Chelsea, en Londres, muy cerca de donde vivían Duncan Jones y otros miembros del equipo, que las iban acumulando para la película cada vez que compraban allí su cena… En el blog del diseñador conceptual Gavin Rothery podéis leer otras anécdotas interesantes por el estilo.
 
 
En cuanto a la postproducción, hubo añadidos por ordenador, pero bastantes menos que en otros films recientes de fantasía o ciencia ficción, ya que Jones siguió el ejemplo de cineastas como Peter Jackson e hizo uso de maquetas reales a escala, que aportan texturas y pequeños detalles que dotan de mayor realismo a la imagen. El manejo de las maquetas de los vehículos se hacía de forma completamente artesanal, usando hilos de pescador para tirar de ellas, y posteriormente los hilos se borraban y los paisajes lunares se expandían digitalmente. En otras escenas el componente de imágenes generadas por ordenador era más importante, pero Jones viene del mundo de la publicidad y allí aprendió a economizar los recursos y hacer que las CGI quedaran bien por poco dinero. Por ejemplo, el GERTY real y los correspondientes brazos hidráulicos servían para las tomas más estáticas, pero eran poco ágiles para las tomas en movimiento, de modo que se renderizó un GERTY digital que se utiliza en muchas de las escenas, sin que sea posible distinguirlo del real. Hay otras tomas de efectos por ordenador bastante impresionantes, pero tienen que ver con la trama, así que hablaremos de ellas en un par de semanas. Para terminar esta primera parte centrada en los detalles técnicos, es de justicia nombrar a Trudy Styler, la mujer de Sting, que subió a bordo del proyecto en calidad de productora una vez acabado el rodaje y les sacó las castañas del fuego encontrando el dinero necesario para terminar la fase de postproducción y así poder empezar a mostrar la película en distintos festivales.
Lo dejamos aquí por ahora. La semana que viene hablaremos de los aciertos y los errores de Moon respecto al tratamiento de los aspectos científicos, y en la tercera parte analizaremos los detalles de la trama, identificaremos los grandes temas que se tratan en el relato y veremos que, con inteligencia y un poco de esfuerzo por nuestra parte, podemos conseguir mucho a partir de muy poco también en el terreno existencial.
 
 

lunes, 21 de julio de 2014

El Experimento de los Marshmallows

La semana pasada, escribiendo acerca de lo rápido que se me habían pasado las primeras cien entregas del blog, creí que un buen título para la entrada podía ser “Ciento Volando”, ya que utilizaba el refrán que todos conocemos pero cambiando el significado de las palabras… Esto me hizo recordar que hacía ya tiempo que tenía en fase de borrador una entrada que habla sobre el sentido literal del refrán, de modo que me puse a darle forma y aquí la tenéis; perfectamente podría haberse llamado también “Ciento Volando”, o “Pájaro en Mano”, pero he optado por el título más descriptivo. Para los que no sepáis lo que es un marshmallow, os diré que se le conoce con otros muchos nombres, siendo los más habituales (al menos para mí) dulce de malvavisco, jamón o nube.
 
 
¿En qué consiste el experimento en cuestión? El primero lo inició hace más de cuarenta años el psicólogo Walter Mischel en la Universidad de Stanford, y los sujetos eran niños y niñas pequeños, de unos cuatro o cinco años. Se les hacía pasar a un despacho sin muebles ni decoración, con una mesa y una silla (algunas de las versiones del experimento incluyen una cámara oculta instalada justo enfrente), y se les planteaba la siguiente disyuntiva: “Voy a dejar aquí este marshmallow, y ahora tengo que salir un momento… Vamos a hacer un trato: si esperas hasta que yo vuelva, podrás comerte éste y otro más, pero si quieres que venga antes, toca esa campanilla y podrás comer sólo éste”. Las reacciones de los niños eran muy variadas durante los quince minutos que duraba la espera (a esas edades, un cuarto de hora sin otras distracciones a tu alrededor es una eternidad): Para alejar la tentación, algunos daban puntapiés a las patas de la mesa; otros se metían debajo, miraban hacia otro lado o acariciaban el marshmallow como si fuera un animalito. Sólo un porcentaje minoritario se comieron la nube inmediatamente, y de los demás, un tercio consiguieron aguantar los quince minutos.
De este estudio se sacaron diversas conclusiones, pero la parte realmente interesante viene ahora. Varios de los niños que participaron eran amigos de las hijas del Profesor Mischell, y charlando casualmente sobre algunos de ellos, años después, se dieron cuenta de que había ciertas correlaciones, de modo que decidieron hacer un seguimiento posterior de todos los sujetos. Tras realizar una serie de cuestionarios acerca de distintos temas diez, veinte e incluso cuarenta años después del experimento original, se llegó a la conclusión de que, por lo general, los niños y niñas que supieron esperar para comer dos nubes sacaron posteriormente mejores notas de acceso a la Universidad, consiguieron mejores trabajos y tuvieron matrimonios más felices, así como menos problemas de drogas y sobrepeso. En otras palabras: los que controlaban sus impulsos y preferían pensar a largo plazo antes que obtener una gratificación instantánea tuvieron después una vida mejor. Al igual que la de comer el primer marshmallow, supieron resistir otras tentaciones y elegir el camino correcto en lugar del más rápido.
 
 
Hasta aquí parece que está todo muy claro, y que con un poco de autocontrol se puede alcanzar la felicidad en la vida, pero las cosas no son tan fáciles como parece… En estudios posteriores se ha visto que los resultados del experimento dependen mucho de si el niño confía o no en el experimentador. Por ejemplo, se pueden usar dos grupos de chicos con distintas experiencias previas a la parte de los marshmallows: en uno de estos estudios, a todos se les hizo antes una promesa de otro tipo, promesa que se cumplió con los del primer grupo y se incumplió con los del segundo… Pues bien, los niños a los que ya se les había fallado antes prefirieron pájaro en mano a ciento volando y esperaron tres minutos en promedio, mientras que los que no habían sufrido una decepción previa cuadruplicaron este tiempo. Se observó que por lo general eran más impulsivos y aguantaban menos los chicos procedentes de entornos más inestables, como por ejemplo los hijos de padres separados o los niños de baja extracción social. Por tanto, y en resumen, para que funcionen las técnicas de motivación basadas en la gratificación aplazada y en la cultura del esfuerzo primero hemos de proporcionar a los chavales confianza en el futuro y en la sociedad: tenemos que colaborar entre todos para que crezcan en un mundo justo donde las cosas funcionen como debe ser y donde se cumplan las promesas que nosotros les hicimos de pequeños.
 
 
Para finalizar, me gustaría hacer un par de reflexiones sobre todo esto arrimando el ascua a mi sardina y centrándome en la faceta de las relaciones de pareja. Ya en otras ocasiones os he comentado que en esta sociedad de las prisas, en la que se valora más lo superficial porque es lo más rápido de evaluar, una gran cantidad de gente opta por comerse el primer marshmallow que pasa por delante sin darle muchas vueltas, y al final resulta que se quedan con hambre de algo más. También os he explicado que yo voy despacio porque voy lejos, y que hasta que no encuentre a alguien realmente especial y compatible conmigo prefiero estar solo, aunque tenga que esperar esos metafóricos quince minutos… que en este caso, y al paso que vamos, bien podrían ser quince años (los cuatro que llevo desde el fin de mi última relación ya se me están haciendo eternos).
Esta espera, por larga que fuese, valdría la pena si tuviera la certeza de que más tarde o más temprano conseguiré mi objetivo, pero… ¿quién me lo asegura? El destino es a veces bastante cabrón y te quita incluso tu primer marshmallow antes de que puedas catarlo; por pasarte la vida esperando a la mujer ideal puedes perder varias oportunidades con mujeres que “sólo” estaban bastante bien… oportunidades que a veces no vuelven nunca más. La pregunta clave es: ¿Confío en la Vida? La respuesta: Por ahora sí. Espero que mi fidelidad a mis propios principios se vea premiada en el futuro con un poco de suerte; espero que llegue ese día en que encuentre a mi Papagena, a La Mujer con mayúsculas, a la compañera de viaje que me abra puertas a otros mundos de infinita Belleza que aún no puedo ni siquiera imaginar… Mientras llega ese día, prefiero tener a mi Papagena volando en mis pensamientos antes que a cualquier otra pájara posada en mi mano.
 
 
¡Habéis aguantado hasta el final de la entrada! Enhorabuena. Ya os he puesto antes un enlace a una canción, igual que de costumbre, pero hoy voy a tirar la casa por la ventana y os voy a poner otra, como premio por haber tenido un poco de paciencia.

lunes, 14 de julio de 2014

Ciento Volando

Podría ser que este blog muriese hoy mismo. Los tutoriales que leí antes de poner en marcha La Belleza y el Tiempo recomendaban tener preparada desde el principio una lista con al menos cien ideas distintas para entradas. El Tiempo se me ha pasado volando desde que empecé, hace ya dos veranos, y aunque entradas propiamente dichas hay unas pocas menos, con la de la semana pasada se cumplen cien entregas, así que moralmente podría considerarme liberado de mi compromiso, si quisiera. Ahora entiendo cómo se debe sentir el columnista de un periódico, o el párroco de una iglesia pensando en su sermón para el próximo domingo, o el guionista de una serie cuando se le acaba el plazo para presentar un episodio…
A veces no me resulta fácil decidir el contenido de la siguiente entrada de forma que la sucesión de temas no se haga repetitiva; y una vez decidido, me lleva mucho tiempo redactar la entrada con un mínimo de calidad, lo cual afecta en ocasiones a mi vida social. Además, me consta que mis visitas a los museos de la ciudad, mis paseos por el casco antiguo o el número de libros leídos han disminuido en los últimos dos años: como ya os comenté en otra ocasión, me da miedo estar viviendo para escribir. No soy el único con este dilema, tengo buenos amigos y amigas con blogs de excelente calidad que con el paso del Tiempo han decidido centrar su atención en otros proyectos, disminuyendo el ritmo de publicación de entradas, y no les culpo por ello. No os negaré que me ha pasado por la cabeza un par de veces la idea de aprovechar la entrega nº 100 como excusa para librarme de la obligación (autoimpuesta) de publicar todos los lunes, reduciendo la frecuencia por ejemplo a la mitad.
 
 
Pero tranquilos, que por ahora el blog seguirá siendo semanal, aunque quizás habréis notado que en el último año he hecho algunas concesiones para hacerme más llevadera mi tarea. A pesar de que en su día dije que más de tres entregas para la misma entrada eran demasiadas, posteriormente he llegado en unas pocas ocasiones hasta cinco, en los casos en los que he considerado que había la suficiente cantidad de datos interesantes sobre el tema, aun a riesgo de que los lectores poco interesados en ese tema en particular se aburrieran como ostras durante más de un mes. Posiblemente también hayáis notado que añadí sobre la marcha la etiqueta de Imagen, la que hace veinte (me gustan los múltiplos de cinco porque también son números redondos), para referirme a lo relacionado con la fotografía o con lo visual, y últimamente he hecho uso de ella (procurando no abusar) cuando he ido apurado con los plazos, aunque intento que las entradas basadas en selecciones de mis fotos tengan siempre algo más de contenido, y al final acabo dedicándoles casi tanto tiempo como a una entrada normal.
Echando un vistazo a la lista de etiquetas en la columna de la derecha podréis haceros una idea de cuáles han sido los temas más recurrentes a lo largo de estos dos años. Como cabía esperar por mera coherencia con el título del blog, la Belleza y el Tiempo son los dos conceptos que aparecen más a menudo, seguidos por el Inconformismo, o crítica de la sociedad actual, y el Cine, del que hablamos sin ir más lejos en la anterior entrada (íntimamente ligada, como veréis, a la de hoy). Les siguen las etiquetas de Historia y Valencia, a menudo relacionadas entre sí, y después la de Ciencia. A continuación está la Sencillez, que se solapa a veces con el Inconformismo, y el Afecto en sus múltiples formas. Terminamos la lista de los temas frecuentes con la Imagen, la Música y el Conocimiento, etiqueta esta última que tendrá pronto nuevas contribuciones, como merece por su importancia. El número de entradas de las restantes etiquetas no es muy alto, pero sin duda irá subiendo, aunque sea poco a poco, con el paso de los meses… tiempo al Tiempo.
 
 
Espero que estas primeras cien entregas de La Belleza y el Tiempo os hayan ayudado a reconocer y a valorar un poco más la poesía de lo real, el encanto de lo sencillo, los destellos de verdad y autenticidad ocultos en todo lo que nos rodea a diario… pero pensemos en el futuro. ¿Hacia dónde va el blog? ¿Qué parte de los contenidos tengo pensados de antemano? ¿Estarán dichos contenidos a la altura de lo ya escrito? Para responder a estas preguntas vamos a recurrir a comparar La Belleza y el Tiempo con una de las series de televisión o sagas cinematográficas de las que hablamos hace una semana.
Al igual que algunas de esas series o sagas, el blog tiene, efectivamente, una biblia. No es más que un sencillo documento de Word en el que archivo de manera ordenada todas mis notas, algunas telegráficamente y otras de forma más elaborada. Son ideas sobre cualquiera de los temas que me interesan, que se me ocurren viendo la tele, leyendo libros o artículos en Internet, hablando con amigos o simplemente andando por la calle (siempre llevo papel y un boli pequeño en el bolsillo para que no se me olvide nada). También guardo en este documento los enlaces interesantes a webs y a vídeos o canciones de YouTube, agrupando los contenidos por etiquetas, y me dejo anotadas breves referencias a las ideas que ya he usado en las entradas publicadas. Todos los conceptos y relaciones que me parecen importantes, tanto si ya he hablado de ellos en el blog como si no, se sintetizan en el Mapa de etiquetas que podéis encontrar en la columna de la derecha, Mapa que publiqué desde el primer día para que vierais que había un trabajo previo de planificación y que los contenidos tendrían cierta coherencia interna. Por tanto, podríamos pensar en cada etiqueta como uno de los cajones de mis archivos mentales, y en las correspondientes notas del documento de Word como los papeles de ese cajón, clasificados y ordenados por medio de separadores.
 
 
Me gusta pensar que, salvando las distancias, La Belleza y el Tiempo utiliza recursos narrativos similares a los de Babylon 5 en televisión o El Señor de los Anillos en cine… En primer lugar, muchas de las entregas son como pequeñas historias presentadas en un contexto mucho más amplio y ambicioso. Las entradas no hacen más que glosar y explicar los elementos del Mapa; algunas abarcan una parte muy pequeña de éste, tal vez un ejemplo particular de una idea concreta relacionada con una sola etiqueta, mientras que otras comprenden varios de los conceptos más importantes del Mapa y las relaciones entre ellos. Por otra parte, al tener en mi biblia una parte de los contenidos planificada de antemano, yo también voy dando pistas de lo que vendrá y hago a veces referencias a entradas del blog que, aun estando ya en mis notas y borradores, no se publicarán hasta meses (quién sabe si años) después. Muchas de las entradas se relacionan entre sí o son continuación lógica unas de otras, así que podría decirse que tengo varios arcos argumentales en marcha.
¿Cambiaría, después de todo este tiempo escribiendo y dándole vueltas a los conceptos, alguna parte del Mapa de etiquetas? Creo que no. Aparte del detalle de haber añadido la etiqueta de Imagen, el paso de los meses no ha hecho sino reforzar mi convicción en la mayoría de mis afirmaciones. ¿Lo tengo todo pensado de antemano? Todo no, por supuesto, aunque algunas cosas sí. Una de las razones por las que escribo el blog es la de sacar algunas conclusiones sencillas a partir del Mapa acerca de cómo actuar en la Vida, y en ese sentido se podría decir que el blog es un work in progress. Aunque mis opiniones acerca de lo más básico no han cambiado, sí he aprendido a verbalizar mejor algunas de las ideas, y además han aparecido nuevos matices, que surgían una y otra vez mientras reflexionaba el contenido de las entradas… Han tomado mayor relevancia en mi esquema mental, por ejemplo, los conceptos de Equilibrio y de Interconexión, que dan lugar a la máxima “Todos-Mejor-Siempre” en contraposición al “Yo-Más-Ahora”; no es la primera ni la segunda vez que hablamos de esto, y sin duda seguiremos dándole vueltas en sucesivas entregas.
 
 
¿Tengo pensado un final para La Belleza y el Tiempo? No, pero hay dos o tres ideas para entradas que podrían servir como excelente colofón; por ahora, mientras tenga otras cosas relevantes que contar, éstas me las reservo. ¿Falta mucho o poco para este hipotético final? Como ya os comenté, en el pasado he tenido miedo a veces de quedarme sin ideas y que bajara el nivel de calidad del blog; antes que estirarlo como un chicle y que se empiece a parecer a series como Expediente X, prefiero acabar con él por todo lo alto… Aun así, tengo la impresión de que me queda cuerda para rato.
Antes os he dicho que mis notas para el blog, mis archivos de ideas, consisten en un simple documento de Word… Pues bien: en este momento tengo unas cincuenta y ocho páginas de notas, a tamaño Calibri 11 y con márgenes estrechos. Una parte de estas páginas consiste en entradas a medio hacer, esperando tan sólo a tomar forma; de algunas hasta sé ya el título. Sé que antes o después, algún lunes por la tarde, aparecerán en el blog las entradas tituladas Mapas del Tiempo, La Ventana Indiscreta, La Sexta Extinción, Amor a Segunda Vista… y además sé que ésas en particular van a ser buenas. Y constantemente surgen en mi cabeza, en forma de una frase corta y simple, muchos temas interesantes que tocar en el blog de los que ni siquiera llego a apuntar una palabra en mis notas. En resumen, hay material para publicar al menos otras cien historias como las que habéis leído hasta ahora, siempre y cuando disponga del tiempo necesario… Ganas no me faltan, porque, como digo siempre, escribir es una forma de conocerme mejor a mí mismo y al Mundo en general; aunque tendré que hacer un esfuerzo por recordar que el objetivo es escribir para Vivir y no al contrario. Mientras me queden botellas, tengo aún muchos mensajes para lanzar al Mar.
 
 

lunes, 7 de julio de 2014

La Sagrada Biblia

Ya que ésta es la entrada que hace cien y por tanto me merezco darme un gusto, dejad que me rinda hoy a uno de mis placeres culpables y que os hable un poco de películas y series de fantasía y ciencia ficción (Sigue pendiente para más adelante hablar de la importante diferencia entre realidad y Verdad). Quiero empezar explicando lo que es la “biblia” de una serie de televisión de cualquier género: se trata de un documento de referencia y consulta para los guionistas, con información acerca de los personajes, escenarios, línea argumental… No todas las series la tienen, y en caso de tenerla algunas son más detalladas que otras. En estos documentos pueden incluirse dos tipos de datos: por un lado, un registro ordenado de lo que los distintos personajes han dicho o hecho ya en la serie, para mantener la coherencia en futuros capítulos; y por otra parte, una descripción de todo aquello que no se ha visto en pantalla pero que debería determinar directa o indirectamente lo que va sucediendo. Esta segunda clase de datos pueden consistir en una descripción del tiempo y lugar en que se desarrolla la acción (y de las reglas que gobiernan ese mundo en el caso de las series de fantasía, o la tecnología existente en el caso de la ciencia ficción), un resumen de la historia de los personajes anterior a los hechos narrados en la serie, o bien unas breves pinceladas sobre la evolución que debería seguir en el futuro cada uno de ellos y lo que debería ocurrir a grandes rasgos en cada una de las temporadas previstas.
Soy de la opinión de que cuanto más se haya trabajado esta labor previa de documentación y de preparación de la serie, de planificación a largo plazo de los arcos narrativos, mayor es la probabilidad de que el producto final sea consistente y de calidad y atrape al público. Hoy en día, sin embargo, se valora más la cantidad que la calidad, y la mayoría de las series se alargan más de la cuenta, exprimiendo el formato hasta que en las últimas temporadas ya no les queda ni una gota de creatividad, frescura o coherencia interna. Estas series desaparecen dejando un mal sabor de boca, como aquellos ancianos que han tenido una vida plena y activa pero que antes de morir sufren un lento periodo de degeneración física o mental progresiva, de manera que ya no reconocemos en ellos a la persona que antes eran. Otro problema que pueden tener las series es el de intentar aumentar la cantidad de espectadores a toda costa, tratando de llegar a un espectro tan amplio de público que por el camino pierden las señas de identidad en las que radicaba su originalidad, perdiendo también a la base de espectadores fieles desde el principio… pero ésa es otra historia, no nos vayamos por las ramas.
 
 
Pongamos algunos ejemplos concretos… Tenemos el caso de Babylon 5, una serie de televisión de los años noventa creada por el guionista Michael Straczynski, cuyo objetivo fue proporcionar al público un producto de ciencia ficción para adultos y de calidad. Los distintos personajes eran complejos y estaban desarrollados con la suficiente profundidad, evolucionando y cambiando (a veces de forma drástica) a lo largo de la serie; y la táctica de combinar elementos narrativos a distintas escalas, incluyendo pequeñas historias individuales presentadas en un contexto mucho más amplio, una Gran Historia épica, aportaba a la serie una gran credibilidad y una sensación de consistencia interna… Pero la clave del éxito de Babylon 5 radica sobre todo en que los detalles básicos del arco argumental de sus cinco temporadas ya estaban pensados desde el principio, incluyendo un final bien definido, con lo que Straczynski y los otros guionistas de los episodios podían avanzar con paso firme, sabiendo hacia dónde se dirigían, e incluir de vez en cuando veladas referencias a hechos que ocurrirían tal vez dos temporadas después, detalles éstos que incrementan aún más el disfrute de la experiencia en un segundo visionado de la serie.



 
Por supuesto, también hay ejemplos de lo contrario. A veces, por falta de una planificación a largo plazo y por la introducción sobre la marcha de demasiados elementos narrativos y preguntas sin responder, una serie puede acabar siendo confusa, errática e incoherente hasta el punto de resultar infumable. Es lo que algunos dicen de Perdidos, aunque a mí no me desagradó del todo la conclusión de la sexta temporada, teniendo en cuenta la cantidad de líneas abiertas que tenían que cerrar… J.J. Abrams y Damon Lindelof no respondieron a todas las preguntas, pero sí a varias de las más importantes.
Personalmente considero más flagrante el caso de Expediente X, que se fue enredando poco a poco en su propia tela de araña narrativa hasta asfixiarse y perder toda coherencia. Había demasiadas tramas, personajes y elementos en la historia, era imposible conciliarlo todo en una sola explicación. Las temporadas 8 y 9, con David Duchovny fuera de la serie y el personaje de Mulder abducido por los extraterrestres, fueron las más flojas, hasta el punto de que ni siquiera fueron emitidas en la televisión generalista española. El desenlace de la serie también fue decepcionante y totalmente abierto, para poder dar paso a dos películas que tampoco han resuelto nada (y parece que hay una tercera en camino, veinte años después). En estas condiciones es muy difícil creer.
 
 
Hablemos ahora de distintas trilogías cinematográficas y de cómo mantuvieron el nivel de calidad sus sucesivas entregas. Empecemos por la parte negativa, hablando de The Matrix: las dos secuelas de la película original son tan inferiores que yo y algunos de mis amigos, cuando surge el tema, nos llevamos entre nosotros la coña de decir sorprendidos: “Ah, pero ¿hay más de una peli?”. Parece bastante claro que las tres películas no se planificaron al mismo tiempo: cuando la primera tuvo éxito, los hermanos Wachowski se pusieron a pensar en lo que podían contar en las siguientes, pero o bien habían gastado ya todos sus cartuchos buenos o bien simplemente se les habían acabado las pilas, la ilusión, las ganas de exprimirse el cerebro.
Un caso que tiene mucha más miga es el de Star Wars, porque incluye no sólo la trilogía original sino también las precuelas y las futuras secuelas. A principios de los años 80 George Lucas declaró en varias entrevistas que tenía escritos resúmenes de diez o doce páginas cada uno, incluyendo los títulos, para los episodios del uno al nueve; es posible que lo esbozado en estas notas se pareciese a las películas estrenadas en el caso de la trilogía original, pero estoy seguro de que para las otras seis películas proyecto inicial y producto final se parecerán tanto como un huevo a una castaña (y es que la vida da muchas vueltas)… Es bastante unánime entre el público la opinión de que la primera entrega y sobre todo la segunda, El Imperio Contraataca, tienen una gran calidad desde el punto de vista creativo. Recuerdo que, cuando lo vi en uno de sus reestrenos, me fascinó el hecho de que la historia empezase por el Episodio IV, y que llegué a pensar que había otras tres películas anteriores que no se habían estrenado en España: detalles como este nos proporcionan la sensación de que hay un trasfondo más amplio, de que ver la película es como abrir una pequeña ventana a otro mundo mucho más grande y completamente distinto del nuestro, sensación que aporta mayor verosimilitud al relato.
 
 
Para cuando el Episodio VI, El Retorno del Jedi, llegó a las pantallas, ya se hizo evidente que Lucas empezaba a pensar más en la pasta que en la calidad artística del conjunto: con el dichoso merchandising en mente, y con el fin de vender más peluches, para uno de los escenarios de la acción decidió cambiar el planeta de los Wookies de sus notas iniciales por el de los Ewoks, resultando de este trueque la parte más floja de la trilogía original… Tan floja es que yo mismo me hice mi propia versión de la peli, grabada a VHS desde Canal 9, poniendo la pausa en todas las escenas en que aparecían los jodidos ositos peludos; la cosa así mejora bastante.
Pero esto no era nada comparado con lo que se nos venía encima con las precuelas. Me parece que jamás en mi vida he deseado tanto ver una película como lo deseaba con el Episodio I; recuerdo que visionaba los trailers una y otra vez y se me ponía la carne de gallina… ¡Qué desilusión nos llevamos! El público de la trilogía original era por entonces quince o veinte años mayor y sin embargo Lucas diseñó la primera precuela para que la disfrutasen niños cinco años más pequeños que el target original de finales de los setenta. A esta infantilización hay que añadirle el hecho de que muchas escenas de la nueva trilogía fueron pensadas como pantallas de un videojuego, videojuego que por supuesto se vendió estupendamente después de los estrenos… A pesar de que el Episodio III tiene algún trozo pasable, el balance final de las precuelas fue bastante negativo. De la trilogía de secuelas, cuya primera entrega está prevista para el año que viene (a no ser que la pierna de Harrison Ford tarde en curarse), no conozco gran cosa, aunque sabiendo cómo está el percal no auguro nada bueno; esta vez el proyecto ha sido engullido por la Disney, en mi opinión la auténtica encarnación del Imperio Galáctico sobre la faz de la Tierra, y con eso creo que queda dicho todo.
 
 
Para acabar con buen sabor de boca, os contaré ahora un par de cositas acerca de El Señor de los Anillos. Yo he sido durante muchos años un entusiasta de la obra de John Ronald Tolkien y por tanto al acercarse el estreno de La Comunidad del Anillo en 2001, y recién escarmentado con el Episodio I, no las tenía todas conmigo. Sin embargo quedé gratamente sorprendido con el resultado, que no sólo cumplió mis expectativas sino que en algunos aspectos las superó. Lo realmente difícil para Peter Jackson era mantener la calidad en las dos siguientes entregas, y también lo consiguió gracias a un detalle importantísimo: las tres películas (a excepción de algunas escenas sueltas) se rodaron simultáneamente antes del primer estreno durante un largo periodo de dieciocho meses, de manera que cuando La Comunidad del Anillo obtuvo un éxito espectacular ya era demasiado tarde para que los ejecutivos de los estudios metieran mano en la parte creativa del proceso, tratando de incrementar los beneficios. Esta manera de trabajar, con toda la historia planificada previamente, tiene grandes ventajas: por ejemplo, el hecho de que las maquetas y decorados para las siguientes películas ya estuvieran construidos nos permitió tener ya en 2001 muy breves atisbos de lugares clave en posteriores capítulos, como Minas Tirith, lo cual aportaba al conjunto una gran sensación de realismo y de coherencia interna, igual que os comentaba en el caso de Babylon 5.
 
 
Por mucho que se lo hubiera currado Jackson, la cosa no le habría salido tan bien si no hubiera sido por el trabajo previo de Tolkien, que tardó quince años en escribir la novela y prácticamente toda su vida en desarrollar un mundo totalmente creíble que sirviese como escenario para la historia; el equipo y el reparto podían usar el libro durante el rodaje como si fuera el equivalente a la biblia de una serie de televisión. El Profesor de Oxford fue prácticamente el que inventó el recurso de presentar pequeñas historias individuales en un contexto legendario y mitológico mucho más amplio y ambicioso; los que hayáis leído El Silmarillion sin volveros locos por la cantidad de nombres y personajes estaréis de acuerdo conmigo en que conocer todo este trasfondo aporta todavía más riqueza de matices, más Belleza a distintos niveles, a la novela de El Señor de los Anillos. De hecho, estoy pensando que hay más de una coincidencia entre El Silmarillion y La Sagrada Biblia, la de los cristianos, por ejemplo en la estructura de ambas en forma de recopilación de libros de distinta procedencia, estilo y magnitud épica de los relatos.
Pero no todo podía ser tan bonito; en los últimos dos años ha quedado demostrado que también las series de películas se alargan más de la cuenta. La trilogía de El Hobbit llega después de una década de batallas legales y malos rollos entre las distintas partes involucradas, y por lo que he visto hasta ahora, más les valdría no haberla puesto en marcha… El dinero es como el Anillo Único y corrompe a todo aquel que lo codicia. Para poder vender más merchandising entre los distintos estrenos, se tomó la decisión de hacer tres películas a partir del relato original, lo cual es una barbaridad, por mucho que los guionistas se empeñen en decir que también han tomado elementos de otros escritos de Tolkien como los Cuentos Inconclusos. Baste con señalar que para La Comunidad del Anillo, de unas cuatrocientas páginas en la novela, se emplearon tres horas y media en la trilogía original, mientras que para El Hobbit, con un total de unas doscientas páginas, se han planeado tres películas de más de tres horas cada una… ¡absurdo! Lógicamente, todas las partes de relleno se las han tenido que sacar de la manga los guionistas, pero los guionistas no son Tolkien (más quisieran ellos), y así les ha lucido el pelo. Algunos de los añadidos y cambios introducidos, sobre todo en La Desolación de Smaug, deben estar haciendo revolverse al pobre Profesor en su tumba de Wolvercote… Pero bueno, consolémonos pensando que siempre nos quedarán los libros y las tres pelis de El Señor de los Anillos. Se me quedan muchas cosas en el tintero, pero no quiero extenderme más; otro día hablaremos con más calma de esta estupenda novela de fantasía épica y de la correspondiente trilogía cinematográfica. Y la semana que viene os responderé a la pregunta de si La Belleza y el Tiempo tiene o no una biblia.