lunes, 25 de noviembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (IV)

Hace unos días estaba dando una vuelta por el interior de la Catedral, documentándome y sacando algunas fotos para estas entradas, cuando vi a un hombre vestido con un chándal viejo y con la cara bastante demacrada (está feo decirlo, pero es así: tenía pinta de yonki) llamando a la puerta de la Sacristía. Llevaba en la mano una botella de agua vacía. Unos segundos después, una monja de origen sudamericano, bajita y joven, entreabrió la puerta, cogió la pequeña botella de plástico sin que él dijese palabra y le indicó que esperara. Al cabo de un momento la sacó de nuevo, llena, y se la dio, cerrando la puerta. No creo que fuese simple agua lo que este hombre venía a buscar; me pregunto si era agua bendita, y si había sido bendecida por el contacto con alguna reliquia en particular de las muchas que se guardan más allá de la Sacristía.
 
 
Pero sigamos nuestra visita donde la dejamos el otro día y bajemos nuestra mirada desde los ángeles músicos hacia la Capilla Mayor, en la cual la Belleza del retablo renacentista que cobija la imagen de la Virgen de los Desamparados contrasta con la lujosa ornamentación barroca de alrededor. Por delante del retablo se sitúa el altar donde se celebran las misas, y entre ambos tenemos lo que queda de la sillería del coro, de estilo herreriano, realizada en torno a 1600 en madera de boj y nogal. Ésta se encontraba antes en el centro de la nave principal, pero en 1943 se trasladó a su ubicación actual. Por detrás de la Capilla Mayor está el pasillo de la girola, donde podemos contemplar el órgano de la Catedral, que hoy en día no funciona, y varias capillas, entre las cuales destaca la de la Resurrección, donde se venera la reliquia del brazo incorrupto de San Vicente Mártir.
Esta reliquia, que impresiona bastante la primera vez que se contempla, consiste en un antebrazo guardado en una urna de cristal que ha sido situada bajo un hermoso altorelieve de alabastro. Podría decirse que el antebrazo, más que incorrupto, está bastante amojamado, y llaman la atención varios sellos lacrados que se le han puesto a lo largo de los siglos, seguramente para acreditar su autenticidad. Hablemos un poco de la supuesta historia de San Vicente, el mártir más antiguo conocido de Hispania, patrono de Valencia, Zaragoza y Portugal. Esta historia comienza a principios del S.IV, con la persecución contra los cristianos iniciada por los emperadores Diocleciano y Maximiano. En marzo del año 303 se publica el primer edicto imperial en este sentido, que se encargó de cumplir en Hispania el prefecto Daciano, el cual vino desde Roma permaneciendo en la península dos años y ensañándose cruelmente con la población cristiana; en otras palabras: lo que Diocleciano dijo, Daciano lo hizo. El obispo Valero y el diácono Vicente (en aquella época el nombre era en realidad Vicentius, y no debe confundirse con Sant Vicent Ferrer, que es un milenio posterior) fueron prendidos en Caesaraugusta ese mismo año por orden de Daciano y, ante el temor a los múltiples apoyos con que contaban en dicha ciudad, trasladados a Valentia para ser juzgados. Valero fue condenado al destierro y Vicente sufrió terribles martirios, muriendo en el año 304 ó 305.
 
 
El diácono fue colocado primero en una cruz en aspa, donde le azotaron, le rompieron los huesos y le abrieron las carnes con garfios de acero. No pudiendo conseguir que renunciara a su fe, mandó entonces Daciano que fuese desollado y colocado en una parrilla con ascuas. Más tarde fue arrojado a una mazmorra oscura con el suelo lleno de trozos de arcilla quebrada, donde murió poco después. Por temor a que los cristianos, recogiendo sus restos mortales, lo venerasen como mártir, se le tiró a un descampado para que lo devorasen las alimañas, pero se dice que su cuerpo fue defendido por un gran cuervo negro. Se le arrojó entonces al agua dentro de un odre atado a una piedra de molino, pero al parecer fue devuelto por los peces a la orilla en una playa cercana a la actual Cullera, donde se enterraron en secreto sus restos. Desde allí fue trasladado, en el mismo siglo de su martirio, a una basílica extramuros de Valentia, junto a un arrabal cristiano, conocida hoy día como San Vicente de la Roqueta. Su culto se difundió con rapidez en la Iglesia y fue tenido como el santo más representativo de Hispania. En la Roqueta se mantuvo el culto a sus restos incluso durante la época islámica, en la que gran parte de las reliquias del Santo desaparecieron, escondidas o dispersas. Hacia el año 1104 el entonces obispo mozárabe de Balansiya, Teudovildo, marchó en peregrinación a Tierra Santa y llevó consigo el brazo izquierdo del protomártir, pero le sobrevino inesperadamente la muerte en Bari, en Italia, y allí quedaron todos los objetos que llevaba en su valija. La reliquia de San Vicente fue pasando de mano en mano hasta llegar a Don Pietro Zampieri, de Vigonovo en Venecia, que la donó a nuestra Catedral junto con el relicario de bronce que la contiene en el año 1970. Poco antes de la donación se le hicieron una serie de estudios forenses al brazo, llegándose a la conclusión de que pertenecía a un varón de aproximadamente 1,70 metros de altura, de entre 25 y 30 años, que no había realizado trabajos manuales pesados y que había sufrido quemaduras en sus últimos diez días de vida.
Todos estos datos podría llegar a aceptarlos, pero me resulta bastante más difícil creer que el brazo momificado sea del S.IV (hace la friolera de 1700 años), y mucho menos que pertenezca al Vicentius que mencionan las historias. Sin embargo, sí es más plausible creer (por la menor distancia temporal y la relativamente mayor estabilidad de nuestra ciudad en dicho intervalo de Tiempo) en la autenticidad de los restos de fray Andreu d’Albalat, que descansan en una capilla justo enfrente de la reliquia de San Vicente Mártir. El tercer obispo de Valencia, canciller y amigo personal del rey Jaume I, y que como ya dijimos puso en este mismo lugar la primera piedra de la Catedral en 1262, falleció catorce años después en Viterbo, Italia, y fue enterrado provisionalmente en San Vicente de la Roqueta. Su sarcófago de piedra (de la época original, S.XIII, y el más antiguo de la Catedral) nos permite contemplar a través de un agujero un ataúd de madera en perfecto estado de conservación, de 1,30 metros de longitud, pintado de verde y con el emblema de un ala, escudo de los Albalat.
 
 
Vayamos a la parte de la girola más cercana a la Almoina y contemplemos la puerta de la Sacristía Mayor, en la que transcurría la extraña escena que os narraba al principio. Esta puerta es el acceso a la zona privada de la Catedral, y como tal suele estar cerrada, aunque a veces puede uno asomarse con disimulo cuando la dejan entreabierta, e incluso, con suerte, apuntarse a una de las escasas visitas guiadas que se hacen al interior. La Sacristía es una sala de estilo gótico, de planta cuadrada con una bóveda octogonal, a la que se accede por un pequeño vestíbulo en cuyos muros hay dos profundos canales labrados en la piedra, que servían para deslizar un rastrillo: era la denominada porta caladissa, que fue colocada en 1521 ante el peligro que suponían los disturbios de las Germanías para los bienes y personas de la Catedral. De este modo, al bajarse el rastrillo, esa parte del templo quedaba incomunicada del resto, cual Habitación del Pánico en versión medieval.
En una de las paredes de la Sacristía, a cinco metros de altura, hay un pequeño vano al que antes sólo se podía subir con una escalera de cuerda, habiendo en la actualidad una escalera metálica fija: es la entrada a una cámara secreta conocida como el reconditorio, de tres por tres metros y de una altura que permite estar de pie holgadamente, decorada con pinturas de estilo gótico. En esta cámara es donde en tiempos de revueltas o guerras se guardaban las joyas y las reliquias, y desde ella se accionaba el mecanismo de la puerta levadiza, aunque parece ser que ésta nunca llegó a usarse: la única vez que hubo ocasión se optó por proteger los bienes de la Catedral en uno de los pisos del Micalet, que ofrecía una mejor defensa ante las turbas descontroladas.
Desde la Sacristía Mayor se accede a otra habitación, la Sacristía Nueva, que alberga una galería de retratos de los obispos y arzobispos de la Seo, y de ahí se pasa a la actual Sala Capitular, en la que se realizan las reuniones (también llamadas capítulos). Al fondo de la Sala Capitular se encuentra el Relicario, el rincón más escondido de la zona privada: una capilla circular en la que se guardan, dentro de tres grandes armarios empotrados, las reliquias de la Catedral… Llegados a este punto, debo pediros disculpas: ya sé que os dije que ésta sería la última entrega sobre la Seo de Valencia, pero es que la enumeración de las piezas que contienen estos armarios da para largo, así que esperaremos una semana con las manos en los tiradores (¡qué nervios!) y dentro de siete días los abriremos para ver qué hay en su interior (aviso: personas impresionables abstenerse), llegando de ese modo a las conclusiones finales de esta entrada múltiple. Y os prometo que ésa sí será la última: ¡Cinco y no más, Santo Tomás!

2 comentarios:

HOPE dijo...

Hi!
¿Has vivido en este monumento por algún tiempo y no lo sabíamos?
¿Por dónde te colaste, y dónde te escondiste?, de otra manera no me explico cómo conoces tantos detalle. :)

Kalonauta dijo...


He estado un par de veces en la zona privada de la Catedral, hace bastante tiempo, y me acuerdo de algunos detalles, pero la mayoría de esta información la he sacado de distintos libros y de Internet. Creo que esas mismas preguntas tendrías que hacérselas a J. Díez Arnal, de cuya web he sacado parte de los datos, enlazando también en los hipervínculos a algunas de sus fotografías. ¡No entiendo cómo ha hecho para recopilar toda la información que tiene en su página, no sólo sobre la Catedral sino también de muchos otros sitios! En comparación con él, yo estoy a la altura del betún... ¡No somos dignos! :-)

¡Un saludo, Hope, me alegro de leerte por aquí!