lunes, 24 de septiembre de 2012

Amor a primera vista (I)

He de reconocer que al principio de la anterior entrada hice un poco de labor de edición en el diálogo de El Gran Azul para que enlazara bien con el tema a tratar. Aquí tenéis la versión larga:
(Jacques) Hoy, durante la comida, me preguntaste si tenía alguna duda.
(Enzo) ¡Ah! Finalmente quieres saber algo sobre las mujeres.
(Jacques) ¿Son ellas lo más importante?
(Enzo) No. Depende. A veces lo son. ¿Exactamente qué quieres saber?
(Jacques) Todo.
(Enzo) ¿Todo sobre qué?
(Jacques) Todo sobre Todo.
(Enzo) Mamma mia! […] En eso consiste el amor. Es como un grano en el culo, pero nos mantiene unidos. Hermoso.
Las mujeres: ¡Qué bien hechas están y cuánta Belleza hay en ellas! Se ha estudiado mucho acerca de cuáles son los factores más determinantes del atractivo físico de una mujer. Muchos de ellos están relacionados con la fertilidad, y también con la salud y la juventud, que vienen a ser lo mismo. No deja de ser paradójico que el ser humano sea una de las especies que está continuamente en estado de celo, y que sin embargo diversos factores culturales recientes hayan hecho que un importante porcentaje de humanos no estemos interesados en tener descendencia, al menos de forma inmediata. Una de tantas contradicciones de nuestra época.
Hoy hablaré de qué es lo que me llama la atención en una mujer a la que me cruzo por la calle o a la que acabo de conocer, y más o menos en qué orden me fijo; a qué le doy más importancia para que me guste físicamente, cuál es la combinación de rasgos que hace que por dentro me ponga a aullar como un lobo de los de Ted Avery. Como hay bastante que comentar, dividiré esta entrada en dos partes que se publicarán de manera sucesiva. Que quede claro desde ahora que la primera impresión, esos primeros segundos, no es lo único que cuenta para mí; que yo busco mucho más en una mujer, como veremos en otra entrada un poco más adelante.
 
 
Lo primero en lo que me fijo es la cara, sobre todo los ojos y la boca. Me gustan los ojos almendrados y grandes: su tamaño suele estar relacionado con los niveles de estrógeno, a su vez relacionados con la fertilidad, así que puede que nuestro cerebro haga esta asociación de manera inconsciente, y por eso a la mayoría nos gustan grandes (el doble sentido es intencionado: más adelante veremos que esto no sólo pasa con los ojos). En cuanto al color del iris, no tengo preferencias, pero sí me llaman más la atención los ojos brillantes, que denotan juventud (Cuando las córneas están sanas, los reflejos en ellas son más intensos). Soy buen fisonomista, y un detalle que percibo enseguida es la distancia interpupilar; no me gusta que la distancia entre ambos ojos sea demasiado grande o demasiado pequeña. En cuanto a la dirección en la que éstos miran, no sé por qué extraña razón, siempre me han parecido más atractivas las mujeres ligeramente endofóricas, es decir, casi inapreciablemente bizcas pero hacia dentro; es como si la mirada, por vergüenza, quisiera retraerse hacia el interior, lo que les da un toque de vulnerabilidad que me provoca mucha ternura y ganas de mimarlas y protegerlas. El extremo opuesto, es decir, que ambos ejes de mirada estén siquiera ligeramente desviados hacia fuera o no estén del todo alineados en la vertical (podríamos llamarlo, exagerando un poco, el efecto camaleón), me resulta bastante inquietante en una mujer, por muy bien que esté el resto.
En cuanto a la boca, me gustan las mujeres con labios carnosos y que tengan un color rosado natural, con una dentadura sana y una bonita sonrisa. Hay pequeños detalles que me gustan de mujeres concretas y que son difíciles de explicar con palabras: a veces es la forma de torcer la boca hacia un lado, otras veces es la manera de poner morritos o los hoyuelos que salen a los lados de las comisuras de la boca al sonreír.
 
 
Por ahora hemos hablado de distintos elementos (ojos, boca) de manera independiente, pero también es muy importante la disposición relativa de dichos elementos en el rostro. Desde la época de Pitágoras en la Grecia Clásica, pasando por los romanos y hasta el Renacimiento, han estado asociadas al concepto de Belleza las ideas de simetría y proporción. Las asimetrías en la cara nos hacen pensar involuntariamente en enfermedades o en defectos congénitos. En cuanto a las proporciones entre las distintas distancias del rostro, se suelen considerar más hermosas las caras cercanas al promedio de la población.
En mi caso, sí me gusta la simetría, pero los rostros neutros estilo Barbie de la mayoría de las modelos me parecen muy aburridos, todos iguales; prefiero unos rasgos con carácter, una cara con personalidad propia. Al hilo de esto, recuerdo que el otro día oí hablar del Efecto Uma Thurman: te parece perfecta, pero no sabes por qué. Uma se sale de lo normal pero es bastante simétrica, lo cual la hace atractiva. Yendo a ejemplos más concretos, a mí no me desagrada una nariz un poco más grande de lo normal, siempre y cuando sea simétrica y armonice bien con los demás elementos de la cara, aportando al conjunto algo más de originalidad. De hecho, la prefiero a una nariz excesivamente pequeña. También me atraen las mujeres con una mandíbula inferior un poco más ancha de lo habitual, pero esto tiene una explicación muy sencilla: me recuerdan a una chica de mi clase que me gustaba a rabiar a los trece años; se ve que aquel tsunami hormonal dejó una huella indeleble en mi psique. Por cierto, que ella siempre estaba mascando chicle, ¿sería por eso lo de la mandíbula? Resulta que esta chica conoció a su primer novio precisamente en mi fiesta de cumpleaños… pero ésa es otra historia y nos estamos desviando del tema.
Aún no hemos terminado de hablar de la cara y ya nos ha dado para llenar de sobra la primera parte de la entrada. ¿Nos cabrá en la segunda parte todo el resto del cuerpo? ¡No se pierdan la emocionante conclusión de “Amor a primera vista”! ¡La próxima semana, en el mismo blog, y aproximadamente el mismo día y a la misma hora!

martes, 18 de septiembre de 2012

Everything about Everything

Hay un fragmento de la película El Gran Azul, dirigida por Luc Besson y con una hermosa banda sonora de Eric Serra, que siempre me ha llamado la atención. Se trata del siguiente diálogo entre los personajes de Enzo (Jean Reno) y Jacques (Jean-Marc Barr):
(Enzo) ¿Exactamente qué quieres saber?
(Jacques) Todo.
(Enzo) ¿Todo sobre qué?
(Jacques) Todo sobre Todo.
(Enzo) Mamma mia!
 
Hablemos un poco del concepto de Conocimiento. He comentado el tema con amigos y coincido con algunos de ellos en que el sentido de la vida podría residir en aprender algo nuevo, algo verdaderamente relevante, cada día; algo que nos acerque un poco más, como ya decía al final de la primera entrada, a descubrir el porqué de Todo, la razón de la Existencia (Ya lo dice el refrán: “No te acostarás sin saber una cosa más”). De este modo, la búsqueda del sentido de la vida a través del Conocimiento se convertiría tal vez en el auténtico sentido de la vida, el medio se convertiría en el fin.
 
 
Hay personas que cada día sin falta se cambian de camisa (literalmente, no metafóricamente, aunque los hay que también) y van siempre afeitaditos e impecables, pero que utilizan los libros para calzar la cómoda del salón y los documentales de la tele para echar la siesta. Yo en cuanto a la apariencia externa soy a veces más desastrado, pero intento renovar siempre que puedo mi fondo de armario de conocimientos, saco brillo a menudo a mi inteligencia y tengo mis ideas sin una sola arruga (por cierto, hablando de Arrugas…). El cerebro es un músculo (metafóricamente, no literalmente) que cuanto más se ejercita más se fortalece: cuanto más sabes, más quieres saber y más te gusta aprender (Otro refrán para la colección, éste en inglés: “The larger the island of Knowledge, the longer the shore of ignorance”).
Pero no nos engañemos: es imposible saber Todo acerca de Todo. Eso significa que tenemos que usar con sabiduría el breve tiempo que se nos ha concedido y seleccionar con cuidado las cosas que queremos aprender. En mi caso, suelo interesarme por los acontecimientos que más hayan podido influir en el aquí (Valencia) y el ahora (año 2012). Aplicando un método racional y riguroso de análisis de estos hechos podríamos intentar descubrir un significado, un patrón en las hebras de realidad que entretejidas nos han llevado hasta aquí y ahora, un patrón que se pueda extrapolar en un intento de determinar lo que nos depara el futuro, y por tanto cómo deberíamos actuar en la vida. Para que su influencia haya podido llegar hasta nosotros, estos hechos deben ser tanto más importantes a nivel global cuanto más lejanos estén en el tiempo o en el espacio, y por tanto estarán más y más espaciados entre sí conforme nos alejemos hacia el pasado: de ahí la utilidad de emplear una escala logarítmica del Tiempo para situar en ella los distintos acontecimientos a la hora de hacernos nuestro esquema mental. Otro día hablaremos un poco más de este eje cronológico logarítmico… y de las campanadas de Nochevieja.
 
 
Un intento de comprender Todo acerca de Todo se ha venido dando en los últimos años en algunas universidades bajo el epígrafe de Gran Historia, y han aparecido en varios sitios asignaturas y cursos que tratan de explicar este Mito de Creación moderno, esta especie de Génesis con base científica. Ahora mismo estoy leyendo en paralelo (en mis ratos libres, que son menos de los que me gustaría) dos libros que tratan este tema desde distintos puntos de vista: Brevísima Historia del Tiempo, de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow, y Mapas del Tiempo de David Christian. Este último me encanta porque incluye unas líneas cronológicas a distintos órdenes de magnitud fantásticas, de las que, como decía antes, ya hablaremos en otro momento.
Una de las cosas que comenta David Christian es que hacerse un mapa mental completo y detallado del Tiempo (y nos referimos al Tiempo con mayúsculas, es decir, a unos 13.700 millones de años transcurridos desde el Big Bang) requiere unificar conocimientos pertenecientes a múltiples disciplinas del Saber. Por eso creo que una persona inquieta que se plantee las grandes preguntas de la Existencia (¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? ¿A dónde vamos?) debería sentir curiosidad por todo en general y no quedarse encerrada en una parcela, en un compartimento estanco del Saber. Siempre me ha gustado pensar en mí mismo como un Hombre del Renacimiento al que le gusta saber un poco de todo, que pica de aquí y de allá sin prejuicios. El guiarme por mi instinto a la hora de aprender cosas ha hecho que mi cuerpo de conocimientos sea ecléctico e inclasificable como este blog; soy una persona ecléctica en cuanto a gustos, aficiones y amistades. Y esto es algo que me mola, porque me hace único e irrepetible, pero tiene también sus desventajas, de las que hablaremos a su debido tiempo (Ya sabéis: “El que mucho abarca, poco aprieta”). Os voy adelantando una desventaja: después de toda esta parrafada es probable que haya más de uno pensando que este blog es un tostón… Pues sí, pero ya lo dice el refrán: “Ande yo caliente…”
Venga, la semana que viene hablaremos de Sexo.

martes, 11 de septiembre de 2012

Valencian Beauty

En anteriores entradas de La Belleza y el Tiempo veíamos que hay muy distintos tipos de Belleza, algunos más obvios para el común de los mortales y otros menos aparentes que pasan desapercibidos para muchos. También os dije que una de mis pasiones era la ciudad de Valencia y su historia, su evolución y crecimiento a lo largo de los siglos. Hoy quiero hablaros de la Belleza de esta ciudad: de la que está a la vista y de la que aparece sólo cuando te preocupas un poco por conocerla mejor.
Hay tantos rincones de Valencia donde me he sentido en paz, tantas experiencias vividas aquí que me han hecho estar en armonía con el resto del Universo… Deambular por entre las columnas de la Lonja o sumergirse en el mar de olores, colores y sonidos del Mercado Central. Recorrer los alrededores de la Catedral un domingo bien pronto por la mañana. Pasear por el antiguo cauce del río cerca del Puente de la Peineta, o por los Jardines de Monforte. Observar desde el Pont de Fusta una rojiza puesta de sol tras las Torres de Serranos. Recorrer la Albufera en barca o pasear entre los verdes campos de arroz cerca del Perellonet. Sentarse en la playa en una tarde de tormenta, contemplando el mar agitado, intentando cazar algún relámpago con la mirada mientras se acercan las nubes que traen la lluvia…
 
 
Por si eso no fuera suficiente, hay mucha más Belleza, muchas otras Valencias ocultas detrás de la ciudad del presente que conforman lo que yo llamo la Valencia Invisible. Cuando paseo por la Plaza del Mercado no sólo veo el Mercado Central, la Lonja o los Santos Juanes; también veo bajando por la calle el brazo sur del río cuando Valencia todavía era una isla fluvial, y la muralla árabe en la acera de la derecha. Las cicatrices en las paredes de los edificios antiguos nos susurran historias al oído, dos mil ciento cincuenta años de historias; más de dos milenios en los que algunas cosas han cambiado por completo y otras no han cambiado en absoluto.
A veces el recordatorio de estas historias, de esta antigua Belleza, es claramente visible: los cimientos del Palacio Real en los Jardines de Viveros nos hablan de la que durante siglos fue residencia de Reyes, derruida por los propios defensores de la ciudad a principios del S.XIX para evitar que los franceses la utilizasen en su asedio a Valencia. También los agujeros de cañonazos en las Torres de Quart nos recuerdan de forma visible que las tropas de Napoleón fracasaron en su primer intento de conquistar la ciudad. Otras veces las pistas que se nos ofrecen son bastante más sutiles: unas finas líneas paralelas de bronce en el suelo del patio de San Juan del Hospital nos indican la antigua situación de las gradas del Circo donde se hacían carreras de cuadrigas en la época romana imperial. También los nombres de las calles y los símbolos de la ciudad son ventanas por las que mirar al pasado: la doble L de su escudo nos recuerda que una vez la ciudad de Valencia fue dos veces leal. A veces no es el nombre, sino el trazado de las calles actuales lo que nos permite viajar atrás en el Tiempo: cuando paso por la Plaza de Na Jordana o por donde el Paseo Russafa deja de ser peatonal intento imaginarme franqueando las antiguas puertas de la muralla cristiana.
 
 
No son sólo historias sobre grandes acontecimientos, edificios monumentales y personalidades ilustres lo que nos susurran los rincones de la ciudad. Siempre que atravieso la Plaza de la Almoina o la Plaza de la Virgen pienso en la desaparecida Mezquita Mayor, en la Catedral Visigoda o en el antiguo Foro y el Templo de Júpiter, pero también hay algo que me gusta hacer de vez en cuando… Dispersas por el casco antiguo, algunas de ellas en la Basílica, hay bastantes lápidas funerarias y otras inscripciones de la época romana, reutilizadas posteriormente en otros edificios, que pasan desapercibidas; me gusta agacharme junto a ellas, mirarlas despacio, contemplar las frases en latín, leer los nombres (Lucio, Antonio, Valeria, Julia, Marco, Cecilia…), pasar mis dedos por la piedra, por los surcos que un valenciano grabó hace veinte siglos para perpetuar en el Tiempo el afecto de otros valencianos por aquellos que se habían ido: por un padre, una esposa, un hermano, una hija, el amo que los liberó o la maestra que les enseñó.
 
 
La Belleza que se olvida se pierde en la inmensidad del Tiempo; la Belleza que se recuerda no desaparece del todo. El Conocimiento nos permite preservar la Belleza Valenciana (y la Belleza en general) a múltiples niveles ni siquiera sugeridos para la mayoría, pero evidentes para el que los sabe ver. Yo camino a menudo, a veces sin rumbo fijo, por las calles de la ciudad en la que vivo para sentir el vértigo de la inmensidad de la Belleza que fue, los estratos ocultos de la Belleza presente, la promesa de la Belleza que será. Me siento rodeado de toda esta abrumadora Belleza, dejo que fluya a través de mí como la lluvia y no puedo más que sentir gratitud por cada momento de mi insignificante vida.

lunes, 3 de septiembre de 2012

Una vez, en un documental, oí a John Lennon contar la anécdota de cómo conoció a Yoko Ono. En 1966 acudió a la Indica Gallery de Londres a una exposición de arte conceptual con varias piezas de Yoko. Una de ellas consistía en una escalera de mano a la que había que subir para poder coger una lupa y observar algo muy pequeño que había pintado en un lienzo blanco que colgaba del techo. John lo hizo y resultó que era simplemente la palabra “Sí” (en inglés, se entiende). Comentaba Lennon que si hubiese sido “No” o “Que te jodan” no le habría gustado, pero el mensaje positivo aunque minimalista de ese “Sí” le tocó la fibra y fue una de las razones por las que quiso conocer mejor a la artista. Llegados a este punto algunos diríamos que en qué mala hora, pero bueno, esto fue lo que pasó (¿de qué me suena esa frase?) y el resto es historia, como suele decirse.
Si le echáis un vistazo al mapa conceptual de las etiquetas del blog veréis que la Sencillez es otro de los temas que trataremos aquí a menudo. Por un lado, el llevar una vida sencilla te ayuda a tener mayor libertad, mayor control sobre tus decisiones, y por tanto a ser más feliz; algún otro día hablaremos un poco de Decrecimiento. Por otra parte, hace poco dijimos que la Belleza se puede asociar con el concepto de orden, de armonía. Cuantos más elementos tiene un sistema, más difícil es armonizarlos todos; por eso algunos tratamos de simplificar los sistemas, tendemos a la sencillez. Hago aquí un breve inciso para comentar una idea paralela que me ha venido a la mente: desde un punto de vista científico, se podría decir que conforme aumentamos la escala (átomos, moléculas, células, personas, sociedades) el nivel de complejidad aumenta y el orden es más difícil de conseguir; ¿será por eso que a Sheldon Cooper se le dan mejor las partículas subatómicas que las relaciones sociales? Pero dejemos de lado (por ahora) casos extremos como los de Sheldon o Adrian Monk. La sencillez, en general, facilita la auténtica Belleza, aunque no sea imprescindible. Esta máxima también es aplicable en el campo de las Mujeres, pero todo a su tiempo, que se me van amontonando las ideas.
Ya que hemos estado hablando de mensajes escuetos, positivos y enigmáticos, aquí os dejo una foto de un graffiti que tomé hace tiempo en la Plaza de San Nicolás. Que me aspen si lo entiendo, pero el caso es que me encanta: “el verde mola más”.