lunes, 3 de diciembre de 2012

No son los Años, es el Rodaje

Como os decía al final de mi doble entrega sobre los años 60, todas las cosas hermosas, emocionantes y novedosas de las que os hablaba, la conquista de la Luna, el estreno de todas esas películas maravillosas, la publicación de los cómics y la salida a la venta de todos esos discos fantásticos… todo esto, decía, ocurrió antes de que yo hubiese siquiera nacido. ¿Acaso eso me impide disfrutar de todo ello hoy en día? Por supuesto que no. Para mí, el que algo valga o no la pena depende de su calidad intrínseca, no de que sea más o menos reciente. ¿Por qué entonces hay tanta gente con prejuicios hacia todo aquello que sea anterior a su época? ¿Por qué hay gente que se niega a darle una oportunidad a un buen libro sólo porque no es el último best-seller, o a un buen disco sólo porque tiene veinte años, o a una buena película sólo porque es en blanco y negro? ¿Realmente era necesario hacer un remake en color de Psicosis, o un reboot de Spider-Man tan sólo diez años después de que empezara la anterior serie de películas sobre el superhéroe arácnido? ¿No nos damos cuenta de que, mientras algunas películas o canciones de los 60 siguen siendo modernas hoy en día, hay otras de hace un par de años que ya tienen un tufillo a rancio que tira de espaldas?
 
 
Esto pasa no sólo con las distintas manifestaciones artísticas, sino también con los objetos de consumo: ropa, tecnología, vivienda… ¿Por qué hay gente tan perezosa y corta de miras que prefiere no esforzarse en estimar el verdadero valor y utilidad de las cosas y se deja guiar por el sencillo (y erróneo) criterio de “si es nuevo y caro, entonces es bueno, y si es viejo o barato, entonces es malo”? Esta obsesión en la época actual con el precio y la novedad de las cosas, este empecinamiento en reducirlo todo a un solo número (de euros o de años), cuando en realidad se trata de algo mucho más complejo que eso, no nos está trayendo más que disgustos, aunque algunos no se den cuenta; otro día hablaremos de la diferencia entre valor y precio.
Sólo hay algo peor que cerrarse en banda y juzgar las películas, canciones u objetos exclusivamente en función de su edad: aplicar esto también a las personas. A lo largo de mi vida he conocido a gente anticuada y carca de veinticinco años de edad, y también a jóvenes de espíritu de más de setenta (“¡Y no se te ocurra quitarme ni uno solo!”, suele decir ella con la inteligencia que la caracteriza). Igual que no se puede juzgar un libro sólo por la cubierta, tampoco se puede juzgar a una persona sólo por su año de nacimiento, y sin embargo hoy en día se hace más que nunca: hay una auténtica obsesión con la edad (la propia y la de las personas con las que uno se relaciona), y muchas mujeres (y algunos hombres) mienten acerca del tema, como si les diera vergüenza cumplir años, como si se tratase de una enfermedad.
Fijaos en la edad promedio de los protagonistas de películas y series de televisión actuales, y comparad con la de hace cuarenta, veinte o incluso diez años: ha bajado de manera espectacular, hasta el punto de producirse situaciones ridículas en las que los generales del ejército y los expertos mundiales en física cuántica aparentan tener veintipocos (¿Qué será lo siguiente? ¿Un presidente del gobierno menor de edad? ¿Un Papa de Roma con acné?). Los Mass Media orientan sus esfuerzos a un público joven, y les proporcionan personajes jóvenes y guapos con los que puedan (o quieran) identificarse. El problema es que se olvidan otras cualidades más importantes y muchos chavales se quedan sin un modelo de conducta apropiado… Y lo peor es que en la vida real ya no se tiene en cuenta la opinión de las personas mayores, que a veces son las que tienen más experiencia acerca de las cosas: ya no se valora la sabiduría… y así nos luce el pelo.
 
 
Me viene a la memoria esa escena de En Busca del Arca Perdida en la que Indiana Jones es arrastrado a lo largo de medio kilómetro por un terreno pedregoso, agarrado a los bajos de una camioneta nazi que transporta el Arca en cuestión… Poco después Marion Ravenwood le está curando las heridas y, ante sus continuas quejas y lamentos, le comenta: “No eres el hombre que conocí diez años atrás”; a lo que Indy responde: “No son los años, cariño, es el rodaje”. He querido emplear para el título de la entrada esta fabulosa réplica pero cambiando un poco su significado, considerando el rodaje, el kilometraje, como algo positivo: no es que tener más años sea malo, sino que más bien al contrario es mejor estar más rodado, tener más experiencia en la vida.
Podemos concluir, por tanto, que la auténtica juventud, la espontaneidad y la frescura de una persona no pueden deducirse tan sólo de su edad, de una sola cifra… La Belleza interior de las personas, y también la Belleza de las distintas manifestaciones del Arte (que al fin y al cabo son un reflejo de la Belleza del autor o autores), es deliciosamente compleja y multidimensional y no se puede simplificar, no se puede evaluar con un solo número, ni siquiera con la combinación de dos números en una gráfica, sino que depende de múltiples factores cuyo análisis y comprensión no son sencillos y requieren un esfuerzo intelectual que muchos no pueden o no quieren realizar, ocupados como están en otros asuntos aparentemente más urgentes pero realmente mucho menos importantes… Así nos luce el pelo, como decía más arriba. La falsa belleza basada sólo en el criterio de la novedad acaba desapareciendo, por pura lógica, con el paso de los años, mientras que la auténtica Belleza perdura en el Tiempo… siempre y cuando, claro está, no seamos tan estúpidos como para dejar que nos pase desapercibida y desaparezca así en los negros abismos del Olvido.

2 comentarios:

Ernesto dijo...

"y también a jóvenes de espíritu de más de setenta (“¡Y no se te ocurra quitarme ni uno solo!”, suele decir ella con la inteligencia que la caracteriza)"
jajaja ;) ¿ya le has enviado el enlace? un abrazo

Kalonauta dijo...


Espero que lo haya visto ya... Para los que no sabéis de quién estamos hablando, su apodo internáutico es Jenny Melocactus, pero yo la llamo cariñosamente Jenny Dinamita... No os digo más. ¡Es tremenda!

Para los que la conocéis, si leéis la descripción del cactus que viene en el enlace os daréis cuenta de que también la describe a ella bastante bien: es perenne y por fuera tiene pinchos pero por dentro es tierna y carnosa, y de vez en cuando deja asomar alguna florecilla...

¡Un abrazo, Ernesto! ¡Y un abrazo, Jenny! :-)