lunes, 25 de noviembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (IV)

Hace unos días estaba dando una vuelta por el interior de la Catedral, documentándome y sacando algunas fotos para estas entradas, cuando vi a un hombre vestido con un chándal viejo y con la cara bastante demacrada (está feo decirlo, pero es así: tenía pinta de yonki) llamando a la puerta de la Sacristía. Llevaba en la mano una botella de agua vacía. Unos segundos después, una monja de origen sudamericano, bajita y joven, entreabrió la puerta, cogió la pequeña botella de plástico sin que él dijese palabra y le indicó que esperara. Al cabo de un momento la sacó de nuevo, llena, y se la dio, cerrando la puerta. No creo que fuese simple agua lo que este hombre venía a buscar; me pregunto si era agua bendita, y si había sido bendecida por el contacto con alguna reliquia en particular de las muchas que se guardan más allá de la Sacristía.
 
 
Pero sigamos nuestra visita donde la dejamos el otro día y bajemos nuestra mirada desde los ángeles músicos hacia la Capilla Mayor, en la cual la Belleza del retablo renacentista que cobija la imagen de la Virgen de los Desamparados contrasta con la lujosa ornamentación barroca de alrededor. Por delante del retablo se sitúa el altar donde se celebran las misas, y entre ambos tenemos lo que queda de la sillería del coro, de estilo herreriano, realizada en torno a 1600 en madera de boj y nogal. Ésta se encontraba antes en el centro de la nave principal, pero en 1943 se trasladó a su ubicación actual. Por detrás de la Capilla Mayor está el pasillo de la girola, donde podemos contemplar el órgano de la Catedral, que hoy en día no funciona, y varias capillas, entre las cuales destaca la de la Resurrección, donde se venera la reliquia del brazo incorrupto de San Vicente Mártir.
Esta reliquia, que impresiona bastante la primera vez que se contempla, consiste en un antebrazo guardado en una urna de cristal que ha sido situada bajo un hermoso altorelieve de alabastro. Podría decirse que el antebrazo, más que incorrupto, está bastante amojamado, y llaman la atención varios sellos lacrados que se le han puesto a lo largo de los siglos, seguramente para acreditar su autenticidad. Hablemos un poco de la supuesta historia de San Vicente, el mártir más antiguo conocido de Hispania, patrono de Valencia, Zaragoza y Portugal. Esta historia comienza a principios del S.IV, con la persecución contra los cristianos iniciada por los emperadores Diocleciano y Maximiano. En marzo del año 303 se publica el primer edicto imperial en este sentido, que se encargó de cumplir en Hispania el prefecto Daciano, el cual vino desde Roma permaneciendo en la península dos años y ensañándose cruelmente con la población cristiana; en otras palabras: lo que Diocleciano dijo, Daciano lo hizo. El obispo Valero y el diácono Vicente (en aquella época el nombre era en realidad Vicentius, y no debe confundirse con Sant Vicent Ferrer, que es un milenio posterior) fueron prendidos en Caesaraugusta ese mismo año por orden de Daciano y, ante el temor a los múltiples apoyos con que contaban en dicha ciudad, trasladados a Valentia para ser juzgados. Valero fue condenado al destierro y Vicente sufrió terribles martirios, muriendo en el año 304 ó 305.
 
 
El diácono fue colocado primero en una cruz en aspa, donde le azotaron, le rompieron los huesos y le abrieron las carnes con garfios de acero. No pudiendo conseguir que renunciara a su fe, mandó entonces Daciano que fuese desollado y colocado en una parrilla con ascuas. Más tarde fue arrojado a una mazmorra oscura con el suelo lleno de trozos de arcilla quebrada, donde murió poco después. Por temor a que los cristianos, recogiendo sus restos mortales, lo venerasen como mártir, se le tiró a un descampado para que lo devorasen las alimañas, pero se dice que su cuerpo fue defendido por un gran cuervo negro. Se le arrojó entonces al agua dentro de un odre atado a una piedra de molino, pero al parecer fue devuelto por los peces a la orilla en una playa cercana a la actual Cullera, donde se enterraron en secreto sus restos. Desde allí fue trasladado, en el mismo siglo de su martirio, a una basílica extramuros de Valentia, junto a un arrabal cristiano, conocida hoy día como San Vicente de la Roqueta. Su culto se difundió con rapidez en la Iglesia y fue tenido como el santo más representativo de Hispania. En la Roqueta se mantuvo el culto a sus restos incluso durante la época islámica, en la que gran parte de las reliquias del Santo desaparecieron, escondidas o dispersas. Hacia el año 1104 el entonces obispo mozárabe de Balansiya, Teudovildo, marchó en peregrinación a Tierra Santa y llevó consigo el brazo izquierdo del protomártir, pero le sobrevino inesperadamente la muerte en Bari, en Italia, y allí quedaron todos los objetos que llevaba en su valija. La reliquia de San Vicente fue pasando de mano en mano hasta llegar a Don Pietro Zampieri, de Vigonovo en Venecia, que la donó a nuestra Catedral junto con el relicario de bronce que la contiene en el año 1970. Poco antes de la donación se le hicieron una serie de estudios forenses al brazo, llegándose a la conclusión de que pertenecía a un varón de aproximadamente 1,70 metros de altura, de entre 25 y 30 años, que no había realizado trabajos manuales pesados y que había sufrido quemaduras en sus últimos diez días de vida.
Todos estos datos podría llegar a aceptarlos, pero me resulta bastante más difícil creer que el brazo momificado sea del S.IV (hace la friolera de 1700 años), y mucho menos que pertenezca al Vicentius que mencionan las historias. Sin embargo, sí es más plausible creer (por la menor distancia temporal y la relativamente mayor estabilidad de nuestra ciudad en dicho intervalo de Tiempo) en la autenticidad de los restos de fray Andreu d’Albalat, que descansan en una capilla justo enfrente de la reliquia de San Vicente Mártir. El tercer obispo de Valencia, canciller y amigo personal del rey Jaume I, y que como ya dijimos puso en este mismo lugar la primera piedra de la Catedral en 1262, falleció catorce años después en Viterbo, Italia, y fue enterrado provisionalmente en San Vicente de la Roqueta. Su sarcófago de piedra (de la época original, S.XIII, y el más antiguo de la Catedral) nos permite contemplar a través de un agujero un ataúd de madera en perfecto estado de conservación, de 1,30 metros de longitud, pintado de verde y con el emblema de un ala, escudo de los Albalat.
 
 
Vayamos a la parte de la girola más cercana a la Almoina y contemplemos la puerta de la Sacristía Mayor, en la que transcurría la extraña escena que os narraba al principio. Esta puerta es el acceso a la zona privada de la Catedral, y como tal suele estar cerrada, aunque a veces puede uno asomarse con disimulo cuando la dejan entreabierta, e incluso, con suerte, apuntarse a una de las escasas visitas guiadas que se hacen al interior. La Sacristía es una sala de estilo gótico, de planta cuadrada con una bóveda octogonal, a la que se accede por un pequeño vestíbulo en cuyos muros hay dos profundos canales labrados en la piedra, que servían para deslizar un rastrillo: era la denominada porta caladissa, que fue colocada en 1521 ante el peligro que suponían los disturbios de las Germanías para los bienes y personas de la Catedral. De este modo, al bajarse el rastrillo, esa parte del templo quedaba incomunicada del resto, cual Habitación del Pánico en versión medieval.
En una de las paredes de la Sacristía, a cinco metros de altura, hay un pequeño vano al que antes sólo se podía subir con una escalera de cuerda, habiendo en la actualidad una escalera metálica fija: es la entrada a una cámara secreta conocida como el reconditorio, de tres por tres metros y de una altura que permite estar de pie holgadamente, decorada con pinturas de estilo gótico. En esta cámara es donde en tiempos de revueltas o guerras se guardaban las joyas y las reliquias, y desde ella se accionaba el mecanismo de la puerta levadiza, aunque parece ser que ésta nunca llegó a usarse: la única vez que hubo ocasión se optó por proteger los bienes de la Catedral en uno de los pisos del Micalet, que ofrecía una mejor defensa ante las turbas descontroladas.
Desde la Sacristía Mayor se accede a otra habitación, la Sacristía Nueva, que alberga una galería de retratos de los obispos y arzobispos de la Seo, y de ahí se pasa a la actual Sala Capitular, en la que se realizan las reuniones (también llamadas capítulos). Al fondo de la Sala Capitular se encuentra el Relicario, el rincón más escondido de la zona privada: una capilla circular en la que se guardan, dentro de tres grandes armarios empotrados, las reliquias de la Catedral… Llegados a este punto, debo pediros disculpas: ya sé que os dije que ésta sería la última entrega sobre la Seo de Valencia, pero es que la enumeración de las piezas que contienen estos armarios da para largo, así que esperaremos una semana con las manos en los tiradores (¡qué nervios!) y dentro de siete días los abriremos para ver qué hay en su interior (aviso: personas impresionables abstenerse), llegando de ese modo a las conclusiones finales de esta entrada múltiple. Y os prometo que ésa sí será la última: ¡Cinco y no más, Santo Tomás!

lunes, 18 de noviembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (III)

El Micalet, o Miquel, que tenemos actualmente en la espadaña del campanario de la Catedral es, en realidad, la quinta campana con ese nombre. La primera encargada de tocar las horas se inauguró el día de San Miguel de 1418, antes incluso de que se finalizaran las obras de la torre, y tanto ésta como la segunda, de 1465, se quebraron durante los toques, igual que la cuarta, rota en 1532 mientras la hacían vibrar en honor a la victoria de Carlos V sobre los turcos en Viena. El destino final de la tercera campana merece mención aparte: tal y como nos relata Jeroni Sòria en su Dietari, el 16 de febrero de 1519 se desató una fuerte tormenta sobre Valencia y alrededor de las nueve de la noche cayó un rayo sobre el madero que sujetaba el Miquel, iniciándose un incendio en lo alto del campanario. Al poco rato la estructura cedió y la gigantesca campana, después de golpear la barandilla, se precipitó hacia la oscuridad y se estrelló contra el suelo, cincuenta metros más abajo, estallando en pedazos con un estruendo formidable. Por fortuna, la calle estaba desierta debido a la tempestad y no hubo víctimas, pero tres vecinos sufrieron desperfectos en sus casas por impactos de piedra y bronce, y se formó un bache sobre el que los carros no pudieron transitar durante dos semanas.
 
 
Más adelante en la entrega de hoy veremos que éste no es el único accidente ocurrido en la historia de la Catedral, pero antes podemos hablar un poco de cómo ha cambiado su aspecto, sobre todo en el interior, a lo largo de estos siete siglos y medio. Hacia 1773, siendo arzobispo de Valencia don Francisco Fabián y Fuero (las tres con F: un nombre digno de aparecer en La Historia Interminable), se inició una total renovación del edificio para ocultar su estilo gótico original, por entonces considerado obra de bárbaros, con un revestimiento inspirado en los cánones renacentistas. En esta reforma neoclásica los pináculos exteriores del templo fueron eliminados, las azoteas ocultas por tejados, y la estructura gótica, incluyendo ventanales con vitrales, enmascarada por estucos y dorados. Se construyeron desde cero las capillas de las naves laterales, los arcos ojivales se transformaron en arcos de medio punto y se cubrieron las pilastras góticas con columnas corintias. Sólo quedaron a la vista los nervios góticos de la crucería de las bóvedas. Una muestra de cómo quedó toda la Catedral la tenemos actualmente en la parte de la girola.
Dos siglos después, durante la década de 1970, se emprendió la tarea de repristinación de la Catedral, que significó la retirada de casi todos los elementos clásicos para recuperar el aspecto gótico (mucho más elegante en mi opinión) de las naves y el cimborrio. Sólo quedaron con decoración clásica las capillas laterales, la girola y algunos elementos puntuales, como las esculturas en las esquinas del cimborrio, en las que figuran los cuatro evangelistas con los símbolos que los identifican: San Lucas con el toro, San Juan con el águila, San Mateo con el ángel y San Marcos con el león. También se suprimieron los tejados a doble vertiente y se eliminaron las conocidas como Casas de los Canónigos que estaban adosadas al muro exterior en la calle del Micalet.
 
 
Hay muchísimas cosas que ver dentro de la Catedral, pero por algún sitio tendremos que empezar nuestro paseo por su interior, así que hagámoslo por ejemplo en la Arcada Nova, espacio terminado en 1480 que alargó la estructura uniendo los pies de la Catedral a la Torre del Micalet y a la antigua Sala Capitular. Hasta el momento de construirse este cuarto tramo, se encontraba en este lugar la fachada de acceso, que fue desmontada en 1468 para la ampliación. De la nueva portada que se construyó entonces, y antes de que se levantara la actual Puerta de los Hierros, tampoco se sabe mucho, aunque debió ser de escasa entidad arquitectónica. Desde la Arcada Nova y mirando hacia la izquierda y hacia atrás podemos ver la puerta de acceso al campanario, pero lo que más me ha llamado siempre la atención de este tramo, mirando hacia arriba, a los muros de la nave central, son las dos ventanas en esviaje, es decir, en ángulo oblicuo, que permiten una mayor iluminación del interior.
Entrando por la derecha a la antigua Sala Capitular, de la que ya hablaremos más adelante, tenemos el acceso al Museo Catedralicio, que si no me equivoco está siendo reestructurado y en el que hasta ahora se podía ver, entre otras cosas, varias maquetas en madera de la Catedral en sus diversas fases de construcción. En el interior del Museo se encuentra también la Custodia Procesional de la ciudad, para cuya confección se emplearon unos 600 kilos de plata y 5 kilos de oro, y llamada “de los pobres” por haberla sufragado en su mayor parte los devotos y fieles del pueblo llano con sus donativos en forma de objetos de metales preciosos (que digo yo que se quedarían aún más pobres después de haber regalado su oro y su plata a la Iglesia, así que el sobrenombre también conlleva cierto recochineo).
 
 
Pero volvamos a la antigua Sala Capitular. Este espacio se pensó entre otras cosas para el enterramiento de prelados y canónigos, y sabemos que debajo del mismo hay una cripta a la que se accede a través de una losa de piedra bajo el púlpito de la capilla. Desgraciadamente, se ha comprobado que la entrada está obstruida por escombros; no se sabe con seguridad el motivo, pero entre los escombros se han encontrado piedras de traza gótica, por lo que se supone que fue cegada en el periodo de la reforma neoclásica del S.XVIII, al ser usada como vertedero… El caso es que esta cripta permanece aún hoy sin investigar. En el año 1563 se construyó una nueva cripta destinada al cabildo, el llamado cementerio de los canónigos; se encuentra situada en la nave central, entre el primer y el segundo tramo, y se accede a ella por una losa del suelo sujeta con argollas. Al interior de esta cripta se baja por una escalera de veintidós peldaños que nos lleva a una sala rectangular, presidida por una gran cruz, con treinta y dos nichos abiertos en los muros; fue usada hasta mediados del S.XIX, época en que se prohibieron los enterramientos fuera del Cementerio General y demás cementerios municipales… Y aún tenemos una tercera cripta cerca de la Puerta de los Hierros, la llamada de los beneficiados, a la izquierda del eje de la nave central bajo la Arcada Nova. Construida en 1754, en ella dieciséis peldaños desembocan en una estancia también presidida por una cruz; desde esta antesala, se divide en dos salas abovedadas separadas entre sí y que bajan a un segundo nivel. Esta cripta, bastante más grande, alberga más nichos y además un osario.
Yo no he estado nunca en los sótanos de la Catedral (y no por falta de ganas, ya sabéis que me encantan este tipo de sitios), pero hace un tiempo vi en Canal 9 un documental bastante interesante titulado “Del Cel al Subsol” en el que se mostraban imágenes de los rincones menos accesibles del edificio, entre ellos estas criptas. No sólo hay personas enterradas en los sótanos, sino también a ras de suelo: uno de los elementos que se incluyó en la repristinación de los años 70 fue la colocación de un nuevo pavimento en toda la Catedral, por lo que la mayor parte de las lápidas que se encontraban en el suelo fueron cubiertas, aunque siguen estando ahí. Esta intervención fue en mi opinión un gran error, porque nos ha privado de la oportunidad de pasearnos entre las lápidas, intentando descifrar sus inscripciones y asomándonos así a varios siglos de historia de la iglesia, y por tanto de la ciudad. Una de las pocas losas sepulcrales que se puede contemplar hoy día es la de Ausiàs March, famoso caballero y poeta valenciano del S.XV. Aunque se tienen dudas de que sus restos mortales estén realmente en la Catedral, dejó escrito en su testamento dónde quería ser enterrado: “en los vas o Capilla dels March, en lo claustre de la Seu prop lo capitol”. No se sabe la localización exacta de dicha capilla, pero en 1950 se colocó la hermosa lauda sepulcral, de piedra negra, en el lugar donde se cree que está el vaso funerario de los March, en el transepto, cerca de la puerta de la Almoina.
 
 
Desde este punto, y sin andar mucho, podemos ir al centro del transepto, donde mirando a izquierda y derecha veremos respectivamente la vidriera del rosetón con la estrella de David y otra vidriera con las caras de los matrimonios leridanos de los que hablamos hace dos semanas… Y mirando hacia arriba podemos contemplar desde el interior el magnífico cimborrio, uno de los elementos más bellos de la Catedral. De estilo gótico florido, tiene una altura aproximada de cuarenta metros, y está formado por un prisma octogonal de dos cuerpos superpuestos, con ocho ventanales de arcos ojivales y fina tracería calada en cada nivel. El primer cuerpo o parte inferior es del S.XIV, y el segundo fue construido sobre el 1430. La función del cimborrio es la de dotar de luz natural al espacio central del edificio: una de las diferencias más significativas del gótico con respecto al románico, y objetivo que se cumple con creces en el de la Catedral de Valencia, ya que su armazón de piedra está reducido al mínimo, dándole un aspecto de ligereza constructiva muy difícil de lograr, y las ventanas, que originalmente incluían vidrieras policromadas, van cerradas en la actualidad con piedra translúcida de alabastro, que deja pasar mucha luz, creando en el interior un ambiente cálido y acogedor.
 
 
Y hablando de ambiente cálido: antes hemos dicho que la caída de la campana Miquel a la calle en 1519 no había sido el único accidente ocurrido en la Catedral… Pues bien, sin movernos del centro del transepto y mirando hacia delante viajemos atrás en el Tiempo hasta el 21 de mayo de 1462, el día en que una bengala despedida por la “palometa” que representaba el Espíritu Santo descendiendo desde lo alto del cimborrio prendió en los paños que enmarcaban el retablo de madera y plata, perdiéndose en el incendio toda la decoración del ábside y las pinturas al fresco de su bóveda, realizadas en 1432 por el pintor Miguel Alcañiz (aquel día las famosas lenguas de fuego se hicieron terriblemente reales). Llegados a este punto, entra en nuestra historia el setabense Rodrigo de Borgia, que fue obispo de Valencia (y su buen sueldo cobraba por ello, aunque casi nunca estaba aquí) del 1458 al 1492, año en que como cardenal pidió al Papa Inocencio VIII que elevara la Diócesis de Valencia a Metropolitana, convirtiéndose él mismo, un mes más tarde, en el Papa Alejandro VI. Cuando aún siendo cardenal vino a España para mediar en la posible boda de los Reyes Católicos (había un problema, y es que ambos eran primos) se pasó por Valencia y, deseando que su Catedral brillase con el esplendor del nuevo arte que estaba surgiendo en Italia, hizo traer a los pintores Francesco Pagano y Paolo de San Leocadio para que realizasen en la bóveda unas pinturas que sustituyeran a las de Miguel Alcañiz, desaparecidas en el incendio. Estas nuevas pinturas, realizadas entre 1472 y 1483, fueron consideradas una de las maravillas del primer Renacimiento español.
Por desgracia, en 1674, más o menos dos siglos después, el arzobispo Luis Alonso de los Cameros, deseando que luciera más el retablo de plata que adornaba el altar, decidió restaurar toda la capilla. Se encargó de la obra Juan Pérez Castiel, se realizó en estilo barroco y duró ocho años. La colocación de los mármoles y adornos barrocos hizo desaparecer las pinturas del ábside; según la documentación de la época conservada en la Catedral, se ordenó que fueran picadas antes de seguir con la obra barroca. Por tanto, la Belleza de estas pinturas se perdió para siempre…
¿O no? En mayo de 2004 comenzó la obra de restauración de la decoración barroca del ábside, encomendándose la gestión de la misma a la Fundación La Luz de las Imágenes, y grande fue la sorpresa cuando el 22 de junio, por pura casualidad, a través del agujero dejado en la cúpula por el soporte de una pieza móvil, los trabajadores pudieron ver con ayuda de una linterna unos ojos muy abiertos que desde el otro lado les devolvían la mirada, implorándoles la libertad que durante varios siglos les había sido negada… Estos ojos pertenecían a uno de los doce ángeles de las pinturas renacentistas, que a pesar de alguna gamberrada de los obreros de aquella época no habían sido picadas sino simplemente ocultadas por la nueva cúpula barroca, construida unos ochenta centímetros por debajo de la anterior, y que se habían mantenido en un asombroso buen estado de conservación. De esta manera, a partir del 8 de febrero de 2007 se ha podido contemplar la Capilla Mayor restaurada con estos doce ángeles recién librados de su cautiverio: grandes, majestuosos, tocando diversos instrumentos musicales sobre el fondo de un cielo azul intenso lleno de estrellas.
 
 
Este hallazgo casual de los ángeles músicos emparedados no es el primero del que hablamos aquí en relación con la ciudad de Valencia (acordaos del yacimiento arqueológico de la Almoina); ni será el último, os lo aseguro. Si los ángeles estuvieron allí detrás todo ese Tiempo sin que nadie lo supiera, me pregunto qué otras sorpresas aguardan en lo profundo de la antigua cripta cegada por cascotes, qué otros mensajes cifrados se esconden debajo del pavimento de losas negras y blancas… ¿Cuántas maravillas como ésta aguardan a ser descubiertas tras un muro, en lo más hondo de un trastero repleto de antigüedades, o en un estante olvidado de un archivo en una ciudad lejana? ¿Cuántas ventanas abiertas a la Belleza perdida del Pasado habrá enterradas bajo tierra, ocultas detrás del doble fondo de un cajón, o en un almacén polvoriento? ¿Y cuándo y dónde se producirá la siguiente casualidad afortunada que ensanche nuestro horizonte de conocimientos, que traiga esa Belleza a la vida de nuevo? No lo sé, pero estoy deseando que ocurra… La semana que viene enfilaremos la última entrega acerca de la Catedral y hablaremos, entre otras cosas, del brazo incorrupto (es un decir) de San Vicente Mártir.

lunes, 11 de noviembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (II)

La semana que viene iniciaremos un recorrido por el interior de la Catedral de Valencia y sus setecientos cincuenta años de Historia, pero primero tenemos pendiente terminar el paseo por el exterior. Lo empezamos la semana pasada contemplando la parte más antigua del edificio y dirigiéndonos a continuación hacia la Plaza de la Virgen para ver la puerta gótica de los Apóstoles. Deshacemos ahora el camino andado y volvemos hacia la Plaza de la Almoina, dejando atrás la puerta románica y entrando en la calle Barchilla, donde vemos otro paso elevado que ordenó construir el señor obispo en el S.XVIII para acceder a la Catedral desde el Palacio Arzobispal sin tocar la calle (se ve que en las mañanas de invierno pasaba mucho frío el pobre, al recorrer esos veinte metros para dar la primera misa después de tomarse su chocolate con churros). Un poco más adelante en la calle Barchilla se encontraban antiguamente la llamada fosa de los canónigos y el cementerio de la parroquia de San Pedro, y también el primitivo campanario, una torre de planta cuadrada y factura románica; en el año 1419 se pasaron sus campanas al Micalet y a partir de 1438 se procedió a su demolición con el objeto de sacar piedra para las nuevas obras de la Catedral.
Llegamos de esta forma a la Plaza de la Reina y a la Puerta Principal o Puerta de los Hierros, de factura barroca y conocida con este nombre por la reja que la rodea. Al ser su planta curva, el paramento cóncavo al que da lugar creaba originariamente un singular y estudiado efecto de perspectiva cuando se la contemplaba desde la Calle Zaragoza, efecto totalmente desvirtuado en el S.XX a causa del derribo de varios bloques de edificios, que se fue prolongando hasta 1960, para ampliar la Plaza de Zaragoza, actualmente de la Reina. Aunque vista hoy día, en comparación con el tamaño de la Plaza, se ha quedado como decimos muy pequeña, hay que reconocer que sus figuras y su composición son de todos modos de una gran Belleza. En el suelo bajo el arco que forma la entrada, y actualmente ilocalizables tal vez por el desgaste de la piedra con los años, hay dos lápidas que señalan la tumba de Mariana Mont de Aguilar, fallecida en 1621 y que legó su fortuna a la Catedral para que pudiera construirse la portada, y la de su sobrina Petronila. Como podéis ver, por mucha poesía y misticismo que queramos echarle al asunto siempre hay algún detalle, ya sean cabezas talladas, rosetón o lápidas, que nos recuerda de una u otra forma quién ha puesto la pasta.
 
 
A la izquierda de la Puerta de los Hierros (imposible no verlo) tenemos el Micalet o Miguelete, la torre-campanario, uno de los símbolos más representativos de la ciudad de Valencia. Es de estilo gótico y fue levantado entre los años 1380 y 1429 hasta una altura de cincuenta metros en la terraza, siendo, cosa curiosa, su perímetro octogonal igual a dicha altura (podríamos decir, si lo comparamos con los de los pueblos, que es un campanario con muchos esteroides). Durante un tiempo fue llamado Campanar Nou para diferenciarlo del Campanar Vell de la calle Barchilla, y como dijimos hace una semana era originalmente una torre exenta que se unió a la Catedral a finales del S.XV, al prolongarse las naves. Por una escalera de caracol de doscientos siete escalones se sube desde el interior de la iglesia a la Sala de Campanas, con ocho ventanales de los cuales siete están ocupados por éstas, subiendo en el octavo la escalera hasta la plataforma superior, donde está la espadaña con las dos campanas del reloj: la de Quarts, de 1736, y el Micalet, fundida en 1532, destinada exclusivamente a tocar las horas. Dedicada a San Miguel Arcángel, antiguo patrono de la ciudad actualmente caído en desgracia frente a San Vicente Mártir, Sant Vicent Ferrer o la Virgen de los Desamparados, fue esta campana la que dio origen al nombre con que se conoce popularmente a la torre. Con 2,38 metros de diámetro y 7.805 kilos de peso, es la mayor en uso de toda la antigua Corona de Aragón.
En la Sala de Campanas hay once desde el primer momento en que se usó la torre como campanario; se trata de uno de los conjuntos más numerosos de campanas góticas de nuestro país. Se siguen utilizando para las diversas señales diarias, festivas, de muerto y extraordinarias. La más antigua de ellas (y también la más antigua en uso de toda España) es la Caterina, del año 1305, mientras que la más nueva es la Violant, de 1735. Están también, por ejemplo, la Bàrbera para los toques de coro diarios, el Manuel para el toque de cerrar las murallas (que se sigue realizando cada atardecer, aunque hace siglo y medio que no hay murallas que cerrar) y la Maria para las oraciones; los toques manuales los ejecutan los miembros del Gremi de Campaners. Como curiosidad, podemos mencionar también la existencia de una piedra sillar: un pequeño hueco en el muro, en la base de la torre, al que se puede llegar desde la acera estirando un poco el brazo, de manera que si lo golpeas con una piedra o cualquier objeto duro el sonido se transmite muy bien, por algún extraño fenómeno acústico, hasta la Sala de Campanas. Según parece, este sistema se usaba habitualmente para ponerse en contacto con el campanero, que residía en la torre.
 
 
Un elemento más a reseñar en la torre del Micalet son las gárgolas de su parte superior, que alejan el agua de lluvia de las paredes para evitar el deterioro de la piedra con el paso de los siglos, pero no podemos decir que la Catedral de Valencia sea pródiga en ellas: sólo contamos ocho aparte de las que hay en el campanario. Cuatro se encuentran en las esquinas del crucero, por encima de las puertas románica y gótica, y las restantes cuatro se agrupan en la parte norte de la fachada oriental, cerca de la Puerta de la Almoina. Por último, hay otro elemento en la fachada occidental, a la derecha de la Puerta de los Apóstoles, que, acorde con la sobriedad y sencillez de la Seo, apenas llama la atención; pero desde que un día mis ojos se tropezaron con él por casualidad, caminando por la calle del Micalet hacia la Plaza de la Virgen, ya no he podido evitar mirarlo fugazmente cada vez que paseo por allí… Mientras que la campana de San Miguel marca el paso de las horas, los días, los años y los siglos con su tañido grave y pausado, audible en el silencio de la noche desde gran parte del centro de la ciudad, éste es sin embargo un testigo mudo del paso del Tiempo, mucho más discreto pero seguramente bastante más antiguo: un pequeño Reloj de Sol con un solo número romano, el doce, pintado en color rojo y marcando la vertical, la posición del Mediodía, la hora de reunión del Tribunal de las Aguas cada jueves a pocos metros de distancia… Siempre que lo miro me produce un cierto escalofrío, un vértigo interior, la idea de que a pesar de estar la aguja actualmente un poco desviada y oculta al Astro Rey por los árboles cercanos, probablemente su sombra haya recorrido ya las muescas grabadas en la piedra un cuarto de millón de veces desde que se colocó allí, mientras la Tierra gira y gira sin parar sobre su eje y alrededor del Sol.
 
 

lunes, 4 de noviembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (I)

Las excavaciones realizadas en la Plaza de la Almoina han proporcionado a los arqueólogos (y a todos nosotros) la situación exacta de la entrada este del foro romano de Valentia, lo que nos permite estimar que el templo religioso dedicado a Júpiter, situado en la parte norte del foro, debió estar en algún punto no muy lejano a la actual Fuente del Turia en la Plaza de la Virgen. A poca distancia de allí, y sin necesidad de salir del Centro Arqueológico de la Almoina, podemos contemplar en su esquina sudeste (y en la Plaza del Arzobispo) algunos vestigios de la primera catedral cristiana de Valentia, de época romano-visigoda, como parte del ábside, el baptisterio y una capilla sepulcral del S.VI. Unas decenas de metros hacia el sudoeste, justo en la zona donde antes estaba la entrada a la Catedral Visigótica, se construyó en el S.VIII la Mezquita Mayor o Mezquita Aljama de Balansiya, que fue a su vez reconvertida de nuevo a catedral cristiana después de la conquista de la ciudad por Jaume I en 1238. Como ya comentamos en otra ocasión, hay constancia documental de que durante casi un cuarto de siglo la mezquita permaneció en pie, incluso con los pasajes del Corán escritos en las paredes, y se utilizó para el culto cristiano hasta que en junio de 1262 fray Andreu d’Albalat, tercer obispo de la ciudad, resolvió derribarla y construir en su lugar un edificio de nueva planta: la Iglesia de Santa María. Aunque como ya he dicho alguna otra vez yo no soy una persona religiosa, la Catedral de Valencia siempre me ha parecido un lugar muy interesante desde el punto de vista histórico, arquitectónico, artístico, cultural y sociológico, de modo que durante las próximas semanas nos dedicaremos a dar un paseo por su pasado, por su exterior y por su interior.
La Seo de Valencia es de estilo gótico, un gótico bastante sobrio y discreto, aunque las obras comenzaron por la girola y por la Puerta de la Almoina, que es de estilo tardo-románico. Las últimas hipótesis suponen que la antigua mezquita musulmana ocupaba la situación del crucero de la catedral actual, siendo la Puerta de la Almoina el lugar donde se encontraba el mihrab. La Seo, que se iba haciendo a medida que la Aljama se derribaba, contaba ya al final del S.XIII con el deambulatorio o girola con sus ocho capillas, y con la puerta románica en el brazo oriental del crucero. En la primera mitad del S.XIV se cerró el crucero por su lado oeste con la construcción de la puerta gótica de los Apóstoles, donde antes estaba la entrada a la mezquita, y también se edificaron tres tramos de las tres naves (la central y las dos laterales) y se empezó a levantar el cimborrio. La Sala Capitular, donde se reunían los clérigos para deliberar los asuntos internos, y la torre-campanario del Micalet se construyeron inicialmente separadas del resto de la iglesia, pero a mediados del S.XV se ampliaron las naves en un tramo más, conocido como Arcada Nova, y la catedral se unió definitivamente con ambas. De la etapa barroca destaca que en 1703 se inició la construcción de una nueva puerta principal, la conocida como Puerta de los Hierros.
 
 
Comencemos nuestro paseo por el exterior de la catedral en la Puerta de la Almoina, también llamada del Palau por dar al Palacio Arzobispal. Pertenece, como hemos dicho, al estilo románico, que ya empezaba a estar pasado de moda en la época en la que se inició la catedral. Presenta varios arcos concéntricos y capiteles delicadamente tallados con escenas de la Biblia, y por encima de ellos podemos ver, aún con restos de policromía, catorce cabezas de hombres y mujeres que bien podrían ser donantes para la construcción de la puerta, pero que según la tradición representan a siete matrimonios leridanos que vinieron para repoblar Valencia y trajeron con ellos a trescientas doncellas que debían casar con los nuevos colonos. Sus nombres aparecen inscritos junto a sus efigies y aunque están abreviados parece que son: Pere y Maria, Guillem y Bertomeua, Ramon y Dolça, Bertran y Berenguera, Domènec y Ramona, Francesc y Ramona, y por último Bernat y Floreta. Dentro de la arcada, y a la derecha de las puertas de madera (que por desgracia no son las originales), se aprecian una serie de misteriosos surcos verticales abiertos en la piedra... Pero ya hablaremos de ellos en otra ocasión.
 
Desde la Puerta de la Almoina nos dirigimos a la derecha, hacia la Plaza de la Virgen, dejando atrás la pequeña capilla donde al parecer el rey Jaume celebró la primera misa después de conquistar la ciudad. Caminamos por debajo del paso elevado que une la Catedral con la Basílica y dejamos también atrás la llamada Obra Nova, una tribuna semicircular con tres alturas de arcadas desde las cuales los canónigos pueden asistir a las celebraciones (y hoy en día también alguna que otra manifestación) que se realizan en la Plaza. Llegamos así a la Puerta de los Apóstoles, de estilo gótico. Los batientes de madera son del año 1438 y los clavos y herrajes son los originales de la época. En cuanto a la portada y los Apóstoles representados en ella (actualmente son réplicas, los originales están en el museo catedralicio), fuera quien fuese su autor era un mal conocedor de la piedra de la zona, porque empleó una de tipo quebradizo que se degradó con rapidez y que ha obligado a continuas reparaciones y restauraciones… vamos, que al final lo barato sale caro.
 
 
Por encima de la puerta tenemos un enorme rosetón de seis metros y medio de diámetro, también reconstruido en los años 60 por haber sufrido el mal de la piedra, y que contiene dos triángulos equiláteros entrelazados que representan la Estrella de David, o de Salomón. Como apuntó en su día Joan Fuster, esta estrella es difícil de explicar en la entrada de un templo católico; aunque algunos la interpretan como símbolo de Jesús, el Mesías, descendiente de la Casa de David, se especula que ante la falta de fondos para la construcción de la puerta se pidió prestado dinero a los prestamistas judíos, y éstos accedieron a cambio de que figurase la estrella en el rosetón. Como último detalle, comentar brevemente que al pie de la Puerta de los Apóstoles se ha venido reuniendo todos los jueves a las doce de la mañana, supuestamente de manera ininterrumpida desde hace más de mil años (cuando en este mismo lugar se hallaba la entrada a la Mezquita Mayor), el Tribunal de las Aguas, la institución de justicia más antigua de Europa aún en funcionamiento, del que posiblemente hablemos un poco más en otra ocasión. La semana próxima terminaremos nuestro recorrido por el exterior del edificio, pasearemos hasta la puerta barroca y subiremos a echarle un vistazo al campanario de la iglesia.