lunes, 30 de diciembre de 2013

La Máquina de Humo (I)

 
Se puede definir el sistema financiero de un país como el conjunto de instituciones, medios y mercados cuyo objetivo es canalizar el superávit (el dinero sobrante) que generan las personas y entidades ahorradoras hacia aquellas otras que tienen déficit (que necesitan dinero) por medio de préstamos, encargándose de facilitar la seguridad en lo tocante al movimiento de dinero y al sistema de pagos… y cobrando una pequeña comisión a cambio, por supuesto. Hace un tiempo estuvimos hablando del sofá de Lester y Carolyn Burnham y de la época de la burbuja inmobiliaria, y os comenté que por aquel entonces me negué en redondo a comprar una casa; no lo hice porque no quería formar parte de lo que efectivamente ha resultado ser un engaño masivo del sistema capitalista en el que nos hallamos inmersos. Como ya os dije, siempre me ha gustado pagar las cosas a tocateja, y la sola mención de palabras como “préstamo”, “crédito” o “hipoteca” me pone los pelos de punta. Hoy y la semana que viene hablaremos un poco más de créditos, inversiones, especulación y crisis financieras.


Pienso que el precio que se asigna a las cosas es algo arbitrario, y pagar a cambio de dinero me parece doblemente abstracto y retorcido. Cuando el economista e ideólogo francés Serge Latouche, abanderado del Decrecimiento, estaba a punto de mudarse a vivir a París cuando era joven, su padre le dio el siguiente consejo: “¡No te endeudes nunca!” Y supongo que Serge le hizo caso… Pedir un préstamo es como hacer un viaje en el Tiempo para poder usar en el presente el dinero que tendrás en el futuro (dando por supuesto que lo tendrás, cosa que no es segura). Como veis, aparecen de nuevo en nuestro camino las malditas prisas, esas grandes enemigas de lo correcto… Para hacer este viaje en el Tiempo, igual que en el tren o el autobús, también se paga el precio del billete, que es en este caso la comisión. Es decir, que la gente paga dinero porque necesita dinero. ¿Alguien le encuentra algún sentido a esto?
 
Todavía me acuerdo de aquellos anuncios de “Cofidis, dinero al instante” que se pasaban por la tele a todas horas en la época de las vacas gordas, en la que el crédito fluía con sospechosa facilidad… Con apenas un poco de palabrería barata, estos spots embaucaban a los incautos, vendiéndoles una imagen distorsionada de la realidad y poco menos que haciéndoles creer que se regalaba el dinero; esto generó una gran cantidad de personas solventes sólo en apariencia. Tanto con los créditos como con las hipotecas, el excesivo optimismo acerca de la probabilidad de devolver el préstamo más los intereses hizo que muchos acabaran después metidos en serios problemas. ¡Y resulta que ahora, cuando aún no hemos empezado a salir de la actual crisis (por mucho que diga el señor Rajoy), están volviendo a salir los dichosos anuncios por la tele! El Hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.
 
 
Si en lugar de necesitar dinero nos sobra dinero, lo que hacemos es invertirlo para conseguir (sí, lo habéis adivinado) más dinero: le damos nuestros ahorros al banco para que éste los preste a otras personas o empresas y a cambio obtenemos una parte de la correspondiente comisión. Algunas de estas operaciones tienen mayor riesgo que otras, pero todas en general suelen ser bastante opacas: detrás de las expresiones ambiguas y vacías de significado de los atractivos folletos y anuncios del banco, detrás de las operaciones remotas por Internet y de las impersonales cifras se esconden a veces ciertos hechos bien concretos, tal vez en lugares muy lejanos, pero no por ello menos reales, de los que no nos enteramos o no nos queremos enterar. Es bien conocido que la mayoría de los bancos tradicionales invierten en negocios turbios, como por ejemplo la industria armamentística, que generan miles de víctimas en países en conflicto, pero nosotros nos quejamos sólo cuando somos los directamente afectados por esta falta de ética del sistema financiero. Menos mal que últimamente está apareciendo un modelo alternativo de banca que se preocupa un poco más por explicarnos en qué se invierte nuestro dinero.
 
También hay quienes no encuentran emoción o beneficios suficientes en abrirse un plazo fijo en el banco y prefieren involucrarse de manera más directa en el mundillo financiero, para así poder fastidiarle la vida a otras personas de forma más activa. Especular sobre lo que va a pasar en el futuro es como vender la piel del oso antes de cazarlo, como jugar un juego de azar, y algunos inversores se juegan no sólo lo suyo sino también lo de los demás. Ya en su día comentamos algo acerca de estos especuladores, de estos vendedores de humo, en el caso particular de la burbuja inmobiliaria, pero el tema todavía da para más…
 

Si en su momento hablamos de rosas, hoy hablaremos de tulipanes. Tal vez el primer fenómeno especulativo de masas del que se tienen datos concretos fue la Crisis de los Tulipanes, en los Países Bajos de principios del S.XVII: la primera burbuja financiera conocida de la historia reventó exactamente el 6 de febrero de 1637. Ésta es considerada como la época del nacimiento del Capitalismo y el sistema financiero tal y como los conocemos hoy en día. El objeto de este periodo de euforia especulativa fueron concretamente los bulbos de tulipán; estas flores, que habían sido inicialmente importadas desde Turquía, se vieron afectadas por un virus de un pulgón local que generó en los pétalos combinaciones de colores nunca antes vistas, haciendo que su precio subiera poco a poco hasta alcanzar niveles desorbitados, dando lugar a la citada burbuja y posterior crisis financiera.
 
Un solo bulbo llegó a ser vendido por el equivalente a veinticuatro toneladas de trigo, y con la compraventa se podían conseguir, en la mejor época, beneficios de hasta el 500%. Es alucinante la historia de un rico mercader que pagó tres mil florines por un bulbo de la clase Semper Augustus, para descubrir poco después que éste había desaparecido; resultó que un marinero lo había confundido con una cebolla y se lo había comido. Me pregunto qué cara puso el pobre marinero justo después de saber que su aperitivo era en realidad más caro que un menú completo de El Bulli (y justo antes de ser condenado a seis meses de prisión). Se llegó a un punto en el que ya no se intercambiaban bulbos reales y palpables, sino que se creó un mercado de futuros basado en bulbos aún no recolectados y se llevaba a cabo una auténtica especulación financiera mediante notas de crédito, práctica que recibió el nombre de windhandel, “el negocio del aire”.
 
El 5 de febrero de 1637, un lote de noventa y nueve tulipanes de gran rareza se vendió por 90.000 florines: fue la última gran venta de tulipanes. Al día siguiente salió a subasta un lote de medio kilo por 1.250 florines sin encontrarse comprador: los holandeses se habían dado cuenta al fin de que estaban construyendo castillos en el aire. La burbuja estalló, los precios comenzaron a caer en picado y no hubo manera de recuperar la inversión; todo el mundo vendía y nadie compraba. Durante la época de euforia se habían contraído enormes deudas para comprar flores que ahora ya no valían nada; las bancarrotas se sucedieron y golpearon a todas las clases sociales. Debido a la falta de garantías y de control de este extraño mercado, la imposibilidad de hacer frente a los contratos y el posterior pánico generalizado llevaron a toda la economía de los Países Bajos a una quiebra de la que no se recuperaría en mucho tiempo. Da miedo pensar cómo algo tan arbitrario como el precio asignado a un bulbo de tulipán pudo tener consecuencias tan palpables y tan nefastas para tanta gente, por culpa de la combinación de codicia e ignorancia de los holandeses de la época, que se dejaron arrastrar por tan absurda tendencia… Por lo menos los tulipanes no eran un objeto de primera necesidad, como la vivienda, así que supongo que los ciudadanos con dos dedos de frente tuvieron al menos la oportunidad de mantenerse al margen de esta tulipomanía.

 

Desde 1637 ha habido muchas crisis como ésta, crisis que son enumeradas por John Tuld, el personaje interpretado por Jeremy Irons, en una de las escenas de la genial película Margin Call. Tuld explica en ella que el dinero no es más que una invención del Hombre, trozos de papel con dibujos que sirven para que no nos matemos los unos a los otros por la comida, y que las crisis financieras siempre tienen el mismo resultado: gatos gordos y perros famélicos, es decir, gente que gana (los que venden justo antes de estallar la burbuja) y gente que pierde (todos los demás). El problema radica en que, tal y como está montado el sistema hoy en día, la gente con dinero y con poder siempre arriesga menos y tiene más probabilidades de ganar, con lo que los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres. Es como cuando un prestidigitador de tres al cuarto te hace el truco del reloj de pulsera que desaparece y luego no te lo quiere devolver: tú sabes que no es magia de verdad, y que ese tío se ha aprovechado de ti y ha hecho trampa, pero eso no va a cambiar el hecho de que te has quedado sin reloj.

La próxima semana hablaremos de las distintas crisis de la historia de España y de la crisis actual, y explicaremos por qué alguien que piensa demasiado en el dinero es alguien que ha desistido de intentar comprender la Belleza de este Mundo maravilloso en que vivimos.
 

lunes, 23 de diciembre de 2013

Quince Minutos de Fama

Un amigo mío que tiene la cabeza muy bien amueblada firma siempre sus e-mails con un fragmento del Hávamál, uno de los poemas de la Edda Mayor escandinava, que dice así:
“El huésped precavido que llega al banquete
que calle y escuche;
sus oídos escuchan, sus ojos observan,

así atiende el hombre sabio.”
En otras palabras: si eres un recién llegado en un entorno que no conoces (ya sea lugar de trabajo, asociación cultural, grupete de amigos o cualquier otro tipo de grupo social) no entres como elefante por cacharrería y fórmate una idea general de cómo funcionan las cosas antes de hacer cualquier propuesta o comentario. Es un consejo que me parece muy acertado en estos tiempos que corren. Me fastidian las personas que por cansancio, por vagancia o por pura ignorancia deciden un buen día que ya lo saben todo y que no necesitan aprender nada más, dedicándose a partir de ese momento a mirarse su propio ombligo, pero entiendo que en cierto modo están en su derecho a hacerlo… Lo que de verdad me cabrea son esas personas que no sólo se dedican a mirarse el ombligo, sino también a enseñárselo a todo aquél que quiera verlo (y al que no quiera también), sin darse cuenta de que dentro no hay más que pelusa. Si la semana pasada enumeré algunos argumentos a favor del “Piensa más y acertarás”, hoy hablaré de los efectos que el actuar precipitadamente y sin pensar tiene en los demás, de cómo la opción individual de cada uno a este respecto afecta al resto de la sociedad.
 
 
El aumento de nuestro volumen craneal y el desarrollo evolutivo de nuestro cerebro nos han capacitado para entender y elaborar ideas cada vez más complejas y para comprender mejor el Universo que nos rodea. Por otra parte, adquirir la habilidad del lenguaje nos ha permitido compartir estas ideas y esta comprensión con otros miembros de nuestra especie, preservándolas en el Tiempo y perfeccionándolas poco a poco gracias a la transmisión oral entre generaciones. Los distintos métodos de escritura han afianzado aún más la transmisión del Conocimiento, evitando que dependiera exclusivamente de nuestra memoria y facilitando que las ideas pudieran preservarse durante intervalos de tiempo mayores o viajar muy lejos desde su lugar de origen. Y la invención de la imprenta ha impulsado enormemente este proceso, facilitando la difusión a gran escala de las ideas… Otro día hablaremos de todo esto con más detalle.
En lo que respecta a nuestra comprensión del Mundo y de nosotros mismos, tenemos el potencial de avanzar más rápido como especie si usamos bien la ventaja de nuestro número, de la cooperación, del trabajo en equipo: las conclusiones de una generación sirven como punto de partida para la generación siguiente, permitiendo alcanzar un grado de sofisticación cada vez mayor en nuestro nivel de Conocimiento. Así es como ha funcionado durante siglos el mundo de la Ciencia, que, no exento de rivalidades y fricciones, se ha caracterizado por lo general por una buena disposición de los investigadores a compartir sus descubrimientos y dejarlos por escrito con pelos y señales en lugar de guardárselos para sí, facilitando de este modo que otros científicos, ya sea dos meses o dos siglos después, continúen y amplíen su trabajo obteniendo fórmulas y teorías más completas, útiles y precisas, alcanzando nuevas cotas cada vez más altas del Saber; es lo que Sir Isaac Newton llamaba estar subido a hombros de gigantes.
Pero este avance, tanto en el científico como en otros campos del Conocimiento, es posible sólo si las personas que contribuyen a él se plantean la verdadera relevancia y las implicaciones de su trabajo antes de hacerlo público. Para que el mecanismo de colaboración funcione adecuadamente cada participante debería dedicar tiempo suficiente a elaborar sus ideas para que tengan un mínimo de calidad, considerando su propuesta bajo distintos puntos de vista (es decir, en un contexto lo más amplio posible) y evitando sesgos que pretendan ocultar los posibles inconvenientes de su aplicación destacando sólo las ventajas. A esto debería añadirse una evaluación imparcial y razonada por parte de varios especialistas en la materia antes de dar publicidad a dicha propuesta. Si se relajan los criterios de selección de las ideas que vale la pena compartir o no, entonces la Humanidad se queda estancada o incluso retrocede.
 
 
En los años 50 del siglo pasado surgió la televisión y, aunque los periódicos llevaban ya mucho tiempo como medio de comunicación de masas, fue la aparición de concursos televisivos la que posibilitó que cualquier hombre o mujer de la calle pudieran ser conocidos de golpe por mucha gente y adquirir cierta fama durante un tiempo sin necesariamente merecerlo. Esta tendencia llevó a Andy Warhol (que, dicho sea de paso, me ha parecido siempre un tipo bastante idiota) a pronunciar en 1968 su famosa frase de que en el futuro todo el mundo sería mundialmente famoso durante quince minutos. Por culpa de la prensa del corazón, los paparazzi, las tertulias y los reality shows de la tele este proceso de aparición (y afortunadamente también desaparición) de famosillos de tres al cuarto se ha acelerado más y más, y los especímenes en cuestión suelen ser cada vez más vulgares y menos dignos de la atención que se les presta.
Nos vamos acercando al presente y llegamos a la popularización de Internet, hace unos veinte años. Este medio de comunicación, con una versatilidad y potencia inimaginables hasta entonces, ha acelerado aún más el proceso de difusión del Conocimiento que se había iniciado con la aparición de la imprenta. En la actual Red 2.0, la gran diversidad de canales de comunicación (redes sociales, blogs, YouTube…) ha originado una variante de la frase de Warhol: llegará un momento en que en la Red todo el mundo será famoso para quince personas. Aunque se pueden encontrar en ella cosas muy interesantes, también hay muchos contenidos que no se caracterizan precisamente por aportar una información relevante, coherente o precisa, fruto de una reflexión profunda… En otras palabras, hay mucha ciberbasura. Pongamos como ejemplo YouTube: muchos de los vídeos destacados, a pesar de haber sido vistos por un montón de gente, no aportan nada útil los mires por donde los mires, y abundan por doquier los casos de cuatro capullos que se aburrían una tarde y no se les ocurrió nada mejor que grabarse tirándose pedos, o tropezando y partiéndose la crisma (si el que inventó el móvil con cámara levantase la cabeza…), y subirlo a Internet, todos orgullosos (la ignorancia es muy atrevida).
La Red sirve como amplificador de la sabiduría, pero también de la estupidez, y la retroalimentación hace que el problema empeore progresivamente: al ver que este tipo de vídeos reciben muchas visitas, más y más personas optan por seguir la misma senda, el camino fácil y rápido para conseguir sus quince minutos de fama, y van llenando cada vez más la Red de morralla, de ruido, de chorradas. Una herramienta como Internet tiene un potencial increíble para permitirnos avanzar hacia una sociedad más justa y mejor, pero no hay que entender la democratización del Pensamiento que la Red permite como una carta blanca para que cada cual cuelgue en ella la primera tontá que se le ocurra… La potencia de la herramienta debe estar combinada con el autocontrol por parte de la gente que la maneja: cada uno debería compartir con los demás solamente lo mejor de sí mismo, para ayudarles a avanzar. De lo contrario, las ideas realmente brillantes, que podrían tener un impacto positivo en la Humanidad, se perderán en un mar de interferencias.
 
 
Hablemos ahora de mi caso particular. Mi objetivo vital es intentar aprender Todo acerca de Todo, es decir, aprender la mayor cantidad posible de hechos realmente importantes en todos los órdenes de la Vida para tener una visión de conjunto que me permita encontrarle un sentido a todo esto. Para ello, y como la cantidad de información disponible es enorme y mi tiempo en este Mundo es limitado, necesito la ayuda de otras personas que antes que yo se han dedicado a estudiar los distintos campos del Saber y a sacar conclusiones sobre ellos seleccionando las ideas más importantes. Por eso, y como os comentaba en la entrada anterior, a menudo me dedico más a aprender sobre lo que han hecho otros, los expertos en cada campo, que a hacer cosas yo mismo.
Una de las contadas aportaciones que hago al resto del Mundo es este blog, porque creo que relacionar temas aparentemente inconexos, sacar conclusiones relevantes acerca de estas relaciones y escribir sobre ello es algo que se me da relativamente bien. No me he puesto a transmitir lo que creo que sé sobre la Vida hasta haber llegado a un cierto grado de madurez, y tras haberle dedicado a todos estos temas años y años de reflexión: ya no soy ni un adolescente ni un veinteañero (y no me interesaría volver a serlo si a cambio tuviera que renunciar a todo lo que he aprendido desde entonces). Os aseguro, por otra parte, que también le dedico mucho tiempo a la redacción de cada entrada y la repaso bien antes de publicarla. E intento en la medida de lo posible que mis razonamientos no estén sesgados, y de hecho me he dado cuenta de que a veces me gusta incluir hipervínculos que van en contra de mis propias afirmaciones, como para poner de manifiesto mi contradicción interna como ser humano.
¿Me dedico, por el hecho de escribir en el blog, a mirarme el ombligo? Creo que no. Precisamente una de las ideas importantes que intento transmitir en La Belleza y el Tiempo es la de humildad, y hago constantes referencias al hecho de que todos nosotros no somos más que minúsculas gotas en el océano del Espacio y el Tiempo. Y aunque a veces hablo de mí mismo, es siempre haciendo referencia, directa o indirecta, a todos los gigantes a cuyos hombros estoy subido, las personas de las que he aprendido lo que sé y a las que se lo debo todo; algunos de ellos, personajes importantes de la Historia, se han ganado a pulso su fama mundial, y otros, como mis padres o el amigo del que os hablaba al principio, quizá sean famosos el día de mañana, aunque tampoco les hace falta. En resumen, si escribo este blog y lo dejo aquí para la posteridad es porque creo que refleja lo mejor de mí mismo y que puede mejorar no sólo mi vida sino también la de los que me leen, y que por tanto vale la pena hacerlo.
 
 
Para terminar, un par de consejos rápidos: Si compartes ideas, asegúrate primero de que son buenas; pudiendo elegir, es mejor haber contribuido al avance de la Humanidad con una sola idea brillante que haber perdido el tiempo proponiendo mil ideas mediocres que no llegaron a ninguna parte. La ignorancia es una droga adictiva y peligrosa, y en plena época de la telebasura y la ciberbasura ya tenemos bastante de ella, así que si eres uno de esos a los que les gusta regodearse en su ignorancia (en cuyo caso seguramente estaría predicando en el desierto, porque ni serías consciente de ello ni habrías leído hasta aquí) hazme un favor: no la compartas con los demás, guárdatela toda para ti.

lunes, 16 de diciembre de 2013

Vida Contemplativa

Hace dos semanas, escribiendo las entradas sobre la Catedral de Valencia, en un momento dado mi mente se puso a divagar y pensé en los profetas del Antiguo Testamento, en San Juan Bautista, en Jesús de Nazaret, en San Pablo… Todos pasaron alguna que otra temporada vagando solos en el desierto, y la verdad es que les vino bastante bien para poner las ideas en orden. Me acordé entonces de la Regla de San Benito, un conjunto de normas monásticas escritas por Benito de Nursia a principios del S.VI, cuyo principio más importante era el de Ora et Labora, es decir, el justo equilibrio entre el trabajo de los monjes (generalmente agrario), la meditación, la oración y el sueño… Pero no os preocupéis, que por ahora ya hemos tenido bastante dosis de Cristianismo; hoy nos dedicaremos a hablar de vida contemplativa desde un punto de vista filosófico, no religioso.
 
 
Uno de los que tocó el tema es Aristóteles, para el cual el concepto de Felicidad difiere según el tipo de vida de cada persona, distinguiendo entre vida voluptuosa, vida política y vida contemplativa. La vida voluptuosa, o hedonismo, es la que persigue el placer de los sentidos en todas sus vertientes, de manera similar a como hacen los animales. La vida política busca el honor, la aprobación de los demás, pero Aristóteles no piensa que sea ahí donde resida el sentido de la existencia porque intuye que la Felicidad es algo íntimo, personal, alcanzable a nivel individual. El tercer tipo de vida es la dedicada a conocer cómo funcionan las cosas, a la contemplación (“theoria” en griego), y para Aristóteles es el más perfecto. Le dedica el capítulo décimo de su Ética a Nicómaco, en el que afirma que la inteligencia es la facultad del hombre más elevada y más próxima a los dioses, ausente en los animales; por tanto, el hombre sabio será el más amado por los dioses. Para Aristóteles, pues, el fin último del ser humano es la búsqueda de la Felicidad a través de la vida contemplativa, o sea, la búsqueda del Conocimiento.
Son interesantes también las ideas de la filósofa alemana Hannah Arendt acerca de la vida activa y la vida contemplativa: según ella, nuestro nacimiento hace que se nos abra un abanico de posibilidades y por tanto nos remite a la vida activa, mientras que la toma en consideración de los hombres como seres mortales nos remite a la vida contemplativa. Al hombre que actúa se le presentan alternativas, mientras que el que piensa intenta entender el Mundo como un sistema ordenado en el que todo ocurre por una causa y por tanto no hay lugar para la Libertad. Sin embargo, en la vida contemplativa se busca la certeza, y en la activa no hay nada seguro, se asume la contingencia. Si la vida activa anima a las personas a reunirse, la contemplativa las impulsa a la tranquilidad del aislamiento. Y mientras la vida activa busca la inmortalidad por medio de actos y obras en la esfera pública (la vida política de Aristóteles), lo cual requiere una constante actualización y recuerdo por parte de los demás hombres y mujeres en el futuro, la vida contemplativa se orienta hacia la experiencia de lo eterno comprendida como algo íntimo y personal, al margen de la sociedad y más allá de la contingencia y arbitrariedad humana.
 
 
Lamentablemente, la vida contemplativa ha perdido mucha importancia frente a la activa a partir del S.XVI. En este mundo de prisas en el que vivimos hoy día la Filosofía ha sido arrinconada por otras disciplinas y se piensa cada vez menos. A mí, sin embargo, me gusta más recibir datos “hacia dentro” que hacer cosas “hacia fuera”; se podría decir, usando la terminología de las neurociencias, que en mí el sentido aferente de la información predomina sobre el eferente. Me gusta ver películas, series y documentales de calidad, leer libros cuando tengo tiempo, escuchar buena música, ir a exposiciones interesantes, asistir a conferencias y mesas redondas o simplemente pasear por la ciudad y observar lo que hace la gente a mi alrededor. También me gusta darle vueltas en mi cabeza a toda la información relevante que absorbo, llevar a cabo un proceso de análisis y síntesis y charlar de ello con otras personas que tengan intereses y objetivos vitales similares a los míos.
No es mi estilo cocinar para mis amigos, irme a practicar escalada, componer canciones, prepararme un disfraz para la próxima fiesta o construirme un chalet en el campo… En algunos casos porque no me parece que valga la pena hacerlo, y en otros porque si lo hago querría hacerlo bien, y eso me llevaría demasiado tiempo, haciendo que disminuyera mi flujo de datos entrantes, que para mí es más importante que el flujo saliente. Que no suela hacer ninguna de estas cosas no quiere decir en absoluto que me aburra, mi mundo interior es muy rico. Muchas veces las personas contemplativas viajan más lejos y hacen más cosas que las personas activas, pero con la imaginación. Ya hemos comentado antes en el blog que cuando se imagina algo el patrón neuronal reproducido en el cerebro es muy similar a cuando se hace, y que la actividad neuronal al pensar consume a veces tanta energía o más que la actividad física de los músculos.
Actualmente la mayoría de la gente se dedica más a actuar que a pensar, siguiendo normas o tendencias sociales que no entienden sin parar a plantearse la lógica de las mismas: es como el que se pone a correr sin haber pensado antes si va en la dirección correcta, o como el típico personaje de las películas que primero dispara y luego pregunta… La potencia sin control no sirve de nada. Mi abuela paterna me decía que es mejor ser una persona sabia que una persona lista: una persona lista (o inteligente, si preferís) es la que consigue hacer las cosas rápido y bien, pero sin preguntarse si realmente merece la pena o no hacerlas, mientras que una persona sabia se para primero a pensar qué plan de acción es el más adecuado en un contexto más amplio, qué batallas son las que de verdad vale la pena luchar. Por tanto, la gente lista hace las cosas correctamente pero la gente sabia hace las cosas correctas.
 
 
A menudo se tilda a las personas que se lo piensan mucho antes de actuar de perezosas o cobardes, se dice de ellas que se han rendido ante la Vida… Yo creo que en ciertos casos es más bien al contrario: ¿no serán las personas aceleradas, que pasan directamente a la acción, las que se han rendido por no hacer un esfuerzo de reflexión previa que minimice las posibles consecuencias negativas de sus actos? Y ya hemos hecho referencia otras veces en el blog a la gente que habla y está activa constantemente porque le da miedo oír sus propios pensamientos y ser consciente de la incoherencia de sus actos en cuanto deje de distraerse con ese ajetreo continuo… ¿Quién es el cobarde y el perezoso? ¿no lo será el que tira por el camino fácil haciendo lo primero que se le ocurre (o lo primero que le dicen) e ignorando los reproches de su propia conciencia? Esta gente, enfrentada al difícil puzzle de la Vida, no se para a mirar detenidamente las piezas sobre la mesa para ver cuál encaja en cada sitio, sino que hacen trampa y rápidamente las colocan forzándolas donde les parece, sin darse cuenta de que no están solos haciendo el puzzle, y de que los huecos violentados y las piezas deformadas por su culpa ya no volverán a ser de utilidad a nadie más. Incluso cuando la cosa sale bien, muchas de estas personas hiperactivas tampoco piensan a posteriori, es decir, no disfrutan plenamente de los aspectos positivos de su trabajo después de haberlo hecho, no reflexionan sobre el resultado ni sacan conclusiones útiles para la próxima vez… Vamos, que no se paran a contemplar el puzzle terminado. ¿Para qué lo hacen, entonces? Y si lo que habían planeado (es un decir) les sale mal, pues corren un tupido velo y a otra cosa, mariposa.
Que conste que con todos estos argumentos no estoy diciendo “No actúes”, lo que digo es “Piensa más antes de actuar”. Aunque nos cueste más tiempo, hay que sopesar si lo que se pretende llevar a cabo es lo correcto; ya sabéis que es mejor hacer menos cosas pero bien que muchas cosas mal. Y no hay que pensar a pequeña escala, sino bajo una perspectiva lo más amplia posible, teniendo en cuenta el “Todos-Mejor-Siempre” del que ya he hablado en otras ocasiones, lo cual no es tarea fácil. Debe tenderse a un equilibrio entre el Ora y el Labora, entre pensar y actuar; tal vez por eso yo pienso más y actúo menos de lo normal, para compensar lo que hace la mayoría de la gente. Eso sí: modestia aparte, cuando me decido a hacer algo la verdad es que me suele salir bastante bien, oye… El que piensa un poco las cosas tiene menos probabilidades de equivocarse; ya lo dicen los buenos carpinteros y los especialistas en bricolaje: “Mide dos veces, corta una”.
Más adelante seguiremos hablando en el blog de “Filo-sofía”: del amor por el Conocimiento, de la afición a pensar. La semana que viene hablaremos de las personas que no sólo no piensan antes de actuar, sino que además se esfuerzan por lograr que los demás no piensen tampoco.

lunes, 9 de diciembre de 2013

Postales desde París

Para compensar la verborrea de la última entrada múltiple, hoy una sólo a base de imágenes: tal y como hicimos con Roma hace un tiempo, aquí tenéis algunas de las fotos que saqué en un reciente viaje a París; y en los enlaces de los títulos, más imágenes, esta vez en movimiento.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

lunes, 2 de diciembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (V)

Después de cuatro semanas en las que hemos paseado alrededor de la Catedral, subido al Micalet, contemplado los ángeles recién liberados de su prisión y contado la historia de la reliquia de San Vicente, llegamos por fin a las consideraciones finales sobre la Iglesia y el papel que ha jugado en nuestra sociedad tanto en el pasado como en el presente. Pero antes teníamos que resolver el cliffhanger en el que os dejé hace siete días: habíamos entrado en la zona privada del edificio y atravesado la Sacristía Mayor, la Sacristía Nueva y la Sala Capitular hasta llegar al Relicario, una capilla con tres armarios empotrados de grandes dimensiones. Abramos los armarios y echemos un vistazo a la colección de reliquias de la Seo.
Algunas de estas reliquias estuvieron en las capillas de la corte itinerante de los reyes de Aragón, en Zaragoza, Barcelona y finalmente en el Palacio Real de Valencia, desde donde fueron llevadas a la Catedral en 1437 por orden de Alfonso V el Magnánimo. Los contenedores o relicarios, muchos de ellos representando a los santos de cuerpo entero, otros sólo el busto, constituían un verdadero tesoro en sí mismos, pero la mayor parte fueron fundidos en 1812 en Mallorca, a donde se habían trasladado, junto con el Retablo de plata y la Custodia Procesional gótica, para salvarlos del saqueo de los ejércitos de Napoleón; se convirtieron en monedas para pagar a las tropas que luchaban contra los franceses (Daos cuenta de que es ya la segunda vez que vemos que los remedios de aquella época en particular eran casi siempre peores que la enfermedad). Pese a esta gran pérdida y a las sufridas en el saqueo e incendio de la Catedral el 21 de julio de 1936, se conservaron muchas reliquias, ahora guardadas en relicarios más modestos, y algunas piezas de orfebrería de gran valor histórico. De los antiguos bustos de plata sólo ha quedado uno de gran Belleza, del S.XV, con la imagen de la Virgen María.


Pero hagamos ya una breve enumeración de algunas de las reliquias propiamente dichas. Hay que puntualizar que incluso la misma Iglesia distingue entre las reliquias auténticas, que son las que se veneran, y las reliquias históricas, a las que no se otorga credibilidad pero que se conservan por respeto a las tradiciones que testimonian o al recuerdo de las personas que las veneraron, y también por su valor artístico. Tenemos así una de las setenta y dos espinas (serie limitada) de la corona de Jesucristo, manchada de sangre, regalada en 1256 por el rey de Francia San Luis a Jaume I; o un relicario del brazo de San Jorge que perteneció a la reina de Chipre; o un lignum crucis de la emperatriz Constanza de Grecia, fallecida en Valencia y enterrada en la iglesia de San Juan del Hospital.
La autenticidad de algunos de los objetos suena simplemente poco creíble, sin llegar a ser algo descabellado: un diente de San Esteban, una saeta de las que le clavaron a San Sebastián o un tobillo del pie de San Matías Apóstol. Ejemplos como el del dibujo de la verdadera cara de la Virgen realizado por San Lucas Evangelista, las dos monedas de Judas Iscariote o la esponja con la que dieron de beber vinagre a Jesús cuando estaba en la cruz suenan ya bastante inverosímiles. En otros casos entramos directamente en el terreno de lo surrealista: ¿Un pedacito de la faja de la Virgen María y un trozo de la capa de San José? ¿Una piedra del portal de Belén? ¿Un pañal del Niño Jesús y una camisita (sin su canesú) bordada por su madre? Sí, amigos: todo esto lo tenemos aquí, en nuestra Catedral; y yo sin enterarme hasta el día de hoy. Hay piezas, como la mano derecha del mismo San Lucas o el trozo de la cabeza de Santiago el Menor, cuya sola mención pone los pelos de punta, pero es ésta la que en mi opinión se lleva la palma: ¿qué clase de mente perturbada puede idear la falsa reliquia de un Niño Inocente de los que Herodes mandó degollar? Sí, también la tenemos. Hace tiempo asistí a una de las visitas guiadas al Relicario y fue una experiencia bastante inquietante; no pude evitar pensar, al ver las distintas cajitas y frascos, en los estantes de algún siniestro gabinete de curiosidades, o en el macabro contenido de la nevera de un sociópata caníbal.


El haberse aprovechado de las creencias y de la ignorancia de la gente para acumular dinero con el mercadeo de reliquias o el tráfico de indulgencias es sólo una de las sombras en el pasado de la Iglesia, pero también hay algunas luces: si volvemos sobre nuestros pasos desde el Relicario hacia la Sacristía Nueva veremos una escalera por la que se accede al Archivo-Biblioteca Catedralicio, que ocupa dos plantas por encima de las Sacristías y la Sala Capitular. Este archivo, con cuatro salas en la primera planta y otras cuatro (una de ellas de lectura) en la segunda, contiene legajos, pergaminos, bulas pontificias, documentos reales y notariales, constituciones de la Catedral, deliberaciones del capítulo, cartas, oficios… En la misma sede del Archivo General se halla también el Archivo Musical Catedralicio, en el que se guardan las partituras de la música que ha resonado dentro de estos muros desde el S.XIII.
He visto muchos de estos documentos en diversas exposiciones y he de reconocer que contemplar con calma hasta sus más pequeños detalles, casi poder tocarlos, llegar a comprender en parte lo que dicen, reconocer en ellos nombres concretos de habitantes anónimos de la ciudad o la firma dejada por la mano de algún personaje famoso, supone una experiencia realmente emocionante. A través de estos libros y pergaminos se establece una especie de vínculo entre la persona que los contempla y los antiguos habitantes de Valencia; nos permiten tener un atisbo de sus vidas, no sólo las de los grandes hombres y los casi sesenta obispos que ha tenido la Seo, sino también las de la gente humilde que pisó estas mismas calles hace varios siglos.


Que la Iglesia se haya convertido en una institución tan arraigada en estos dos milenios ha propiciado que se enquiste y se quede anticuada en muchos aspectos, desvirtuándose su mensaje original, pero reconozco que, a pesar de necesitar que alguien les limpie las telarañas a nivel ideológico, han conseguido mantener una continuidad y convertirse en una referencia muy potente de la civilización actual: después de setecientos cincuenta años la Catedral sigue ahí, en el mismo sitio, cambiada pero reconocible, mientras todos los edificios que la rodeaban inicialmente ya han desaparecido hace mucho… Su mole de piedra es en sí un punto de referencia, un signo palpable que nos recuerda que la nuestra y la del rey Jaume o Andreu d’Albalat no son más que dos partes diferentes del mismo tapiz temporal, dos puntos del mismo eje cronológico alejados pero conectados entre sí; esto hace que nos sea más fácil tomar conciencia de que nuestras acciones de hoy pueden influir en las vidas de otros, incluso a muy largo plazo. Nos guste o no, la institución de la Iglesia Cristiana es uno de los pilares sobre los que se asienta nuestra sociedad actual, y aunque a veces ha jugado un papel de destrucción, en otras ocasiones ha sido responsable de la preservación del Conocimiento, de la Música, de la Belleza a lo largo del Tiempo. Más adelante hablaremos en el blog del Arte, la Ciencia y la Literatura de la Grecia y la Roma clásicas que han llegado hasta nuestros días por haber sido conservadas en los sótanos de los Archivos Vaticanos.
Hablando de dejar cosas para más adelante: supongo que algunos os habréis dado cuenta de que no hemos explicado nada acerca de la antigua Sala Capitular, cerca de la Puerta de los Hierros… Efectivamente, aún no hemos siquiera mencionado la reliquia más importante de las que se guardan en la Catedral de Valencia, pero pienso que por ahora ya tenemos bastante información sobre la Seo con cinco entregas consecutivas, de modo que esperaremos unos meses antes de hablar largo y tendido acerca del Santo Grial.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Los Pilares de la Tierra (IV)

Hace unos días estaba dando una vuelta por el interior de la Catedral, documentándome y sacando algunas fotos para estas entradas, cuando vi a un hombre vestido con un chándal viejo y con la cara bastante demacrada (está feo decirlo, pero es así: tenía pinta de yonki) llamando a la puerta de la Sacristía. Llevaba en la mano una botella de agua vacía. Unos segundos después, una monja de origen sudamericano, bajita y joven, entreabrió la puerta, cogió la pequeña botella de plástico sin que él dijese palabra y le indicó que esperara. Al cabo de un momento la sacó de nuevo, llena, y se la dio, cerrando la puerta. No creo que fuese simple agua lo que este hombre venía a buscar; me pregunto si era agua bendita, y si había sido bendecida por el contacto con alguna reliquia en particular de las muchas que se guardan más allá de la Sacristía.
 
 
Pero sigamos nuestra visita donde la dejamos el otro día y bajemos nuestra mirada desde los ángeles músicos hacia la Capilla Mayor, en la cual la Belleza del retablo renacentista que cobija la imagen de la Virgen de los Desamparados contrasta con la lujosa ornamentación barroca de alrededor. Por delante del retablo se sitúa el altar donde se celebran las misas, y entre ambos tenemos lo que queda de la sillería del coro, de estilo herreriano, realizada en torno a 1600 en madera de boj y nogal. Ésta se encontraba antes en el centro de la nave principal, pero en 1943 se trasladó a su ubicación actual. Por detrás de la Capilla Mayor está el pasillo de la girola, donde podemos contemplar el órgano de la Catedral, que hoy en día no funciona, y varias capillas, entre las cuales destaca la de la Resurrección, donde se venera la reliquia del brazo incorrupto de San Vicente Mártir.
Esta reliquia, que impresiona bastante la primera vez que se contempla, consiste en un antebrazo guardado en una urna de cristal que ha sido situada bajo un hermoso altorelieve de alabastro. Podría decirse que el antebrazo, más que incorrupto, está bastante amojamado, y llaman la atención varios sellos lacrados que se le han puesto a lo largo de los siglos, seguramente para acreditar su autenticidad. Hablemos un poco de la supuesta historia de San Vicente, el mártir más antiguo conocido de Hispania, patrono de Valencia, Zaragoza y Portugal. Esta historia comienza a principios del S.IV, con la persecución contra los cristianos iniciada por los emperadores Diocleciano y Maximiano. En marzo del año 303 se publica el primer edicto imperial en este sentido, que se encargó de cumplir en Hispania el prefecto Daciano, el cual vino desde Roma permaneciendo en la península dos años y ensañándose cruelmente con la población cristiana; en otras palabras: lo que Diocleciano dijo, Daciano lo hizo. El obispo Valero y el diácono Vicente (en aquella época el nombre era en realidad Vicentius, y no debe confundirse con Sant Vicent Ferrer, que es un milenio posterior) fueron prendidos en Caesaraugusta ese mismo año por orden de Daciano y, ante el temor a los múltiples apoyos con que contaban en dicha ciudad, trasladados a Valentia para ser juzgados. Valero fue condenado al destierro y Vicente sufrió terribles martirios, muriendo en el año 304 ó 305.
 
 
El diácono fue colocado primero en una cruz en aspa, donde le azotaron, le rompieron los huesos y le abrieron las carnes con garfios de acero. No pudiendo conseguir que renunciara a su fe, mandó entonces Daciano que fuese desollado y colocado en una parrilla con ascuas. Más tarde fue arrojado a una mazmorra oscura con el suelo lleno de trozos de arcilla quebrada, donde murió poco después. Por temor a que los cristianos, recogiendo sus restos mortales, lo venerasen como mártir, se le tiró a un descampado para que lo devorasen las alimañas, pero se dice que su cuerpo fue defendido por un gran cuervo negro. Se le arrojó entonces al agua dentro de un odre atado a una piedra de molino, pero al parecer fue devuelto por los peces a la orilla en una playa cercana a la actual Cullera, donde se enterraron en secreto sus restos. Desde allí fue trasladado, en el mismo siglo de su martirio, a una basílica extramuros de Valentia, junto a un arrabal cristiano, conocida hoy día como San Vicente de la Roqueta. Su culto se difundió con rapidez en la Iglesia y fue tenido como el santo más representativo de Hispania. En la Roqueta se mantuvo el culto a sus restos incluso durante la época islámica, en la que gran parte de las reliquias del Santo desaparecieron, escondidas o dispersas. Hacia el año 1104 el entonces obispo mozárabe de Balansiya, Teudovildo, marchó en peregrinación a Tierra Santa y llevó consigo el brazo izquierdo del protomártir, pero le sobrevino inesperadamente la muerte en Bari, en Italia, y allí quedaron todos los objetos que llevaba en su valija. La reliquia de San Vicente fue pasando de mano en mano hasta llegar a Don Pietro Zampieri, de Vigonovo en Venecia, que la donó a nuestra Catedral junto con el relicario de bronce que la contiene en el año 1970. Poco antes de la donación se le hicieron una serie de estudios forenses al brazo, llegándose a la conclusión de que pertenecía a un varón de aproximadamente 1,70 metros de altura, de entre 25 y 30 años, que no había realizado trabajos manuales pesados y que había sufrido quemaduras en sus últimos diez días de vida.
Todos estos datos podría llegar a aceptarlos, pero me resulta bastante más difícil creer que el brazo momificado sea del S.IV (hace la friolera de 1700 años), y mucho menos que pertenezca al Vicentius que mencionan las historias. Sin embargo, sí es más plausible creer (por la menor distancia temporal y la relativamente mayor estabilidad de nuestra ciudad en dicho intervalo de Tiempo) en la autenticidad de los restos de fray Andreu d’Albalat, que descansan en una capilla justo enfrente de la reliquia de San Vicente Mártir. El tercer obispo de Valencia, canciller y amigo personal del rey Jaume I, y que como ya dijimos puso en este mismo lugar la primera piedra de la Catedral en 1262, falleció catorce años después en Viterbo, Italia, y fue enterrado provisionalmente en San Vicente de la Roqueta. Su sarcófago de piedra (de la época original, S.XIII, y el más antiguo de la Catedral) nos permite contemplar a través de un agujero un ataúd de madera en perfecto estado de conservación, de 1,30 metros de longitud, pintado de verde y con el emblema de un ala, escudo de los Albalat.
 
 
Vayamos a la parte de la girola más cercana a la Almoina y contemplemos la puerta de la Sacristía Mayor, en la que transcurría la extraña escena que os narraba al principio. Esta puerta es el acceso a la zona privada de la Catedral, y como tal suele estar cerrada, aunque a veces puede uno asomarse con disimulo cuando la dejan entreabierta, e incluso, con suerte, apuntarse a una de las escasas visitas guiadas que se hacen al interior. La Sacristía es una sala de estilo gótico, de planta cuadrada con una bóveda octogonal, a la que se accede por un pequeño vestíbulo en cuyos muros hay dos profundos canales labrados en la piedra, que servían para deslizar un rastrillo: era la denominada porta caladissa, que fue colocada en 1521 ante el peligro que suponían los disturbios de las Germanías para los bienes y personas de la Catedral. De este modo, al bajarse el rastrillo, esa parte del templo quedaba incomunicada del resto, cual Habitación del Pánico en versión medieval.
En una de las paredes de la Sacristía, a cinco metros de altura, hay un pequeño vano al que antes sólo se podía subir con una escalera de cuerda, habiendo en la actualidad una escalera metálica fija: es la entrada a una cámara secreta conocida como el reconditorio, de tres por tres metros y de una altura que permite estar de pie holgadamente, decorada con pinturas de estilo gótico. En esta cámara es donde en tiempos de revueltas o guerras se guardaban las joyas y las reliquias, y desde ella se accionaba el mecanismo de la puerta levadiza, aunque parece ser que ésta nunca llegó a usarse: la única vez que hubo ocasión se optó por proteger los bienes de la Catedral en uno de los pisos del Micalet, que ofrecía una mejor defensa ante las turbas descontroladas.
Desde la Sacristía Mayor se accede a otra habitación, la Sacristía Nueva, que alberga una galería de retratos de los obispos y arzobispos de la Seo, y de ahí se pasa a la actual Sala Capitular, en la que se realizan las reuniones (también llamadas capítulos). Al fondo de la Sala Capitular se encuentra el Relicario, el rincón más escondido de la zona privada: una capilla circular en la que se guardan, dentro de tres grandes armarios empotrados, las reliquias de la Catedral… Llegados a este punto, debo pediros disculpas: ya sé que os dije que ésta sería la última entrega sobre la Seo de Valencia, pero es que la enumeración de las piezas que contienen estos armarios da para largo, así que esperaremos una semana con las manos en los tiradores (¡qué nervios!) y dentro de siete días los abriremos para ver qué hay en su interior (aviso: personas impresionables abstenerse), llegando de ese modo a las conclusiones finales de esta entrada múltiple. Y os prometo que ésa sí será la última: ¡Cinco y no más, Santo Tomás!