Desde que empecé a escribir en La Belleza y el Tiempo he insistido
varias veces en que las cosas no funcionan como deberían en nuestro Mundo
porque la mayoría de la gente se empeña en complicar lo que realmente es sencillo y en simplificar en
exceso lo que es complicado. Ejemplos de esto último ya los hemos visto con
respecto a la edad de las personas y los objetos
y con respecto al dinero que ganan o que cuestan…
Podríamos hacer un razonamiento similar en el caso de la Música
y decir que su Belleza es también multidimensional, que no
basta con una sola secuencia melódica para describir satisfactoriamente una
canción. Estas dos últimas semanas hemos demostrado que aunque los acordes
resaltan menos a primera vista y están como en un segundo plano por detrás de
la melodía principal, es la combinación de ambas cosas lo que le da sentido a la
Música. Es más: la melodía puede alterarse un poco haciendo adornos
y variaciones, improvisando, y el
significado de la canción es el mismo; pero los acordes son imprescindibles
para entenderla, y si los cambiamos tenemos una canción distinta. La nota que
marca el bajo, la tónica, nos da en cada momento la referencia que nos permite
interpretar correctamente todos los elementos.
Me he pasado casi la mitad de mi vida oyendo a
aficionados a la música (en el peor sentido de la palabra “aficionado”) cantar
melodías sin saber decirme cuáles eran los acordes apropiados para ellas. Del mismo modo, también durante la
última mitad de mi vida he sido consciente de que la mayoría de la gente vive
de acuerdo con una serie de leyes, normas y convenciones sociales sin saber
explicar razonadamente cuáles son los principios en los que se basan, sin
haberse planteado nunca si son o no justas o correctas; las obedecen
simplemente porque es lo que hay,
o lo que han aprendido desde niños. Si le enseñas a alguien que toque la
guitarra una melodía sin los acordes, puede que tarde o temprano acabe
interpretándola en alguna otra parte con unos acordes equivocados, distintos de
los originales. De igual forma, si no hacemos un esfuerzo consciente y
constante por recordar el auténtico significado de las leyes y costumbres que
rigen nuestras vidas, podríamos pasar lentamente de dar dicho significado por
sentado a olvidarlo por completo, y acabaríamos retorciendo y desvirtuando estas
mismas leyes y costumbres, aplicándolas a fines distintos de los que las
inspiraron, fines casi siempre menos nobles y justos que los originales. Por
poner un par de ejemplos, parece que algunos han olvidado que la Constitución
Española defiende el derecho de todos los hombres y mujeres a tener una vivienda digna,
una buena educación y acceso a la sanidad; o que inicialmente la Navidad
no estaba hecha para comprar como posesos y comer como cerdos mientras hay
gente que pasa hambre en la calle…
Recordar una melodía es relativamente fácil, pero recordar también
los acordes que la acompañan y poder improvisar sobre ellos ya es otra cosa;
hace falta cierto oído, unas mínimas nociones de teoría musical y un poco de
entrenamiento. Algo parecido ocurre a nivel general en esta época de confusión,
de prisas y de sobreinformación, en la que la gente tira casi siempre hacia lo
fácil, aunque no sea lo correcto… Desde luego, ceñirse al texto literal de las
leyes es más sencillo que esforzarse por interpretar correctamente el sentido
que subyace a la letra impresa, pero esto da lugar muchas veces a situaciones
de injusticia: por una parte, están los que desde arriba, mediante legalismos, artimañas y falta
de escrúpulos, cometen a sabiendas
abusos intolerables
sin quebrantar explícitamente la ley; y por otro lado están los que desde
abajo, y por obediencia ciega al texto de la ley,
consienten dichos abusos agachando la cabeza o mirando hacia otro lado.
Darse cuenta de que cualquier ley es imperfecta y no puede cubrir
todos los casos, e intentar ajustarse no tanto a lo escrito como a la intención
con la que fue creada, es más difícil pero también más sabio y más justo. Hay un
término específico para esto: epiqueya,
el acto o hábito de hacer excepciones al cumplimiento estricto de una ley para
poder ser fiel a su espíritu original. No basta, pues, con quedarse en lo
superficial: hay que poner en práctica el pensamiento crítico, leer entre
líneas, cuestionárselo todo y pararse a decidir lo que es correcto, aunque nos
cueste un mayor esfuerzo. Recordemos el verdadero significado de las cosas e
intentemos que prime lo ético por encima de lo legal; no nos centremos sólo en la letra de la ley olvidándonos de su
espíritu.
Si le pides a cualquiera que te cante la canción del verano,
sin duda lo que harán todos será tararear la melodía principal, pasando por
alto los acordes, pero ¿qué es lo que ocurre cuando en la tranquilidad de la
noche escuchas esta misma canción mientras suena en una verbena, a una gran
distancia de donde estás? Los bajos, que de otra manera nos pasarían
desapercibidos, son casi lo único que se oye; los agudos de la melodía se los
lleva el viento y los graves de los acordes y la percusión son lo único que
queda. De igual forma, las modas pasan, lo accesorio se olvida, lo incoherente
y lo mediocre desaparece con los años… pero lo realmente importante resiste el
paso del Tiempo. Por eso yo, que siempre he intentado pensar a largo plazo,
intento analizar el Mundo que me rodea bajo una perspectiva lo más amplia
posible, no sólo rascando la superficie sino en profundidad, intentando llegar
hasta las causas últimas de las cosas. Y no es tarea fácil: las notas tónicas
de la melodía del Cosmos son, como ya dijimos en otra ocasión,
difíciles de distinguir, porque los acordes que rigen nuestras vidas son
extraños y a veces las palabras no bastan para explicarlos y comprenderlos. Aun
así, a mí nunca me ha gustado desafinar, de modo que sigo intentando resolver
el enigma; sigo prestando atención a esos acordes para poder cantar en
armonía con ellos, para poder contribuir a la Música del Tiempo
con mi propio pentagrama en la partitura, con mi propia y humilde melodía.