lunes, 29 de julio de 2013

El Fuego Invisible

Uno de los objetivos principales de los alquimistas en la Edad Media era el de encontrar la Piedra Filosofal, una sustancia presuntamente en forma de polvo rojo que permitía transformar en oro otros metales como el plomo. No fue hasta varios siglos después, en torno al año 1900, que empezaron a comprenderse los procesos por los cuales un elemento de la tabla periódica se transforma en otro distinto. Empecemos la entrada de hoy explicando la diferencia entre una reacción química y una reacción nuclear. En las primeras, partimos de unas sustancias iniciales cuyas moléculas se combinan y se reorganizan, formando moléculas de distinto tipo con propiedades diferentes; es decir, los átomos que había antes y los que hay después son exactamente los mismos en tipo y cantidad, pero ahora están unidos de distinta forma. En una reacción nuclear, sin embargo, los cambios se producen en el interior de los propios átomos, y afectan a los protones y neutrones del núcleo, no a los electrones de la corteza, que son los que mantienen unidos los distintos átomos de una molécula. Al cambiar el número de protones o neutrones, por transformarse o ser emitidos algunos de ellos, cambia también el tipo de átomo. Por tanto, y resumiendo, en una reacción química se produce un cambio de unos tipos de molécula a otros, mientras que en una reacción nuclear hay un cambio de un tipo de átomo a otro, lo que se conoce con el nombre de transmutación.
 
 
En las reacciones químicas los enlaces involucrados (rompiéndose algunos de ellos y formándose otros) son de tipo electromagnético (covalente, iónico, metálico…), mientras que en las nucleares los que se reorganizan son los enlaces nucleares fuertes, responsables entre otras cosas de compensar la repulsión eléctrica entre los distintos protones del núcleo. La cantidad de energía encerrada en los enlaces fuertes del núcleo es, por término medio, un millón de veces mayor que la contenida en los enlaces covalentes entre átomos: por eso es mucho más difícil provocar el inicio de una reacción nuclear, y por eso la cantidad de energía que puedes sacar de ella una vez iniciada también es mucho más grande. Para haceros una idea, basta con imaginar un pequeño montón de madera al que se le prende fuego, dando lugar a una reacción química de combustión, y ahora comparar la energía liberada en la hoguera con la de las bombas de Hiroshima o Nagasaki: la cantidad de combustible que se utilizó en ellas para la reacción nuclear de fisión ronda el tamaño de una pelota de tenis.
¿De dónde sale toda esta energía liberada en algunas reacciones nucleares? Mientras que en una reacción química la masa total de las sustancias iniciales (los reactivos) es prácticamente la misma que la de las sustancias finales (los productos), en las reacciones nucleares se aprecia un pequeño cambio en la masa total: a veces aumenta ligeramente (cuando comunicamos energía a los reactivos) y otras veces disminuye (cuando la reacción libera energía). Lo que ocurre en este segundo caso es que la masa perdida al reorganizarse los enlaces nucleares se transforma en la energía liberada. ¿Y cuál es la fórmula que relaciona esta pequeña variación de masa y la gran cantidad de energía emitida? Pues ni más ni menos que E=mc2, la famosa ecuación de la equivalencia masa-energía propuesta por Albert Einstein en su teoría de la Relatividad Especial de 1905. En esta expresión, c es la velocidad de la luz en el vacío, que incluso sin elevar al cuadrado tiene un valor muy, muy grande: esto explica que salga tanta energía de tan poca masa.
 
 
De los isótopos de la tabla periódica que producen reacciones nucleares se suele decir que son radiactivos; este nombre se debe a que el radio fue uno de los primeros elementos con estas características que fue descubierto, concretamente por Marie y Pierre Curie en 1898. Tanto en los procesos de desintegración radiactiva como en los de fisión y fusión, de los que hablaremos más adelante, se suelen emitir distintos tipos de partículas y radiaciones que pueden afectar seriamente a la salud, así que conviene que hablemos un poco de ellos. Las principales son las partículas alfa, compuestas por dos protones y dos neutrones, las partículas beta, que son electrones muy rápidos, y los rayos gamma, radiación electromagnética de muy alta energía. Las partículas alfa son muy ionizantes, porque en su camino después de ser emitidas pueden romper muchos enlaces de otras moléculas (hasta 10.000) antes de perder velocidad; en el lado positivo, estas partículas son inofensivas si nos mantenemos a distancia prudencial de la fuente radiactiva, porque tienen un alcance de tan sólo unos centímetros en el aire. Las partículas beta son menos ionizantes (pueden romper del orden de 100 moléculas hasta ralentizarse) pero tienen un alcance mayor que las alfa. En cuanto a la radiación gamma, cada fotón rompe sólo una molécula, pero su alcance en el aire es muy superior, con lo que en grandes cantidades esta radiación es peligrosa incluso a distancia.
¿Dónde radica para nosotros el peligro de una fuente radiactiva de intensidad media? Si las moléculas que se rompen por acción de las partículas emitidas no pertenecen a seres vivos, en principio no hay problema; incluso si la radiación deteriora las moléculas de la membrana o del fluido interior en una de nuestras células, las consecuencias a largo plazo no son muy importantes… La cosa ya cambia si los enlaces covalentes rotos pertenecen a un tipo muy particular de moléculas gigantes: las cadenas de ADN que codifican en cada una de nuestras células la información que nos caracteriza como seres vivos únicos e irrepetibles. En este caso el daño producido por la radiación podría amplificarse no sólo porque estas cadenas dirigen los procesos biológicos de las células, sino también debido a su capacidad para autoreplicarse. Una célula con una cadena defectuosa podría no funcionar correctamente en algunos aspectos y, lo que es peor, daría lugar a otras células defectuosas si se divide por mitosis, lo cual puede pasar un día después de producirse el daño, un mes después, diez años después, o nunca. En lo relativo a los efectos de la radiación, por tanto, las probabilidades juegan un papel muy importante. Cuando las células defectuosas se reproducen sin control y a gran velocidad pueden llegar a formar lo que llamamos un tumor: en este caso la exposición a la radiación ha dado lugar a un cáncer. En niños y jóvenes en edad de crecimiento, cuyas células necesitan duplicarse más a menudo, hay que extremar las precauciones ya que el riesgo de aparición de tumores es mayor… y no digamos ya en el caso de no natos, que pueden presentar terribles malformaciones si sus células reciben la radiación mientras se están desarrollando en el útero materno.
 
 
El peligro inherente a la radiación se reduce, lógicamente, alejándose de la fuente emisora… pero esto a veces no es tan fácil como parece: no todos los escenarios de interacción con la radiactividad incluyen una muestra bien localizada dentro de un grueso contenedor de plomo que se pueda cerrar para evitar el riesgo. A veces los átomos emisores nos rodean por todas partes sin que podamos detectarlos (a no ser, claro, que dispongamos de un contador Geiger): por ejemplo, después de la explosión de una bomba atómica o de un accidente en una central nuclear, la zona circundante podría estar llena de motas de polvo radiactivas que, a pesar de ser apenas perceptibles a la vista, contendrían millones de átomos emisores de partículas alfa o beta, o de radiación gamma. Si inhalamos estas motas de polvo con el aire que respiramos o las ingerimos con el agua o la comida, podrían instalarse en el interior de nuestro organismo, rompiendo enlaces moleculares y produciendo daños de manera continua.
Sólo en casos muy concretos de altas dosis de radiación, a una distancia corta de una fuente muy intensa, los efectos son bien visibles y aparecen a corto plazo; es lo que se conoce como Síndrome de Radiación Aguda: quemaduras en la piel, caída del pelo, náuseas, vómitos, diarreas, fallo masivo de los órganos… Pero uno de los aspectos más inquietantes de la radiación es que, como hemos dicho antes, en la mayoría de ocasiones no podemos detectarla hasta que ya es demasiado tarde, no hay ninguna señal de alerta que nos prevenga del peligro. Una llama producida por una reacción química de combustión emite luz que nuestros ojos pueden ver y calor que nuestra piel puede sentir, pero no tenemos mecanismos naturales para detectar las partículas alfa o los rayos gamma, nada que nos diga que debemos apartar la mano o salir corriendo para huir de este fuego invisible.
Vemos pues que la Ciencia es una herramienta muy poderosa para aumentar nuestro Conocimiento de lo que nos rodea y también para controlarlo, al menos en parte. ¿Qué cara habrían puesto los alquimistas del Medievo si hubieran podido comprobar que la Física Nuclear permite transmutar unos elementos en otros? ¿Acaso no les habría fascinado ver cómo en las centrales nucleares se utilizan estas reacciones para producir ingentes cantidades de un fuego invisible que podemos utilizar en nuestro provecho? Esto me recuerda aquella célebre cita del escritor de ciencia ficción Arthur C. Clarke: “Toda tecnología lo suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”… La próxima semana hablaremos de la magia negra, es decir, de cómo la Ciencia y la tecnología se han usado muchas veces para la destrucción; y de cómo un gramo de masa convertido por entero en energía mató una vez a más de cien mil personas.

lunes, 22 de julio de 2013

Simple Pleasures (II)


La semana pasada retrocedimos al Japón de hace mil años para hablar de Sei Shonagon, de su trabajo en la corte, de sus libros de poemas y de las cosas que hacían latir su corazón más deprisa. Al margen de su trabajo y de sus obras, Shonagon tuvo al parecer dos hijos de dos matrimonios distintos, además de numerosos amantes. Después de todas estas experiencias, tras la muerte de la Emperatriz Consorte, permaneció aún unos años más en la corte y posteriormente se ordenó religiosa budista, manteniéndose gracias a las limosnas en los alrededores de la capital y viviendo errante hasta el fin de sus días.
Remontémonos hoy aún más atrás en el Tiempo, al Nepal y a la India de hace dos milenios y medio, donde según las crónicas el príncipe Siddharta Gautama, tras vagar seis años en busca del Sentido de la Vida, alcanzó finalmente el Nirvana sentado bajo un árbol, convirtiéndose en el Buda (el Despierto). Después de su despertar, la primera enseñanza a sus discípulos fueron las Cuatro Nobles Verdades, que contienen casi todas las ideas importantes del budismo:
-Toda existencia conlleva sufrimiento. El sufrimiento está siempre presente: el nacimiento, la enfermedad, la vejez o la muerte suponen sufrimiento; incluso la felicidad no llega a ser nunca completa del todo. Al sufrimiento se le designa en lengua Pali con la palabra Dukkha, que se puede traducir también como dolor, tristeza, insatisfacción, imperfección o insustancialidad.
-La causa del sufrimiento es el deseo. El origen de todo dolor se halla en pasiones humanas como el odio, el anhelo (el deseo hacia lo que no se tiene) o el apego (el miedo a perder lo que se tiene), y en la ignorancia acerca de la interdependencia de las cosas y su fugacidad en el Mundo. Para el deseo se emplea en Pali el término Tanha, llamándosele también el anhelo, la sed o el ansia.
-El sufrimiento puede ser vencido extinguiendo el deseo. Cada cual debe embarcarse en un estudio para conocer y comprobar las causas de su propio sufrimiento, y después eliminarlas, vaciándose de todo deseo y alcanzando así la sabiduría.
-El camino que lleva al cese del sufrimiento, permitiéndonos alcanzar el despertar, el Nirvana, es lo que se conoce como el Noble Sendero Óctuple: Comprensión correcta, Pensamiento correcto, Palabra correcta, Acción correcta, Ocupación correcta, Esfuerzo correcto, Atención correcta y Concentración correcta.
 
 
 
Según los estudiosos de esta religión, las cuatro afirmaciones anteriores vienen a ser el equivalente a un procedimiento médico, pero para curar en este caso una enfermedad del espíritu: el síntoma es el sufrimiento, el diagnóstico es el deseo, el pronóstico de recuperación es razonablemente bueno y la prescripción o receta consiste en seguir el Noble Sendero Óctuple. Aunque yo personalmente no estoy muy familiarizado con esta doctrina, me parecen bastante razonables la mayoría de las afirmaciones anteriores, e incluso creo que algunas de ellas ya se han comentado antes en el blog en otras palabras: sin duda el paso del Tiempo y el apego a la Belleza fugaz que nos rodea producen sufrimiento. Sin embargo, hay que hacer una puntualización: no debemos reducir nuestros deseos o aspiraciones totalmente a cero, porque eso supondría en cierto modo renunciar a la Belleza del Mundo. Creo que la clave para ser feliz radica en encontrar el punto justo de equilibrio entre el hedonismo y el ascetismo, entre la búsqueda continua de nuevos placeres y la supresión de placeres tan básicos como hacer tres comidas al día. Se trata de conformarse con los placeres sencillos de la vida, de los que ya estuvimos hablando la semana pasada.

Pero ¿cómo se define lo que es exactamente un placer sencillo? Yo soy un hombre de placeres realmente simples, más habituales y fáciles de conseguir que algunos otros de los que habla la gente por la Red: no siempre es sencillo encontrar nieve virgen para pasear por ella mientras un sol de luz tibia y roja se pone por detrás de los abetos; y no todos los días es el cumpleaños de un amigo, ni hay tiempo de sobra para preparar una fiesta sorpresa, y jugar al escondite o romper una piñata llena de caramelos; y a mí me parece sencillo disfrutar de un buen desayuno con ricos croissants y café con leche, pero no es tan sencillo que te los traiga a la cama tu preciosa novia que te ama con locura, en el piso de arriba de tu lujosa casa de campo… Este concepto equivocado de lo que son los pequeños placeres de la vida presupone que hace falta suerte o esfuerzo para conseguirlos, que hay que ir a buscarlos en lugar de dejar que vengan a ti, en cuyo caso dejan de ser sencillos, ¿no? Ya sé, ya sé que todo esto es bastante confuso, pero nadie dijo que la búsqueda de la Felicidad fuera algo fácil.
 
 
En este tema juegan un papel muy importante las expectativas previas. La misma película puede gustarte más o menos dependiendo de lo que te hayan comentado de ella antes: si te han dicho que es un asco, puedes salir contento del cine, pensando que no está tan mal; y si te han dicho que es una obra maestra puedes acabar decepcionado con lo que has visto. O si hablamos de salud, las expectativas de un paciente previas a un tratamiento o intervención médica influyen en su nivel de satisfacción final. Cuando tus expectativas no se cumplen, no eres feliz; o, en la terminología que hemos usado arriba, no obtener lo que deseas te produce sufrimiento. El problema está en que, como ya comentamos brevemente en anteriores entregas, nuestro entorno, la presión social, la publicidad y determinadas películas o programas de televisión nos hacen generar unas expectativas demasiado altas acerca de lo que podemos esperar de la vida.
La diferencia entre las expectativas generadas y la capacidad para hacerlas realidad es lo que se conoce como expectation gap, que se podría traducir como brecha (o desfase) de expectativas. La clave está en hacer que esta brecha no sea muy grande, en no desear lo que no se puede conseguir. No se trata de conformarnos con lo que tenemos aunque sea poco, ni de reducir nuestras expectativas al mínimo, sino de llevarlas a unos niveles razonables, de tener unos objetivos vitales realistas. Y para esto, primero hemos de conocer bien nuestras propias habilidades y capacidades con el fin de poner nuestras expectativas sólo un poco por encima, como estímulo para intentar superarnos día a día. En definitiva, somos más felices cuando las expectativas son parecidas a los logros, cuando lo que deseamos no es mucho más de lo que ya tenemos: es siempre cuestión de mantener un equilibrio.
 
 
Hablando de equilibrios… recuerdo que hace ya tiempo encontramos un buen ejemplo de cómo apreciar la Belleza, un caso a medio camino entre los de Henri-Marie Beyle y Ricky Fitts… Es verdad que uno de los síntomas del Síndrome de Stendhal es el ritmo cardíaco acelerado, pero no hace falta llegar a ese extremo para disfrutar de la Belleza del Mundo: basta con recordar que el mayor deseo de Amélie Poulain a los seis años era que su papá la cogiera en brazos de vez en cuando, y que por eso lo que le hacía latir el corazón más deprisa era el contacto físico excepcional que tenía con él durante el examen médico mensual… Sin duda, Amélie es un buen ejemplo a seguir: cuando seas capaz, como ella, de hacer que el Mundo sea hermoso a tus ojos día tras día, de encontrar Belleza en cualquier detalle cotidiano, entonces tendrás el Mundo en tus manos.

lunes, 15 de julio de 2013

Simple Pleasures (I)

Hace un tiempo vi la película The Pillow Book, de Peter Greenaway. Una de las referencias vitales de su protagonista es el Diario Íntimo de Sei Shonagon, una mujer que fue dama de compañía de la Emperatriz Consorte en el Japón de hace mil años. Este Diario está compuesto fundamentalmente de listas, entre ellas la lista de las cosas que hacían latir su corazón más deprisa (en el sentido de cosas que le gustaban), como por ejemplo la contemplación de un ciruelo en flor cubierto de nieve, pasar a un lugar en donde juega un niño o dormir en una habitación con olor a incienso.
 
 
Ya en otras ocasiones he hablado de los placeres sencillos de la vida y de las satisfacciones que pueden proporcionarnos si estamos atentos para detectarlos: la Sencillez es elegante, es Belleza. Igual que muchos internautas han hecho ya, yo he querido también confeccionar mi propia lista de pequeños placeres; puede que no estén todos los que son, pero sí son todos los que están:
-Un trago de agua fresca en un caluroso día de verano: lo que mejor me sabe en el Mundo, a pesar de no tener sabor.
-Cocinar mis propios spaghetti cada fin de semana, con una salsa de mi propia invención. Es apostar sobre seguro: un plato fácil de hacer y sin sorpresas, algo que sé que me va a gustar.
-Percibir un olor agradablemente familiar, un olor que me trae buenos recuerdos del pasado.
-Coger por la noche el borde más fino de la sábana y sentirlo entre la yema y la uña de alguno de mis dedos.
-Una ducha fría en verano. O una ducha caliente en invierno.
-Reventar las burbujas del plástico de embalaje.
-Oír desde la comodidad de mi cama el sonido de la lluvia en la calle, y a la vez sentir en la cara y en los pulmones la brisa fresca que la ha traído.
-Percibir el suave sonido de unas tijeras recortando, de un lápiz dibujando o de cualquier otra tarea de tipo manual, especialmente si la lleva a cabo una mujer hermosa.
-Escuchar una canción que me gusta saliendo de un balcón mientras camino por la calle, y que además esa canción en particular sea la banda sonora perfecta para ese instante.
-Ver niños jugando, comprobar que aún queda algo de inocencia en este Mundo (Seguramente esto no estaría en el Top de mi lista si tuviera que comerme veinticuatro horas de inocencia cada día).
-Pasear por el casco antiguo de Valencia.
-Contemplar un hermoso paisaje, como por ejemplo la luna llena sobre los edificios o las puestas de sol de las que ya os he hablado.
-Ver que me ha llegado un e-mail de alguien muy querido con el que no tenía contacto desde hacía tiempo.
-Recibir una sonrisa amplia y sincera de un amigo o una amiga.
-Una conversación sobre un tema interesante con una persona interesante (últimamente esto lo hago menos de lo que me gustaría).
-Ver una buena película, o en general oír o leer una buena historia.
-Aprender algo nuevo sobre las cosas que realmente importan, o descubrir una relación entre dos conceptos que había pasado por alto hasta ese momento (Por eso me lo paso tan bien preparando las entradas del blog).
Aparte de todos éstos, hay otros placeres sencillos, relacionados con el sexo y el cariño, que son fáciles de conseguir… cuando tienes pareja, claro; de ellos hablaremos algún otro día. También he dejado fuera de la lista un ejemplo concreto sobre el que quiero extenderme un poco más: es una fría noche de invierno, después de un duro día de trabajo, y ha llegado la hora de meterme en la cama calentita… Os puedo asegurar que muchas de estas noches se me dibuja en la cara una gran sonrisa de satisfacción, a veces incluso varios segundos antes de entrar en la cama, por pura anticipación del gustito que se me avecina; incluso hay días que me entra la risa floja en cuanto me meto bajo las sábanas, y no puedo parar de reír durante un rato (intentando contenerme, no se vayan a pensar los vecinos que estoy loco). Me da la impresión de que éste es un momento realmente feliz para mí porque en él se conjugan Pasado (he aprovechado bien el día, he aprendido cosas), Futuro (estoy cansado y voy a poder descansar) y Presente (la temperatura bajo las sábanas se va haciendo más y más agradable y su tacto es suave). Esto me recuerda otra cosa: está claro que en nuestra vida diaria tenemos que pararnos de vez en cuando a reflexionar sobre nuestros errores pasados o a intentar predecir las consecuencias de nuestros actos en el Futuro, pero no es lógico vivir constantemente fuera de nosotros mismos, siempre en el Pasado o en el Futuro… También debemos emplear parte de nuestro tiempo simplemente en vivir el Presente, en disfrutar el momento; creo que ésta es una de las claves para ser feliz.
 
 
Pautas tan básicas como disfrutar de los pequeños placeres o vivir el momento son cosas que tenemos muy claras cuando somos niños y que vamos olvidando poco a poco a medida que crecemos, debido al inmisericorde bombardeo de imágenes, datos e ideas que sufre nuestro cerebro en esta sociedad de la información (o debería decir de la infoxicación) en la que nos hallamos. Es difícil después discernir lo importante de lo accesorio y comprender que la solución está en la vuelta a lo esencial, y no todos lo consiguen. De hecho, Nagiko, la protagonista de la peli de Greenaway, no logra confeccionar la lista de cosas que hacen latir su corazón más deprisa hasta cumplir los 28 años. Hay muchas personas que se olvidan de Vivir y les cuesta bastante tiempo (si es que lo logran, como decíamos) darse cuenta de que las cosas más importantes son a veces las que tenemos delante de nuestras narices, las que damos por sentado y no disfrutamos como deberíamos: el trabajo, el ocio, los amigos o la familia. Como decía John Lennon, la Vida es todo lo que te sucede mientras estás ocupado haciendo otros planes.

lunes, 8 de julio de 2013

Remember Sammy Jankis (V)

No creo que vuelva a haber muchas entradas del blog tan extensas como para tener que dividirlas en cinco partes; han sido muchas entregas y además muy largas, pero es que tanto la película como el tema dan mucho de sí, espero que os estén resultando interesantes. Aunque se podría decir que la etiqueta que engloba el contenido de todas las entregas es el cerebro, cada una de ellas ha tenido un enfoque claramente diferenciado de las demás: la primera analizaba el tema de la memoria humana desde un punto de vista científico, la segunda hablaba de Memento sin desvelar demasiado acerca de sus enigmas, la tercera se centraba en mi propio cerebro y en mi manera de funcionar, y la cuarta hacía un análisis en profundidad del film de Christopher Nolan. Memento, como ya hemos visto, es una película acerca de la memoria, de cómo define nuestra identidad y determina nuestra moral, y de cómo a pesar de su gran importancia es muy poco fiable… pero también es una película sobre la tristeza y sobre aprender a superar el dolor de la pérdida. Si estas últimas semanas hemos hablado de los esfuerzos de Leonard Shelby, y de los míos propios, por recordar ciertas cosas, hoy hablaremos de nuestros esfuerzos por olvidar otras.
Poco antes de Memento, en 1999, se estrenó una coproducción hispano-argentina titulada Sé Quién Eres que también trataba el tema de la amnesia anterógrada. Los personajes protagonistas de este film de Patricia Ferreira son un paciente con Síndrome de Korsakoff, interpretado por Miguel Ángel Solá, y la doctora que lo trata, interpretada por Ana Fernández. La primera vez que la ve, para él es como un mazazo (pero no de los que dañan el hipocampo, sino de los buenos) y al instante se enamora de ella perdidamente… Hasta aquí, nada que no hayamos visto ya en mil películas románticas; la gracia del asunto radica en que, como él no puede generar nuevos recuerdos, cada vez que se la vuelve a encontrar ocurre lo mismo, y ella puede percibir claramente el flechazo en su rostro como si fuese siempre la primera vez, sintiéndose, como es natural, muy halagada. Me gusta en particular este detalle de la película porque me recuerda un poco a mi propia experiencia personal.
 
 
Mi última relación sentimental (última por ahora, espero) ha sido la más duradera y la que más ha significado para mí; muchos de los momentos más hermosos de mi vida se los debo a mi ex pareja. No sólo conectaba conmigo en más aspectos que la mayoría de la gente, sino que además tenía (y sigue teniendo) una Belleza, en el sentido más básico y primario de la palabra, a la que era muy difícil resistirse… y yo no me resistía, por supuesto. Como ya os he comentado, siempre he sido una persona muy visual, muy sensorial; no me atraen las relaciones sociales o afectivas a distancia, basadas sólo en las palabras o en una imagen de mala calidad en una pantalla: prefiero el contacto directo con la gente. Igual que a Leonard Shelby o a Christopher Nolan, a mí tampoco me gusta hablar por teléfono (o por Internet); necesito ver los ojos de una persona mientras hablo con ella, fijarme en las múltiples claves no verbales de comunicación, en los pequeños detalles… y no sólo para sacar información, sino también para disfrutar de ellos. Con mi pareja era exactamente igual: necesitaba tenerla cerca, y lo pasaba mal cuando se iba fuera durante unos días o unas semanas. En cierto modo me ocurría con ella como al protagonista de Sé Quién Eres: la abrazaba siempre como la primera vez, la besaba siempre como la primera vez, hacía el amor siempre como la primera vez… el poder experimentar esto así era una suerte para mí, claro. No acababa de acostumbrarme a tanta Belleza, y no acababa de creer que yo formara parte también de esa Belleza.
Ella, sin embargo, se aburría más rápido de todo, o así me lo parecía a mí: mientras yo me preocupaba más por el fondo que por la forma, intentando sacar todo el jugo a los placeres sencillos de la vida y disfrutando, cada vez que repetíamos una experiencia, de nuevos matices (haciéndola por tanto una experiencia nueva), ella veía las cosas de un modo diferente y se quejaba de la escasa variedad en nuestras actividades, igual que Leonard se quejaba de que su mujer leyera una y otra vez el mismo libro. Mientras mi lema era y sigue siendo aprender algo nuevo cada día, tratar de comprender los nexos ocultos que lo relacionan todo en el Universo para poder obrar después de forma coherente, el de ella parecía ser el de hacer algo nuevo cada día, aunque ella misma no acabara de entender el sentido, ni la relevancia, ni las consecuencias de dichas acciones. Emprendía continuamente nuevas actividades y nuevos viajes, tratando de huir de la rutina, sin darse cuenta de que en realidad estaba tratando de huir de sí misma, de silenciar esa voz de su cabeza que le decía cosas que ella no quería oír. Por esta y por otras diferencias irreconciliables en la manera de ver las cosas, que no vienen al caso, decidimos terminar la relación al poco tiempo de empezar a vivir juntos.
Conforme pasaban los meses desde la ruptura, las discusiones y los enfados, que se recuerdan con la parte más racional de la cabeza, se me fueron borrando parcialmente de la memoria; pero las partes buenas, como cuando la acariciaba, la miraba a los ojos o le olía el pelo recién lavado al tenerla cerca, cosas que se recuerdan con una parte más primitiva, más instintiva, más sensorial del cerebro (lo que algunos suelen llamar, como ya os comenté, “el corazón”), seguían muy vívidas en mi interior… Estas trampas de la mente pueden ser muy peligrosas si no eres consciente de ellas, así que cada vez que me acordaba de mi ex y sentía nostalgia de su afecto me obligaba a mí mismo a recordar también la parte mala para equilibrar, para racionalizar la situación. Aun así, al principio la echaba de menos muy a menudo.
 
 
Otra de las características de mi cerebro, de la que os hablé hace poco, contribuía a empeorar aun más la situación: tener una mala memoria episódica significa que se registran de manera permanente menos hechos en tu cabeza, y que por tanto el Tiempo percibido avanza más despacio que el Tiempo real, a no ser que ocurra algo importante y con verdadero significado (algo semántico) en tu vida o en el Mundo. La consecuencia de esto es que, mientras a otras personas les resultaría más fácil pasar página y cerrar la herida con tan sólo centrarse en su trabajo, sus aficiones, sus proyectos o incluso una nueva relación, para mí era como si la ruptura estuviera aún reciente aunque los meses pasaran rápido, lo cual hacía la ausencia de ella más dolorosa; incluso tenía que pensar un momento para recordar si lo habíamos dejado hacía uno o dos años, dándose la paradoja de que, precisamente por esa razón, y utilizando las palabras de Leonard Shelby, no me acordaba de olvidarla (¿No hay una canción de Mecano que habla de esto?). Igual que a Leonard, se me borraban algunas cosas que debería recordar, y sin embargo tenía frescas en mi memoria otras que quería olvidar… ironías del destino.
De todos modos, más deprisa o más despacio todas las heridas acaban curándose, y aunque me ha costado, hace tiempo que no me duele comprobar que su lado de la cama está frío; de hecho, ni siquiera considero ya que ese lado de la cama sea suyo. Mi relación actual con ella es buena, y quedamos un par de veces al año para contarnos qué tal nos va, pero no me gustaría verla muy a menudo; sé que eso me haría recordar demasiado un determinado tipo de Belleza que una vez tuve en mi vida y que se ha desvanecido en el Tiempo. He puesto mis ideas en orden (los que seguís este blog sois testigos) y ahora estoy seguro de que fue una Belleza muy grande a lo que renunciamos, sí, pero una Belleza incompleta, al fin y al cabo; sé que, a pesar del sufrimiento para ambos, fue mejor así. Ya no pienso tanto en lo que tenía con ella y ya no tengo; me gusta más pensar que algún día, quizás pronto, podré tener con otra persona lo que no tenía con ella. Estoy cicatrizando.
 
 
Para mi sorpresa, en las últimas reuniones del Aula de Cine me he enterado de que Memento ha sido la segunda proyección en la Facultad de Filología con mayor asistencia de todo el año; es curioso cómo una historia sobre un caso de amnesia anterógrada, algo tan poco frecuente, puede convertirse en película de culto y conectar tanto con una cantidad tan grande de gente en todo el Mundo… Es lo que tienen el buen Cine o la buena Literatura: no importa lo raro que sea a primera vista el protagonista, o lo lejano o imaginario que sea el lugar o el tiempo en que transcurren, sabemos reconocer las buenas historias porque en el fondo nos permiten vernos reflejados en ellas y aprender algo sobre nosotros mismos. En mi caso, todavía hay ocasiones muy de cuando en cuando en las que, viendo alguna película o escuchando alguna canción en particular, me acuerdo de mi ex y por unos segundos noto una reacción, como si se me hubiera metido algo en los ojos; ha debido ser alguna mota de polvo flotando en el aire, pienso para mis adentros… Como ejemplo de lo primero, ya hemos hablado de Memento, sin ir más lejos; y en lo que respecta a la Música, pues tres cuartos de lo mismo: tal y como decían en aquella película de Jonás Trueba, a veces me da la impresión de que todas las canciones hablan de mí.

lunes, 1 de julio de 2013

Remember Sammy Jankis (IV)

El día de la proyección, hace semana y media, comentaba con mis compañeros del Aula de Cine que Memento y Groundhog Day son dos películas sobre el paso del Tiempo con enfoques radicalmente distintos pero complementarios: en el primer caso es Leonard Shelby el que “se reinicia” cada quince minutos como un robot estropeado mientras el resto del Mundo sigue adelante sin él, pero en Atrapado en el Tiempo es el pueblo de Punxsutawney el que entra en un bucle temporal de veinticuatro horas de duración que afecta a todos excepto a Phil Connors, el protagonista de la historia. Las dos películas, a pesar de tener también un tono totalmente distinto, están entre mis favoritas porque me encantan los puzzles temporales. Sobre las respuestas que oculta el puzzle de Christopher Nolan se han realizado ya análisis muy pormenorizados cuya lectura os recomiendo, pero me apetece hacer aquí mi parte de contribución con algunas observaciones que no he visto en otros sitios, siguiendo para ello el orden cronológico de la historia; dejaremos para la quinta y última parte el resto de mis experiencias personales con la memoria, para así darle un poco más de variedad al blog. Aviso que hoy va a haber muchos spoilers, así que si no habéis visto aún la película (ya estáis tardando) absteneos de leer, al menos por ahora, esta entrega. Y, por supuesto, si después de leerla seguís teniendo alguna duda acerca de lo que en realidad pasó, expresadla en los Comentarios y yo trataré de resolverla como mejor pueda.
Empecemos dejando bien claro que las revelaciones de Teddy al final de la película son ciertas: Catherine, la esposa de Leonard, sobrevivió al asalto. Nolan se encarga de repartir muchas pistas a lo largo del metraje que apuntan en esta dirección: el plano fugaz de la jeringuilla de insulina cuando Leonard coge el mando de la tele, el pellizco en el muslo de Catherine que se convierte en un pinchazo, el par de fotogramas en los que se ve a Leonard sentado en la institución mental, donde antes estaba Sammy… La frase con la que se publicitó la película fue “Some memories are best forgotten” (Algunos recuerdos es mejor olvidarlos): ¿Con esto Nolan se refería a la muerte por asfixia de Catherine a manos de los asaltantes, o a su muerte por sobredosis de insulina causada por el propio Leonard? Tal vez lo que nuestro protagonista trataba de olvidar era que, en cierto modo, él era también un John G.… Las revelaciones de Teddy quedaban confirmadas en la web oficial de la película, otnemem.com, confeccionada por Jonathan Nolan, en la que varias sencillas animaciones de Flash nos mostraban, junto a informes policiales o fotografías y notas del propio Leonard, la documentación de la institución mental en la que había estado recluido tras el coma de su mujer. Después de una investigación exhaustiva de esta web, pude sacar en claro las siguientes fechas: el asalto a su casa tuvo lugar en febrero de 1997 (y al menos por lo que muestra la película, sí había dos asaltantes, ambos con pasamontañas: uno sin gorra al que mató Leonard con su pistola y otro con gorra que fue el que le empujó contra el espejo); el fallecimiento de Catherine, sin embargo, ocurrió en noviembre de ese mismo año: la fechas son claramente distintas. El tratamiento de Leonard en la institución mental tuvo lugar entre enero y abril de 1998, y en cuanto a su fuga, las distintas informaciones son contradictorias, porque según la web ocurrió en septiembre del 98, pero los hechos narrados en la película transcurren en abril del 99 y en ella Teddy le dice a Leonard que le ayudó a encontrar al primer John G. hace ya un año…
 
 
¿Y qué fue lo que pasó realmente en la cabeza de Leonard? Está claro que sufrió daños en el hipocampo al golpearse contra el espejo durante el asalto, siendo incapaz de generar nuevos recuerdos a partir de ese momento… Pero tiempo después, ya fuera por la denegación de la indemnización, por la necesidad de Catherine de probar a Leonard o por cualquier otra razón, ella hizo que le administrara una sobredosis de insulina y entró en coma irreversible. A pesar de su amnesia, la fuerte carga emocional asociada a este suceso hizo que Leonard sí lo recordara pero a la vez necesitara olvidarlo, cosa que pudo haber ocurrido de dos formas distintas: o bien consiguió alterar por condicionamiento esa parte de sus recuerdos (de ahí el tener bien visible a todas horas el tatuaje de la mano), o bien sufrió un caso de fuga disociativa, modificando inconscientemente sus recuerdos de todo lo sucedido entre la violación de Catherine y su muerte por sobredosis, y atribuyendo la historia de la insulina a Sammy. Posteriormente se encargó de destruir, censurar o modificar los informes policiales, y cualquier otra documentación que pudiera haber cogido de la institución mental antes de escaparse, para que fueran coherentes con su nueva versión de los hechos. Por tanto, si esto fuera lo que hubiese pasado, Leonard sería un caso bien raro de amnesia por partida doble, ya que tendría amnesia anterógrada orgánica por las lesiones sufridas en el cuarto de baño y amnesia retrógrada disociativa por el trauma de haber matado a su mujer con la insulina.
La parte de la historia narrada en presente (es un decir) en la película tiene una duración total de tres días: la primera mitad del primer día corresponde a las escenas en blanco y negro, mostradas en orden cronológico, y el resto a las escenas en color, alternadas con las de blanco y negro y mostradas en orden cronológico inverso. La mañana del primer día comienza con Leonard en la habitación 21 del Discount Inn, hablando con Teddy por teléfono y contándole la historia de Sammy Jankis. Durante la conversación llega a la conclusión de que John G. es un traficante de drogas: es el Hecho 5, que se tatúa él mismo en un muslo de forma casera. Teddy le arregla una cita con Jimmy Grantz en las afueras, y Leonard lo mata ahogándolo. Mientras se revela la foto que ha sacado del cuerpo de Jimmy, se produce de manera apenas perceptible la transición entre las escenas en blanco y negro y las de color: en torno a este instante pivota toda la estructura narrativa de la película. En el forcejeo con Jimmy, Leonard se hace un par de rasguños en la mejilla: son los que ha mostrado a lo largo de toda la película en las escenas de color, pero la razón la conocemos al final de la narración. Y éste no es el único dato que ignoramos hasta el final: Teddy llega y le revela la verdad sobre su mujer y sobre su misión de venganza (“¿Sabes cuántos John G. hay? ¡Yo también soy un John G.!”), con lo que Leonard, sintiéndose manipulado y asqueado por el asesinato que acaba de cometer, pero incapaz de matar a Teddy a sangre fría, decide mentirse a sí mismo con el Hecho 6: “Número de Matrícula SG13 7IU”. Se queda con la ropa de Jimmy, con su pistola, con su Jaguar y (aunque no llega a verlos) con los 200.000 dólares del maletero, que Dodd había dado a Jimmy para intercambiarlos por la droga decomisada a la que Teddy tenía acceso (Teddy sí sabe que el dinero está ahí, y se pasa toda la película intentando convencerlo para que le dé las llaves del coche). Mientras conduce y se justifica a sí mismo, en lo que narrativamente es el final de la película, Leonard encuentra un lugar donde tatuarse el Hecho 6.
 
 
Confundido por la nota del posavasos de su bolsillo, nuestro protagonista va al Bar de Ferdy y conoce a la novia de Jimmy, Natalie (por primera vez; la primera de varias). Más tarde ella lo lleva a su casa y lo deja allí solo un tiempo, apareciendo después, metiéndose todos los bolígrafos en el bolso y cabreando a Leonard para que la golpee: de este modo es capaz de convencerle al cabo de un rato de que se libre por ella de Dodd, el jefe de Jimmy. Hay varios detalles que hacen pensar que es justo antes del incidente de los bolis cuando ella coge el dinero del Jaguar: al hablarle a Leonard de Dodd le dice “Mátalo, te pagaré”; además, poco después (cronológicamente, no narrativamente) Teddy se encuentra la puerta del coche abierta, tal vez porque ella la dejó así sin querer al meterle mano al maletero; y por último, no parece muy afectada por la muerte de su novio, tal vez porque 200.000 dólares siempre son un buen pañuelo con el que poder enjugar tus lágrimas… El caso es que al salir de casa de Natalie, Leonard se encuentra de nuevo con Teddy, y éste le recomienda alojarse en el Discount Inn… otra vez. Burt, el recepcionista, le da la habitación 304, en la que esa misma noche contrata a una prostituta para intentar exorcizar sus recuerdos del asalto, después de lo cual se va a quemar algunos de los objetos de Catherine en un descampado, donde se le hace de día.
La segunda jornada comienza con Leonard encontrándose a Dodd por casualidad en la calle; Dodd le persigue para matarle, pero él consigue escapar. Se supone que el lapso de memoria de nuestro protagonista se reduce aún más cuando está bajo stress, y esto se refleja en esta parte de la película con segmentos en color de menor duración. Leonard usa los datos que le dio Natalie para ir al motel donde se aloja Dodd, y cuando éste llega lo noquea con una botella; después llama a Teddy y entre los dos lo echan de la ciudad amenazándolo de muerte si vuelve. Leonard va a casa de Natalie a preguntarle quién coño es Dodd, y pasa la noche con ella. A la mañana siguiente, la tercera de la historia, Natalie le dice que le conseguirá información acerca del número de matrícula que lleva tatuado en el muslo. Para habérselo podido ver, en algún momento él se ha tenido que quitar los pantalones… y hasta aquí puedo leer. Para ser un tipo con amnesia anterógrada, Lenny se lo monta bastante bien: ya lleva dos noches consecutivas durmiendo acompañado… aunque al final siempre acaba pensando en su mujer.
Después de una visita rápida al Discount Inn, Leonard se reúne de nuevo con Natalie en un restaurante y ella le da el nombre de John Edward Gammell, es decir, Teddy. ¿Sabía Natalie de antemano que era la matrícula de Teddy? Ella conocía al policía de verlo en el Bar de Ferdy… En cualquier caso, después de haberse librado de Dodd, le venía estupendamente usar a Leonard para eliminar a Teddy. Lo más probable es que a continuación se fuese de la ciudad con el dinero para empezar una nueva vida lejos, muy lejos (“Los dos somos supervivientes”, le dice a Leonard antes de despedirse de él). De vuelta en el Discount, nuestro protagonista contrasta los datos de la matrícula con sus tatuajes, ata algunos cabos y se convierte en víctima de su propia trampa: “Es él - Mátale”. Teddy llega al motel y los dos van al edificio abandonado de las afueras donde mató a Jimmy. Esta vez Leonard usa la pistola de Dodd para descerrajarle a Teddy un tiro en la cabeza, después de lo cual le saca una instantánea al cuerpo con la Polaroid. Mientras la foto de Jimmy llevaba asociada la transición del blanco y negro al color, la de Teddy tiene la particularidad de desvanecerse en lugar de revelarse, porque la secuencia en la que se incluye, la primera de la película, está puesta literalmente hacia atrás. Por tanto, la mano de Leonard sujetando la fotografía del cerebro de Teddy esparcido por la pared es el final de la película desde el punto de vista cronológico, pero la primera imagen de la película narrativamente hablando.
 
 
Es fácil ver que Memento tiene muchos puntos en común con el Cine Negro clásico: la atención está centrada en los personajes, dichos personajes se mueven en un mundo de engaños, aparece una Femme Fatale morena y de ojos claros y el protagonista es manipulado por los demás (Teddy, Natalie y hasta Burt). Sin embargo, el asesinato de Teddy es una de las razones por las que la película supone una subversión del género del Thriller: mientras en las historias clásicas hay un héroe que intenta hacer justicia en un mundo injusto y corrupto, en Memento hasta el mismo Leonard se manipula a sí mismo para poder vengarse de Teddy… Otra transgresión del género radica en que desde el primer momento sabemos cómo va a acabar la historia, y no nos preguntamos qué va a pasar a continuación, sino cómo se ha llegado ahí: hasta los últimos minutos de la película, cuando apunta el número de matrícula de Teddy en una nota, no nos damos cuenta de que Leonard también forma parte de ese mundo corrupto, de que no es ningún héroe; todo el mundo se miente a sí mismo para intentar ser feliz, y él no es distinto.
Teniendo en cuenta que, cronológicamente hablando, esta historia empieza con Leonard y Catherine viviendo juntos y felices antes del asalto a su casa, ¿cuál es el final, de acuerdo con lo que sabemos? ¿Hasta dónde llegan los hechos que conocemos en la línea temporal? O en otras palabras: ¿Sabemos lo que pasó después de la muerte de Teddy? Me gustaría deciros que Leonard acabó cicatrizando su herida, librándose de su tormento interior y recuperando un recuerdo limpio y puro de su mujer, pero lamentablemente la imagen de él en la cama, con Catherine tumbada a su lado y el tatuaje de “Lo conseguí” en el corazón, no existe más que en la imaginación de nuestro protagonista cuando cierra los ojos; está fuera de la línea del Tiempo. La única información que tenemos sobre el destino de Leonard Shelby procede de la página de entrada de otnemem.com, en la que aparece un recorte de periódico con el siguiente titular: “Fotografía Detonante de Investigación Criminal”. Según esta noticia, después de estar Leonard desaparecido durante varios días, el personal de limpieza del Discount Inn encontró en su habitación, entre otras, la foto del cadáver de Teddy, además de la pistola de Dodd y una gran cantidad de documentos, varios de ellos quemados o hechos pedazos.