martes, 30 de diciembre de 2014

Un Método Infalible (I)


Hace poco os prometí una entrega o dos acerca del Método Científico y he estado recopilando información sobre el tema, llegando a la conclusión de que tal vez serán tres entregas, debido a la gran cantidad de material interesante… Trataré de explicarlo todo de forma que sea sencillo de entender, ya que estoy seguro de que mucha gente odia la Ciencia sólo porque de pequeños no se la explicaron bien en el colegio… Hace dos mil seiscientos años, en la antigua Grecia, a la Ciencia se le llamaba Filosofía (es decir, amor por el Conocimiento) y no había distinción entre una y otra; muy similar es la etimología del término “Método Científico”, que viene del griego “Metodos” (camino hacia) y el latín “Scientia” (Conocimiento). En pocas palabras, la Ciencia se encarga de averiguar cómo funciona el Universo y qué es lo que hace que la Naturaleza se comporte como se comporta.

Galileo Galilei inició hace unos cuatro siglos la Ciencia moderna, que consiste no sólo en pensar acerca de cómo funcionan las cosas, como se venía haciendo hasta entonces (cuando se hacía), sino también en diseñar experimentos para comprobar las hipótesis, para confirmar que los hechos están de acuerdo con lo pensado: la Razón se verá reforzada a partir de ese momento por la evidencia experimental. Por tanto, no penséis que la Ciencia es una colección de datos abstractos y aburridos que hay que memorizar por obligación; en realidad es un conjunto de métodos y procedimientos que te facilitan el simplificar problemas complejos para poder llegar a la solución, descomponiéndolos en partes más pequeñas y resolviendo esas partes una tras otra, con paciencia y prestando mucha atención a todos los detalles, sabiendo distinguir los elementos importantes de los irrelevantes y sin dejarte despistar por ningún tipo de idea preconcebida.




Dediquemos esta primera entrega a describir con detalle los distintos pasos del Método Científico. El primer paso surge de la curiosidad, cuando lo que vemos a nuestro alrededor hace que nos formulemos preguntas. El procedimiento comienza por tanto con la observación sistemática de un aspecto concreto de la Naturaleza, buscando pautas, patrones que se repitan. A veces resulta difícil incluso formular correctamente la pregunta que describe el problema de manera adecuada, y dar con el enunciado apropiado para la pregunta requiere ya un primer esfuerzo mental (Es lo que yo he llamado alguna vez poner tus ideas en negro sobre blanco).

A continuación viene la generación de una hipótesis acerca de por qué la Naturaleza funciona de esa manera, es decir, de una posible respuesta a la pregunta. Inicialmente la hipótesis no es más que una suposición, una conjetura, una explicación provisional de cuáles son las causas de lo observado, y debe incluir una valoración acerca de qué factores del entorno afectan directamente al resultado del proceso en cuestión (y de qué manera), cuáles influyen en menor grado y cuáles son totalmente irrelevantes.

El siguiente paso es el diseño de un experimento controlado que nos permita confirmar o rechazar la hipótesis, saber si se ajusta o no a la Verdad; el experimento tiene que llevarse a cabo en un entorno que podamos controlar, tal vez a menor escala que el problema real, y en el que podamos elegir y conocer el valor numérico de las variables implicadas. Hay que pensar en el material e instrumentos de medición a utilizar, así como en las precauciones a tomar para que los experimentadores no corran ningún riesgo. Una vez hecho esto, hay que deducir cuál sería la predicción del resultado del experimento según nuestra hipótesis; es decir, tenemos que preguntarnos cuáles serían las consecuencias lógicas de la hipótesis, suponiendo que fuera cierta, al aplicarla en este caso.




Durante la realización del experimento hay que tener mucho cuidado si son varios los factores que presuntamente determinan el resultado final, ya que en caso de variar simultáneamente dos de ellos y producirse un cambio en el resultado no sabríamos si ese cambio se debe al primer factor, al segundo o a ambos. Por tanto, cada serie de medidas debe hacerse modificando el valor de lo que llamamos la variable independiente, que es una (y sólo una) de las posibles causas o factores, manteniendo fijas las otras variables y midiendo en cada caso el valor resultante de la variable dependiente, que es la consecuencia del proceso. Cada uno de estos resultados podría obtenerse varias veces para comprobar que los datos no fluctúan excesivamente (es decir, que no estamos pasando por alto ningún otro factor importante que hubiera que mantener fijo también) y para hacer algún tipo de promedio si es necesario, mejorando así la calidad de los datos.

Seguidamente viene el análisis, que consiste en comparar los resultados del experimento con las predicciones teóricas. Para poder identificar un patrón o confirmar una determinada relación entre variables, a veces es recomendable representar tanto los datos experimentales como las predicciones en forma de gráficas, ya que la información de tipo visual es más fácil de interpretar que la puramente numérica. Cuando son más de una las variables que pueden afectar al proceso, se intenta describir la relación entre cada una de ellas y el resultado por separado, haciendo varias series diferentes de experimentos (como ya hemos dicho antes), y después se intenta combinar las distintas conclusiones en una sola explicación más general del fenómeno.

Llegados a este punto, y dependiendo de lo que ocurra, hay varias opciones. Si los datos experimentales obtenidos concuerdan muy bien con las predicciones hechas, la hipótesis queda confirmada, así que podemos decir que es correcta (por ahora). Si ambos conjuntos de valores se parecen pero no acaban de encajar del todo, hay que intentar corregir algún aspecto de la hipótesis (tal vez había algún factor que considerábamos irrelevante y que en realidad era más importante de lo que creíamos) y hacer nuevas predicciones; la investigación científica es por tanto un proceso iterativo en el que muchas veces hay que volver atrás para cambiar detalles, repetir los cálculos e ir refinando poco a poco el modelo… Puede ser también que el desacuerdo se deba no a un problema en la hipótesis y sus predicciones, sino a un mal diseño del experimento que ha proporcionado datos incorrectos, en cuyo caso hay que repetir las medidas en las condiciones adecuadas. Por último, si los datos experimentales no se parecen en absoluto a las predicciones no hay más remedio que refutar la hipótesis y probar de nuevo con otra distinta.




Lo explicado hasta ahora podría hacerlo prácticamente cualquiera de nosotros en casa a nivel individual, y de hecho yo os lo recomiendo (en las próximas entregas hablaremos más de ello), pero si se considera que las conclusiones a las que se ha llegado son realmente importantes, el proceso no termina aquí. La Ciencia con mayúsculas no es cosa de una sola persona, ni siquiera de un solo equipo de investigación; es necesario hacer públicos los hallazgos en la revista científica adecuada y explicarlo todo al detalle (el método experimental y al menos un resumen de los resultados numéricos) para que quien quiera pueda repetir el experimento y comprobar si lo has hecho todo bien o te has olvidado de algún detalle importante, y confirmar o refutar tu hipótesis. Si todo se ha hecho correctamente, cualquier otro grupo de investigación debería ser capaz de obtener unos resultados similares; es decir, el experimento tiene que ser reproducible.

Por consiguiente hablar de Ciencia es hablar, entre otras cosas, de trabajo en equipo, incluso a grandes distancias y a través de los años, las décadas o incluso los siglos, como ya hemos comentado alguna vez. El primar la cooperación por encima de la competencia es uno de los puntos clave que ha permitido avanzar tanto a la Ciencia, sobre todo desde la época de Galileo: cualquiera puede participar de ella en igualdad de condiciones y evaluar el trabajo de los demás, siempre y cuando lo haga de manera razonada y con argumentos sólidos, lo cual garantiza que se avance casi siempre en la dirección correcta en la búsqueda de la Verdad.

Si más o menos hay acuerdo acerca de una determinada hipótesis entre la comunidad científica, ésta se convierte en tesis y da lugar a una ley científica, que podría definirse como la formulación de las regularidades observadas en un hecho o fenómeno natural, expresada por lo general en forma matemática mediante una ecuación (lo más sencilla y robusta posible) que relaciona las variables implicadas. Varias leyes relacionadas entre sí pueden integrarse en una teoría científica, que es una explicación global a un conjunto muy amplio de observaciones… Pero aquí estamos hablando ya de palabras mayores, así que no me voy a extender más.




Pido disculpas por anticipado si algún investigador o investigadora que esté leyendo esto piensa que su método y lo que acabo de explicar se parecen como un huevo a una castaña, pero tened en cuenta que la Ciencia abarca un amplio abanico de disciplinas muy diversas, y por tanto requiere procedimientos distintos en cada caso… Yo sólo he tratado de resumir aquí las ideas generales. Me he dejado muchas cosas en el tintero: podríamos ponernos ahora a hablar de lo que es un control, o del método de doble ciego, o de herramientas estadísticas, o de falsos positivos, pero no vamos a entrar en detalle porque la cosa se haría interminable.

Una vez la hipótesis se ha convertido en ley, el siguiente paso lógico consiste en usar estas ecuaciones, que han sido confirmadas en entornos seguros y controlados, para extrapolar las conclusiones y hacer predicciones acerca de cómo funcionan fenómenos similares en otros entornos no tan controlados o accesibles, en los que es más difícil o peligroso, o sencillamente imposible, hacer medidas experimentales. Si hasta ahora la ecuación ha funcionado siempre dentro del laboratorio, ¿por qué no habría de funcionar también fuera? En caso de que sea imposible conseguir datos experimentales reales (por ejemplo: no hay reglas suficientemente largas para medir distancias en el espacio interestelar), podemos confiar en las predicciones teóricas, que es lo único que tenemos, y tomarlas como base para seguir avanzando en los razonamientos acerca de otros sistemas naturales relacionados con ése en concreto… Y si trasladar el experimento al caso real es posible pero resulta costoso o peligroso (por ejemplo: más vale estar muy seguro antes de ponerse a construir un puente o un edificio), entonces podemos usar las predicciones para ver cuáles serían las consecuencias de tomar una determinada decisión antes de hacerlo realmente.

En este último caso, vemos que utilizar previamente las estimaciones científicas sobre el papel nos permitiría cambiar de opinión si el pronóstico es malo, lo cual evita en muchos casos la pérdida de tiempo, dinero e incluso vidas humanas, al prevenir posibles accidentes… En cierto modo se puede decir que la Ciencia nos permite predecir el futuro para tomar las decisiones correctas y evitar en la medida de lo posible cometer errores… ¿a que mola, chavales? Vemos pues, para concluir, que el Método Científico, además de satisfacer nuestra curiosidad teórica acerca de las cosas (que no es poco), se aplica también para resolver problemas prácticos y hacer nuestra Vida mejor y más fácil, como ha venido sucediendo por lo general en los últimos cuatrocientos años, en los que la tecnología y la ingeniería han ido siempre de la mano de la Ciencia… La semana que viene seguiremos desgranando detalles interesantes acerca de todo esto.




martes, 23 de diciembre de 2014

Ciudad de los Vivos, Ciudad de los Muertos


Hoy resumiremos brevemente los doscientos años de historia del Cementerio General de Valencia, pero para entender sus orígenes debemos remontarnos más atrás en el Tiempo, hasta la reconquista por parte de Jaume I, momento en el que la ciudad fue dividida en diversas parroquias, de forma que los difuntos eran enterrados intramuros, en la iglesia de la parroquia que les correspondía. Desde el siglo XVI lo normal era que los nobles y los ricos fuesen enterrados bajo el suelo o en la cripta de la iglesia, dejándose para los ciudadanos más humildes el cementerio al aire libre, normalmente contiguo a la iglesia, pequeño y rodeado de una tapia. Aparte de los cementerios parroquiales, cada convento o monasterio disponía también de su propio camposanto, normalmente en el interior del recinto.

Las parroquias con muchos habitantes tenían constantes problemas de falta de espacio para los enterramientos, lo que obligaba a menudo a desenterrar cadáveres aún en proceso de descomposición y amontonarlos, usando menos cal de la aconsejable, en fosas comunes que o bien eran muy superficiales o bien estaban en zonas de alto nivel freático; ello a su vez daba lugar a que en ocasiones los cuerpos salieran parcialmente a la superficie con las primeras lluvias del otoño. En pleno centro de una ciudad como Valencia, con muchos meses de calor, esto era algo no sólo molesto por los malos olores en las inmediaciones, sino también antihigiénico e insalubre por tratarse de un foco de enfermedades, como bien pudieron atestiguar los escasos supervivientes de la epidemia de peste que se desató por esta razón en 1781 en la villa de Pasajes, de Guipúzcoa, en la que murió el 95% de los habitantes.




Tras la Real Orden de 1787, motivada por la tragedia de Pasajes, en la que el gobierno de Carlos III prohibía los enterramientos en las iglesias y conventos y ordenaba que se hiciesen en cementerios alejados de las poblaciones, se crearon comisiones especiales en las ciudades para acometer dicho mandato. Se dio preferencia a las poblaciones que padecían epidemias en aquel momento, y después a las de mayor número de habitantes, pero en algunas localidades como Valencia no se le hizo mucho caso inicialmente a la ordenanza. A principios del S.XIX Carlos IV publica las “reglas para la construcción de cementerios ventilados”; no será hasta esta época que se empezará a cumplir la normativa en nuestra ciudad.

La elección del lugar más apropiado para la construcción del Cementerio General fue hecha por el claustro de medicina de la Universidad de Valencia. Se descartó una posible ubicación en el Llano de Santa Ana, en Albal, escogiéndose finalmente un campo de viñedos más allá del por entonces pueblo de Patraix, en la partida del Molino del Tell, situada a orillas del camino de Picassent y a unos dos mil pasos del Camino Real de Madrid. La obra fue realizada entre 1805 y 1807 por el arquitecto municipal Cristóbal Sales, en colaboración con el también arquitecto Manuel Blasco. En el ínterin se aprobó utilizar el Cementerio de Apestados, a espaldas del Convento de Belén (en la zona de la actual parada de metro de Ángel Guimerá), como puente entre los parroquiales y el General mientras se construía este último.

La idea era que los restos de los antiguos fossars o camposantos parroquiales fuesen exhumados y llevados provisionalmente al Cementerio de Apestados, por aquel entonces fuera de la ciudad, y que los terrenos de los fossars fuesen vendidos, financiándose en parte el General con el producto de la venta. La necesidad de dinero, no sólo para el nuevo cementerio sino también ante la perspectiva de una probable guerra contra los franceses, hizo que se perdiera una gran oportunidad de mejorar el centro de la ciudad con zonas más abiertas y aireadas, como plazas o nuevas calles, y sólo tres de entre la docena larga de cementerios parroquiales (los de Santa Catalina, San Martín y San Nicolás) no acabaron siendo vendidos para la construcción de viviendas.




El Cementerio Municipal fue inaugurado la mañana del domingo 7 de junio de 1807, y al día siguiente se ofició el primer enterramiento, el del maestro carpintero Vicente Gimeno. Ocupaba una superficie mucho menor que la actual, y era de planta cuadrangular, situándose al fondo la capilla. Al principio todos los restos que llegaban iban a parar a fosas comunes; esto explica el rechazo inicial del pueblo y lo difícil que resultó erradicar los tradicionales fossars. Meses después de la inauguración, el mismo Cristóbal Sales levantó los primeros ochenta nichos del cementerio; este sistema, el más idóneo para economizar espacio y a la vez individualizar al difunto para que pudiera ser recordado por sus familiares, fue utilizado inicialmente por los miembros de las clases altas, siendo el ocupante del nicho nº1 el Marqués de Jura Real.

El normal funcionamiento del camposanto se vio interrumpido en junio de 1808, a tan sólo un año de su inauguración, cuando tras el alzamiento contra las tropas de Napoleón, y entendida su construcción como una muestra de afrancesamiento, fue asaltado por los propios ciudadanos y convertido en corral para el ganado, volviéndose a la costumbre de enterrar los cadáveres en los cementerios de las parroquias. Los documentos de la época nos hablan del lamentable estado en que quedó el recinto, con el carromato de transporte de cadáveres destrozado, las puertas desaparecidas y varios de los nichos profanados. Afortunadamente, cuatro años después, durante el breve periodo de ocupación francesa, el Mariscal Suchet ordenó la eliminación total de los cementerios parroquiales entre otras medidas destinadas a hacer de la ciudad un lugar más limpio y aireado, como la demolición de varios edificios muy degradados para construir en los solares resultantes la Glorieta y el Parterre… Acordaos de este detalle cada vez que os preguntéis qué han hecho por nosotros los franceses.




En la década de 1840 se produjo la construcción de nuevos bloques de nichos y la ampliación del Cementerio en la actual Sección 2ª, con un aumento de profundidad del rectángulo inicial, quedando la capilla casi en el centro. Por aquel entonces el lugar se parecía bastante a un parque o jardín, siguiendo el ejemplo del Père-Lachaise de París; tal era el volumen de vegetación que llegó a denominársele “Hort de les Palmes”, por la gran cantidad de palmeras que ocupaban el recinto hasta que con la llegada de los mausoleos burgueses se sacrificó la naturaleza en favor del arte arquitectónico. El primer monumento funerario del Cementerio General fue mandado construir por Juan Bautista Romero Almenar, acaudalado comerciante sedero de Valencia, tras la muerte prematura de su hijo de igual nombre. Al panteón de la familia Romero, de 1848, le siguieron el de los Dotrés en 1851 y el de los White-Llano en 1853. Los mausoleos de la burguesía y nobleza local eran realizados por grandes arquitectos o escultores de la época, lo que ha motivado que hoy día el Cementerio sea un referente artístico y cultural muy importante.

Hacia 1891 empieza la construcción de la actual Sección 3ª Izquierda, un nuevo y extenso rectángulo adosado al primero por el sur, bordeado por una galería porticada de carácter monumental y denominado Patio de las Columnas por constar de ciento setenta robustas columnas de fuste estriado y capitel dórico. La ejecución de esta ambiciosa ampliación, posiblemente obra del arquitecto José Calvo Tomás, se vio retrasada varias veces, una de ellas debido a la epidemia de cólera de 1885, pudiendo haber pasado un total de treinta años entre la presentación del proyecto y el citado inicio de las obras. En 1886 se presentaban los planos del ensanche de la zona simétricamente opuesta (la Sección 3ª Derecha, en la parte norte) con un acabado similar, pero los gastos y las dificultades sufridas en la construcción del anterior patio malograron este proyecto. La edad de oro del Cementerio General, en la que se construyen los panteones de mayor calidad artística, va del 1880 al 1910; a partir de esta década, la burguesía ya no busca tantas muestras de ostentación y los mausoleos van siendo cada vez más sencillos.




Durante este último siglo el Cementerio ha seguido en constante proceso de ampliación, debido al gran crecimiento de la población en la ciudad, hasta llegar a tener 21 secciones. En tiempos de epidemias y guerras se ha vuelto a recurrir temporalmente a los enterramientos en fosas comunes; es lo que ocurrió en la ya citada epidemia de cólera de finales del S.XIX, o durante la Guerra Civil Española y posterior represión de los partidarios de la República por parte de las tropas de Franco. Las fosas de la Guerra Civil en el Cementerio no han podido ser completamente investigadas aún, y a día de hoy siguen siendo motivo de un agrio enfrentamiento entre el Ayuntamiento del Partido Popular y aquellos que intentan rescatar la Memoria Histórica de nuestros antepasados.

Actualmente el General sigue siendo el primero y el más importante, pero ya no es el único de los cementerios de la ciudad, contándose un total de siete cementerios municipales dentro del término de Valencia. Al igual que la ciudad de los muertos, también la ciudad de los vivos ha aumentado de tamaño en estos dos siglos, engullendo en su imparable crecimiento al Cementerio General. Desde hace unos cinco años puede ser visitado algunos sábados por la mañana en el recorrido conocido como Museo del Silencio: un itinerario museístico gratuito, con Rafael Solaz como guía, por los panteones y tumbas más importantes desde el punto de vista monumental o artístico, así como por los lugares de reposo de los personajes ilustres allí enterrados, como Constantí Llombart, Joaquín Sorolla, Blasco Ibáñez, José Benlliure, Peset Aleixandre, Maximiliano Thous o Nino Bravo.




Aunque ya no se note tanto ahora como hace un siglo, queda claro, a la vista de la historia de los cementerios, que tanto en la ciudad de los vivos como en la ciudad de los muertos siempre ha habido clases, y que lo que se ve en la segunda es un fiel reflejo de lo que pasa en la primera: desde tiempos inmemoriales, los que han disfrutado de sepultura dentro de las iglesias, o de los primeros nichos disponibles, o de lujosos panteones, han sido siempre los que en vida ocupaban palacios, mansiones, chalets o pisazos… En el vestíbulo de entrada del Cementerio General hay una placa con unas frases de Rafael Solaz que vienen a decir, básicamente, que aunque a los ojos de los que se quedan sí hay una diferencia entre humildes y poderosos, entre ostentosos mausoleos y sencillas lápidas, para los que se van esto no supone diferencia alguna: en lo que respecta a nuestra carcasa física la Muerte nos trata por igual a todos, y el Tiempo convertirá nuestro cuerpo en polvo y cenizas sin importar quiénes seamos.

Dejadme ir un poco más allá y hacer una última puntualización: como ya os expliqué hace unas cuantas semanas, a mí me gusta pensar que lo que realmente importa al final de todo, lo que realmente marca la diferencia, es lo que hayamos logrado construir en el mundo de las ideas en el Tiempo que se nos ha concedido; lo que importa a la hora de la verdad es el diseño arquitectónico, la altura, los metros cuadrados y las calidades de nuestro palacio mental… Y yo creo que con esto ya va bien; después de un mesecito hablando de la Muerte de una u otra forma, os prometo contaros algo un poco más alegre la próxima semana.

lunes, 15 de diciembre de 2014

Caminando entre las Tumbas (II)


Aquí tenéis la segunda tanda de fotos del Cementerio General, un lugar que, de tan repleto de historia y de arte como está, constituye un auténtico Museo del Silencio. He pensado que tengo bastante información interesante acerca del lugar, así que me parece que la semana que viene la dedicaré también al Cementerio, aunque en una entrada aparte, más centrada en el texto que en las imágenes. Por ahora, disfrutad como yo lo hice de este paseo entre las lápidas, los nichos y los panteones.