lunes, 25 de febrero de 2013

En el Centro Comercial

El viernes por la noche ojeé la programación de la tele y descubrí que hacían Casa de Arena y Niebla en La Sexta 3; la tenía pendiente aún, así que me puse a verla. La primera parte de la película no hizo sino ratificarme en mi opinión de que Jennifer Connelly es sin duda una Criatura Celestial venida de otro Mundo para acrecentar la Belleza de éste: en algunos momentos la mera visión de su rostro me dejaba literalmente con la boca abierta, hasta tal punto que acabé de cenar un poco más tarde que de costumbre. Conforme iba avanzando la película, sin embargo, la increíble belleza de Jennifer pasó a ser algo secundario y me vi absorbido por la intensidad dramática de la historia… Me gustó mucho, aunque lo pasé muy mal viéndola: es curioso que la mayoría de las películas que consideramos Gran Cine suelan dejarnos un regusto amargo en el alma. El caso es que, como no tenía que madrugar mucho al día siguiente, decidí quitarme el mal sabor de boca viendo algo más animado: casualmente acababa de empezar en La Primera El Sexto Sentido, de Shyamalan.
Manoj Night Shyamalan es un director americano de ascendencia india que ha rodado casi siempre películas con argumentos sobrenaturales llenos de giros inesperados, aunque él opina que no son de miedo, sino historias muy espirituales y emocionales. La mayoría de estas historias suceden (y las películas son rodadas) en Filadelfia o en el estado de Pensilvania, el lugar donde creció. Es admirador de Spielberg (de hecho, estuvo a punto de escribir el guión de la cuarta entrega de Indiana Jones) y también de Hitchcock (al igual que el maestro del suspense, también él hace breves cameos en casi todas sus películas). Excepto en sus dos primeros largos (las poco conocidas Praying With Anger y Wide Awake), Shyamalan ha contado siempre para las bandas sonoras con el compositor James Newton Howard.
Sus dos primeras películas más conocidas, El Sexto Sentido y El Protegido, ambas con Bruce Willis, son mis preferidas. Señales y El Bosque también me gustan, aunque no son tan redondas. Después está La Joven del Agua, que me pareció un poco una ida de olla, y El Incidente, que creo que es la película de serie Z más cara que he visto. The Last Airbender, que debe ser una de las peor puntuadas en toda la historia de Rotten Tomatoes, con un 6%, ni siquiera he querido verla. En julio de este año se estrena After Earth, su último trabajo como director, con Will Smith e hijo de protagonistas: ya veremos…
 
 
Podría escribir toda una entrada haciendo un análisis de El Protegido, una interesantísima y muy personal incursión en el tema del antagonismo entre los superhéroes y supervillanos de los cómics, pero lo dejaremos para otro día. Hoy nos centraremos en El Sexto Sentido, la historia de un niño que no quería vivir con miedo y un psiquiatra que quería volver a hablar con su mujer como antes. El Sexto Sentido transcurre en el sur de Filadelfia, una de las ciudades más antiguas de los Estados Unidos, en la que ha habido muchos conflictos y han muerto muchas generaciones de personas, algunas de ellas en circunstancias violentas (aunque no es nada comparada con Valencia, claro). Cole, el niño protagonista de la historia, se tropieza con estos muertos todo el tiempo, aunque nadie más puede verlos y ellos tampoco pueden verse los unos a los otros. Como comprenderéis, esto supone una experiencia muy traumática para el pobre chaval, hasta que encuentra al Doctor Crowe, que finalmente le ayuda a dejar de tener miedo y encontrar el valor necesario para prestar atención a los muertos, haciendo de enlace con el mundo de los vivos para solucionar sus cuentas pendientes y hacer que se vayan en paz.
En su primera parte la película juega hábilmente con nuestras expectativas, porque sospechamos que Cole tiene algún tipo de conexión diabólica, al estilo de El Exorcista o La Profecía: así nos inducen a pensar la primera charla del Doctor Crowe y el niño en la iglesia, con la inquietante frase “De profundis clamo ad te, Domine”, o los armarios que se abren solos, o las salidas de tono del chaval en el colegio. Con la confesión de Cole (“En ocasiones veo muertos…”) se rompen estas expectativas y se produce el primer giro de guión inesperado, aunque éste no es nada comparado con el del final de la película, cuando el Doctor Crowe descubre que también él está muerto: menudo chasco debió llevarse Alejandro Amenábar en 1999, ya bien entrado en el proceso de preproducción de su película Los Otros, al ver que El Sexto Sentido acababa de manera muy parecida a la que él iba a rodar.
Una cosa que me maravilla de las buenas películas es que, por muchas veces que las veas, cada nuevo visionado te descubre detalles en los que no te habías fijado antes; esto mismo me pasó también el viernes por la noche. Tal vez recordaréis que en El Bosque se hace bastante hincapié en que el rojo es un color prohibido en la aldea escondida en la que transcurre la historia… Pues en El Sexto Sentido este mismo color aparece de forma llamativa a lo largo de toda la película en múltiples objetos, asociados todos ellos con el mundo de los muertos: en el caso del Doctor Crowe tenemos el pomo de la puerta que da al sótano que ya nadie usa, el traje de su mujer en el día de su aniversario o las pastillas que ella toma para olvidar su pérdida; y en relación con las otras visiones de Cole, tenemos el globo que asciende por el hueco de la escalera, el tenderete casero en el que se le aparece la niña fantasma o el traje de la madrastra asesina (en este último plano aparecen también unas rosas de color rojo intenso que me recuerdan mucho a American Beauty… pero de eso ya hablaremos otro día). Éste es sólo uno de tantos ejemplos, pero el caso es que me encanta la Belleza de las imágenes y el ritmo pausado de las películas de Shyamalan.
 
 
En relación con esto último, debo confesar que una de mis escenas favoritas de la película, y de hecho la escena que constituyó el germen de esta entrada, hace ya muchas semanas, no tiene que ver con muertos, ni con sufrimiento, ni con miedo. Es bastante corta, no tiene diálogo, dura apenas cuarenta segundos y comienza aproximadamente a los 59 minutos y medio del inicio: cierra, por tanto, la primera hora de película. Transcurre en la calle, a la salida del Centro Comercial, en lo que parece una zona de las afueras: lejos por tanto, seguramente, de las visiones de sufrimiento y de muerte frecuentes en las zonas más pobladas de la ciudad. El sol luce sobre este oasis de tranquilidad, y Cole está sentado dentro del carro de la compra, que empuja su madre. De repente ella parece tener una idea y empieza a empujar el carro más rápidamente por el parking. Cole tarda un par de segundos en comprender lo que está pasando, pero en seguida se hace partícipe del juego de ella: cierra los ojos y sonríe, sintiendo feliz cómo el viento acaricia su cara y levantando los brazos en alto. Después de parar, y tras un gesto del niño mezcla de resignación por que se haya acabado ese momento y nostalgia al recordarlo, como si ya estuviera lejano en el Tiempo, los dos intercambian miradas cómplices y satisfechas. Me parece una manera preciosa de mostrar que algunas personas, a pesar de haber recibido malas cartas en el juego de la Vida, son capaces de mantenerse a flote en un mar de angustia y hacer de los detalles más simples, de las más insignificantes migajas de Belleza, tablas para construirse una balsa y navegar en busca de Tierra Firme.

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