lunes, 31 de marzo de 2014

La Cuenta Está Equivocada y Punto (I)

Carl Honoré, periodista afincado en Londres, se sorprendió a sí mismo hace unos años en una librería del aeropuerto de Roma a punto de comprar un CD con clásicos infantiles de Hans Christian Andersen comprimidos en un minuto, pensando que así no tendría que perder el tiempo contándole él mismo los cuentos a su hijo Benjamin antes de dormir. Este instante supuso para él un punto de inflexión en el que se dio cuenta de que no podía seguir así, de que tenía que hacer algo para cambiar su estilo de vida; hoy se ha convertido en un conocido gurú anti-prisa con su libro Elogio de la Lentitud.
 
 
Repasando mentalmente mi rutina semanal, he confeccionado para esta entrada una lista de las actividades en las que soy más pausado de lo normal. Suelo levantarme con tiempo de sobra para arreglarme por las mañanas porque no me gusta llegar estresado al trabajo, y también soy lento para ducharme. Me lo tomo con calma en las comidas porque me gusta hacer bien la digestión, aunque no llego a masticar 33 veces cada bocado. Leo sosegadamente, intento asimilar bien los contenidos y tengo que estar en silencio y tranquilo para poder leer a gusto; cuando iba de pequeño a un museo con mi familia siempre era el último en salir con diferencia, y mis padres tenían que esperarme un buen rato fuera. El hecho de que sea lento al aprender algo nuevo no significa que sea menos capaz que el resto, significa que quiero comprender bien las cosas y hasta que no lo consigo no me quedo satisfecho; por eso cuando alguien me instruye para desempeñar una determinada tarea suelo preguntar mucho, llegando a veces a ser repetitivo y hasta un poco pesado.
Casi siempre era el último en acabar en los exámenes del colegio y de la universidad, y soy lento para escribir cualquier tipo de texto: repaso las entradas del blog una y otra vez antes de publicarlas, e incluso a mis e-mails les dedico bastante tiempo, porque aunque estén destinados a una sola persona quiero que queden perfectos, que comuniquen con precisión lo que intento transmitir (Por eso me cabreo bastante cuando a veces esa persona no me responde, aunque de eso podemos hablar otro día). Por último, y a un nivel ya más general, soy lento para tomar decisiones en la Vida porque me gusta meditarlas bien (tanto las triviales como las importantes). Para compensar el tiempo empleado en todas estas cosas, hay otras que hago menos a menudo o algunas que hago más rápido, como por ejemplo andar: tanto en el trabajo como al ir a hacer cualquier recado tengo por costumbre avanzar a grandes zancadas, y cuando voy por la calle con otra persona a veces me embalo sin darme cuenta y tengo que esforzarme por frenar el paso. Sin embargo, cuando paseo por la ciudad sin un destino concreto, en mis momentos de relax, ya no corro; soy deliberadamente lento para poder disfrutar de la Belleza de lo cotidiano, de los pequeños detalles que me rodean.
 
 
Los avances tecnológicos que nos ha traído la Revolución Industrial nos permiten hacer las cosas mejor, pero en lugar de eso las despachamos más rápido para poder hacer más cosas, todas igual de mal (o incluso peor) que antes. El tiempo que nos ahorran las máquinas no lo usamos para relajarnos o para disfrutar más de nuestros amigos, sino para embarcarnos en nuevas actividades y proyectos hasta la extenuación. No disfrutamos el proceso, estamos pensando siempre en la siguiente meta, queremos hacerlo todo y no llegamos; generamos unas expectativas muy altas que luego no podemos alcanzar, lo que nos produce insatisfacción... En resumen: la tecnología no nos está haciendo más felices porque no la estamos utilizando bien. Trabajamos cada vez más horas (lo cual no quiere decir que necesariamente aumente nuestro rendimiento) y son frecuentes los problemas de salud asociados al estrés en el trabajo. Lo malo es que esta ansiedad no sólo nos afecta en el terreno laboral: la filosofía del trabajo la aplicamos también al ocio. Intentamos aumentar a toda costa el número de experiencias, pero no profundizamos en ninguna de ellas, no somos plenamente conscientes de ninguna. Con el Facebook, Whatsapp, etcétera, los planes se hacen a muy corto plazo y se cambian constantemente, se trivializa todo; intentamos estar en varios frentes a la vez, en misa y repicando, y al final todo se diluye. Se ha impuesto la cultura de la gratificación instantánea, y estamos constantemente rodeados de multitud de estímulos, todos ellos muy superficiales.
Esta obsesión por ser multitarea nos hace abarcar mucho y apretar poco, pero no desde el punto de vista del Conocimiento, como a mí me gusta, sino del de la acción no meditada. El que piensa mucho sabe cómo actuar de forma correcta, pero al que actúa mucho y muy rápido no le queda tiempo para pensar. Con las prisas, perdemos la perspectiva y olvidamos cuáles deberían ser nuestros objetivos; ya no distinguimos lo relevante de lo accesorio, lo semántico de lo episódico. Tenemos una larga lista de cosas que hacer pero no nos planteamos por qué hay que hacerlas. Y lo peor de todo es que algunas personas convierten con el tiempo esta filosofía de la celeridad en una huida hacia delante, a pesar de ser conscientes (sin querer aceptarlo) de que no están haciendo lo correcto: si no paran nunca de moverse no podrán oír su propia voz interior, su conciencia. Estas personas tienen miedo a la lentitud, igual que al silencio, porque les permitiría intuir que están haciendo algo mal, y ellos no quieren saberlo… La velocidad de vértigo en el día a día es una forma de no enfrentarse a lo que le pasa a tu mente, de evitar las preguntas realmente importantes; es, al fin y al cabo, una forma de cobardía ante la Vida.
 
 
Yo creo que nunca es tarde para cambiar. Y si no, que se lo digan a Carl Honoré, que ya no usa reloj de pulsera y que le da la vuelta al despertador de la mesita de noche cuando le cuenta cuentos a su hijo Benjamin, para así poder dedicarle el tiempo que haga falta. En la segunda parte de esta entrada doble os daré algunos consejos para dejar de mirar el reloj, buscar la satisfacción por el trabajo bien hecho, disfrutar el momento presente y sacarle el máximo partido a la Vida. Veremos que los árboles crecen muy lentamente pero aun así pueden romper las rocas con sus raíces, y que una tortuga moviéndose en línea recta llega más lejos que un perro que persigue desesperadamente su propia cola para mordérsela. Y también hablaremos de uno de mis libros favoritos, una novela en la que aparece una tortuga llamada Casiopea.

lunes, 24 de marzo de 2014

En los Huesos (II)

Como lo prometido es deuda, aquí tenéis la segunda parte de la selección de mis fotos con calaveras y huesos. Aunque en esta entrada doble sólo estamos tocando el lado artístico del asunto, os propongo que, si no lo habéis hecho nunca, os palpéis ahora mismo la cara, alrededor de los ojos, por los pómulos y por la mandíbula, tratando de imaginar el cráneo que hay dentro de vosotros… Sólo cuando haces un esfuerzo consciente por visualizar la forma de tu carcasa física, y sobre todo de un elemento icónico tan potente como tu propia calavera, te das cuenta de tu fragilidad, de tu mortalidad, de la fugacidad de la Vida; para mí supuso una experiencia bastante perturbadora la primera vez que lo probé. Da escalofríos pensar que tu esqueleto perdurará en el Tiempo mucho más que el resto de tu cuerpo… Todo esto me recuerda aquella inscripción que leí en una de las capillas que albergan a los frailes momificados, cuando fui a visitar hace unos años la Cripta de los Capuchinos en Roma: “Como tú eres, yo fui; como yo soy, tú serás”. En otra ocasión, más adelante, hablaremos largo y tendido acerca de la Muerte.
 
 
Catacombes, París


 
Túnel de Gran Vía Germanías, Valencia


 
Calle Mesón de Morella, Valencia


 
Bunhill Fields, Londres


 
Brick Lane, Londres


 
Calle Campos Crespo, Valencia


 
El Gesù, Roma


 
Calle Espada, Valencia


 
British Museum, Londres


 
Calle Denia, Valencia

lunes, 17 de marzo de 2014

En los Huesos (I)

Tanto en mis viajes al extranjero como en mis paseos por Valencia, siempre me han llamado la atención a la hora de tomar fotos las representaciones artísticas (antiguas o recientes) de calaveras y esqueletos, y aún más por supuesto los esqueletos reales expuestos en museos, iglesias, criptas o catacumbas. Está claro que este tema ha despertado desde siempre y sigue despertando una extraña fascinación en gran cantidad de gente, incluidos artistas de muy distintos formatos, para los que estos motivos pictóricos o escultóricos de cráneos representan una clara llamada de atención a los que aún estamos vivos. Hace poco me di cuenta de que había montones de calaveras en mis archivos de imágenes, así que esta semana y la que viene os mostraré una selección de mis mejores fotografías sobre el tema; como podéis ver, las hay para todos los gustos.
 
 
Catacombes, París


 
Calle Salvador Giner, Valencia


 
Calle Alta, Valencia


 
Saint Martin in the Fields, Londres


 
Calle Canals, Valencia


 
Calle Flora, Valencia


 
Shoreditch, Londres


 
Via Giulia, Roma


 
Estación de Pintor Sorolla, Valencia


 
Brick Lane, Londres

lunes, 10 de marzo de 2014

The Big Bang Theory (III)

En un esfuerzo de síntesis sin precedentes, hemos sido capaces de resumir en las dos últimas entregas lo que ocurrió en los 10.000 millones de años transcurridos entre el principio de todo y la aparición de la Vida sobre la Tierra, y hemos comprobado cómo la Ciencia nos abre los ojos a la maravillosa Poesía del Universo en expansión… Pero volvamos atrás, a todo lo comentado hasta ahora, y leamos entre líneas para poder llegar a una conclusión muy importante.
Remontémonos a los segundos iniciales del Big Bang y encontraremos ya nuestro primer golpe de suerte: las partículas y antipartículas se aniquilaron mutuamente y sólo quedó un minúsculo remanente de materia que es el que ha dado lugar a todas las galaxias del Universo… ¿Y si materia y antimateria hubieran estado equilibradas, convirtiéndose por completo en energía y desapareciendo sin dejar rastro? Efectivamente: en ese caso nosotros no estaríamos aquí ahora. De igual modo, las masas de Hidrógeno gaseoso que poblaron después la totalidad del Cosmos no eran completamente homogéneas y tenían pequeños huecos o imperfecciones, lo que hizo que la gravedad pudiese actuar formando zonas más vacías y zonas más densas con estrellas, galaxias y estructuras complejas. En otras palabras: estamos aquí también gracias a que el Universo primigenio tenía arrugas.
 
 
Avancemos un poco en el Tiempo y consideremos la situación de nuestro sistema planetario dentro de la Vía Láctea. Si estuviéramos demasiado cerca del agujero negro supermasivo y de las estrellas de neutrones que hay en el centro de la galaxia, las potentes emisiones de rayos X y rayos gamma impedirían el desarrollo de Vida en nuestro planeta. Lo mismo ocurriría en las zonas densas de sus brazos espirales, con muchas estrellas y supernovas que emiten grandes cantidades de radiación y partículas ionizantes… Por no hablar de la mayor violencia de estas zonas superpobladas, con frecuentes colisiones con asteroides. Tenemos la suerte de que nuestro Sol sigue una órbita circular casi perfecta alrededor del centro de la Vía Láctea, y además con ciclos de rotación de la duración adecuada: unos 240 Ma por vuelta, una velocidad muy similar a la de rotación de los brazos espirales, lo que hace que estemos la mayor parte del tiempo fuera de las zonas densas y peligrosas.
Podría parecer, por lo dicho en el párrafo anterior, que cuanto más lejos del centro de la galaxia más probable la aparición de Vida, pero no es así: demasiado lejos habría pocos elementos pesados, necesarios para formar planetas rocosos y para dar lugar a las reacciones químicas propias de los organismos vivos. La combinación de ambos factores determina una región en forma de anillo que constituye la zona habitable de la galaxia y que contiene sólo el cinco o diez por ciento de sus estrellas… y nosotros estamos justo ahí, a la distancia perfecta del centro. Además, las galaxias espirales como la nuestra son especialmente ricas en elementos pesados, lo cual también nos favorece. Por tanto, aunque ahora mismo no hay supernovas cercanas a nuestro sistema que amenacen nuestra existencia, en su día sí hubo en esta región otras estrellas y explosiones que generaron y dispersaron elementos pesados como el Carbono y el Oxígeno, que junto al Hidrógeno son los principales constituyentes de nuestras moléculas orgánicas; o como el Sodio y el Potasio que hacen funcionar nuestro sistema nervioso, o el Calcio de nuestros huesos, o el Hierro de nuestra sangre (Es curioso que sean los bajos niveles de Hierro lo que nos genera anemia: la presencia de este elemento debilita a una estrella, pero sin embargo a nosotros nos fortalece).
 
 
Nuestro Sol está aún lejos de agotar su combustible nuclear: habiendo cumplido la mitad de su vida estimada de 8.000 Ma, pasa ahora por su etapa más estable. En cuanto a la Tierra, es un planeta rocoso que reúne las condiciones adecuadas para albergar Vida compleja. Tea, el planeta que chocó con nosotros hace 4.500 Ma para formar la Luna, lo hizo con el ángulo perfecto: si la colisión hubiese sido superficial, muy pocos fragmentos habrían sido despedidos al espacio y la Luna sería demasiado pequeña; y en el caso de una colisión directa la Tierra se habría desintegrado completamente. Nuestro eje de rotación quedó inclinado tras el choque, dando lugar a largo plazo a unas estaciones regulares que estimulan la evolución de las especies, pero no tanto como para que las variaciones del clima a lo largo del año fueran demasiado extremas. En lo que respecta a la Luna, su gran tamaño da estabilidad a nuestra rotación, y es posible que su acción gravitatoria, combinada con la del Sol, haya facilitado la aparición de la Vida generando mareas que removieron las aguas de los océanos primitivos, uniéndose así las moléculas que formaron las primeras cadenas autoreplicantes, los primeros elementos vivos.
En lo tocante a las capas internas de la Tierra, el movimiento del Hierro líquido alrededor del núcleo de Hierro sólido ha hecho que se genere alrededor del planeta un extenso campo magnético que desvía el viento solar, compuesto de partículas cargadas que podrían suponer una amenaza para las distintas especies. Además, la tectónica de placas por la cual los continentes de la corteza (hechos de materiales sólidos más ligeros) flotan y se desplazan lentamente sobre el manto (líquido y más denso) favorece la biodiversidad, la regulación de la temperatura y el ciclo del carbono. Este proceso no podría darse en un planeta más pequeño, cuyo calor interno (debido a la radiactividad y a las colisiones que lo formaron) se habría perdido más rápidamente. Por consiguiente, el tamaño de la Tierra también es el apropiado; y no lo es sólo por esta razón, sino también porque le permite retener una atmósfera lo suficientemente densa a su alrededor.
 
 
Para que pudieran formarse las primeras cadenas de ADN hace más de 3.500 Ma era necesario que el agua actuase como soporte, acercando los distintos componentes orgánicos para que, con un poco de suerte y algún que otro relámpago, se enlazasen entre sí. Pero el agua no se encuentra en estado líquido en cualquier punto del Sistema Solar: la zona cercana a nuestra estrella está demasiado caliente y el agua se evapora, alejándose las moléculas; y por otra parte en la zona exterior el agua se convierte en hielo, con lo que las moléculas pierden su movilidad. Al igual que ocurre en la Vía Láctea, en nuestro sistema planetario tampoco es conveniente estar ni muy cerca ni muy lejos del centro; tiene una zona templada que permite la existencia de agua líquida y que se conoce como zona de habitabilidad o zona de Ricitos de Oro, y da la casualidad de que nosotros estamos precisamente ahí, ni demasiado calientes ni demasiado fríos. No sólo eso: además tenemos la cantidad justa de agua, ya que la Vida surgió en los océanos pero la tecnología se desarrolló en tierra seca… En un planeta cuya superficie sólida hubiese estado totalmente cubierta por el agua tal vez hubiéramos sido inteligentes como los delfines, pero no podríamos haber construido por ejemplo los satélites y los telescopios con los que ahora miramos muy lejos en el Espacio y hacia atrás en el Tiempo; para ello era necesario primero convertirnos en anfibios y hacer la transición desde el agua a la tierra firme.
Júpiter, el gigante gaseoso que en el pasado nos envió esta agua en forma sólida junto con una gran lluvia de meteoritos, podría parecer a primera vista un compañero de viaje peligroso, pero paradójicamente es justo lo contrario: hoy en día, con las órbitas del Sistema Solar ya más asentadas y un número más reducido de asteroides descontrolados, nos viene muy bien tener a Júpiter cerca, ya que cumple el papel de escudo gravitatorio o guardián de la Tierra, atrayendo con su enorme masa a meteoritos que podrían acabar chocando contra nosotros. Algunos científicos sostienen que gracias a su proximidad se ha reducido en los últimos 550 Ma (desde la llamada Explosión Cámbrica, en la que aumentó de forma exponencial el número de especies del planeta) la cantidad de impactos que han dado lugar a extinciones masivas, y esto ha permitido que la Evolución actúe de forma ininterrumpida durante un largo intervalo de tiempo hasta la aparición de especies con una inteligencia superior, entre ellas la nuestra.
 
 
En próximas entradas del blog seguiremos hablando de los hitos que nos han llevado hasta donde estamos hoy: el bipedismo hace unos 4 Ma, la manipulación de herramientas hace aproximadamente 2 Ma, el lenguaje y el pensamiento abstracto hace del orden de 100.000 años, las primeras civilizaciones hace unos 10.000 años… El método científico empieza a desarrollarse tímidamente unos tres milenios atrás, pero es en el último siglo cuando somos capaces de generar aplicaciones tecnológicas realmente potentes que aumentan nuestro Conocimiento hasta límites insospechados. La inteligencia proporcionada por nuestro gran volumen craneal nos permite ser conscientes de nuestra propia existencia, y la Ciencia y la tecnología nos permiten investigar nuestros orígenes y los del mismo Universo, cerrando en cierto modo el círculo tras 13.800 Ma de Evolución Cósmica.
Sólo ahora, gracias a la Ciencia, empezamos a comprender, como decía al principio de esta entrega, la increíble Belleza del Cosmos, la Poesía de la Verdad que subyace a todo lo que existe. Y sólo ahora nos damos cuenta de que hemos tenido muchísima suerte por el mero hecho de estar aquí, de que vivimos en la mejor época y en el lugar adecuado. La cantidad de factores en nuestra contra era abrumadora, y sin embargo las probabilidades han estado de nuestra parte y todo ha salido bien. Cada nuevo día es un precioso regalo que nos hace el Universo, así que aprovechémoslo al máximo; intentemos vivir intensamente el Tiempo que nos corresponde, intentemos que no pase un solo día sin haber aprendido algo nuevo, sin haber reído, sin haber amado, sin haber dado las gracias. Albert Einstein dijo una vez que hay dos formas de ver la Vida: puedes creer que no existen los milagros, o puedes creer que todo lo que nos rodea es producto de un milagro. Yo, sin duda alguna, me inclino por lo segundo.
 
 

lunes, 3 de marzo de 2014

The Big Bang Theory (II)

La semana pasada relatamos el primer episodio de la Historia de Todo y hablamos de la Gran Explosión que dio lugar al nacimiento del Universo. También vimos algunos ejemplos de cómo la Ciencia nos ayuda a ver más allá de lo que nos permiten ver nuestros ojos, a entender con detalle lo que pasó en un tiempo en que aún no había nadie, a comprender el comportamiento tanto de las minúsculas partículas subatómicas como de las gigantescas nubes de Hidrógeno… Hoy relataremos el siguiente episodio de nuestra Historia, en el que nos moveremos en la escala cosmológica de Tiempo, la que rige las vidas de las estrellas y galaxias, que se miden en miles de millones de años.
Han pasado unos 800 Ma (millones de años) desde el Big Bang, y han aparecido ya las primeras estrellas y galaxias (y seguirán apareciendo y desapareciendo aquí y allá, a lo largo y ancho del Universo, hasta el momento presente). Como ya comentamos, todas las estrellas empiezan fusionando en su centro núcleos de Hidrógeno para producir núcleos de Helio y una gran cantidad de energía, energía que se opone a la fuerza gravitatoria que amenaza con colapsar la estrella. Dependiendo de si la masa del astro en cuestión es o no suficientemente grande, se pueden producir en su interior reacciones de fusión nuclear que originan otros elementos de la Tabla Periódica como Carbono, Neon, Oxígeno o Silicio, que se van situando en capas concéntricas. En caso de que una estrella muy masiva empiece a generar Hierro en su centro, la fusión se va apagando poco a poco y la enorme gravedad hace que los protones del hierro se transformen en neutrones, produciéndose una explosión de supernova cuyas tremendas ondas de choque son la única forma de sintetizar elementos más pesados que el Hierro, tales como Oro, Platino, Uranio o Plomo. Muchos de estos elementos pesados generados en las estrellas y en las supernovas y dispersados después por el espacio interestelar son parte indispensable de los seres vivos, razón por la cual se dice que estamos hechos de polvo de estrellas.

 
Se estima que nuestra galaxia, la Vía Láctea, tiene unos 12.600 Ma de edad, aunque su disco plano con brazos en espiral se forma hace unos 8.800 Ma. Tiene actualmente un radio de unos 50.000 ó 60.000 años-luz, y nosotros estamos en el brazo de Orión, a 27.000 años-luz del centro (es decir, ni muy lejos ni muy cerca). En esta nuestra humilde zona de la galaxia explota hace unos 4.600 Ma una supernova cuyas ondas expansivas alteran la densidad de una nube de Hidrógeno molecular cercana, intensificándose la atracción entre moléculas e iniciándose así el proceso de formación de nuestra estrella y el sistema planetario que orbita en torno a ella; resulta muy poético que sea la muerte de una estrella la que dé lugar al nacimiento de otras a su alrededor. Por tanto, vemos que nuestro Sol no es una estrella de primera generación, ya que la nube de gas de la que surge el Sistema Solar contiene, aparte de Hidrógeno y Helio, pequeñas cantidades de elementos más pesados.
En los siguientes 10 Ma se van formando en la zona exterior del sistema los planetas gigantes gaseosos, como Júpiter y Saturno, compuestos de moléculas relativamente volátiles. El Sol se enciende con la fusión del Hidrógeno unos 50 Ma después del inicio de su formación. Los planetas rocosos tardan un poco más, unos 100 Ma, en terminar de formarse en la zona más cercana al calor del Sol, que evapora las moléculas hechas de elementos ligeros pero no las más pesadas. Estos planetas rocosos son de menor tamaño e inicialmente su número es muy alto, de entre cincuenta y cien, lo que da lugar a una época de gran violencia en la que las colisiones son muy frecuentes; a este periodo se le conoce como Titanomaquia, la Guerra de los Titanes, y dura unos 30 Ma durante los cuales los planetas grandes se van comiendo a los pequeños… pero no adelantemos acontecimientos y volvamos un poco hacia atrás en el Tiempo.
 
 
¿Cómo nace la Tierra? Inicialmente no es sino una nube de motas de polvo que flotan en el espacio girando alrededor del Sol y que se van atrayendo unas a otras, más por fuerzas de tipo electrostático (como las que observamos a veces cuando nos quitamos el pijama) que por atracción gravitatoria, muy débil aún para masas tan pequeñas. Estas mismas cargas de electricidad estática que se generan por las colisiones de las partículas dan lugar a veces a chispas y relámpagos que las fusionan en pequeños granos y después en rocas. Cuando estas rocas tienen el tamaño de unas pocas manzanas de casas es ya la gravedad la principal responsable de que se sigan atrayendo mutuamente, agregándose además cada vez más rápido. Al llegar la proto-Tierra a un tamaño de unos pocos cientos de kilómetros, los efectos gravitatorios sobre su superficie son tan grandes que producen colapsos internos y fracturas de las rocas, y su forma inicialmente irregular se va volviendo poco a poco más esférica. La energía de los constantes choques con los asteroides a los que atrae hace que su superficie se vuelva más y más caliente y se cubra de materiales fundidos. El adoptar una forma líquida permite al Hierro separarse de los demás minerales: el Hierro fundido, más denso y pesado, se hunde hacia el centro del planeta, mientras que la roca fundida o magma tiende a subir hacia la superficie. La parte más interior del recién formado núcleo de Hierro líquido se solidificará millones de años después, cuando empiece a perder energía y a enfriarse, y el movimiento relativo de las distintas capas concéntricas de Hierro generará el campo magnético terrestre.
 
 
Y llegamos, ahora sí, a la Titanomaquia, hace unos 4.500 Ma, una etapa de caos en la que mundos enteros colisionan de manera frecuente. Es en esta época cuando se forma nuestro único satélite, y la hipótesis más aceptada por los científicos defiende que otro planeta del tamaño de Marte llamado Tea (en honor a la madre de la diosa lunar Selene en la mitología griega) chocó de refilón con la Tierra. Es el evento más violento que ha conocido nuestro planeta en toda su Historia, cien millones de veces peor que el impacto que acabó con los dinosaurios, y aun así podría haber sido mucho peor: si Tea nos hubiera golpeado de lleno podríamos ser ahora mismo un segundo cinturón de asteroides en el Sistema Solar. Con la colisión, gran cantidad de fragmentos del manto terrestre salen despedidos y se ponen a girar en torno a la Tierra herida; el eje de rotación del planeta se ha inclinado respecto a su plano de giro en torno al Sol, lo cual dará lugar a las estaciones del año. Poco a poco los fragmentos se van juntando en dos satélites distintos que acompañan a la Tierra durante millones de años, aunque al final chocan también y se unen entre sí, dando lugar a la Luna que conocemos. Nuestro satélite es inusualmente grande en comparación con otros del Sistema Solar, lo cual estabiliza a nuestro planeta en su rotación y da lugar a unas estaciones bastante regulares.
En un principio la Tierra no tiene agua, ya que ésta ha sido evaporada por el Sol en toda la zona interior del sistema planetario; en la parte exterior, sin embargo, hay cometas y asteroides con agua en forma de hielo. Hace unos 4.000 Ma, los enormes planetas gaseosos se van asentando en trayectorias cada vez más estables: Júpiter y Saturno actúan de forma combinada sobre Neptuno cambiando su órbita, y en el proceso lanzan montones de asteroides en todas direcciones, también hacia aquí. Es así como nos llega el agua, que a esta distancia del Sol adopta el estado líquido. La cantidad que recibimos es bastante pero no demasiada, de manera que una parte de la superficie sólida terrestre queda por encima del nivel de los océanos primigenios. Estos océanos, junto con la formación de placas en la corteza terrestre y la generación de una atmósfera primitiva, favorecen la aparición de la primera Vida hace poco más de 3.500 Ma, justo después de finalizar la etapa de bombardeo de asteroides.
 
 
Pasamos así a un nuevo episodio de nuestro relato, el de la Evolución de la Vida en la Tierra, un tema que ya tocamos hace meses en La Belleza y el Tiempo. Algunos estudiosos con un enfoque interdisciplinar amplían este concepto a un nivel más general y se refieren con el nombre de Evolución Cósmica a la totalidad del proceso por el cual aumenta la complejidad de los sistemas y estructuras del Universo, desde el Big Bang hasta la Humanidad actual, incorporando por tanto la Física (de la que estamos hablando), la Biología (de la que ya hemos hablado) y la Cultura (de la que hablaremos más adelante) a esta visión unificada de todo lo que existe.
Desde su nacimiento, el Sistema Solar ha completado unas dieciocho o veinte vueltas en su movimiento (a 220 kilómetros por segundo) en torno al centro de la Vía Láctea, a razón de 240 Ma de duración cada ciclo. Desde la aparición de los humanos sobre la Tierra nuestro sistema no ha dado todavía ni una milésima de vuelta. Y mientras tanto el Universo sigue aún en expansión: el Big Bang continúa… Como recalco una y otra vez en el blog, cuando pienso en toda esta Gran Historia que nos ha conducido hasta donde estamos hoy me asalta una mezcla de humildad y gratitud: humildad por comprender que no somos nadie comparados con la grandiosidad del Tiempo y el Espacio; y gratitud debido a la enorme suerte que tenemos por el mero hecho de existir aquí y en este mismo momento. De eso precisamente, de nuestra buena suerte, hablaremos la próxima semana en la tercera y última entrega.